El día de esta maestra de Química y Física debe tener más de 24 horas. Cocina antes de salir a trabajar, da clases, repara la casa, cuida a perros propios y ajenos, mima a su gallo, vuelve a dar clases nocturnas, atiende a sus hijos y a uno de sus hermanos, o más bien los salva… Y canta, quizá para no contar el dinero que siempre falta.
“Recordar es feo”, dice justo en uno de los momentos en que su voz plena de energía comienza a menguar. De fondo, cada tanto, resuena un canto. Afuera, sobre el alféizar de la ventana, reposa una espátula pequeña, una de albañilería, sobre los bordes de un recipiente plástico con restos de cemento ya seco. Jannet Vila no sólo se dedica a la enseñanza colegial desde hace tres décadas, con tubos de ensayo y probetas, sino que taladra, clava y pinta para que la fórmula de la vida familiar funcione.
Ingredientes
Jannet Vila es maestra de Química y Física en La Paz. Enseña con juegos. Es su vocación y pasión. Pero eso no es suficiente para tener la casa en orden y las cuentas al día. Así que hace de carpintera, pintora, albañil, decoradora de interiores y cocinera. Además, tiene un trabajo diario, por no decir nocturno, por no decir de amanecida algunas veces: hablar con uno de sus hijos, el mayor. Es para cambiarle el tema de conversación una y otra vez, como en un bucle, cada que es necesario. Debe alejarlo de pensamientos que lo persiguen. Solamente así duermen tranquilos.
Jannet es paceña. Tiene 59 años, aunque da la impresión de ser más joven. Nació el 20 de marzo de 1963 y al año cumplirá 60. Nació en una clínica en la calle Comercio esquina Pérez Velasco. “A mi mamá la pescó de improviso cuando estaba recogiendo a mi hermana del colegio. La operaron de emergencia”.
Jannet vivió por Miraflores, Alto Obrajes y San Pedro. Ahora, su casa está ubicada a dos cuadras de la calle 10 de Obrajes. Casi de manera permanente hay guardias en su puerta: el Gordo, el Flaco y el Enano, tres perros callejeros. Tiene una afinidad “terrible” con este tipo de animales. “A cualquier lugar que voy el perro se acerca y no me muerde; yo le hablo y se acabó”, sonríe orgullosa. También tiene tres canes dentro de su casa: Chispas, Perli y Gorda. A veces, en la entrada, está Claudio; en otras ocasiones, este gallo, su gallo, está en el patio del segundo piso. Y ella siempre está pendiente de su canto, ese mismo canto que lo salvó hace poco más de un año de entrar en una olla.
Jannet es madre. Al gallo Claudio lo alza y lo mima. Y para sus hijos, todo. Erik tiene 29 años y Daniel 22. Erik tiene diagnóstico de esquizofrenia paranoide, el que, según Jannet, fue detonado por el bullying que le hicieron en el colegio hace más de diez años. Al respecto, tres especialistas explican que sí, que el bullying puede, en algunos casos, ser un factor desencadenante de un cuadro de esquizofrenia latente, mas no debe ser considerado una causa directa. Katherine (26), la del medio, la que estudió Psicología para ayudar y apoyar a su hermano mayor, describe a su madre como una persona juguetona, aniñada, reilona y wawalona.
Necesita más de siete mil bolivianos al mes para cumplir con los gastos y las deudas. Casi la mitad se va en pastillas para su hijo Erik y unos Bs 2.100 para pagar el crédito hipotecario.
Jannet es perseverante, motivadora y dedicada. Escenario uno: este 2022 Daniel está a punto de salir de la carrera de Ingeniería mecatrónica; tiene una beca de estudios —al igual que Katherine en su paso por la universidad—, pero algunos materiales son costosos. Su madre dice que así ella no tenga con qué vestirse, lo sacará profesional. Escenario dos: cuando Katy se “derrumba”, ella la tiene que levantar “como sea”. Y lo mismo con cualquier miembro de su familia.
Jannet es paciente. Por su condición, Erik, su hijo mayor, no puede conciliar el sueño con facilidad. “Entonces, yo tengo que disfrazar una cosa, disfrazar otra cosa, cambiarle una cosa, hacerle entender otra cosa y hablar y hablar y hablar y hablar y hablar. A veces él está yendo por un rumbo y le salgo con que ‘creo que podemos comprar un auto’; así, cosas disparatadas: ‘podemos ver este modelo, podemos ver esto, podemos hacer lo otro’. Entonces, él reacciona y se olvida”.
Jannet se divierte y se cultiva. Canta con Claudio, con Erik y también sola. Le gustan las canciones de José José y Luciano Pereyra y en general los ritmos de los 80 y 90. No es tanto de música actual, aunque siente que debe modernizarse en todos los aspectos para seguir trabajando. El último libro que leyó es la novela Ensayo sobre la ceguera de José Saramago —“se me ha asemejado a la pandemia de ahora”, dice—, un autor de cuyo estilo disfruta mucho. En su versatilidad se anima, sentada en uno de los sillones de su sala, a declamar un par de estrofas de la canción Rojo, amarillo y verde de Juan Enrique Jurado; al terminar, su rostro regala una semisonrisa, como de Mona Lisa.
Energía
Con la soltura y tranquilidad de quien cuenta que abrió una puerta o colgó un cuadro, Jannet recuerda la vez que reparó una amoladora y la usó. Es “mediana nomás”, minimiza. Debía arreglar algunos muebles, fabricar roperos y refaccionar parte del piso de machimbre en la segunda planta de su casa. Para eso era necesario utilizar esa herramienta cuya peligrosidad —si no se toman los recaudos, las medidas de protección y si no se la manipula bien— es harto remarcada en la literatura especializada por el disco metálico capaz de causar heridas gravísimas. Incluso, en el decreto supremo 2935 de 2016 existe un inciso completo en el que se refuerza la idea de seguridad extrema para su empleo. Pero Jannet es más ejecutiva que eso. Y al hablar con ella da la impresión de que su coraje a veces roza la temeridad.
Las paredes de la sala donde conversamos son de un color amarillo fuerte. Ella las pintó, al igual que el resto de su casa.
Las paredes de la sala donde conversamos son de un color amarillo fuerte. Ella las pintó, al igual que el resto de su casa, con predominio de verde en los sectores exteriores. Al lado del sillón en el que nos sentamos luce una chimenea falsa, con acabado como de ladrillo visto. Es de melamina y también es su obra. Así como reparó la amoladora, se compró un taladro. Porque el trabajo manual se lo toma muy en serio.
En lo laboral-doméstico, su vida transcurre entre lo dulce de un postre, un tubo de ensayo, el olor a pintura y el cemento para arreglar lo que su casa requiera, que requiere mucho de tan deteriorada que está. Se las ingenia. “Hemos hecho chantillí… Se congela la leche y las moléculas se aprietan y se puede batir; si no se congela la leche, nunca vas a tener crema chantillí. Entonces, eso, disfrutamos, comemos y entendemos”. Así, creativa, es una clase estándar de la maestra de Química Jannet Vila.
Cuando no está enseñando, arreglando algo en la casa, encargándose de su hijo mayor o ayudando a su hermano de 66 años –que tiene dificultades para caminar por un problema de cadera tras un asalto–, debe cocinar. Generalmente lo hace temprano, para ganar tiempo. Y casi siempre todo está listo a las siete de la mañana, antes de salir a uno de sus trabajos. A ella le gusta el plátano frito o cualquier comida con plátano. Con modestia dice que el ají de fideo le queda bien. Y Katy comenta que sus milanesas son muy ricas. Jannet obtiene ciertos abarrotes, como el fideo, de la pulpería de su cooperativa de maestros, algo útil en su ya complicado mundo financiero.
“Se congela la leche y las moléculas se aprietan y se puede batir; si no se congela la leche, nunca vas a tener crema chantillí”.
Para ONU Mujeres, el trabajo doméstico no remunerado es una de las “dimensiones menos reconocidas” de la contribución de las mujeres al desarrollo y a la supervivencia económica de los hogares”. Desde una mirada más local, las mujeres “contribuyen también a la obtención de ganancias extraordinarias”, y “en contextos con altos grados de explotación laboral como el boliviano, este trabajo se convierte en un instrumento indirecto para la acumulación de capital, sin que este aporte específico sea reconocido por la sociedad e incluso por las propias mujeres”, según el Observatorio Boliviano de Empleo y Seguridad Social del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (Cedla).
Carga
La idea de tener algo “entre dos” impulsó a Jannet a entregarle el sueldo íntegro a su ahora exesposo para que él administrara el dinero de la familia. Eso provocó que en algunas ocasiones ella no dispusiera ni de un centavo. “Despiertas cuando ves las necesidades de tus hijos, que no les puedes comprar un dulce extra. Dices ‘¡qué pasa!, ¡si yo trabajo!’”. Pero para que eso suceda, para que la rebelión de lo justo se consumara, tuvieron que pasar casi 20 años. ¡Nunca más!
Ahora necesita más de siete mil bolivianos al mes –alrededor de mil dólares– para cumplir con los gastos y las deudas. Casi la mitad de ese monto se va en pastillas para Erik y unos 2.100 bolivianos para pagar el crédito hipotecario; el resto se distribuye en pasajes —a Erik debe transportarlo en radiotaxi desde Sopocachi, donde el joven hace servicio de voluntariado, hasta su casa en la zona Sur—, comida, servicios, alimento para los animales y un sinfín de gastos pequeños y medianos que tiene todo grupo familiar.
Da clases a jóvenes de tercero, cuarto, quinto y sexto de secundaria. En las mañanas cumple con un reemplazo en la unidad educativa Bolivia, entre las calles Fernando Guachalla y Abdón Saavedra de Sopocachi. En las noches, desde las siete hasta las diez, tres veces a la semana, enseña en el colegio Georges Rouma de Miraflores. En medio, cuando tiene tiempo, se apoya en la enseñanza particular; lo hace en paralelo desde que empezó a dar clases, hace 30 años. “Muchas veces eso nomás me ayuda harto”. En todos estos años dio clases, siempre con los juegos como marca personal, a estudiantes de colegios como Don Bosco, Loretto, Los Pinos, Humboldt, Saint Andrews y San Calixto.
Bachiller del colegio Lourdes, Jannet siempre quiso ser maestra. “Para mí enseñar significa darte por completo para ver una reacción en la otra persona. Una reacción de cambio. No es solamente instruir”. Entró a la Normal de maestros y aprovechó que Química y Física estaban como dos en uno para formarse. En los últimos años, aparte de enseñar esas materias, optó por la inclusión y el trabajo con personas con síndrome de Asperger, autismo y otras condiciones especiales. “El colegio nocturno lo he vuelto para las personas con discapacidad”.
“Despiertas cuando ves las necesidades de tus hijos, que no les puedes comprar un dulce extra. Dices ‘¡qué pasa!, ¡si yo trabajo!’”.
Pero no todo sale bien siempre. Tiene que lidiar con acciones y comportamientos desagradables cada cierto tiempo. “Como mujer siempre sufres discriminación; pase lo que pase, sufres”. Reclama que no le quisieron dar completa la materia de Física, que le quitaron horas; “muy machistas son, demasiado”. Eso pese a que rindió y aprobó un examen de ascenso.
En lo personal, cuenta que en 2016, cuando su relación marital estaba en proceso de descomposición, recibió un empellón de su entonces pareja.
—¿Fue la única vez que hubo una agresión?
—Hubo más, antes. Pero mis hijos eran pequeños, eran muy pequeños…
—¿Agresiones físicas?
—Sí. Cuando estás enamorada no lo crees.
“Recordar es feo”.
Potencia
Cada persona tiene al menos una historia del día en que nació. A Jannet le contaron que vino al mundo con cinco kilos. El promedio, según los textos médicos, está entre los 2,5 y los cuatro kilos. 59 años después, al borde de los sesenta, pareciera que esa robustez retrasará su envejecimiento. Pese a que el cansancio de la larga jornada le recorta a ratos la sonrisa plena, se siente su vitalidad y energía.
Del pantalón de tela a cuadros grises y la chompa negra con pelitos blancos que usó durante el primer encuentro en su casa, pasa a una chamarra rompeviento y un jean, azules ambos, botines cafés, una mochilita negra de tiros delgados —una que se pondría una joven universitaria o una colegiala—, un barbijo negro y lentes de montura semigruesa cuando llega a la puerta del Georges Rouma. Ahora se apoya en un bastón metálico de cuatro patas que usa desde hace tres meses por una caída sufrida al comprar calaminas. El corte de cabello, marrón, medianamente ondulado y suelto, es el mismo que lucía en su casa.
Se acerca el aniversario de esa unidad educativa y con los tres estudiantes del último curso que asisten a su clase nocturna comienza a ensayar para el acto. “Entonemos un himno al colegio, donde se halla la luz y el saber…”, se le enciende la voz.
Hasta mañana, maestra Jannet.
Este texto es parte del proyecto “Mujeres orquesta. Las tareas del cuidado en Bolivia”, elaborado por Rascacielos junto al Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario CEDLA con el apoyo de la Embajada de Suecia en Bolivia.