La cineasta boliviano-mexicana acaba de ganar el Oso de Plata de la Berlinale con su ópera primera Manto de gemas. Armando de Urioste, que la ha visto crecer, pues está casado con la mamá de Natalia López, la pinta como con flashes, coronando sus memorias con lo que para él representa la premiada película.
A Natalia (1980) la concibieron en México, mientras Eduardo López, el padre, terminaba sus estudios de Antropología, y Eliana Gallardo, la madre, los de Comunicación. Por un impulso propio de la época, ambos decidieron trasladarse de vuelta a La Paz para que su primogénita sea boliviana, para que nazca en esta ciudad.
México fue en todo caso un referente personal que la acompañó durante su crecimiento, tanto como su permanente curiosidad e interés por la música y la lectura. Recuerdo que un día, siendo ella una niña, me pidió que escuchara un escrito suyo y entendí que empezaba a expresar sus inquietudes a través del pensamiento y la palabra, y que le interesaba hacerlos conocer, no guardarlos para sí.
Cuando he preguntado a la cineasta de qué manera Eduardo López, también cineasta y gestor cultural, ha influido en sus opciones, me ha respondido que él le abrió las puertas al camino del cine cuando de niña la llevaba a sesiones de rodaje en el altiplano boliviano. Y me dijo que también recordaba las muchas películas que vimos en familia, experiencia que se sumó a la inspiración que le hizo tomar esa ruta.
Recuerdo una noche en Tiwanaku, en un viaje que hizo conmigo para tomar fotografías, que la desperté para que siguiera los rastros de luces o tal vez naves cósmicas o satélites que se dibujaban en el cielo. Hay que decir que México y Bolivia, las patrias de Natalia, son pueblos testimonio, es decir sociedades con componente indígena de las grandes civilizaciones precolombinas, por lo que tal vez se pueda comprender que al experimentarlas obtuvo una sensibilidad y afectos que condujeron a la cineasta completa que se ha hecho con el tiempo. No es la tierra donde se siembra sino el cielo donde florecemos, decía mi abuela.
Tras un breve paso por la carrera de Arquitectura en la Universidad Católica, Natalia decidió dar un salto, hacer una ruptura, una quemada de naves y partir a los 19 años hacia México, a buscar su destino. Se presentó a dos exámenes de admisión: le de la Escuela de Artes La Esmeralda y el Centro de Capacitación Cinematográfica, junto a centenares de aspirantes en cada caso. Aprobó en ambos, ocasionando un conflicto por ocupar dos plazas simultáneamente, dilema que resolvió al optar por la formación en cine.
Su primera elección fue la fotografía cinematográfica, aun consciente o precisamente por la dificultad que supone un oficio que los hombres han copado –Daniela Cajías Muñoz, otra cineasta boliviana que radica en el extranjero, lo ha conseguido tras formarse en San Antonio de los Baños, Cuba-. Natalia, sin embargo, se destacó como la alumna que le dio prestigio al CCC, como cuando envió un trabajo al Festival de Cannes en la categoría de obras de escuela y demostró su capacidad como realizadora. El camino se fue definiendo así para la joven en una de las ciudades más pobladas y extensas del planeta, en un ambiente de alta competencia y enorme oferta cultural.
Terminada la primera etapa de formación, un amigo la contactó con el equipo del director mexicano Carlos Reygadas, quien había concluido su segundo largo, Batalla en el cielo, que siguió a Japón. La boliviana fue contratada para realizar el montaje de los materiales diarios de lo que sería Luz silenciosa, obra que en 2007 obtuvo el Premio del Jurado en Cannes.
Meses después se estableció una relación de pareja entre Natalia y Carlos, quienes se casaron y formaron una familia. Ella optó entonces por la nacionalidad mexicana.
Splendor Omnia
Establecidos en Morelos, Tepoztlán, ambos cineastas han erigido un centro de posproducción cinematográfica que bautizaron como Splendor Omnia, donde, por ejemplo, se ha trabajado la banda sonora del film 1917, ganador del premio Oscar al mejor sonido en 2020.
Esa unión, creo, ha sido para Natalia la continuación y profundización de la formación cinematográfica. Ahí están los trabajos de edición de Post Tenebras Lux, de Reygadas, y Heli, de Amat Escalante, ambas películas con sendos reconocimientos internacionales. Son experiencias que hacen de Natalia no una debutante con Manto de gemas, su ópera prima, sino una cineasta completa con una extensa experiencia.
Manto de gemas es un grito desde el silencio, desde la fractura de las empatías, de las mutuas negaciones hijas de la prosecución a cualquier precio de los poderes patriarcales, con el sacrificio consecuente del poder de lo vivo, de los cuerpos, del dolor, de la lucidez y del tacto.
Me pregunto si la suma de transiciones explica la madurez de Manto de gemas. Intuyo algo más allá de una reseña y creo apostar a una particularidad de ser mujer como misterio de la cultura, su constitución como cuerpo, tejedora de cuerpos, al cuidado de cuerpos que generan una empatía, una particular manera de tramar comunidad de intimidades desde la cual se devela soledad, abandono, pero también se tiene lucidez, creatividad, reflexión y, entonces, se pone en escena una inteligencia heredada tal vez de abuelas, madres, amigas.
Manto de gemas, reciente ganadora del Oso de Plata del jurado del Festival de Berlín, es un grito desde el silencio, desde la fractura de las empatías, de las mutuas negaciones hijas de la prosecución a cualquier precio de los poderes patriarcales, con el sacrificio consecuente del poder de lo vivo, de los cuerpos, del dolor, de la lucidez y del tacto. Es desde esa ausencia que se construye un lenguaje, unas emociones que recurren a los instrumentos que permite el arte cinematográfico -el séptimo arte, la suma de las artes, la música, el teatro, la poesía- que Natalia ha transcurrido, tejido, erigido: imaginando y sintiendo.
Como expresa el jurado de la Berlinale, el premio para Manto de gemas es una respuesta a su atrevida y audaz contribución al desarrollo de nuevas maneras del lenguaje cinematográfico. Unas maneras que crean una atmósfera densa y misteriosa, que atrapa y subyuga al espectador con personajes muy bien dibujados en una realidad que desgarra sus vidas en medio de una desolación producto de la imposibilidad de tejer comunidades.
La película de Natalia no pretende sino otorgarle al espectador elementos para que éste complete y le dé sentido con su propia subjetividad a las subjetividades dibujadas, e interiorice el compromiso de contribuir a dar vuelta a la amenaza y vivir con una sensibilidad y afecto más humanos.
Se trata, en suma, de una obra que exige la atención, el compromiso sensorial y la inteligencia emocional del espectador. El uso del primer plano de las protagonistas para completar la subjetividad de su mirada y el efecto de lo relatado tiene el recurso del fuera del cuadro o el OFF cuando suceden asuntos que sólo entendemos a través del sonido y no hace sino inquietarnos, intrigarnos al presentarnos elementos indispensables para comprender el drama que retrata, sin esa intención pedagógica o moral que ha caracterizado al cine latinoamericano.
Natalia pertenece, como su película, a la cinematografía del bloque cultural iberoamericano en franco proceso de ebullición.