El 12 de julio falleció, en Suiza, el músico boliviano Édgar Yayo Joffré. Otros músicos, como Willy Claure, César Domínguez y Gimmer Illanes, a los que evoca Gabo Guzmán, confirman que el ayateño es memoria vívida por su recorrido, sus incomparables composiciones y su gusto para tocar el siku.
Son las 9.45; estoy 15 minutos tarde en un país que se precia de planificar sus segundos con la exactitud de una moledora de carne. Quince minutos pueden ser un poco fatales. En la puerta de la estación Cornavin me espera algo molesto e inquieto un boliviano que ha aprendido el manejo de estos tiempos, de cómo sacarle provecho a la pulcritud de los relojes; es que estamos en Suiza y nos conviene desconectar el medidor o lo que sea que determine nuestra hora boliviana. Yo no conozco a este boliviano, o quizá sí. Le he escrito hace unos días: ¨Me he aproximado a la guitarra que toca usted en la Cantarina, y he entendido un montón de cosas sobre la cueca, gracias¨.
Willy Claure me está dando un medio abrazo y con la emoción no alcanzo a explicar los quince minutos de retraso con los que he iniciado nuestra amistad. Afable, me invita a tomar una seguidilla de cervezas. Llevo sólo algunos días en este país y las varias coloraturas de tantas cervezas a la vez me han mareado antes de ingerirlas; conozco la Huari y… la Huari. Es todo. Delante de mí se pasean ahora mismo la rubia, la blanca, la ámbar, la negra…
En esta mañana del verano tardío de 2015, Willy no ha venido a Ginebra a sufrir mis retrasos, ni a atiborrar mi hora boliviana con cervezas multicolores; Willy va a visitar a su amigo, respetado y querido, me dice. “El Yayito está enfermo y está triste, sabes, voy a tener encendido el Ipod mientras charlamos, nunca se sabe, está muy mayor”. Pregunto si don Yayo conoce la versión de su taquirari Olvídate de mí que Willy ha convertido en una rutilante cueca. Conoce, me dice, le ha gustado, más bien. Pienso que en estos tiempos, si los machitos estamos aprendiendo a feminizarnos sin vergüenza, las músicas populares pueden y deben travestirse así, tan lindo.
¨Sí Yayito, estoy en Cornavin, tengo que tomar el bus 9 entonces, dale, listo, nos vemos en un ratito¨. A tiempo de decir estas palabras, Willy ha guardado su Ipod y me ha dado la mitad del abrazo que me faltaba. Pienso que debía haberle pedido por favor que me dejase acompañarlo; estuve a quince minutos suizos de conocer a Edgar Yayo Joffré (Ayata, La Paz, 1937-Ginebra, Suiza, 2022).
Un gusto muy especial tenía don Yayo, un gusto intenso para tocar su zampoña, su siku. Eso no puede caber en el Google pues; todo queremos hacer aparecer ahí. Tocar así es un asunto de vivencia. G. Illanes
Un Jaira
Siempre que veo a César Domínguez quiero ver en él otro rostro. Y no es justo con la linda persona que es él. Pasa que la “extrañadera“ por su padre es grande. ¿Cómo podría y habría sido una conversación con Alfredo? No lo sabré nunca. Pero están los silencios y el hablar pausado de César, que es también un talentoso músico de rock pesado ginebrino, al recordar aquellos viejos e intensos tiempos: “Pasa que cuando llegaron Los Jairas, tenían un espectáculo fuera de serie; por un lado estaba como solista el Alfredo (César se refiere siempre así cuando habla de su papá). Luego invitaba a Cavour (Ernesto) y a Gilbert (el gringo Favre) y tenías al trío. La fiesta la cerraban contundentemente Yayo y Los Jairas”.
César recuerda la vez que junto a su mamá “nos quedamos en Moscú, porque era un tanto incierto el viaje que llevaría a todos ellos hasta… el Asia, sí, hasta allí llegaron; eran en verdad un éxito y locura, pues eso provocaban”.
Pienso en la cantidad inimaginable de escenarios que esos viajes representan, y cómo aquéllos deben haberse quedado de algún modo con la voz de Yayo.
Un ayateño
Gimmer Illanes, querido músico boliviano, lo ha dicho en código de vientista en los Andes:
“Un gusto muy especial tenía don Yayo, un gusto intenso para tocar su zampoña, su siku. Eso no puede caber en el Google pues; todo queremos hacer aparecer ahí. Tocar así es un asunto de vivencia. Yo tocaba con un grupo de ayateños y fueron ellos quienes me lo presentaron. Don Yayo se reivindicaba ayateño(de Ayata, municipio de la provincia Muñecas en el departamento de La Paz, Bolivia). Pero era, además, un gran vecino de Chijini, barrio de La Paz. Yo conocía su casa al lado de la vieja iglesia del Gran Poder, en la calle Gallardo. Allí escuché sus conversaciones, su amabilidad.
Para los zampoñistas, hombres y mujeres, que vinimos luego y los que vendrán, pocas cosas hay como Mamá Criso, pocas cosas tan lindas”.