Roberto Herrscher dictó en La Paz el taller de periodismo narrativo “Nuevos caminos de la crónica”, en el marco del Premio Nacional de Crónica de Rascacielos. Encontrar una palabra, no cualquiera sino esa palabra con sentido, contarle al compañero y que éste luego la escriba fue el desafío narrativo propuesto. Este el resultado: Rascapalabras.
Rasguña las piedras
En realidad, fue un reto, pero también un ejercicio o un simulacro de ejercicio. Roberto Herrscher nos lanzó la idea como en una sala de redacción, de esas que ya no existen, en las que uno escuchaba el golpe de las teclas de la máquina de escribir contra el papel enrollado en la platina (esas salas donde todo estaba rodeado del humo de los cigarrillos antes del cierre de una edición). Trabajaríamos en pareja, cada uno debía elegir una palabra y luego contarla al otro con todo lo que implicaba el significado de esa palabra, por ejemplo, su pasado (lo que uno vivió o murió con esa palabra, depende cómo se lo mire; me quedo con la definición de Faulkner: el pasado no es pasado sino una dimensión del presente). Este ejercicio o simulacro de ejercicio fue parte del taller “Periodismo narrativo-Nuevos caminos de la crónica”.
Todos o casi todos o, tal vez, solo fui yo, miró a los que estaban en la sala. Como huérfano. Como recién nacido (para que quede claro: como sietemesino en incubadora china). Creo que fue Borges en ¿Qué es la poesía? quien escribió que la palabra “Luna”, al contar con dos sílabas, es demasiado para darle nombre “a [esa] cosa amarilla, resplandeciente, cambiante; esa cosa [que] es a veces en el cielo, circular; otras veces tiene la forma de un arco, otras veces crece y decrece.” Creo que dijo que la palabra “Luna”, en inglés, era más exacta. O sea “Moon”, porque “tiene algo pausado, algo que obliga a la voz a la lentitud que conviene a la luna, que se parece a la luna, porque es casi circular, casi empieza con la misma letra con que termina”. Está claro que Borges no escuchó “La Luna y tú”, de Ráfaga (que su compatriota, Ariel Puchetta hacía corear a las adolescentes allá por los años noventa en Sábados Populares). Porque “Luna”, en nuestro español, es la palabra exacta para quienes sufren de amor un viernes de soltero por la noche en el Fantasio o en el Odisea Lira.
Entonces Roberto nos dio la tarea de escribir acerca de una palabra para aprender los fundamentos del periodismo: 1. Investigación (saber encontrar las fuentes). 2. Veracidad (saber contar la verdad). 3. Claridad (saber estructurar la historia). El tiempo que tuvimos fueron dos horas y media. Es decir, almorcé un pollo broaster de 16 Bs. con una personal de regalo. Me había quedado sin pareja por dos razones. La primera razón: tuve una reunión de urgencia con un papá del colegio donde trabajo para darle la noticia de que su hijo había reprobado el año. La reunión debía haber sido en la mañana, pero el papá jamás contestó a mis dieciséis llamadas ni mensajes de WhatsApp (¿soy un intenso?). Me conecté con cierto disimulo a la reunión con el papá y la directora y el profesor de matemáticas y el profesor de ciencias sociales y la profesora de biología, mientras Roberto nos mostraba los ejemplos que había recuperado de otros talleres en otros países. La segunda razón: necesitaba ir al baño. Luego de almorzar, me fui a la plaza España con la esperanza de encontrar a alguien del taller. Me senté frente a una pareja que discutía o parecía que discutía. Ella, vestida con un sacón gris, le decía a un muchacho, claramente menor, que nadie la hacía esperar. Él respondió que entonces era el primero. Ella zanjó el asunto: ahora sería el último. Pensé en Wittgenstein, filósofo que nació austriaco pero murió británico. Dijo que los límites del lenguaje son los límites del mundo. “Si tomáramos como ejemplo la sensación subjetiva que se expresa con la palabra ‘dolor’, la citada palabra nos resultaría imprecisa”, ya que solo tendría sentido como acuerdo social de un hecho como es el dolor. Entonces: la palabra o los conceptos de la palabra también son imprecisos (tal vez en esa imprecisión reside su belleza).
De reojo vi que Vanessa estaba sentada en un extremo de la plaza (a modo de resumen escolar: la conocí cuando estudiábamos Literatura en la UMSA, era una mujer-Wong Kar-wai, distante, compleja, hermética; también había tomado el taller con Roberto Herrscher). Le pregunté si tenía pareja. Me respondió que vivía con alguien hace diez años. Me refiero al ejercicio del taller, dije. Ah, no, respondió, aunque dudó en decirme que no. Entonces, sin perder el tiempo, le solté mi palabra: “Tauquear”. Luego ella, la suya: “Chumar”. En realidad, me dijo dos palabras, pero la otra la olvidé o recuerdo vagamente que tenía algo que ver con el moho o la humedad. Luego regresamos a las oficinas de la Fundación para el Periodismo para escribir nuestro relato.
La segunda parte del taller empezó con la lectura de nuestros relatos. Poco antes, Roberto Herrscher tuvo un problema con la reserva de pasajes de avión para llegar a Santiago al día siguiente. Nos contó que en el territorio boliviano no había ninguna empresa que ofreciera pasajes directo hacia Santiago. La única opción era viajar por Iquique, pero por el cierre de fronteras debido a la nueva variante de Covid-19 el trámite era más complejo (en un tutorial de YouTube vi que para que un boliviano pudiera ingresar como ilegal a Chile debía cruzar la frontera a pie por Pisagua, unos 10 kilómetros de Altiplano hacia Colchane. Luego, autodenunciarse a los carabineros chilenos. Los carabineros chilenos lo enviarían a una residencia comunal en Iquique para cumplir una cuarentena de 14 días), así que Roberto había elegido regresar a Santiago por Lima. Pasados los afanes migratorios, Roberto escuchó nuestros relatos con esa atención de periodista-docente que a momentos sugería algunos cambios o decía sonriente: “El relato está completo”. Recuerdo algunas palabras como “Desbande”, una palabra que proviene de la Argentina de los años setenta: las barricadas enfrentadas a la Triple A o el general Videla cantando el himno argentino en la inauguración del Mundial. Pero, sobre todo, el rock argentino, Sui Generis o el Flaco Spinetta cuando pertenecía al grupo Almendra (“Muchacha ojos de papel, ¿adónde vas?/quédate hasta el alba”). También recuerdo el relato que escribió Soledad Domínguez (primera ganadora del Premio Nacional de Crónica Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela de Rascacielos, 2019). Roberto dijo que cuando leía un buen relato sentía una especie de electricidad en la espalda; algo similar me sucede a mí: siento un escalofrío en la piel, la manos me sudan, siento un vacío en el estómago. Eso sentí al escuchar a Soledad Domínguez, su relato mítico de pocas palabras se transformó en polvo, luego aire, luego un descubrimiento de cuán solos estamos sobre la tierra. En fin, el lector sabrá apreciar estos ejercicios o simulacros de ejercicios que tienen como nombre de sección: Rascapalabra. Bienvenidos.
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Rascapalabra
El título, siguiendo el ejercicio también lúdico, lo sugirió Roberto Herrscher. Un ejercicio largamente explicado, siguiendo fundamentos del periodismo y de algo que ahora apasiona al maestro, que son las palabras el universo que cada una de ellas contiene y permite al narrador. Uno le cuenta al otro su, no una palabra sino la suya, cargada de sentido personal. El otro la narra.
Chumar
Mauricio Rodríguez Medrano
Vanessa, de tu mamá te quedó la palabra “chumar”. En España significa emborracharse, ponerse verga o pija. En La Paz hay un bar-discoteca cerca de la Figueroa que se llama Unicornio Chuma, que es la discoteca enemiga del Gigante Mandarina. En los años noventa se presentaban David Castro y Miguel Orías y Roka Solida (con “k” de kilo) que todo minibusero que se respeta oía en Radio Chacaltaya. Hay un exjugador del The Strongest (alias El Tigre) que se apellida Chumacero: metro y medio de pura iracundia, tiene el pelo rubio como un niño cuzqueño albino, pero lacio, los ojos achinados, la barbilla cuadrada. De cariño le dicen “Chuma” o “Chumastaiguer” por su parecido al exjugador de la selección de Alemania Bastian Schweinsteiger (pero Chumacero es una versión de yeso de Alasita). Vanessa, tú utilizas la palabra “chumar” de otra forma, como se utiliza en las casas donde las mamás te piden que chumes el arroz o las lentejas o el chuño. Es decir, escurrir el agua. Si lo haces bien, tu mamá no pensará que tu papá la engaña con la vecina o la hija de la vecina que seca su ropa interior a la vista de todo viandante. Si lo haces mal, quedará un vacío en la cocina donde ya no estará tu mamá, ni tu hermana mayor que migró a Estados Unidos, ni tu hermana menor que ahora vive en Brasil. Tu novio-esposo no entiende del todo cuando le pides que chume los fideos o que te chume a ti. Los diez años que vives junto a él aún no lo preparó. Fue apenas un rito de iniciación.
Una navidad muy tauqueada
Vanessa Alfaro Flores
Ahora que se acerca Navidad, la madre de Mauricio ha comenzado el ritual que infaliblemente cumple con el más empecinado espíritu laborista: ha comenzado a tauquear su living con cientos y cientos de adornos.
Al final, en su gran sala no queda nada sin adornar. El enorme árbol que parece un gigante dormido está atiborrado de guirnaldas, esferas y luces, con una gigantesca estrella por sombrero. Los sillones que cada año cambian de ropajes, pero siempre de colores navideños, están colmados de peluches, cojines y juguetes. Las repisas de la sala están invadidas de los más extraños duendes de miradas traviesas, de pequeños renos y bolas de nieve artificial.
El otro extremo de la sala lo ocupa el enorme pesebre, que aparte de las típicas figuras de Jesús, María, José y los tres reyes magos, tienen todos los animalitos imaginables, hasta hay algunos que difícilmente hubieran podido estar presentes en el nacimiento del mesías, como jirafas y quirquinchos, claro que para que tan descontextualizados animales lleguen, la señora Graciela, madre de Mauricio, ha construido un puente por donde cruzan, que me imagino es para hacer más verosímil su presencia.
Pero, aunque es difícil de creer, toda está tauca de adornos de diferentes tamaños, texturas y orígenes logran una extraña armonía familiar, como si después de estar guardados en cajas separadas, los adornos así colocados se tauquearan en un gran abrazo fraternal.
Creo que así también es la familia de Mauricio, que conozco hace muchos años ya, todos, doña Graciela y don Juan, los padres, Mauricio, Álvaro y Nataniel, los hijos, son diametralmente distintos, pero tauqueados forman una armonía entrañablemente feliz.
Muñecas de porcelana
Max Vino Arcaya
El corazón de porcelana de doña Esther se rompió en tres pedazos: uno pequeño y dos grandes. Ella brincó de la silla del comedor a la cocina, tomó el trozo enorme con una mano y con la otra aprisionó la muñeca de su hija Marisol. Dibujó la señal de la cruz tres veces. “Para que nos rompas nunca más”, dijo.
Esa santificación, cubierta como un encargo, permitió, a la mayor de las hijas, hacer malabares en la cocina con los platos y con las tazas, con los vasos y con los floreros. Con la misma rigurosidad, doña Esther esgrimió el trozo de porcelana, hizo tres viajes verticales y tres viajes horizontales sobre la muñeca de la hermana de Marisol.
Un inocente juego de niñas dejó impar el juego de platos y terminó dotándoles de manos de seda con las que espantan a la mala suerte. Entre las enseñanzas que dejó doña Esther, el estilo estricto de conducir a sus hijas toma lugar en la primera fila de los recuerdos.
Un “buen pajpa”
Milton Condori
“Mi papá, Jorge, me decía que un buen pajpa es aquel que te vende una cosa inservible como el mejor artilugio de la vida. Por ejemplo, como aquellas personas de la Feria 16 de Julio en El Alto que, una vez, le vendieron un champú Head & Shoulders para combatir la caspa supuestamente, y qué creen: era sobre todo agua y nunca funcionaba.
Cuando ingresé a la universidad, mi tutor me dijo que yo debería ser un pajpa para el jurado que calificará mi tesis, porque, según él, “yo debería vender mi charque como un buen hablador”. Además, en esas charlas mencionó también que un buen pajpa es un “marxista que te vende un mundo socialista como el mejor”, al igual que esos señores de la Feria 16 de Julio o de la plaza San Francisco: venden ilusiones perdidas.
Ahora, justo ahora que conocí a Elba, me dice que un pajpa es un buen adjetivo para un mal hombre, porque a cada momento te hace o dice promesas sin saber si las cumplirá o no, y en eso yo hago una mueca y le digo: “Tiene razón, pero yo prefiero llamarles diputados o presidentes, o en todo caso: políticos, o a veces: candidatos”.
Yarqhado, del quechua, yarqhay, castellanizado.
Valeria Arias Jaldín – La Miski
¿Quién no ha sufrido hambre? Quizás, muchos más podríamos decir que hemos disfrutado de la dádiva de la gula. Así la abuela, quien sí encarnó el hambre, nos gritaba efusivamente que éramos unos yarqhados, wawas al fin, corríamos presurosos a deglutir aquellos caramelos de la mesa de Todos Santos. Los confites de azúcar, mis favoritos. Reminiscencias dulces.
La libélula. Atrapa cabellos
Esther Mamani
El Álvaro, de siete años, se transforma en un bailarín cuando su abuela infla los pulmones y lanza la alarma.
–¡Chukchasua, chukchasua!, grita doña Fanny Balboa en quechua.
Entonces el pequeño sube las manos a la cabeza, encoge los hombros, flexiona las rodillas y mueve la cabeza de izquierda a derecha. Se mueve a prisa en círculos y termina el rito con una risa de complicidad junto con los otros siete danzarines, sus primos.
Esta coreografía se repetirá si a la abuela se le ocurre volver a decir chukchasua, y ella lo dirá todas las veces que vea a una o varias libélulas acercándose a sus nietos. Aunque no representan ningún peligro, estos insectos son malos aviadores y las cabezas de los pequeños se convierten en pistas de aterrizaje forzadas. Todo este revuelo se da en el municipio de Manquiri, departamento de Potosí, Bolivia. Allí nació Álvaro.
En la escuela, el juego de esquivar libélulas se acaba y el conocimiento gira a las capitales, a las ciudades. Para el profesor de primaria la palabra chukchasua no existe, aquí se habla en español. La abuela ya le había advertido. La desazón del niño es difícil de explicar. El Álvaro de 25 años entenderá mejor qué pasó.
Los quechua parlantes dejan su dialecto como dejan sus tierras. El último censo de un descolorido Instituto Nacional de Estadísticas, al que recurre esta periodista, indica que nos quedan 2 millones de quechua parlantes. Menos la abuela Fanny que se fue para no volver el 2014. Álvaro y su mamá migraron a la ciudad de Cochabamba un año después. Ninguno de los dos habla quechua. Chukchasua, libélula que atrapa tu cabello, es todo lo que queda de su herencia lingüística.
Mocochinchi
Cecilia Campos
No sé en qué momento se enteró cómo se plantan las semillas de mocochinchi, pero supo un día que no era suficiente la tierra sino principalmente el tiempo, el sol en el patio de la casa y las historias que cuenta el abuelo envejeciendo y endulzándose con él sentado en su plantación de duraznos. Dice que los duraznales comenzaron a florecer antiguamente, durante una revolución de un año 52’ en ese pueblito nombrado Redención y pedido en medio de una pampa de Chuquisaca: Redención Pampa.
Esa revolución, como el mocochinchi, sembrada hace tantos años, secada al sol y guardada en el tiempo de los frascos viejos de las abuelas silenciosas, es la fruta seca que los nietos de hoy a veces seguimos remojando en agua para beberla dulce con azúcar quemada (cuando está hecha en casa) o desabrida y muy estirada en agua cuando esté en el discurso de algún demagogo.
K’alancho
Rolando García
Diciembre de 1999. Las ideologías y las izquierdas habían caído hace tiempo, no parecía que se iban a levantar, y los changos del “Patria o muerte” estábamos perdidos y sin esperanza. La Universidad, sus luchas, ya no tenían sentido; tampoco las serpientes de las calles con sus gritos de “qué lindo, qué lindo, qué lindo que va a ser, el Banzer a la mierda, obreros al poder”. Nada nos emocionaba, y como no le echábamos a las drogas ni nada así, decidimos escandalizar. Así nació. Tras una locura dicha en un debate, una llamada telefónica y una entrevista de TV pactada. Y la CrisCor -Cristina Corrales- lanzó al aire, por primera vez, a la Comunidad Nudista “Las Buenas Costumbres”. Así empezó la locura.
Las candidaturas universitarias con debates y discursos -yo k’alancho- fueron el principio. El climax sucedió cuando el Consejo de Carrera de Comunicación Social me nombró persona non grata y el director me dijo que más que non grato era “la vergüenza de la Carrera”. Y k’alancho “de cuerpo entero” me lancé a la fama en el set de grabación de la Red Uno junto a mis dos amigos y a la Xime Galarza que conducía el primer talk show boliviano por el que fue elegida la conductora del año por una Teleguía. En la entrevista de rigor, a la pregunta sobre su experiencia más difícil dijo que había tenido muchos momentos duros pero que nada se comparaba con esperar atrás del decorado a que inicie el programa, parada justo al lado del hombre desnudo al que iba a entrevistar.
Y finalmente, k´alancho, me agraviaron en la familia la noche que emitieron el programa y mi tía, «la recta», llamó a mamá preguntando por mí y diciéndole “a ver mirá el canal once” a la respuesta del “no está”.