ALASITA
Cada año que me llega una de esas figuritas mi frase es: “¿Qué carajos?” Y para acentuar una expresión tan fina, agrego: “¿Qué carajos con los gallos negros?”
La tarea anual de limpiar mi cuarto me libera porque, literalmente, saco y regalo cosas y ropa que ya no uso. Y todo muy bien, hasta que llego a una de las repisas que más tedio me da desempolvar: la repisa de los gallos.
Una no muy despreciable colección de gallos de Alasitas adorna este rincón porque a mis amigues les da escozor verme soltera. Incluso, con toda la coyuntura de la pandemia, me llegó por e-mail un gallito imprimible y recortable para armar.
Cada año que me llega una de estas figuritas de yeso mi frase es: “¿Qué carajos?” Y para acentuar esta expresión tan fina se agrega: “¿Qué carajos con los gallos negros?”
A ver, sí, soy metalera; sí, me visto de negro casi siempre, pero… ¿Qué carajos con los gallitos negros?”.
¿Tanta alergia le tienen a una mujer soltera? ¿A pesar de su trabajo, sus ingresos, sus estudios, sus actividades recreativas?
Viuda no soy, ni siquiera tengo una bata de seda con mangas de peluche para lanzar al sujeto experimental por las escaleras y atribuirme ese título. Tampoco busco un sugar daddy, ya que, por el contrario, quienes me persiguen son jovenzuelos que apenas están soltando la teta de su madre.
Así que mi interrogante al mundo se refuerza: ¿Tanta alergia le tienen a una mujer soltera? A pesar de su trabajo, sus ingresos, sus estudios, sus actividades recreativas, ¿tanta es la repulsión de la sociedad a creer que alguien no se puede completar por y a sí misma?
Y, claro, como antialérgico, deben recurrir a fuerzas milenarias para que al universo se le ocurra enviar un espécimen como candidato a pareja, y encima, permanente.
Este año no será diferente, tendré que hacer un espacio para otra figurita de yeso, con plumas y moneditas a sus pies, para que algún día llegue un príncipe azul a “salvar” a quien, evidentemente, ya asumió ser la bruja del cuento.