¿Qué pasa cuando mujeres creativas, artistas, se juntan con un objetivo común? Pues, por ejemplo, como se vio en Portunholas, pueden conformar una suerte de comunidad, un círculo seguro de acompañamiento amoroso, respetuoso y por ello mismo efectivo, ha atestiguado la literata Lourdes Reynaga, que intenta aquí reflejar la experiencia.
—Yo he venido a tomar un taller de crítica literaria, no a hablar de feminismo. Si quieren hablar de esas cosas, váyanse a una de sus reuniones de mujeres.
El tono del hombre es contundente. Dentro de mi espacio de trabajo no es la primera vez, ni será la última que deba encontrarme con este tipo de respuestas –que se niegan a leer o entender cualquier cosa que provenga de mujeres, tildándolas de feminismo (de forma peyorativa)–. Sobrepasar la violencia de los estudiantes, de los colegas y de los jefes, a fin de poder desarrollar el trabajo para el que finalmente te contratan, termina volviéndose un gaje del oficio más. Y no debería ser así.
Sin embargo, cabe preguntarse, si así son los espacios de trabajo mixtos, ¿qué pasa cuando nos juntamos entre mujeres?
El laboratorio
—Este proyecto, Portunholas, no tenía como objetivo formalizar la presentación de una obra; sí, ser el proceso de escucha, un proceso de construcción de intimidad, un proceso de práctica amorosa, un proceso donde nosotras pudiéramos intercambiar nuestras experiencias de vida, nuestro cotidiano —dice Bianca Bernardo comenzando la presentación del proyecto que ella y otras tres curadoras –Claudia Cassarino, Claudia Coca y Keyna Eleisson– han regido a lo largo del último año. Aunque, quizás, la palabra “regir” no sea la más apropiada para hablar de un trabajo tan particular.
Portunholas – Laboratorio de mujeres artistas en las fronteras de Sudamérica se presentó como propuesta en 2021 y fue apoyada por el Goethe Institut-La Paz, en el marco de las actividades circunscritas a El Siglo de Las Mujeres, proyecto de mayor envergadura que propone visibilizar el trabajo de las mujeres en rubros vinculados al arte y cuyas actividades se desarrollan en el cono sur de América. La perspectiva, así, parte, por un lado, del feminismo (los feminismos, quizás valdría aclarar) y, por otro, de una mirada descolonizadora.
Todavía no lo sé, pero en las siguientes semanas revisaré las carpetas, estudiaré el trabajo de las curadoras, entenderé los procesos de los grupos de artistas mientras las palabras de mis amigas me resuenan en la mente, mientras la complejidad que habla de distintos feminismos, de interseccionalidades de clase, de reflexiones que problematizan el lugar de la mujer y su papel en una sociedad no pensada para ella, me conflictúan más a cada momento.
Es que imaginar la construcción de estructuras propias asusta. Resignificar esa suerte de guetos a los que hemos sido destinadas para, a partir de ellos, insertarnos en los espacios que históricamente nos han sido negados, es de temer. Sin embargo, al menos a las Portunholas esto parece fascinarles.
12 artistas
Bajo el nombre –hermosamente formado por vocablos que aluden a las dos lenguas madre que acogen a las integrantes– se reunieron doce artistas de diferentes nacionalidades. A partir de la temática de sus trabajos o de las perspectivas que los orientan, se establecieron cuatro grupos, cada uno a cargo de una de las curadoras. Así, bajo la curaduría de Claudia Cassarino (Paraguay), estuvieron: Leticia Alvarenga (Paraguay), Marisol San Jorge (Argentina) y María Fernanda Laso (Perú). A cargo de Bianca Bernardo (Brasil) estaban: Mayeli Villalba (Paraguay), Wara Vargas (Bolivia) y Areli Amaut Gomez (Perú). Apoyadas por Claudia Coca (Perú) resultaron: Aldair Indra (Bolivia), Cecilia Cavalieri (Brasil) y Pau Delgado (Uruguay), y trabajaron junto a Keyna Eleisson (Brasil): Pao Lunch (Argentina), Natalia Iguiñiz (Perú) y Sofía Torres (Argentina).
Las diversas temáticas abordaron cuestiones como el antiespecismo, la resignificación de la leche, la espiritualidad, la rememoración del pasado con vistas hacia el futuro, el corazón de los objetos y la potencia de la palabra como configuradora de sentidos (a partir del chisme). No es menor, ni como propuesta artística ni como gesto político, el generar un espacio de diálogo que, en palabras de Keyna Eleisson, es “femenino, pero no feminizante”, una expresión que se traduce en la apertura a integrantes no binarias, a la aceptación de identidades no tradicionales.
—Se han venido con todo —me digo mientras la escucho.
El silencio como potencia creadora
Soy una persona callada, siempre lo he sido, más en lo personal que en el trabajo, pues éste me obliga a hablar muchísimo y, por él, también he aprendido a no mostrar ciertas emociones. Parte de mi educación ha abarcado pequeños trucos para no ser atrapada exteriorizando esas “incómodas emociones femeninas”, entendiendo que el llanto se lee como una falta de profesionalismo, que las explosiones se interpretan como una carencia de madurez y de preparación. Por ello, enfrentarme con la propuesta de Portunholas ha implicado poner en tela de juicio todos mis aprendizajes.
—Preferiría que alguien más hable de mi proyecto —afirma con suavidad la artista boliviana Wara Vargas, cuando toca la presentación de su trabajo. Continúa, sin embargo, y adopta un tono interesante, agradable, a juego con las demás expositoras.
Hacia el final de la presentación, se quiebra mientras responde una pregunta que evidentemente le produce dolor. Sentada casi al fondo de la sala, voy sintiendo que las lágrimas también me suben por la garganta y entierro las uñas en la piel de mis manos para contenerlas, para que no se atrevan a nacer.
El milagro sucede; lejos de asumir de mala manera el suceso, las mujeres de la testera respaldan a Wara, la apoyan, conforman una suerte de comunidad, un círculo seguro, explican y responden la pregunta, no la abandonan. Ponen, quizás, en escena, cómo ha sido el acompañamiento en el desarrollo de sus proyectos artísticos. Un acompañamiento amoroso, respetuoso y por ello mismo efectivo. Lejos de la academia literaria, el ámbito de formación del que provengo, que te exige mutilar esa parte y endurecerte, que te prepara para medirte de igual a igual con un hombre (lo que incluye la resistencia ante varios tipos de violencia), la expresión de humanidad que ha guiado el Laboratorio me parece increíble, casi inverosímil.
El gran logro de estas mujeres involucra la creación de redes articuladas a partir de todos esos aspectos que siempre se asumieron como negativos, como casi minusvalías femeninas. El silencio, la sensibilidad, la comunicación a partir de una mirada diferente tomada como inferior, han servido para orientar un proceso que sigue su curso, que se perfecciona, que acepta el cambio, que aprende a trabajar en comunidad y que, finalmente, busca continuar generando más y más “reuniones de mujeres”.