Como docente, como actor, como testigo de un tiempo en el que la escuela parece estar peor que hace 30 años y cuando la poesía parece haberse retirado incluso del mundo, una vieja película, La sociedad de los poetas muertos, con un actor al servicio de la historia, del personaje, mueve al autor a imaginar que tal vez dicha poesía esté esperando el momento propicio para renacer.
Tras morir ahorcado de una manera que él mismo había planeado, nadie se paró sobre un pupitre para despedirlo. No hubo nadie mirándolo irse y repetir: “Oh, Capitán, mi capitán”.
Robin Wiliams había atravesado la frontera del humor hacía mucho tiempo y ya no podía ocultar su tristeza haciendo reír a los otros. Lejos habían quedado esos personajes, como el extraterrestre de Mork y Mindi, o el locutor de Buenos días, Vietnam. Christofer Nolan lo había llamado para que coprotagonizara con Al Pacino la película Insomnia, tomándolo como un actor serio.
Ya cargaba el premio sin apellido, pero sobre todo había, de diversas maneras, hecho reír a una cantidad muy grande de seres humanos; su sola presencia había traído alegría. Lo curioso es que esa felicidad que brindó no pudo, al parecer, modificar su profunda tristeza y eligió morir antes del tiempo que la enfermedad le tenía asignado.
A finales de la década del 80, Robin Wiliams interpretó al profesor Keating en La sociedad de los poetas muertos. El guionista había recreado los años 50 y después de muchas idas y venidas los estudios eligieron a Robin Wiliams para interpretar al protagonista. Al estrenarse el film, el profesor de literatura que encarnaba era un modelo de una educación que posiblemente se necesitaba. En la Argentina había apenas siete años de democracia y abundaban los profesores como el que en la película enseña latín y que repite “Agrícola, Agrícolis”. Keating era todo lo contrario y algunos que habíamos optado por la docencia repetíamos ciertos gestos de Wiliams con la expectativa de construir con ello una sociedad con poetas vivos.
Para mí, el momento más potente de la película sucede cuando Keating se para sobre el escritorio y observa el aula desde esa altura: desde allí llama a sus alumnos y los convida a pisar la madera del escritorio con objeto de obtener al menos otro punto de vista. En su momento, ver esa escena me produjo estremecimiento. A finales de los años 80, el mundo necesitaba al menos otro punto de vista; treinta años después eso ya no parece ser necesario. Este mundo, que al parecer tiene infinitos puntos de vista, sólo deja ver dos: a favor o en contra. No aparece la posibilidad de poner un escritorio y subirse para confirmar si no hay algo más en el horizonte.
A finales de los años 80, el mundo necesitaba al menos otro punto de vista; treinta años después eso ya no parece ser necesario. Este mundo, que al parecer tiene infinitos puntos de vista, sólo deja ver dos: a favor o en contra.
Mi hija pequeña me sorprendió hace unos días con una pregunta: “Papi, ¿vos viste La sociedad de los poetas muertos?”. Me incliné por curiosear su interés. En Instagram, me dijo, habían puesto cinco películas que motivaban a estudiar. Nos reunimos a verla. Tenía, mientras la película de Weir comenzaba, la sensación de que el film no podría transitar el tiempo de mi hija. Pero lo hizo. Mientras la emoción me sobrepasaba, pude verla secarse las lágrimas.
Actuar es…
Treinta años después observo otras cosas. Veo a Wiliams actuar, encarnar a ese profesor entusiasta y no puedo dejar de pensar en qué le pasaba mientras actuaba. Hay una escena que lo descubre: es el momento en que Neil, el muchacho que hubiera deseado cambiar el mandato familiar y dedicarse al teatro, es encontrado por Keating. El día anterior el joven visitó al profesor en su cuarto para contarle que amaba actuar y que sus padres se lo prohibían, entonces Keating le había pedido que les cuente, que no dé por sentado nada, que trate de hablarles. El muchacho está seguro de que no van a escucharlo, pero Keating parece convencerlo. No hay una escena intermedia que muestre lo que hace el muchacho. Al otro día, cuando Keating se le acerca y le pregunta si pudo hablar con sus padres, el chico le dice que ya lo hizo y se esfuerza por ser convincente, Keating asiente e intenta una sonrisa que le queda corta. La mirada tierna y transparente de Wiliams le ayuda a Keating a ser condescendiente.
El tiempo ha pasado y, ver la película ahora me ha hecho recordar a Robin Wiliams. Escribir esto parece ser el modo en que me subo a un pupitre para despedirlo, para decirle gracias por algunas de las emocionantes y vitales cosas que hizo mientras estuvo vivo.
Peter Weir elige, no sin intuición, que veamos a Wiliams actuar lo que siente con respecto al joven. Indudablemente sospechamos que Keating sabía que le estaba mintiendo. Por más que el joven ensaya el mejor de sus gestos alegres, Keating no le ha creído. Ahora que veo la película y sé que Robin Wiliams está muerto, algo me hace preguntarme si su propia vida no le permitió en ese momento reconocerse en el joven suicida que había elegido mentir lo que sentía, alegremente. La respuesta puede que sea negativa. Estoy a un paso de afirmarlo tajantemente. Esta afirmación surge de una entrevista con el joven tímido Ethan Hawke, quien tenía 18 años cuando fue parte de La sociedad de los poetas muertos encarnando a Todd Anderson. Al rememorar la filmación, Ethan recuerda a Wiliams como un hombre que irradiaba alegría, que inundaba el set con chistes y ocurrencias; pero que no es eso lo que de Wiliams lo marcó.
Para situarnos en la historia, el profesor Keating les propone a sus alumnos que preparen un poema que deberán leer en voz alta. Para Todd se trata del castigo más grande que pueden inferirle, pues el joven es la encarnación de la timidez. Ethan siente la capacidad de hacer el personaje, ya que ha estudiado el teatro de Stanislavsky y está seguro de estar preparado para internarse en la oscuridad insondable de la timidez humana. Sin embargo, las intervenciones fuera del guión que hace Wiliams lo perturban, no le permiten tomar el control de su personaje. En un momento crucial, Keating llama al estudiante a la palestra para que declame, y lo saca del guión, lo mueve, lo perturba; Weir mueve la cámara tras un Wiliams poseído por el personaje y que logra desarmar las estructuras de ese muchacho que no puede decir nada porque todo lo que tiene que decir lo supera. Quienes observamos la película, advertimos que la escena está muy bien lograda. Estamos convencidos de que el muchacho fue destrabado por Keating, pero lo que no sabemos es que Ethan Hawke , el actor, fue destrabado allí por Robin Wiliams.
¿Puede entonces el arte no ser la celebración del ego? Ethan Hawke está seguro de que no. ¿Acaso Robin Wiliams se perdía también entre sus personajes? ¿Hasta dónde se perdió dentro del profesor Keating?
Muchos años después, Hawke contaría que esa escena cambió para siempre su concepción de la actuación, no ya como “la celebración del ego”, sino para dejarse llevar por lo otro, sea esto el personaje o la historia. Son sus palabras: “Es algo que he perseguido toda mi vida desde ese día con Robin, es esa manera de perderte a ti mismo. Esa manera de perderse dentro de una historia, una historia que está al servicio de algo mucho más allá de ti. Yo lo sentí en La sociedad de los poetas muertos”.
Esa confesión nos llena de cuestionamientos a quienes desde algún punto de vista hemos elegido el trabajo artístico. ¿Puede entonces el arte no ser la celebración del ego? Ethan Hawke está seguro de que no. ¿Acaso Robin Wiliams se perdía también entre sus personajes? ¿Hasta dónde se perdió dentro del profesor Keating? ¿Hasta dónde jugó en el set de filmación junto a una decena de jóvenes que años después continuarían pegados a Hollywood? Podemos preguntarnos algunas cosas más: ¿Estaba en el guión original que a la hora de explicar las opciones para interpretar a Shakespeare Keating imitara a diversos personajes de la historia del cine? La respuesta cae de madura: No. Fueron participaciones libres de Wiliams dejándose llevar. Lo llamativo es que Weir las dejara en la película junto a las reacciones de los actores jóvenes. ¿Por qué lo hizo? Lo hizo porque sabía que funcionaba y porque poco importaba si temporalmente imitar a Marlon Brando haciendo El Padrino fuese una falla temporal insalvable.
El retorno de la poesía
Ver a Wiliams en esa película sigue siendo un regalo, incluso en este tiempo en el que la escuela, como institución, parece estar peor que en el tiempo que retrata la película y cuando la poesía parece haberse retirado incluso del mundo: tal vez, imagino, esperando un momento propicio para renacer.
El día que se supo la noticia del suicidio de Williams, Ethan Hawke se recluyó en sí mismo y en soledad repitió el texto que su personaje hizo en la película, es decir repitió el poema en que Wiliams lo hizo perderse de sí mismo y entrar al personaje. Ése fue su homenaje. Coincidentemente, en la película, cuando el profesor Keating es despedido, el personaje de Ethan es quién le confiesa que todos fueron obligados a firmar un documento para despedirlo. Desde la puerta de salida, el profesor Keating sonríe con una profunda tristeza mientras afirma que imaginaba esa situación. Es entonces cuando Todd, el muchacho tímido, sin importar que el director del colegio lo cerque, se sube al pupitre para llamarlo con los versos con que el viejo Walt llamó a Lincoln.
¡Oh Capitan! ¡Mi capitán! van diciendo algunos muchachos, mientras Keating observa desde la puerta emocionado y agradecido.
El tiempo ha pasado y, ver la película ahora me ha hecho recordar a Robin Wiliams. Escribir esto parece ser el modo en que me subo a un pupitre para despedirlo, para decirle gracias por algunas de las emocionantes y vitales cosas que hizo mientras estuvo vivo.
Soy docente de secundaria, a esa película la vi con mis alumnos hace muchisimos años queriendoles mostrar que puede haber una manera de aprender y enseñar de una manera diferente. Yo también quise emular a Keating. No sé si me salió, pero lo intente.
Gracias por escribir este artículo, me siento identificado por el sentimiento que causo en muchas personas y en especial a docentes el personaje del profesor Keating y la persona de Robin Wiliams.
Sergio contesta: Jorge guardo tu comentario con alegría.
Hola Jorge, gracias por comentar mi artículo. Compartimos ese recuedo. Salud y alegría
Excelente Sergio… Desde que vi esa pelicula, de adolescente, calculo que por el año 96, Robin Williams paso a ser como un ídolo en mi vida, luego de emocionarme profundamente con el valiente profesor Keating.
Gracias por traerlo de nuevo en este hermoso relato. Creo que pronto voy a sugerir a mi hija ver juntas esa peli. Gran idea!
Saludos!
Natalia.
Sergio responde: Gracias Natalia , mirala con tu hija y después me contas.
Ojala ya la hayas visto Natalia. Gracias por comentar
Muy bueno .gracias Sergio
a vos