ALASITA
Qué más cotidiano que caminar, recorrer espacios en compañía o en soledad. En días corrientes o en fechas particulares, en fiestas propias y ajenas, en Todos Santos o en Alasitas. Difícil librarnos del acto de andar.
Caminar sin motivo
Lo transitivo, lo transitorio. Lo que viene vectorial del punto A al punto B. Lo errante. Muchos hábitos han pasado en las calles de las ciudades. Desde juntarse con los muchachos en el barrio para ir a corear en las tumbas y casas con puerta abierta en Todos Santos, pasando por el secuestro de los mismos amigos que acompañan con un cigarrillo y hacen de la ida a la desmedida vuelta por la noche sin vuelta. El solo hecho de ir a la tienda por pan o por huevo.
Es la habitualidad de la calle. La procesión interminable. El recorrido a que se recurre hasta olvidar la huella en la repetición, de nómades que se niegan a extinguirse. La trayectoria del viejo micro que esconde su chatarra en otra calle o la carretilla de un albañil que hizo el tercer piso de un sueño que no tuvo suficiente presupuesto para terminarse. La marcha tumultuosa y filosófica que siempre se pregunta a sí misma “¿qué queremos?” pero que siempre sabe cuándo y cuándo es cuándo. El desfile. El paseo con el helado derretido.
Es la habitualidad de la calle. La procesión interminable. El recorrido a que se recurre hasta olvidar la huella en la repetición, de nómades que se niegan a extinguirse.
Nuestro cuerpo en su ventaja sobre lo inerte activa su acción zombie vernácula: caminar, caminar sin descanso, desde el principio de las eras, persiguiendo a los animales por las praderas, huyendo de los deshielos, persiguiendo llamas en el altiplano y luego volver a caminar, volver a decir cuerpo en la simple herencia del “¿dónde?”.
Mantener un caminante quieto, disecar su andar. Llevar y abandonar los elementos de su tránsito y trayecto. Antelarse a su eterno traslado de nada hacia la nada.