CONFESIONES / Itinerario desordenado
Estos ojos visitarán en breve la obra de Alice Munro. Antes, mirarán que en Otawa, hombres y mujeres lucen sus melenas ya despobladas, sus tatuajes y excentricidades, provocando un delicioso paisaje retro. De ese modo, una se encuentra con unos abuelos de pinta hippie que parecen salidos directamente de las jornadas de Woodstock, aunque les haya caído hace mucho tiempo la helada.
“(…) una de las cosas que más me gusta de por acá es ver en las calles y en los buses a tanta gente remanente ¿residuales? de los ya lejanos años setentas del siglo XX. No sé qué pasó con los alocados jóvenes de la generación del 68 en Bolivia, pero más allá de algunos amigos que renovaron tardías colitas, todos los que conozco, si no murieron en el camino, nos aburguesamos o nunca nos alocamos lo suficiente. Aquí, en cambio, hombres y mujeres lucen sus melenas ya despobladas, sus tatuajes y excentricidades, provocando un delicioso paisaje retro. De ese modo, una se encuentra con unos abuelos de pinta hippie que parecen salidos directamente de las jornadas de Woodstock, aunque les haya caído hace mucho tiempo la helada”.
El párrafo de arriba corresponde a una serie de cartas que escribí a mi familia durante los dos meses que pasé en Ottawa el año 2009. Viví en un tranquilo y simpático barrio de familias de clase media desde donde iba diariamente al centro de la ciudad, generalmente caminando y descubriendo vías, a veces en bus, oportunidades inmejorables para observar escenas de la vida cotidiana en esa parte de la ciudad.
Fue por esos días que descubrí a la escritora canadiense Alice Munro. Nunca he podido separar las escenas de sus cuentos de las imágenes que mis ojos y mi curiosidad e imaginación aprehendían durante esas caminatas. Debo a esa experiencia una conexión con las narraciones de la escritora que, lejos de disminuir, se ha ido incrementando con el tiempo. Y debo a las sucesivas cuarentenas de esta odiosa pandemia el regalo de releer a Alice Munro, replicando el disfrute de las primeras visitas a sus páginas.
El escalpelo en la vida cotidiana
Los relatos de Munro se dan en el marco de la vida cotidiana de gente común, generalmente de clase media, muchas veces en entornos semi rurales de ciudades canadienses pequeñas, en Ontario, de cultura anglosajona y en las décadas entre los años cuarenta y sesenta del siglo pasado. En esos pueblos “donde todo el mundo se conoce”, todavía marcados por la segunda Guerra Mundial la vida parece transcurrir sin más sobresaltos que el paso ocasional de algún viajante, educados conflictos con las autoridades del municipio o los inconvenientes de un tren que se retrasa o una res ahogada en la fuente de agua.
Parte de esa visión es la que yo sentí durante las semanas de mi convivencia en Ottawa, la misma que, probablemente con prejuicios y superficialidad, traté de transmitir con algunos apuntes apresurados: “Los ottawenses también parecen gentiles hasta la exageración. Los primeros días de mi estadía aquí me llamó mucho la atención que en las aceras o en cualquier lugar público la gente te da paso, esperan si no hay suficiente espacio y, si pasan al mismo tiempo que vos, se hacen a un ladito, en todo caso, no te tocan, en realidad, ni te rozan, te miran directamente por unos breves segundos, de forma leve te sonríen y suelen decir I am sorry en un tono muy bajo. Si están hablando y se ríen abiertamente, también te piden disculpas y lo mismo si carraspean o estornudan”.
Un canadiense típico en Bolivia se debe querer cortar las venas porque en todas las invitaciones nosotros nos ocupamos de hablar apasionadamente, generalmente a gritos, de política y nos importa un corcho que los invitados entiendan y menos lo que piensan”.
“Aquí las buenas maneras de saludar y agradecer son esenciales para mostrar buena educación. A los niños les enseñan a mostrar interés en lo que la gente te dice, así es que si alguien hace un comentario siempre recibe un “qué interesante” o “es impresionante” aunque les digas que te acabas de comer un guineo. Igualmente, cuando recién te conocen te preguntan de dónde eres, qué haces, etc. Un canadiense típico en Bolivia se debe querer cortar las venas porque en todas las invitaciones nosotros nos ocupamos de hablar apasionadamente, generalmente a gritos, de política y nos importa un corcho que los invitados entiendan y menos lo que piensan”.
“En contrapartida a tanta amabilidad formal, los y las ottawense tienen fama de aburridos. Una buena muestra es lo que me contaba alguien que estuvo en un concierto de jazz de una súper banda con cerca de dos mil personas que aplaudían gentilmente cada interpretación, pero dos, lean bien, sólo dos personas se levantaron a bailar ante la invitación del vocalista”.
Y, sin embargo, esos escenarios bucólicos y esos personajes de vidas, matrimonios y muertes previsibles, aparentemente sin sorpresas, pueden ser protagonistas de sucesos truculentos que van desde el adulterio, los secretos inconfesables, las fugas inesperadas hasta los crímenes. Es aquí donde la pluma de Alice Munro se asemeja a un escalpelo que abre, descubre y expone lo que la vida común puede esconder. “Tenía los ojos vidriosos y una mirada maliciosa” dice de un viajante de comercio quien, de paso por un pequeño pueblo, enamora e ilusiona a la gris bibliotecaria en el relato Entusiasmo, de la colección Secretos a voces.
Es aquí donde la pluma de Alice Munro se asemeja a un escalpelo que abre, descubre y expone lo que la vida común puede esconder.
“La vida de la gente es interesante, monótona, sencilla, increíble, insondable”
La maestría con la que la escritora perfila sus personajes a través de figuras certeras los acerca vívidamente a experiencias cercanas o lo que es lo mismo son perfiles tan bien logrados que sus protagonistas nos parecen reconocibles en nuestros propios entornos. No en vano se han parangonado sus relatos con la prosa de los cuentos de Tolstoi o Chéjov.
“Y el señor Speirs la escuchaba como un perro viejo, quizá un perro de caza, que ha estado sentado con los ojos entrecerrados y al que la buena opinión que tiene de sí mismo le ha impedido abandonarse a un sopor descortés” (En Una vida de verdad).
“Allí adentro había una cosa oscura y peluda, semejante al rabo de un animal grande, que sobresalía por el agujero del techo y se movía pausadamente en el agua. Enseguida se dieron cuenta de que se trataba de un brazo, cubierto por la manga de una chaqueta de tela gruesa y con peluda” (El amor de una mujer generosa).
“La Chéjov canadiense” la han llamado, porque mira y describe la vida social y sus interrelaciones como una entomóloga que pasa días enteros agachada sobre un hormiguero al que de pronto se da una patada. Sus frases aparentemente inofensivas y, sin embargo, rotundas como gruesas pinceladas de óleo sobre el lienzo nos dejan imágenes imborrables.
Alice Munro nació en Wingham (Ontario) en 1931, cercanías del lago Hurón, en una pequeña localidad donde su padre tenía una granja de zorros plateados. Fue a la universidad con una beca y publicó su primer cuento, The Dimension Of a Shadow, un texto aparecido en la revista estudiantil “Folio” en donde Alice publicó varias historias cortas. El formato de su narrativa se mantendría casi siempre en el género del cuento. Sólo ha escrito una novela, La vida de las Mujeres (1971). Terminada la beca, y sin recursos para financiar su estancia universitaria, Alice abandonó sus estudios y se casó con James Munro, con quien creó la librería “Munro’s Books”. Más tarde vieron la luz Something I’ve Been Meaning to Tell You (1974), ¿Quién Te Crees Que Eres? (1978), Las Lunas De Júpiter (1982), El Progreso Del Amor (1986), Amistad de Juventud (1990), Secretos a Voces (1994), El Amor de una Mujer Generosa (1998), Odio, Amistad, Noviazgo, Amor, Matrimonio (2001), No Love Lost (2003), Escapada (2004), La Vista Desde Castle Rock (2006) y Mi vida querida (2010).
De esta última obra la autora dijo “(…) es autobiográfica de sentimiento, aunque a veces no llegue a serlo del todo. Creo que es lo primero y lo último -y lo más íntimo- de cuanto tengo que decir sobre mi propia vida”. Sin embargo, también ha dicho que lo único que sabe es escribir y no podría dejar de hacerlo. Es conocida su rutina de escribir disciplinadamente todas las tardes, una práctica que adquirió durante la infancia de sus hijas, porque era el horario en que ellas estaban ocupadas.
El año 2013, cuando recibió el Premio Nobel su obra fue objeto de revisita y difusión, despertando comentarios como el que sigue: “Munro plantea sus historias como recortes de la vida de los personajes. La toma en algún momento particular. Donde sucede algo que no siempre es determinante, o es tan determinante como suelen ser algunos hechos: una apendicitis, la separación de los padres. Un amorío con un hombre casado. Y a partir de ese momento todo discurre con naturalidad hasta que acontece algo que establece una diferencia. Porque los personajes tienen algo -una actitud, un deseo insatisfecho, una discapacidad física- que los diferencian de su entorno, y en algún momento proceden de un modo inesperado, que termina poniendo en cuestión los mandatos familiares, sociales o religiosos” (Laura Cardona, La Nación, 19 de abril de 2013).
Un buen ejemplo de esa percepción es el siguiente párrafo: “Las partes bajas de una chica, aunque sea delgada, pueden parecer grandes y carnosas en ese estado tan crudo. En los días posteriores a los dolores del trabajo de parto, en la sala de maternidad, las mujeres yacen despreocupadamente, incluso con aire desafiante, con sus cortes y rasgaduras en carne viva y sus heridas cocidas en negro, sus tristes labios vaginales y las grandes caderas desamparadas” (Antes del cambio).
Les invito a visitar el universo de los relatos de Alice Munro que tanto pueden trasladarnos a gentes de ciudades construyéndose con retazos de vidas corrientes y sin embargo insomnes en el lejano Canadá, como a las que ocultan los departamentos del edificio al lado de nuestra casa… o quizá en nuestra propia habitación.
Hermosa y provocadora presentación de Munro.
Carmen Ruiz, asidua lectora y clara como didáctica escritora.