Una trabajó como portera en escuelas de La Paz y El Alto. La otra partió a Europa siendo muy joven. Muchos años después, cada una por su lado supo que tenía una hermana al otro lado del mar. El reencuentro fue una necesaria despedida.
Ilustración de Manuel Apaza
El sábado 25 de julio de 2020, Julia Condori Zacarías libraba una batalla contra la diabetes en medio de los hospitales de La Paz y El Alto colapsados por los centenares de enfermos por el coronavirus. De pronto, una llamada desde Londres por parte de una hermanastra a la que nunca conoció, se convirtió en un verdadero tanque de oxígeno para esas horas difíciles.
Ese mediodía, su rostro demacrado por la enfermedad se iluminó, su corazón se alegró y su cuerpo tomó una bocanada de optimismo para plantarle pelea a la muerte. “Hola, Julia, soy Mary Carmen, tu hermanastra. No nos conocemos, pero escucha, corazón mío, yo sé que estás pasando un momento muy difícil, pero debes estar siempre positiva, no pierdas las esperanzas, ni tampoco la fe, poco a poco te recuperarás”, le dijo Mary Carmen Blanco, de 66 años, que vive en Europa hace más de cuatro décadas.
Julia, una mujer de pollera jubilada del Magisterio, nunca había hablado con Mary Carmen, una de sus hermanas por parte de su difunto padre, hasta ese sábado. Cuatro años atrás había escuchado que a 9.900 kilómetros de distancia de la ciudad de La Paz, en la capital inglesa vivía una familiar suya; no tenía más datos y menos su teléfono celular para contactarla.
“Hola Julia, soy Mary Carmen, tu hermanastra. No nos conocemos pero escucha, corazón mío, yo sé que estás pasando un momento muy difícil, pero debes estar siempre positiva, no pierdas las esperanzas, ni tampoco la fe, poco a poco te recuperarás”
Ni siquiera en 1984, cuando murió el padre biológico de ambas, Celestino Blanco, uno de los primeros camioneros que viajó por los serpenteantes caminos a los Yungas en la segunda mitad del siglo XX, supo de la existencia de Mary Carmen. Fue en 2016 cuando le llegó la noticia de que tenía una hermana en Europa, no obstante, jamás pudieron hablar. Pese a ello, Julia siempre se refería con orgullo a la ‘Negrita”, como después llamaron a Mary Carmen sus familiares en Bolivia, antes de que partiera al Viejo Continente para estudiar, primero en España y luego afincarse en Inglaterra.u esposo Rob
Por eso la comunicación por WhatsApp de ese sábado 25 de julio al mediodía, hora de Bolivia, 18:00 en la capital londinense, adquirió mayor relevancia para Julia, pues eran horas en las que peleaba por vivir. Estela, una de las dos hermanas de Julia, mantenía contacto con Mary Carmen y fue ella quien hizo posible aquel contacto.
Esos días de julio, cuando los casos de Covid en Bolivia treparon a más de 80.000, en los hospitales se resistían a atender a enfermos de diabetes ante la sospecha de que también tuvieran el coronavirus. En esa situación, los hijos de Julia se dieron modos para conseguir los escasos medicamentos en el mercado local, mientras toda la familia rezaba a Dios por su restablecimiento. Muchos de los 90.000 enfermos de diabetes existentes en Bolivia (2016), durante la pandemia ya no accedieron a sus medicamentos.
“¡Gracias por llamarme! ¡Gracias hermanita!”, alcanzó a decirle Julia a su hermana Mary Carmen, con la voz debilitada y entrecortada por la enfermedad. Desde el otro lado del mundo se escuchó: “Vamos a salir de esta con la ayuda de Dios y la virgencita de Copacabana; ella siempre nos cuida, por eso, cariño mío, adelante y no tires la toalla. Te mando todas mis energías positivas. Tú, tranquila, no te pongas a llorar”. Julia oía con atención tendida sobre un colchón en la terraza de su casa en la ciudad de El Alto. Con el sol como testigo, ambas quedaron en volver a hablar de su padre, de los otros tres hermanos, de los nietos y de cómo fueron sus vidas estando separadas.
Al día siguiente, el domingo 26, Julia despertó optimista; incluso se antojó una salteña y sus hijos le prometieron que en un par de días todos disfrutarían de ese manjar. Al mediodía bromeó, pero a las 16:00 nuevamente se descompensó. Sus hijos le dieron sus medicamentos y llamaron para ver si había espacio en algún hospital, pero todos estaban repletos y otros pedían el examen del Covid-19. Sobre el final de la tarde, su salud se deterioró aún más.
La familia entera empezó a rezar, mientras Julia recomendaba cosas a cada uno de sus hijos, como sospechando que perdería la batalla contra la diabetes. Esa noche el frío arreció en El Alto como un mal presagio, y a las 21:20 Julia Condori Zacarías se convirtió en un ángel que partió a la eternidad. Tenía 72 años cumplidos.
Julia y Mary Carmen nunca pudieron conocerse personalmente. Ambas crecieron con padrastros diferentes. Mientras la primera empezó a trabajar como portera de escuelas y colegios de La Paz y El Alto, la segunda partió a Europa a sus 20 años. Nunca hablaron hasta ese sábado 25 en las últimas horas de Julia, que en la agonía de su vida pudo por fin conocer, al menos por teléfono, a la hermana que le faltaba para finalmente partir en paz.