El primer premio del III Concurso de Crítica Amateur de Teatro, convocado por la Revista Rascacielos, editorial 3600, la Red Boliviana de Periodismo Cultural y el Fitaz 2022, es para Ariel Baptista. El jurado considera que el texto aporta información acerca del arte de la improvisación, del juego, de la impunidad y, con ese bagaje, analiza el trabajo del actor, sus herramientas y se enfoca en la relación artista-público y los diferentes efectos que provoca.
Fotografía, Mariana Bredow
El Ministerio de la Tontería abre con un comunicado y deja claro que en este espectáculo, Cabaré Efêmero (Teatro Lume, Brasil) nada se ha configurado, que los objetos en escena han sido elegidos al azar y que no existe una dramaturgia pactada; en resumen, en esta experiencia todo es posible, incluso la nada.
En ese instante es que se instala el misterio de la risa que Dario Fo llama bufo, atrevido, intrigante, ridículo.
Ante nosotros, una puesta sencilla y atrevida: el público, dividido en dos bandos, frente a frente, evoca la calle y su riesgo sin fin; en las luces no hay pretensión alguna, se dispone de la necesaria para que el juego acontezca. Esos dos elementos remiten a ese tiempo que se atesora y agradece: cuando uno, de niño, se dispone a jugar y entonces todo tiene la misma proporción.
El gran payaso suizo Dimitri invita a pensar el juego del clown como una partida de ajedrez, con tiempos de acción y escucha. Esta vez, quien abre la partida es Ricardo Puccetti y lo hace hábilmente. De una caja ubicada en el extremo del rectangular espacio escénico aparece el primer gesto poético: un pie calzado por una chalupa. ¡Sorpresa! Las chalupas para los legendarios payasos de pista son el sinónimo de fortaleza, pues en su pisada está la poderosa fuerza telúrica de las carcajadas que se van acumulando en las funciones, que no son risas pequeñas y dispersas, sino el premio mayor, ¡la carcajada de la platea completa! y, evidentemente, esa fuerza acumulada en 30 años como payaso acompaña a Pucceti en cada paso.
Improvisar es un juego en el se puede perder la cabeza; sin embargo, Puccetti, como buen amigo del vértigo, no se detiene, por el contrario, se atreve siempre a más.
Un cuerpo delgado y enorme emerge. En el rostro, la máscara, destaca una nariz roja; pero son los ojos de los que emana increíble humanidad. ¡Es un estado tremendo! En esa simple mirada hay un trabajo de movimiento extremadamente intenso: el espacio cambia de temperatura por el efecto espejo que hace que todos los espectadores nos dispongamos en positivo. Se ha instalado el terreno de juego.
En el camino sinuoso de la improvisación, todo es apuesta. Dos elementos acompañan ese estado: la impunidad y el placer. Como público hemos decidido aceptar cuanto este payaso quiera jugar y Puccetti lo sabe. Con total tranquilidad camina observando al público, observando a quienes serán parte de esta travesura; se detiene ante un fotógrafo molesto y posa para él; encuentra a una mujer con trenzas largas y se cuelga de ellas cual Tarzán; nos hace jugar un partido de básquet, golpea a algunos de los espectadores, se lanza a las faldas de otros, invita a salir a la escena, hace de todo con todos y todo el mundo parece dispuesto a acompañarlo.
Improvisar es un juego en el se puede perder la cabeza; sin embargo, Puccetti, como buen amigo del vértigo, no se detiene, por el contrario, se atreve siempre a más. Sus grandes apuestas le permiten hacer cómplice a un “Conejo” Beltrán (el actor y titiritero Raúl Beltrán, a quien no le gustan los payasos) y moverlo a remar contra marea como uno más de otros tripulantes y con la canción de Titanic de fondo. En la tierra del juego todo vale, nada es personal y todo es una posibilidad infinita de placer para el payaso y sus acompañantes.
Puccetti es un jugador completo; en sus acciones y movimientos vemos todas las máscaras y territorios: el butoh, la calle, la tragedia, al bufón, el melodrama, la comedia del arte, etc.
Pocos payasos habitan la impunidad. Tal estado se consigue no sólo con formación y tal vez esa forma de habitar este territorio es lo que personalmente valoro y agradezco a Puccetti. Él es un jugador completo; en sus acciones y movimientos vemos todas las máscaras y territorios: el butoh, la calle, la tragedia, al bufón, el melodrama, la comedia del arte, etc. Ahí están todas las capas del tejido que sostienen a Puccetti como actor y creador gracias a su incansable investigación integral.
En este viaje por la impunidad vale la pena destacar un elemento fundamental al momento de portar la nariz roja y que hace de este espectáculo uno de los mejores en este estilo. Tal elemento lo he podido ver sólo en grandes payasos, como Alberto Colombianoni dando alaridos de placer, Grock bajando de una silla con dificultad o los augustos del gran trío Les Rudillata cuando interpretan su canción. Todos esos payasos clásicos tenían el gesto del placer impune y desmedido que se caracteriza por la desconfiguración del rostro, la extensión de la comisura de los labios que deja a la boca mostrar todos los dientes, una sonrisa sincera acompañada de toda la musculatura facial y que deja que el aire ingrese al cuerpo para generar una especie de ahogamiento acompañado de un sonido tonto y majestuoso, tonto y poderoso. Al fin y al cabo, la tontería es un gran y humilde poder.
Esta es la obra que ha cerrado el Fitaz 2022 para mí. Porque me resuena la palabra humanidad, porque pisamos terreno impune, porque nos empapamos de placer, porque pisamos la tierra del genuino juego.
FICHA TÉCNICA
Obra: Cabare Efemero
Creación y actuación: Ricardo Puccetti
Técnicos responsables: Dani Salvi, Eduardo Albergaria e Francisco Barganian
Diseño gráfico: Arthur Amaral
Duración: 60 minutos (aprox)
Lume Teatro (Brasil)
Hermosa crítica y cronica. Tuve que morderme la risa para leer la descripción de un espectáculo que no vi.
Ademas, aprendí algo para nuestra actualidad: Vivimos tiempos confusos sufiendo la impunidad de poderosos que usan delitos para gobernar. Por eso, senti un poco de aprensión cuando leí una palabra dolorosa para titular un texto sobre la alegría. ¿Leeré una apología de la impunidad? Me pregunté.
Y si. El espectáculo que la critica describe es una apología de la risa que surge cuando se da una complicidad para el perdón.
En efecto: los desmanes que comete el payaso tienen la intención de causar risa ¡y lo logra! Y por eso, sus víctimas lo declaran inocente. Asi llegamos al mejor de los pactos de convivencia pacífica: el breve pacto de la paz risueña.
Por supuesto, esto ocurre porque la intención del payaso es no causar daño mientras que el delincuente no puede evitar dañar y sus víctimas tienen el deber de reclamarse lesionadas.
No creo que emergamos riendo de estos tiempos confusos. Quizas debamos establecer precedentes y punir a los ahora impunes. Ese será un proceso confuso y doloroso…
Pero este teatro, por lo menos, nos habrá hecho controlar durante un breve tiempo nuestros juicios rapidos y obtusos para acceder a la alegría de poder perdonar. Esa alegría nos limpiará del deseo de venganza y quizás seremos más valientes para ser justos. ¿A eso se llama catarsis?
Gracias Puccetti por lograr que hasta un crítico de teatro haga reír. Gracias Ariel Baptista Aranda por hacerme intuir cosas divertidas alrededor de un espectáculo que no vi.
Muchas gracias, Luis Bredow.