Alguien le toca el hombro y le pregunta quién es. Él responde: Carlos Pabón y Carmela de Pabón son mis patrones.
Han pasado tres años desde que visité a mi abuelo y ahora estamos sentados frente a frente. Noto cómo sus ojos se pierden en el vacío del cuarto, volteo a ver qué es lo que mira, no es nada, doy vuelta y esboza una sonrisa. Suelto la primera pregunta: ¿Qué recuerdas del 52?
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Este canchón es muy grande, igual, hay demasiada gente. Lo único que veo desde la puerta es la Universidad. Ya es una semana que estoy aquí porque el patrón ofreció criarme y trabajar con él. Por las mañanas iré a la carpintería y por las tardes a la escuela. Tal vez esté bien fuera de la hacienda.
¿Por qué una carpintería? Si por visitarlo la gente le paga bien, fuma mucho, pero eso hacen los brujos como él. Igual, me molesta despertar para ir por sus cigarros, hoy me llamaron a las tres sólo para eso, por suerte la tienda de Don Félix está cerca y por miedo a que le roben atiende por una ventanilla.
La señora prometió no tardar mucho, pero siempre es así. Tardan más cuando venimos con el patrón. Tengo que esperar porque ellos confían en mí, por eso los acompaño hasta La Paz. Desde que mi padre ya no quiere trabajar en la hacienda tengo que venir yo. Con la familia Pabón me va mejor.
Recuerdo el último día de trabajo de mi padre, él discutía con Pinto, el capataz, Pinto estaba con un chicote y lo golpeó. Desde entonces, mi padre se metió en la casa que tenía su familia y no salió más. Entonces mi hermana y yo empezamos a ponguear, igual ya estábamos grandes. No puedo distinguir lo que dicen, gritan mucho. Hace rato que no distingo a la patrona. Yola, la cocinera, me explica que es por la revolución, que les quitarán tierras a los patrones. Yo no entiendo de eso. Veo cómo arman filas y se anotan en una lista. Yola dice que se irán a Santa Cruz, que hay terrenos ahí.
Yola, la cocinera, me explica que es por la revolución, que les quitarán tierras a los patrones. Yo no entiendo de eso. Veo cómo arman filas y se anotan en una lista. Yola dice que se irán a Santa Cruz, que hay terrenos ahí.
Un señor me toma por el hombro, pregunta quién soy. Carlos Pabón y Carmela de Pabón, le digo. Ellos son mis patrones. La patrona y su hija nos esperaban para irnos. Yola y yo nos levantamos y caminamos hacia la puerta. Al salir escucho las campanas de la misa, quisiera ver si la iglesia es más grande que la que tienen los patrones allá, a ver si aquí me dejan entrar.
Nos encontramos con el patrón y empiezan a hablar, confirmo lo que Yola me decía, se irán a Santa Cruz. ¿Qué haré entonces? ¿Regresaré a vivir con mi padre? Los hijos del patrón me miran preocupados, dicen que me dejarán una hectárea de tierra ¿Para qué me sirve una hectárea? Prefiero quedarme en la ciudad.
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El perro empieza a ladrar, lentamente Juan deja la silla donde estaba sentado. Al momento que él abre la puerta y sale, yo cierro la libreta, entiendo que la entrevista terminó. En el patio él se sienta en un banco de madera. No parece tener preocupaciones, ninguna que lo moleste. Ha sufrido como cualquiera que haya llegado a La Paz desde tan lejos. A veces se queda mirando hacia la nada, por sus ojos veo que recuerda algo, por eso se encoge de hombros, se frota las manos y al frotarse la cara, ese mal recuerdo muere.
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Este texto fue seleccionado en la convocatoria de Rascacielos a sus lectores, para escribir juntos la Memoria familiar de la Revolución de 1952.