¿Qué diría Claude Lévi-Strauss si visitara la Feria de Alasita? Si bien él, como cualquier niño en prácticamente todo el mundo jugó con juguetes que son, claro, miniaturas: objetos y seres mágicos al alcance de cualquier niño, no conoció la experiencia del capitalismo a la boliviana.
Un juego donde lo gigante y lo minúsculo se contienen unos a otros. Así, las miniaturas de Alasitas contienen nuestros sueños. Una gigante lectura de Mauricio Sánchez Patzi.
¡Miniaturas! A veces pienso que la vida no es más que la miniatura de otra cosa: de una vida más completa que deberá ocurrir algún día. Así, la nuestra sería una pequeña vida dentro de una vida más grande. Por eso, como los prototipos, como los modelos, los proyectos y los mapas, sólo somos miniaturas de una realidad mejor o, quizás, aún más real. Una realidad que puede ser atisbada a veces… en momentos mágicos, cuando nuestra miniatura entreabre sus puertitas y vemos del otro lado un poquito del sabor de la felicidad. Quizás cuando encontramos a alguien que nos permite pasar al otro lado del espejo y entonces recuperar nuestra verdadera estatura, la que nunca conocimos en realidad, porque a lo largo de la vida pasamos de ser una miniatura a algo más grande que es, a su vez, otra miniatura.
Miniaturas. Es decir, una imitación reducida de algo o de nosotros mismos; el mundo tal cual es, pero en otra escala.Según Claude Lévi-Strauss, las obras de arte son, fundamentalmente, objetos reducidos de aquello que reproducen. Incluso una obra inmensa como el fresco de El Juicio Final, de Miguel Ángel, es, en toda regla, una miniatura porque representa a escala reducida un suceso colosal: el día del fin de los tiempos del imaginario cristiano, ¡algo que no cabe en ninguna pared por muy grande que sea! ¿Qué virtud acompaña entonces a la miniatura?La virtud de que dominamos lo reducido en tanto tenemos en nuestra mano su totalidad, no sus partes; en vez de enfrentarnos con un fenómeno parte a parte, la miniatura nos aparece de un porrazo en toda su plenitud gracias a la escala reducida. Pero no basta con eso. Nuestro antropólogo precisa que un modelo reducido es más que eso: es algo hecho por el hombre, ¡y “hecho a mano”…!
Miniaturas. Es decir, una imitación reducida de algo o de nosotros mismos; el mundo tal cual es, pero en otra escala.
Dice Lévi-Strauss que no se trata de una mera proyección sino que “constituye una verdadera experiencia sobre el objeto”. Porque como fue hecho por seres humanos, entonces podemos ver cómo ese objeto está fabricado, y al aprehender su “modo de fabricación” comprendemos su camino, su solución, entre muchas otras que podría haber escogido para fabricarla. Por eso, sostiene Lévi-Strauss, el espectador-usuario del pequeño objeto se siente también creador.
¿Qué diría Claude Lévi-Strauss si visitara la Feria de Alasita? Si bien él, como cualquier niño en prácticamente todo el mundo jugó con juguetes que son, claro, miniaturas: objetos y seres mágicos al alcance de cualquier niño, no conoció la experiencia del capitalismo a la boliviana. Esta nos permite, a los que vivimos en este país insólito, el despliegue total de las miniaturas ante nosotros, como si fuéramos colosos que se pasean por un universo minúsculo de miles y miles de objetos y seres pequeñísimos, completamente domados por la mano del artesano, al alcance de nuestras manos y de nuestros sueños.
Sí, tal vez los bolivianos somos niños grandes, miniaturas de nosotros mismos dentro de cuerpos medianos, que no nos cansamos de atrapar todas las dimensiones de un objetito, en un diálogo interminable de sentidos y metáforas basados en la magnitud y las cualidades de las cosas. Una sabiduría en las manos, que va de las manos del artesano a nuestras manos, como justamente aparece Dios al momento de crear al hombre en la Capilla Sixtina, sólo que con una miniatura entre medio de esa transacción.
Nosotros casi siempre la tenemos. Dominamos el mundo, así sea al entrar por un momento a la Feria de Alasita en las ciudades, o en cualquier pampa pedregosa del campo donde edificamos, con piedritas amontonadas, ciudades enteras con sus animales, sus pastos, sus fábricas de ladrillos, sus iglesias y sus camiones. Minúsculas ciudades fantasmales creadas ritualmente en campos de juego “donde los adultos juegan como si fueran niños” (1).Son también lugares donde edificamos pircas o perqas, en su sentido de ser fronteras o allqas, pero especialmente apachetas, y nos vinculamos con wak’as que pueden estar en todas partes. Es decir, lo que tenemos, aún sin saberlo, es una geografía de múltiples dimensiones donde las montañas y las pequeñas piedras marcan el devenir y el sentido de la vida.
¿Qué diría Claude Lévi-Strauss si visitara la Feria de Alasita? Si bien él, como cualquier niño en prácticamente todo el mundo jugó con juguetes que son, claro, miniaturas: objetos y seres mágicos al alcance de cualquier niño, no conoció la experiencia del capitalismo a la boliviana.
Dice Susan Stewart (2) que la miniatura está en el origen de nuestra historia privada, individual (y familiar), mientras que lo gigante está “en el origen de la historia pública y natural”. Así, en el mundo andino la conexión entre el paisaje dominado por los apus y el rincón de la casa dominado por illas o inqaychus, casi siempre de piedra como las montañas gigantes, establece una red significativa donde nosotros, como seres humanos, somos el avatar medio, la escala que contiene y es contenida a la vez.
En el mundo andino, es como encadenarse en el juego de una persona extendida que progresa en algo así como: piedra / illa / animal / rebaño / apacheta / persona / casa / colina / cerro / montaña / cordillera / mundo / cosmos. Como si fuéramos hechos de piedra, los seres humanos (quizás más aún los seres humanos indígenas aimaras y quechuas) formamos parte de esta cadena de escalas, por lo cual se puede “entresacar una pequeña parte, ampliar y reproducir algo que se parece muy fielmente al total” (3). En la llamita de piedra está el rebaño de llamas; en la illa está la casa o cualquier provisión guardada para la casa, pero también la parcela, el ayllu, la región en que se vive.
El titulito universitario comprado en la Alasita contiene nuestra carrera futura, como nuestra carrera futura nos contiene a nosotros. Y así la casa, el trufi, el terreno, el viaje, la boda o lo que sea. Y los bolivianos, sin saberlo, sólo sintiéndolo a veces, nos movemos con naturalidad en este mundo donde las dimensiones se contienen unas a otras, y lo gigante y lo minúsculo están en nosotros conteniéndonos y siendo contenidos.
Esto no es exclusivamente andino, está también en las fuentes del pensamiento occidental. Así lo sabía el legendario Hermes Trismegisto (4) en el segundo precepto de La Tabla de la Esmeralda: “Lo que está más abajo es como lo que está arriba, y lo que está arriba es como lo que está abajo. Actúan para cumplir los prodigios del Uno”. Pero en los Andes –podemos asegurarlo– es una cuestión cotidiana y de lo más normal. Nadie escapa: todos compramos o fabricamos o conseguimos una miniatura alguna vez, así sea una sola vez, para conectar de esa manera nuestros deseos con el orden cósmico, el microcosmos con el macrocosmos tomando nuestro cuerpo como el eje de esta integración dimensional, cumpliendo los prodigios del Uno quizás sin pensarlo.
El titulito universitario comprado en la Alasita contiene nuestra carrera futura, como nuestra carrera futura nos contiene a nosotros. Y así la casa, el trufi, el terreno, el viaje, la boda o lo que sea. Y los bolivianos, sin saberlo, sólo sintiéndolo a veces, nos movemos con naturalidad en este mundo donde las dimensiones se contienen unas a otras, y lo gigante y lo minúsculo están en nosotros conteniéndonos y siendo contenidos.
Un mercado de deseos
El mundo de la Alasita es la versión mestiza, moderna a su manera, de los juegos con piedritas o pequeñas figuritas cargadas de alma, ánima, ánimo, ánimu o ajayu. Juegos de adultos que son frecuentes en las tierras andinas desde hace, quién sabe, milenios, y que son parte de una concepción animista del mundo, donde las piedras y las figuras pequeñas tienen vida, maduran, crecen, interactúan con las personas, porque son “personas no humanas”, y que además están habitadas por una energía vital que circula entre seres animados e inanimados.
El mundo de fantasía que se crea en el trasiego de las miniaturas de Alasitas, en cada feria boliviana, cada año, uno diría que nos influye aún más de lo que un juego de Lego a un niño.
Alasitas está atravesando todas nuestras bolivianas vidas, con sus juegos de escalas, de dimensiones, de mundos y de símbolos vividos. Aquí radica la poderosa paradoja de las miniaturas: si bien su escala ha disminuido, su significado y afecto a menudo se incrementan significativamente.
Porque tanto en el mundo andino y su animismo, como en casi cualquier región y época del mundo, los objetos pequeños son altamente poderosos.
Paseo con mis palabras por las miniaturas. Me encuentro con mis recuerdos de niño en las Alasitas de San Roque y de La Recoleta, en Sucre. Otros se encontrarán con sus recuerdos de La Paz, de Oruro, de Cochabamba, de cualquier ciudad y pueblo boliviano donde fuimos a pasearla. Nuestra Alasita era pues, y es, y será, un mercado de deseos encapsulados en miniaturas. Por eso, y como refiere Alcides Arguedas, en el 900, al Equeco –que es otro ser vivo, otra illa, otra miniatura que lleva dentro el universo– se lo compraba desnudo y se lo iba vistiendo con todas las cosas que se deseaban, que se añoraban lograr o poseer en el año: “… Cada cual, al equipar a su muñeco, pone en él sus aspiraciones, resume sus deseos. Quien desea viajar durante el año, le compra monturas y arneses; quien desea tener dinero, llena con él las alforjas del Equeco o le compra objetos valiosos…
Y así se les carga de todo lo que gusta o pide el deseo, hasta hundirlos en una aglomeración incoherente de artículos…”.
Tiene razón Arguedas: nuestros deseos modernos son una mescolanza discordante de cosas y de nuestras angustias y nuestros sueños irresolutos. Pero ahí al fondo de la maraña de objetos chocantes está el Equeco, que es, como el wawqe del inca, nuestro otro yo. Nosotros mismos conectados con el mundo a través de la miniatura de un ser humano que, como los dobles del cuento, vive por nosotros y en nosotros. Por eso hay que ver en los ojos del Equeco, que son nuestros ojos.
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