Omar Fuertes se ponía el vestuario con una ritualidad envidiable, casi como un cura se pone la sotana para salir ante los feligreses: prenda por prenda, detalle tras detalle. Luego, pincel y esponja en mano, atacaba su rostro y éste tomaba forma. Era el personaje, el niño o el payaso, ya no el Omar.
¡Haremos hermanito! ¡Haremos! Así decía el Omar… El Omar Milton Fuertes Prado.
Nos vimos por primera vez en el Paraninfo universitario de la UMSA. No dentro, sino en la puerta; ambos (aún sin conocernos) espiábamos lo que pasaba en una sala: había ruido, sabíamos que estaban ensayando.
De pronto, un personaje casi de cuento, el Walter Solón, nos invitó a pasar. Luego de un rato, ya terminado el ensayo, nos presentamos en medio del tecito ━que gentilmente nos invitó nuestro nuevo amigo Waltico ━ que incluía sándwich de palta.
━Me llamo Omar.
Pelo alborotado, ojos de botón, más flaco que gordo, más chato que alto y con cara de goma. Así llegamos al teatro de la UMSA, cada uno por su lado; el Omar orureño, estudiaba medicina, amaba el teatro y yo de aquí nomás.
Sin pensar ya estábamos en nuestra primera obra, haciendo teatro para niños. Aquella vez éramos extras, unos monstruos en el infierno, y solo cantábamos un par de minutos. Los niños no dejaban de reír y nosotros tampoco, pues nunca sabíamos qué sucedería en escena, o sea todo estaba marcado y ensayado, pero luego, en medio de la función aparecían los personajes, cada uno más increíble que el anterior; era como parte del juego sorprender a tus propios compañeros, provocarlos en escena; ésa era la garantía de que sucedería lo mismo con el público.
━¡Haremos! Así decía el Omar.
Humor o drama, de funcionario, mendigo, payaso, señor, loco, cuerdo, mimo, poeta, músico, geisha o timador. Los personajes brotaban como un ser de mil rostros, estaban en él, ocultos detrás de algún gesto o movimiento.
El doctor, más que doctorcito, era un ser humano que siempre estaba dispuesto a ayudar; andando por aquí y por allá, viviendo, riendo, curando, haciendo teatro, juntando cositas para ese nuevo personaje que siempre estaba soñando.
En el camerino, ya sea uno lujoso como el del Municipal o alguno improvisado en una esquina o en el diminuto baño del teatro de bolsillo, el Omar se convertía. Se ponía el vestuario con una ritualidad envidiable, casi como un cura se pone la sotana para salir ante los feligreses, prenda por prenda, detalle tras detalle. Luego, pincel y esponja en mano, atacaba su rostro y éste tomaba forma. Era el personaje, el niño o el payaso, ya no el Omar.
Entraba en escena y todo parecía de verdad, todo era de verdad, incluso las falsas y temblorosas paredes de una escenografía de papel.
━¡He traído pan, tomaremos tecito!
Así llegaba y luego de un rato hacía, no se cansaba de hacer, no se cansaba de sorprender y maravillar a su público compuesto por un solo espectador o por mil.
━“¡Haremos hermanito!, ¡Haremos! Tengo mi teatrito en Oruro, éste si es un verdadero teatrito de bolsillo, mide 2 x 3 y parece una cajita de fósforo, como la caja de esas muñecas diminutas, las Fofoletes”, decía el Omarcito.
El doctor, más que doctorcito, era un ser humano que siempre estaba dispuesto a ayudar; andando por aquí y por allá, viviendo, riendo, curando, haciendo teatro, juntando cositas para ese nuevo personaje que siempre estaba soñando.
Y así se nos fue, arreglando la nueva Combi Volkswagen ochentera, que consiguió en algún lado, para dar vueltas por el mundo con una maleta llena de magia y teatro.
━“Ya vuelvo a La Paz, ya me toca… ¡Haremos hermanito, haremos teatro!”.
Fue un amante de la medicina y el teatro, tuve el honor de trabajar con él en el teatro y de aprender mucho de él en medicina porque fue mi docente, mi guía, mi ejemplo a seguir y sobre todo un gran amigo y gran persona que me enseñó de todo. Hasta luego doctoraso, pronto nos volveremos a ver y podremos actuar y hacer mucho teatro un abrazo hasta el cielo.