¿Dónde acaba un abuelo de espíritu carnavalero que persigue a una banda de músicos?

Era, como no podía ser de otra forma, en un carnaval de hace siete años, y había hecho un pacto con los músicos carnavaleros. (Esos músicos que -como apariciones de santos- siempre prometía a todos los nietos que veríamos y nunca lograba traerlos para nosotros). Con una cerveza en la mano y otra oculta en el bolsillo izquierdo, bailó este abuelo nuestro hasta julio, siguiendo a la banda y a los sicuris a donde le amanecieran los días, entre La Paz y Sucre, siguiendo siempre a los músicos, como era el pacto, todos lo vimos.
A partir de allí, creo que los músicos murieron. Pero, como a pesar de la muerte -que no es otra cosa que un cambio de botella para la energía- los músicos seguían tocando, este abuelo nuestro de espíritu carnavalero no pudo desairarles, volcó sus ojos celestes (suvenires de su padre, junto con la gran nariz) y se fue a seguir bailando tras ellos. Desde entonces sigue allá -no se le acaban nunca las cervezas- dice, a veces tenemos noticias de él, desde La Paz, desde Alemania, desde Sucre, desde Brasil, desde España, desde Chile, desde Santa Cruz y desde su nunca conocida Italia también. Sigue bailando el carnaval infinitamente. Todos lo seguimos viendo.