Entre octubre y noviembre del año de la Revolución que estalló en julio, en La Paz, los insurrectos huyeron hacia Irupana, Chulumani y otros poblaciones yungueñas, y con ellos viajaron los sueños de libertad, y no cualquiera, sino aquella que buscó unir a incas, caciques, gallegos, indios, negros y españoles.
En San Bartolomé de Chulumani, el 15 de agosto de 1809, en plena reunión de todos los indios de la región, se eligió como representante y vocal de la Junta a don Francisco Figueredo Ingacollo y Katari, “el mas principal y noble” entre todos. Lo trataban de Usía, reservado para las personas más importantes, y le llamaban también “Incacollo Catari”. En un banquete y convite general, el hombre se “coronó” con “sarao [fiesta] en la noche”, sentado al medio de una larga mesa junto a las nuevas autoridades nombradas después del 16 de julio. A su lado se encontraba el nuevo subdelegado de Yungas D. Manuel Ortiz, el cura de Chulumani y varios soldados. Se decía que Gregorio Victorio Lanza convocaba a todos afirmando “que… a este indio… debían obedecer”.
A pesar de cadenas de mando establecidas, cada persona y cada pueblo aspiraba a poner algo de realidad a sus sueños: el 21 de agosto, el zambo Bartolomé Apaza de la comunidad de Irupana hacía juntas insistiendo y aconsejando a los naturales que ya era tiempo de dejar de pagar las obligaciones que debían por sus sayañas (tierras). Muchos se regocijaban también de que ya no pagarían las alcabalas o impuestos sobre lo que producían y comerciaban todos: ¡la coca!
Rumbo al este
Sería precisamente hacia Yungas adonde saldrían algunos de los implicados en el movimiento de julio de 1809 después de los saqueos y la tremenda violencia que se vivió en la ciudad el 18 y 19 de octubre. El realista Pedro de Indaburo había tomado presos a varios de los miembros de la Junta y el cabildo, entre ellos al cura Medina, y había sido ahorcado el revolucionario Pedro Rodríguez. Las tropas insurrectas comandadas por el gallego Castro bajaron entonces de El Alto, apuñalaron a Indaburo y el saqueo empezó en casas y comercios.
Mientras algunos atribuían esos hechos a los hombres de Castro, otros apuntaban a los reos soltados por el propio Indaburo. Ante esa situación y la llegada de las tropas dirigidas por Goyeneche, distintos grupos de personas de la ciudad se dirigieron hacia Yungas. Entre ellos el nuevo comandante militar de esa zona, Manuel Victorio García Lanza, el subdelegado Manuel Ortiz, el protector Crispín Diez de Medina, el indio y vocal de la Junta Tuitiva, Catari, además de Julián Peñaranda, que aparece como Capitán de la Expedición y también como amanuense y, según Aranzaes, como un “lenguaraz” con el apodo de Wich’inka/Quichinka.
El obispo La Santa, de La Paz, después de haberse refugiado en Millocato (al sur de la ciudad de La Paz), se retiró y se estableció en Irupana. Yungas se convirtió así en el escenario de poder y lucha de alianzas de uno y otro bando. El bando de José Victorio García Lanza fue tejiendo hábilmente una movilización militar basada en una red de capitanes, caciques, alcaldes pedáneos (de distintas localidades), y otros que representaban los principales pueblos de las comunidades y haciendas de la región de acuerdo también a la condición específica de sus habitantes. Se tenían así capitanes de indios y negros de comunidades y haciendas, vecinos de pueblos y mestizos. Algunas de esas autoridades asumieron rangos militares y existían Capitanes y Comandantes de indios y negros.
Nadie sabía cuánta gente había. Unos decían que eran algunos centenares, otros, miles: de 2.000 a 4.000 e incluso 8.000, entre indios, españoles, negros y mulatos. Cada uno se adhería por distintas razones: los esclavos por la promesa de liberación; otros por no pagar sus tributos y alcabalas, otros porque les prometían los bienes de las haciendas e iglesias saqueadas. Algunos habían escuchado que Lanza ofrecía el derecho de igualdad; que los pleitos se decidirían verbalmente; que los bienes serían comunes, que se terminaría la pobreza y que todos serían felices… Papeles y promesas circulaban.
Promesas de igualdad para todos
¿Cómo podía movilizarse a gente de tan diversos y dilatados lugares? Cada localidad y grupo tenía sus representantes y conformaban una red de autoridades locales firmemente enraizada. Manuel Victorio Lanza o el propio Obispo La Santa lo sabían y cada uno trataba de atraer a la gente de esa red con promesas, pero también con amenazas.
José María Mena de Chupe, plumario de Lanza (que le escribía sus notas), afirmó que éste decía que todos serían iguales, que no habría distinciones, que vivirían como hermanos y todos serían ricos. Julián Peñaranda, uno de los principales líderes, aseveró que Lanza era el que hablaba porque “era diestro en [el] idioma” y que quería exonerarlos del tributo, de los derechos parroquiales y de los servicios personales, afirmando “que no los debían porque todos eramos uno”; que a los esclavos les ofreció la libertad asegurando que habían nacido tan libres como él y que el color era accidental; que formarían cuatro colegios, dos de hombres y dos de mujeres, sin que a los padres les cueste un peso ni el mantenerlos ni el educarlos, y que “era tiempo de los naturales [y] de libertarse de las pensiones de comunidad”.
Junto a esos “horizontes” de sueños y libertad, había también amenazas de saqueos o castigos. Varias órdenes fueron escritas por Lanza, dirigidas a distintas autoridades, como ésta enviada a las de Chulumani:
“Como cacique alcalde pedáneo y capitán comandante de naturales hara que infaliblemente cada yndio asi de comunidad como de haciendas hagan inmediatamente sus lanzas: en los que vigilará con mucho empeño y si no la tienen se les castigará”. Cuartel principal de Chulumani, 30 de octubre de 1809. Firma Lanza
El comandante Castro hizo llegar una nota a Coripata como si escribiera a su hermana:
“Amada hermana: nobles y leales vecinos de los inconquistables pueblos de yungas. Mi venida no tiene otro fin que introducir la paz, las ‘armoniosas leyes de la hermandad’ y custodiar sus vidas y el defender los sagrados derechos de Fernando 7, la santa religión. Como comandante que ha sido nombrado y aclamado, manda que se publique un bando por el que se indulta a todas las personas que hubiesen tomado las armas contra los verdaderos defensores del soberano y pide que se presenten en la comandancia en las 48 horas siguientes y ante el real busto presente otra vez juramento de seguir fiel hasta derramar la última gota de sangre en defensa de los mismos sagrados derechos. Coroico 28 de Octubre de 1809. Gabriel Antonio de Castro
Junto a esa nota, Castro se dirigió a Lanza:
Estimado compañero y amigo. He… instruido a las tropas de ‘morir matando’ y no absolver a ninguno de los que halle cómplices. Por la resolución de sus tropas y la fuerza de mi artillería haré desaparecer en un momento a miles de opositores. Cuartel de Coripata Nov. 7 de 1809. Castro a don Manuel Victorio García Lanza Juez Real y Subdelegado y Comandante del Partido
En el juicio instaurado contra los insurgentes, innumerables testigos desfilaron uno a uno refiriéndose a lo sucedido en Yungas entre octubre y noviembre. Don Jacinto Zárate, por ejemplo, empieza a nombrar uno a uno en una larga lista: la gente sublevada de los pueblos de Chupe y Chirca, los vecinos capitaneados por don Manuel Zapata y don Juan de Dios Sayas; los indios con sus capitanes de Chupe que apellidaba Coronado y otro de Chirca y Dámazo Canto y Vicente Murga. Entre otros nombrados, el cacique de Chirca Pedro Barrera, José Marcos Trisan, Pedro Machicado, Mariana Hendura y el negro Gabriel Soto, vecinos de aquel lugar; el capitán Zapata y su teniente José Ylarion Andrade,ambos de Chupe; de los pueblos de Yanacachi, el cacique D. Cornelio del Cerro, el alcalde Pedáneo don Jose Maria Nieto y el capitán de indios, un tal Coronado; de Coripata, su cacique don Manuel Gemio, de Ocobaya don Diego Inofuente, los que, unidos todos, se encaminaron hasta el cerro de Chicanoma.
Otros afirmaron que “oyeron decir” que para la seducción se valían de persuadir a la gente afirmando que la dominación europea era tiránica, que cada individuo de esta península tenía un despotismo sobre el americano, que quedarían libres los negros de todo servicio y derechos, estableciéndose el derecho de igualdad pero también que el citado Lanza afirmó que se haría una distribución acomodada de los bienes de los europeos después de proceder a su decapitación.
El fin del sueño
El movimiento fracasó y a fines de diciembre de 1809 se inició la sumaria que culminó con dos sentencias: la primera condenó a la horca a diez de los principales insurrectos y se llevó a cabo la ejecución el 29 de enero de 1810.
La horca se asociaba estrechamente al mayor delito; se aplicaba a los desertores y traidores y era considerada como una pena infamante y de degradación moral o la forma más baja de castigo. Pero además, la horca se aplicaba de preferencia contra los plebeyos. El cuerpo de los ahorcados debía ser expuesto, lo que suponía su degradación y su infamia. Un mes después, la sentencia se dictó para más de ochenta involucrados en una causa célebre que acumuló miles de hojas de interrogatorios y testimonios.
Muy interesante su artículo. Mi familia materna viene de Irupana y siempre he querido saber más de su historia. ¿ Existe la posibilidad de acceder al Archivo de La Paz ? ¿ Existe alguna publicación de las fotos del Baúl de Los Yungas ? Me despido atentamente.
La historia es y será siempre interesante porque son plasmadas en vivencias llevabas por personas que buscaron una igualdad en cada generación social vívida.
Espero recibir mayor información de sus investigaciones, muchas gracias.