En 1858, un diplomático suizo se llevó de Tiwanaku la estatuilla del antiguo Ekeko. Como la illa ha vuelto en 2015, se trajo al europeo que ahora deambula por la feria.
He vuelto a estas tierras; hace mucho tiempo escribí un libro sobre mi viaje por Sudamérica. Me llevé lindos recuerdos de mi viaje. Me acordaba algo del lugar, de sus fiestas, pero nunca antes había estado en las Alasitas; bonito todo, pero… no quiero que se ofendan, pero… es que… llevo siete años en las Alasitas, dentro de las Alasitas… todo bien, pero… no puedo salir de las Alasitas. Nunca.
En realidad, no tan todo bien, o sea… todo bien con las Alasitas (aprendí a decir “todo bien”) y todo bien también con el Ekeko, lo respeto, él sabe, pero son 2555 días de pura Alasitas. No quiero que se me malinterprete, pero quisiera descansar un poco; no hay donde sentarse, el sol quema, en Suiza el sol no está tan cerca, todo bien con que el sol esté así de cerca, pero es que mi piel tampoco soporta tanto sol, y no traje sombrero, ni nada, no me dijeron que iba a estar aquí, así, además ni siquiera puedo comprarme esas viseras de cartón; en realidad, no puedo comprarme nada, pero todo bien, esta situación de fiesta, de feria… pero, caminar por los pasillos, sin rumbo, sin sentido, sin… no me estoy quejando… lindos los puestos, cada vez más llenos, muy ingeniosos los artesanos, deben tener manos pequeñas ¿no?… es una broma… pero es que son siete años… siete… y no hay una salida.
A veces me pongo ansioso, me siento encerrado, no puedo controlarme y acelero el paso sin motivo (aprendí también a decir “sin motivo”) y sin darme cuenta ya estoy corriendo, y no es bueno correr por los pasillos, porque a veces te olvidas por qué estabas corriendo, y ahí empiezas a sentirte perseguido, y después, evidentemente ya te están persiguiendo, no sabes quién, o qué, pero te están persiguiendo; entonces corres más fuerte y te desesperas, tratas de ocultarte en alguna esquina, pero es peor porque sabes que si te paras pueden aparecer en tu espalda, y no sabes qué cosa peor te puede pasar; has visto los muñecos en los postes, has visto… entonces no te detienes, corres más, haces caer cajas en el camino, haces quiebres en las esquinas, pero nada, esa presencia cada vez está más cerca, y tú corres en círculos, en realidad no sabes cómo corres, hace siete años que corres alaquete (aprendí muchas cosas), entonces, después de correr por muchas horas, desesperado, abatido, te acuerdas que pasaste unos cursos de actuación en el colegio, y decidido, te paras en una esquina, a la vista de todos, y actúas “hecho al loco”, como “tranquis nomás”, y te pones a silbar hecho al “re” loco, o haces que mascas un chicle, y en eso la presencia aparece y vos le dices “se fue por allá”, y la presencia te agradece y se va, y vos ya más tranquilo te sacas el chicle imaginario y dejas de actuar, y todo bien. Una pequeña victoria, un suspiro, y todo bien, pero, ni bien te das la vuelta…
¡Zas!
El Ekeko
Todos los caminos llegan al Ekeko, dicen.
Aquí está.
Otra vez.
Como siempre.
Para reírse de mí.
El Ekeko grande, de cemento, estático, con su bigote, con su pucho, sus ojos desorbitados; “el Ekeko es celoso” escuché, al principio yo lo tomaba como un consejo, como su picardía, pero ahora lo entiendo más como una amenaza, “el sapo es bueno” también he escuchado, “trae abundancia, trae la lluvia”, pero al sapo no lo he visto, pero sí me ha hecho llover.
Aquí casi siempre es 24 de enero, y medio día, todos andan apurados buscando al mejor yatiri para hacer bendecir y hacer sahumar sus deseos, hay unos yatiris bien requeridos; a los paceños les gusta hacer filas, dicen, yo no digo nada, si te gusta hacer fila todo bien, es más yo te ayudo… algunos yatiris me ven, otros pareciera que no me quieren ver, por mí no hay problema, además a esa hora ellos están reocupados, y se llenan de dinero, si yo fuera yatiri, quisiera que todos los días fueran 24 de enero, y siempre fuera medio día… tal vez los yatiris tengan algo que ver con todo esto… pero todo bien con los yatiris.
A veces escucho “Ey, amigo, házmelo fila, voy a comprar una cosita y vuelvo”. Yo sin decir nada, me pongo a la fila y ayudo. Cuando la persona vuelve se pone en mi lugar, no me agradece ni nada, y me voy; a veces ese parece ser mi oficio, pero no creo, pero si fuera así… todo bien con las filas, es un evento social, y yo estoy ayudando… creo que el Ekeko se alegra, no cambia su cara, pero creo que me mira de mejor humor.
Una vez en particular, yo estaba haciendo fila para un joven, pero nunca volvió, y cuando ya estaba frente al toldo escuché:
- Pase, los siguientes.
Y yo pasé. Una señora me miró de pies a cabeza, y me preguntó:
- ¿Vos te vas a casar?
Yo confundido, miré hacia atrás, buscando al amigo que me había dicho que se lo guarde puesto, y en eso…
- Te vas a casar ¿sí o no?, insistió la señora.
- No sé, respondí.
- ¿Cómo que no sé? Si estabas en la fila ahora te vas a casar, me ordenó.
- Bueno, le dije.
- ¿Y tu pareja?, me preguntó.
- No tengo, respondí abrumado.
- ¿Vas a casarte solo? Casarse solo es de mala suerte, pero si quieres yo puedo casarte solo, ¿o has venido a hacerme perder el tiempo?, ¿me estás haciendo perder el tiempo?, me riñó.
- No, le respondí asustado.
- A ver un cachito, pero vos eres el gringo que se llevó la Illa a pasear por Suiza ¿no ve?
- Sí, le respondí.
- ¿Entonces?
- ¿Entonces qué?, respondí dentro de mi boca… y cuando estaba por decir “perdón”, ella me interrumpió.
- Vos no has venido a casarte, vos has venido a divorciarte, ya está, me dijo.
- Pero si yo no estoy casado, le dije.
- ¿Cuántos años has estado con la Illa?, me preguntó.
- Desde 1858 hasta 1929, después se fue a Berna… Y ahí me volvió a interrumpir.
- Más de 5 años de concubinato estable, listo, ya estabas casado pues, es más, súper casado, entonces ahora que han vuelto a Bolivia hay que divorciarte, me dijo.
- ¿Por qué?, pregunté sin pensarlo.
- ¿Cómo que por qué? dijo la señora y con su boca señaló detrás de mí.
En eso, sentí un frío por todo mi cuerpo y cuando me di la vuelta, ahí estaba el Ekeko de cemento, con su pucho y su mirada desorbitada. La señora preocupada buscó mi mirada y yo asentí de callado, la señora me divorció en un minuto, me dio un papel y me dijo: “Ahora puedes irte”; el Ekeko desapareció, y yo le pregunté “¿en serio puedo irme?”.
La señora hizo un breve silencio y me dijo:
- Eso ya no depende de mí, amigo, eso depende de cómo te has portado, dime vos ¿cómo te has portado?
- Bien, intenté.
- Entonces, todo bien, me dijo.
- ¿Entonces, me puedo ir?, pregunté.
- Claro, si está todo bien con la Illa, busca la salida y puedes irte nomás, dijo la señora y me dio la espalda.
…
Ahora camino por las Alasitas, sin correr nomás.
A veces el Ekeko me invita un cigarro, y me acepta un coñac, al parecer con él ya todo bien, pero con la Illa…
¿Se lo hago fila joven?