La –inconclusa– revolución de 1952 marcó decisivamente el destino de nuestro país. En el libro La bala no mata sino el destino: una crónica de la insurrección popular de 1952 en Bolivia (Plural 2012) intenté describir los intensos días de combate que se desataron en La Paz y Oruro en el marco de un levantamiento que puso fin a la presidencia de Hugo Ballivián e inauguró los sucesivos gobiernos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (1952).
Durante la insurrección, el barrio paceño de Miraflores fue testigo espantado pero ávido de combates intensos. La presencia del Cuartel General del Estado Mayor y del cerro de Laikakota, cuya altura y emplazamiento volvían estratégico para la acción militar, así como la conexión con el centro de la ciudad y la relativa cercanía al Palacio de Gobierno, predestinaron a Miraflores como espacio clave en el devenir de los sucesos.
En las primeras horas de la mañana del miércoles 9 de abril, en la Semana Santa de 1952, Miraflores presenció un intenso enfrentamiento entre civiles y militares. Irma Aliaga residía por entonces en el callejón Litoral, una callejuela cercana al cerro Laikakota, en pleno barrio miraflorino. Ella recuerda de esta manera cómo vivió el día del inicio de los enfrentamientos: “Nosotros planeamos ir a Achocalla porque era casi un fin de semana [era el feriado de Semana Santa], con unos amigos. Yo me levanté temprano. Arriba vivía la familia Morales y el hijo de los Morales, que tenía apenas 6 años -y seguramente copiaba la militancia de los padres-, era fanático movimientista y en el corredor de los altos él andaba con su bandera vivándolo a Paz Estenssoro. Yo me levanté temprano para ir a comprar pan, y él me dijo: ‘no salga doña Irma, la revolución está en pie, Víctor Paz triunfará’. Y como cada día me decía lo mismo, ‘ah, revolución en tu calzón’, le dije y me salí. Llegando al parque Triangular comenzó un tiroteo, para qué te digo, que tuve que llegar a gatas a la casa y no sabíamos qué pasaba y entonces comenzó la baleadura”.
Al parecer, estos primeros enfrentamientos fueron entre militantes del MNR, apoyados por carabineros, contra soldados de dos compañías del Regimiento Lanza, que salieron del cuartel del Estado Mayor. Las dos compañías tenían la misión de controlar Miraflores y estuvieron luchando en las inmediaciones del Parque Triangular durante casi todo el miércoles. Cuando ya se acercaba la noche, las tropas lograron avanzar hasta el Estadio, por un lado, y hasta el cerro de Laikakota, por el otro.
La lucha en Laikakota
“Yo estaba en el (Instituto) Geográfico Militar, estaba estudiando, tenía 16 años. Vinieron pues todos estos problemas con el MNR. Entonces nos sacaron. Habían dado el golpe y nos sacaron a nosotros hasta Laikakota, a las faldas; entonces ahí hemos estado toda la noche, resguardando. En Laikakota disparábamos, estábamos en la parte de abajo para poder tomar la Plaza Murillo y ahí nos hicieron retroceder”, relata Gonzalo Murillo, estudiante de ese instituto militar, a quien, junto a sus compañeros, los militares sumaron a sus filas.
El enfrentamiento en el cerro de Laikakota fue encarnizado. Los civiles lograron posicionarse en las alturas y una vez allí combatieron contra los militares que ofrecían resistencia desde la parte inferior.
Irma Aliaga recuerda esta intensa batalla: “Más o menos a las cinco de la mañana, a Laikakota botaron una bomba y se llenó nuestro patio de tierra, de arena y de piedras; yo me asusté. Mi hermano vivía a la vuelta, entonces comenzaron a venir los de la revolución a averiguar, porque había una ametralladora que no cesaba de atacar a Laikakota donde estaban los milicianos. Yo les dije ‘no hay’, pero había al fondo un coronel y al frente había otro coronel [que vivían en la parte trasera de la casa]. Yo les dije ‘no hay’ porque en ese momento tú no puedes delatar. Ellos decían ‘queremos ver quién es, porque no cesa la ametralladora’. Un coronel se metió por detrás, a la casa de mi hermano, y su mujer [del coronel] sacó todas las fotos del living donde estaba [vestido] de militar”.
Llegando al parque Triangular comenzó un tiroteo; para qué te digo, que tuvimos que llegar a gatas a la casa y no sabíamos qué pasaba, y entonces comenzó la baleadura.
“En Laikakota, arriba, habían abierto unas zanjas -continúa Irma-; ahí se protegían y de ahí empezaba la baleadura. Había otros que iban buscando porque todito el tiempo había una ametralladora que los fustigaba a los de arriba. Yo sólo vi a los revolucionarios que estaban arriba, y posiblemente los militares han sido los que han botado la bomba. Yo lo que me admiré es que uno con su canasta, seguramente llevando provisiones a los que estaban arriba atrincherados en Laikakota, subió en medio del balazo, se subió todito el cerro sin ni siquiera agacharse, y nosotros lo veíamos subir corriendo, teníamos miedo que ahorita le iba a caer una bala, pero él corrió con el mismo paso sin mirar atrás. Eso nos sorprendió”.
El combate en el cerro de Laikakota duró toda la noche del miércoles 9 de abril, y el jueves 10 por la mañana, los milicianos lograron hacer retroceder a los militares. “Nos faltaba poco para llegar a la Plaza Murillo para tomar el Palacio de Gobierno pero lo que pasó fue que se nos empezó a acabar todo, municiones, todo, y además no llegaron los refuerzos, así que tuvimos que retroceder y resguardarnos en el Estado Mayor”, recuerda Gonzalo Murillo.
Después de replegarse, los soldados se refugiaron en el interior del Estado Mayor. En su retirada siguieron combatiendo por las calles de Miraflores. La fuerza popular resultaba cada vez más numerosa y los soldados sufrían derrotas en cada esquina. La falta de refuerzos -ninguno de los regimientos de El Alto pudo llegar hasta el barrio de Miraflores- y el desorden logístico hacían que el bando de los insurrectos llevara las de ganar. En horas de la tarde prácticamente todas las tropas del regimiento Lanza ya se habían refugiado en el cuartel del Estado Mayor.
La toma del cuartel del Estado Mayor
En este lugar se libró una de las batallas más intensas de la insurrección. Los dos bandos combatieron hasta que los insurrectos entraron al edificio del Cuartel e hicieron prisioneros a los miembros de las tropas del Ejército que allí se defendían. Así cuenta estos hechos Gonzalo Murillo.
“Mientras tanto seguíamos combatiendo. Y los obreros, debajo de los muertos que bajaban en volquetas, se habían metido al Hospital General. Nos atacaban desde la placita que había al frente del Estado Mayor donde ahora es el Hospital del Niño. Hemos estado combatiendo casi un día y medio del Hospital al Estado Mayor”.
Durante el enfrentamiento en el Estado Mayor, los soldados intentaron escapar pero se vieron rodeados por los insurrectos. “Ha sido un combate fuerte, ha habido mucho muerto, hemos combatido bastante. A mí, mientras había todo este combate, me llevó un capitán para que haga un hueco y pueda escapar por ahí hacia lo que es ahora la avenida Zavaleta, pero no se ha podido porque han entrado los obreros. Era cosa seria como nos han copado”.
Al final, las tropas del Ejército no pudieron resistir y los insurrectos lograron tomar por la fuerza el Estado Mayor y entraron al edificio. “Al último se han entrado en gran cantidad y han tomado el Estado Mayor. Han rodeado, a nosotros nos han hecho formar una fila, a algunos los han matado”.
Mientras tanto, los combates seguían en toda la ciudad de La Paz. En Villa Victoria, en el Cementerio, en El Alto, los insurrectos iban acumulando triunfos hasta conseguir la victoria final el 11 de abril. Irma Aliaga recuerda: “Bajaban a toda carrera con sus fusiles porque ya seguramente les habían dicho que todo terminó. La gente les aplaudía”.