Santos Choque Mamani es nieto de campesinos agricultores. Hijo de padres migrantes, citadino, universitario, entiende el idioma nativo aunque no lo habla. Algo más que el azar parece haberle puesto en los zapatos de Clever, personaje de la película de Alejandro Loayza que le ha valido al joven un premio internacional de actuación.
Durante un año y medio, entre 2018 y 2019, Santos vivió con sus abuelos maternos en la comunidad rural de Tacagua, ubicada a media hora desde el municipio de Viacha (La Paz). Ayudar en las faenas agrícolas y de crianza de animales fue parte de la rutina del estudiante universitario, que así había hecho una pausa en sus estudios de Administración de Empresas. Dura rutina, en todo caso, para un joven nacido en la ciudad de El Alto, pero grata al mismo tiempo. Allí, entre reses y ovejas, pudo dedicarse a su actividad favorita: observar y pensar.
En esas andaba, cuando se conectó a la red desde su celular, algo que hacía poco, y descubrió un mensaje del cineasta Santiago Loayza Grisi, quien le consultaba si le interesaría asistir a una prueba de actuación.
Santos temió haberse perdido la oportunidad, pero igualmente respondió. Loayza, que preparaba su primer largometraje, le dijo que no era tarde y le pidió que se presentara en las oficinas de Alma Films, en la zona sur paceña.
La prueba se tomó. Otros dos actores participaron y Santos se fijó en el currículum que éstos presentaron para no darse demasiadas esperanzas. No es que el joven nacido en Senkata fuese un neófito en las lides actorales, sólo que se toma las cosas con prudencia.
En 2018, a sus 22 años de edad, Santos había debutado en la pantalla grande luego de un casting al que le llevó su paso por el taller que la educadora teatral Patricia García dicta en la Unifranz de El Alto. Los tres años que estuvo en dicho taller le dieron herramientas que el cineasta Marcos Loayza, el padre de Alejandro, valoró para incluirlo en su película Averno como el amigo del protagonista, Tupah (Paolo Vargas). Fue así como los Loayza conocieron al actor.
El juego de los espejos
Santos Valerio Choque Mamani, el nombre completo del joven alteño hoy de 26 años, es el mayor de tres hermanos. Al salir del colegio quiso ser militar. Su padre, Benedicto Choque Alanoca, le dijo lo que le ha repetido muchas veces: que haga sabiendo que “todo lo que haces es para ti, si lo haces bien es para ti, si lo haces mal es para ti”. Así que se presentó al cuartel para hacerse a la idea. Un año de servicio militar obligatorio le dio la respuesta: “No me gusta recibir órdenes, no es para mí, debo ser el dueño de mi destino”.
“Tienes el papel”, le sorprendió Alejandro Loayza y le pidió que se dispusiese a viajar. ¿Qué se siente con una noticia como ésa? “Te llega como un gran peso por la responsabilidad, por querer hacerlo bien; pero la recibes con alegría”.
En medio de la carrera universitaria se presentó Pati García y su invitación para unirse al taller de teatro. “Nunca había conocido a alguien como ella, distinta de los otros catedráticos”. Y entonces descubrió el mundo de la actuación y las posibilidades para vivir y crear historias.
“Tienes el papel”, le sorprendió Alejandro Loayza y le pidió que se dispusiese a viajar.
¿Qué se siente con una noticia como ésa? “Te llega como un gran peso por la responsabilidad, por querer hacerlo bien; pero la recibes con alegría”.
Su curiosidad por conocer de qué se trataría la película fue satisfecha sólo entonces. “No lo podía creer”. Utama (nuestra casa, en quechua) presenta circunstancias que se parecen asombrosamente a la visita de Santos –que en la película es Clever— a sus abuelos aymaras –que en la película son la pareja quechua de Sisa (Luisa Quispe) y Virginio (José Calcina).
Como Clever, que no habla el idioma de los abuelos y que los obliga a recurrir al castellano para comunicarse con él, Santos tampoco habla aymara; “pero lo entiendo muy bien, es raro pero así es”.
Al respecto, Santos mira el futuro y, a pesar de que reconoce que un idioma abre la comprensión hacia realidades que no sospechabas, augura el día en que las barreras de la lengua y de las naciones como entidades cerradas se derriben. Tal vez así, sueña, la violencia por la defensa de “lo mío y lo tuyo” deje de sembrar dolor y muerte.
De Senkata al mundo
El equipo de cineastas arribó a Santiago de Chuvica (Colcha K, Potosí, cerca de la frontera con Chile) en octubre de 2019. A los pocos días les llegaron las noticias de la crisis social que había estallado en el país, con todo el dramatismo de enfrentamientos violentos y muertes. Preocupados todos, con la incertidumbre que provoca la lejanía, tuvieron que seguir con el rodaje.
Santos hablaba con su familia, la que trataba de tranquilizarlo, pero Senkata, esa zona poblada de combativos vecinos, se había teñido, una vez más, de sangre.
En diciembre terminó la filmación y los cineastas retornaron a sus hogares. Santos volvió a casa de los abuelos por unos meses, tras los cuales pensaba en retomar sus estudios. La cuarentena por la pandemia del Covid-19 le obligó a postergar sus planes.
El padre de Santos es conductor de un camión cisterna y su madre, Yola Mamani Canaviri, es artesana de polleras. Ellos “me han dado todo su apoyo, siempre”, pero la responsabilidad propia lo ha movido a buscar trabajo para seguir estudiando.
Este 2022, cuando Utama gira por festivales de cine del mundo y cosecha premios en Estados Unidos, China, España, Rumania, México, Japón, Uruguay, Chipre, Francia, las buenas noticias le han ido llegando a Santos. A él le tocó viajar hasta España, al Festival de Málaga.
Ubicado en el mezzanine de la sala de proyección, junto a los Loayza –Alejandro, Marcos y el productor Santiago– el actor vio la película por vez primera. Se miró como no se lo permitió el director durante el proceso de filmación para evitarle la tentación de querer corregirse y perderse así la naturalidad, esa actuación hecha de miradas más que de palabras.
“Vi la película a medias, porque me dediqué a observar al público de la platea. Quería descubrir sus reacciones, adivinar qué estaban pensando”. El aplauso final, largo, conmovedor, fue la confirmación de que Virginio, Sisa y Clever, criaturas de Alejandro Loayza y un gran equipo que incluye coproductores de Uruguay y España, están hablando un idioma comprensible por todo humano que ama como se ama la pareja de ancianos, como el nieto los ama, como se ama la tierra, como se ama lo que te explica en este mundo.
Quizás una parte del sueño de Santos, ése de quebrar barreras idiomáticas, se esté cumpliendo con Utama. Y el cine, sospecha, puede ser el lenguaje siempre y cuando se atreva a decir cosas “que sorprendan, que no caigan en lo obvio”.
La película en Bolivia
El 29 de septiembre, Utama llegará a las salas bolivianas. Loayza tiene incluido a Santiago de Chuvica entre los lugares donde se exhibirá el filme y los padres de Santos aguardan para ver en la pantalla grande al actor cuyo trabajo acaba de ser premiado en el Festival de Beijing.
El joven está de nuevo en las aulas universitarias. Entre sus planes contempla la vida en el campo. Allí quiere aplicar sus conocimientos sin irrumpir como aquel que sabe más, sino como alguien que puede sumar, alguien que no tiene sólo su experiencia, que es corta, “sino la de mis padres, de mis abuelos”. Una persona que observa e integra, que integra y observa, cualidades que son la base también de su ser actor.
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