¿Qué impulsa a un grupo de saya integrado solamente por mujeres? Es una expresión de la lucha, dice María Teresa Zabala, música y poeta que sueña, como otras mujeres aquí y en otros lares, con libertad e igualdad.
“Hoy rompemos estereotipos, hoy el mundo ya cambió”.
Así va la letra de una canción de ritmo contagioso. Mi cuerpo se mueve automáticamente y siento que los golpes del tambor me llenan de energía o de adrenalina, no sé cómo explicarlo; simplemente lo disfruto y entonces me percato de que el grupo musical es de mujeres, todas alegres, sonrientes, de figuras hermosas, tanto como las canciones que hablan de igualdad.
Una de ellas llama mucho mi atención. Se oye segura y feliz en el fragmento del video que estoy presenciando. Algo me dice que la he visto en algún otro lugar.
“Somos la primera saya afroboliviana conformada únicamente por mujeres […], por la inquietud de querer el empoderamiento de la mujer afroboliviana a través de la cultura, nosotras tenemos la saya como bastión de lucha”, dice.
¿Por qué solo mujeres? ¿Quiénes son? Quiero saber más mientras muevo los hombros en un intento fallido por imitar sus movimientos.
Busco a María Teresa Zabala en Facebook. Me entero de que es madre sola, que compone y escribe, que ayuda a sus amigas en sus emprendimientos, que tiene uno propio de productos naturales y que además lidera el grupo afrofemenino en busca de la igualdad de género. Debo entrevistarla, aunque ella viva en Santa Cruz. Creo que es de esas mujeres que inspiran y no conocerla sería como negarme a mí misma.
¿Qué capa, no?, me digo en voz alta mientras le mando una solicitud de amistad. En tanto ella me acepta, busco otras opciones de contacto. “Lo conozco pues al Gabriel, lo he visto con los de la saya en el Male (Malegría)”. Él es un amigo afroboliviano y yo estoy convencida de que me ayudará con el número de María Teresa.
“Yo te puedo asegurar que a un 90 por ciento de los varones no les pareció bien” que las mujeres hagan música solas. “Cuando comenzamos los ensayos recibimos el apoyo de cuatro varones solamente”.
Conocí a Gabriel hace cinco años, cuando lo saludé a la salida del boliche, con mi sonrisa de oreja a oreja y aplaudiendo a los músicos y danzarines más que emocionada después de haberme movido al ritmo de la saya toda la noche. Me contacto con él y me sugiere buscar a uno de los primeros integrantes de la saya de La Paz: don Omar Barra.
Él es uno de los integrantes de la organización matriz del pueblo afroboliviano, que tiene como razón de ser el hacer valer los derechos individuales y colectivos. “Fue creada para unirnos a los afrodescendientes, pues todos estaban por aquí y por allá”, dice con una voz ronca, como la que causa un fuerte resfrío.
“Las mujeres han sido las precursoras de la saya, las que la han rescatado; estaba desapareciendo y ellas han sido las primeras presidentas de los grupos y organizaciones. Muchas han ido a la comunidad de Tocaña para que las abuelas les enseñen más de la cultura y de la saya”, me cuenta don Omar. Me siento orgullosa y le pregunto qué opina de que las mujeres quieran ser líderes de los grupos. “No es algo malo para nosotros; las mujeres ya tocaban antes y lo hacen bastante bien, también como voces principales y bailarinas”. Eso sí, añade, “siempre les hemos dicho que lo hagan con su ropa de mujeres, ellas lo están haciendo con la vestimenta de varones, como machas sayeras”, se ríe sutilmente.
Me despido y me doy cuenta de que ¡no le pedí el contacto de María Teresa! Pero entonces veo que ella aceptó mi solicitud de amistad, así que la contacto y luego de unas palabras de explicación de mi interés y admiración, quiero saber cómo han tomado los varones afros esa iniciativa femenina.
“Yo te puedo asegurar que a un 90 por ciento no le pareció bien”, me sorprende. “Cuando comenzamos los ensayos recibimos el apoyo de cuatro varones. Los líderes de grupo les dicen cosas a los otros para influenciar negativamente y así nosotras perdemos el apoyo”, cuenta con una voz dulce que deja sentir frustración y algo de pena en su acento cambita.
“Apoyadas por compañeras feministas de Santa Cruz empezamos a hablar de feminismo, a contarles a las hermanas afrobolivianas qué es, qué significa, para qué es el feminismo, cuál es su razón de ser”, se entusiasma.
“Quiero asumir un liderazgo trasformador en el que yo pueda mover a que las mujeres crean que es posible un mundo mejor, que no es sólo una utopía”. El argumento de María Teresa es contundente: “Si mi pequeño mundo ha cambiado ¿por qué no puedo ayudar a generar cambios globales?”.
Después de dos encuentros a larga distancia, sé más de María Teresa. Ella tiene 39 años y es mamá de dos jóvenes: Dulce María de 20 años y Josué de 18. Nació en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra; hija de padre yungueño y de madre indígena de Sucre, vivió una infancia rodeada de principios, valores y costumbres tanto del oriente como de occidente de Bolivia.
“Recuerdo haber sido una niña que nunca se callaba y que siempre decía lo que le parece”, se describe. Entonces no le ponía un nombre a su actitud, pero ahora lo sabe: “Me doy cuenta de que en realidad siempre fui feminista, mi abuela fue feminista, mi mamá fue feminista, pero ellas nunca lo supieron; a ellas no les pusieron una etiqueta, pero estar dentro de la lucha feminista es estar en un lugar donde yo necesito estar para ayudar a otras mujeres”. Su propia experiencia fue difícil pese a su rebeldía, reconoce, pues sufrió toda clase de violencia por parte del padre de sus hijos, “por eso quiero ayudar, pero no a través de mi dolor, sino de lo que aprendí, de en quién me convertí que es lo que me impulsa a estar en la lucha, no solamente como una mujer afro, sino como mujer”.
María Teresa lucha y sueña en grande. “Dentro de mis sueños está el prepararme como una speaker, para que con mis palabras pueda generar el cambio en muchas personas, mujeres en realidad; quiero asumir un liderazgo trasformador, en el que yo pueda mover a que crean en que es posible un mundo mejor, que no es sólo una utopía”. Su argumento es contundente: “Si mi pequeño mundo ha cambiado ¿por qué no puedo ayudar a generar cambios globales?”.
Una mujer poeta
Rojo dolor
Símbolo de la sangre
ROJO
Es rojo del dolor
injusticia sufrida por los ancestros
de las heridas en el cuerpo de mis abuelas
de las violaciones a las mujeres en las plantaciones
de los abortos de niñas y mujeres, ordenados por otras mujeres de las lágrimas de los pequeños a quienes le arrebataron su inocencia,
de las plantas de los pies de los cimarrones huyendo
a raudales de la esclavitud
en los troncos de castigo por osar comer un pan
a las mujeres por amamantar a sus hijos propios
antes que el de sus amos y patrones.
A la fuerza
con golpes
con quemaduras en sus frágiles cuerpos
Rojo de toda la sangre derramada a lo largo de la historia.
Rojo dolor
que ahora
nos da fuerza.
Rojo dolor es el primer conjunto de versos del poemario que María Teresa escribió y que presentó en la Feria del Libro en Santa Cruz de la Sierra, en diciembre de 2020. “Quiero seguir escribiendo, quiero sacar una novela, escribir otro libro, otro poemario, para que cuando las personas me lean se sientan identificadas’’, dice.
Mientras leo el poemario de María Teresa recuerdo a Ryszard Kapuściński, el reportero polaco del siglo XX que se convirtió en escritor después de un viaje a Angola durante uno de los momentos más críticos de ese país que sufrió la explotación de seres humanos en aras de la esclavitud. El cronista presenció la lucha de miles de africanos y publicó Un día más con vida, libro que se tradujo en una película animada que reproduce el contexto de la Revolución Angoleña de 1975.
Una de las protagonistas de esa historia de la vida real es Carlota, combatiente de 20 años a la que asignaron como escolta de Kapuściński para llegar a la guerra en Balombo. La joven era fuerte, carismática y bella, de la que todos se enamoraban. ‘’Quiero tener hijos, pero antes debemos ganar esta guerra, quizás un día leeré sobre mí’’, le dijo al escritor polaco mientras posaba con un arma a la espera de ser fotografiada. Pienso en ese pasaje de la película y busco la fotografía de Carlota; me doy cuenta de que al principio no pensaba en María Teresa, pues realmente no la conocía, y en su lugar imaginaba a esa mujer angoleña valiente y luchadora.
En la película, Carlota es el alma del grupo y está preocupada por la niñez. En la última conversación que tiene con el periodista, le dice: “No dejes que nos olviden”, dejando al polaco la gran misión de perpetuar la dura historia de un país que tuvo que pelear para ser libre y la de sus protagonistas que entregaron sus vidas por ello.
La historia de Carlota, la combatiente de amplia sonrisa, podría ser la de muchas buscadoras de igualdad y libertad de América Latina, como lo es María Teresa. No sería descabellado para un escritor de ficción pensar que Carlota es una de los antepasados de María Teresa; que ambas llevan la lucha corriendo por sus venas: que una peleó con armas y que la otra usa la saya, su arte y su voz.
Digo que no sería descabellado soñar con esa hermosa coincidencia por el parecido de sus amplias sonrisas, de los hoyuelos que aparecen en sus rostros al sonreír, de su ímpetu, de su hermoso cabello ensortijado que, como dice María Teresa en uno de sus poemas, es su herencia, es su corona, es su identidad.
Carlota, que dio nombre a la operación militar cubana en Angola, fue una esclava negra de origen lucumí que lideró una sublevación de esclavos en el ingenio azucarero Triunvirato, provincia de Matanzas, el 5 de noviembre de 1843. Ella murió y fue descuartizada por sus verdugos por el delito de querer ser libre. Hoy son muchas las mujeres que continúan con esa lucha también en otros escenarios, como María Teresa, la afroboliviana.