Alberto Mariño era forense, y aunque parecía un personaje literario, existió en carne y hueso. Su nombre se repite en crónicas policiales del siglo XX, algunas de las cuales son parte de un libro que recientemente editó la Carrera de Literatura tras un proceso de investigación cuasi detectivesca.
—Ya, entonces es el libro más vendido…
—Sep, ni siquiera ha tenido una presentación oficial y ya está por agotar su primera edición. Ha sido un hit en todas las ferias a las que hemos ido.
—Pero qué es, no entiendo, ¿un libro académico? —el interesado devuelve el grueso volumen a la mesita de novedades.
—Bueno, es una investigación; son crónicas policiales recopiladas de varios periódicos y, bueno…
—¿Y qué tienen que ver los estudiantes?
Casi sin querer, dirijo la mirada hacia Néstor y Zarina, los dos estudiantes que se apoyan en el stand y que devoran golosos los platitos de ají de fideo que la campaña política de SINERGIA (uno de los frentes que en ese momento estaba postulando a la Federación Universitaria Local) ha provisto. Va a ser nuestra única comida del día, debido a que no logramos obtener los sándwiches que los de RUGE (el otro frente en disputa) estaban regalando. Y también porque el tema del presupuesto para cosas así es complicado.
“Cuidado me hagas decir huevadas”
Es casi la primera frase de Marcelo cuando le explico un poco el texto que estoy preparando: una crónica que habla sobre otras crónicas. Y su advertencia, medio en broma, medio en serio, me devuelve a los 18 años, a cuando el Dr. Marcelo Villena Alvarado —docente emérito de la Carrera de Literatura, crítico literario especialista en Barthes, Wiethüchter, Sáenz y más; investigador de la línea de la escuela postestructuralista francesa, amplio conocedor de la obra de Kristeva y, entre otras cosas, coordinador del volumen del que hablamos— era mi profesor de primer año y, aceptémoslo, el terror que aleteaba en las noches para muchos de mis compañeros.
El proceso de investigación y rastreo del trabajo de Mariño arrancó en 2016, explica el prólogo al libro, en la materia de primer año regentada por Villena, y se extendió a lo largo de tres años. Personaje real que supo entrometerse en las páginas de Felipe Delgado de Jaime Sáenz y Memoria solicitada de Blanca Wiethüchter, asociado a historias peculiares en tanto su trabajo como forense (criminalista) en la Policía Boliviana, el doctor Alberto Mariño (La Paz 1914-1993) aparece también como un escritor que no llegó a publicar y como una suerte de deuda pendiente en el estudio de la literatura boliviana del siglo XX. Y además, a partir de la propuesta de Marcelo, es casi una excusa para ensayar una metodología de investigación.
—El librito, como el proyecto, tiene dos caras —empieza Marcelo—. Obviamente, lo más íntimo: la continuidad de mis trabajos sobre Blanca, con El preparado de yeso, pues desde que lo estaba escribiendo asomaba como tareíta pendiente, provocadora, ver qué pasaba con la figura de Mariño. Por otra parte, creo que es importante no perder de vista las posibilidades que se abrieron en 2016, con el cambio del plan de estudios de la Carrera y con esto de incorporar la investigación en las materias desde el primer año y comenzar desde ya con el trabajo con textos. Como has debido chequear —y me es imposible no reconocer la palabrita en el tono justo que inevitablemente se les pega a todos sus estudiantes—, además de este interés literario, todo pasa por la experimentación, por un laboratorio, por el lado también educativo, más concretamente de formación en investigación desde primer año.
Lo que sigue es justamente la descripción de un trabajo de difíciles inicios, pues “no había ninguna certeza, más allá de que [Mariño] aparece en Felipe Delgado, en el texto de Blanca, y de información dada por gente mayor. Y por eso ha sido más angustioso para los estudiantes, me imagino, porque la investigación es un poco eso: enfrentarse a lo desconocido, a un vacío desde aquello que es una forma básica pero determinante en la investigación de campo en Literatura, el trabajo en archivo, recopilación de los textos, de los artículos, en este caso, de periódicos paceños”. Emulando la labor de un detective, partieron siguiendo retazos, eventos apenas sugeridos, pistas extrañísimas.
—Cabe resaltar, como singularidad en este caso, la osadía de tentar este trabajo con alumnos nuevitos, porque a menudo se mistifica, se idealiza, como si eso de investigar fuera algo de otro planeta, como si la academia tuviera el santo y seña. Ahora que ha sido complicado, empezando por el número de estudiantes y porque hemos tomado un trabajo que implica esfuerzos, logística, organización. Por eso el proceso ha tomado tiempo y no ha habido prisa en ningún momento. Organizar el trabajo con los estudiantes, dividirlo, distribuirlo supone otra lógica, pero insisto, la apuesta iba también por ahí. No había prisa de publicación ni de marketing editorial. Si ha tenido buena acogida, mejor.
En el museo de Mariño
Me tomó medio minuto recuperar el aliento, de pie, junto a las esposas de los oficiales que distribuían mate caliente en vasitos desechables, mientras otras removían el contenido de enormes ollas de aluminio. Era la primera vez que el Museo Policial o Museo de Criminalística de la calle Colón en La Paz abría sus puertas para ser parte de la Larga Noche de Museos y el ambiente de fiesta era evidente.
Una multitud de visitantes se apretujaba en una hilera ordenada e iba avanzando de a poco, recorriendo el pasillo inicial, paseando los ojos por las máscaras de yeso que representan los rostros de criminales famosos; deteniéndose un poco en las vitrinas que exponen diversos objetos y, más adelante, hojeando los enormes álbumes de fotografías que reconstruyen la historia de la Policía Boliviana.
El doctor Mariño fue el gestor del Museo de Criminalística, en la segunda mitad del siglo XX. En ese lugar resalta su presencia y su trabajo pasa incluso por el desarrollo de varias de las máscaras de yeso y de otras muestras que evidencian su labor como forense a lo largo de más de dos décadas.
A medida que la fila avanzaba, éramos introducidos en grupos a pequeñas habitaciones. Con los años, el museo fue refaccionado y el recorrido cambió un poco, pero en esa primera vez algo de la crudeza del trabajo policial se percibía en los espacios húmedos, en las bombillas protegidas por una suerte de jaulas metálicas, en los techos bajos de uno o dos calabozos que constituían parte de la visita. Empecé a sentir el escalofrío trepándome por la espalda cuando mis ojos se toparon con frascos de formol cuyo contenido mis ojos se negaron a descifrar.
Más adelante se exponían huesos, cráneos humanos y animales y la representación hecha en yeso de un cuerpo enredado en una red. Fue demasiado, la respiración se me cortó de golpe, el ahogo nació en la base de mi vientre, el mareo me invadió y los objetos y los rostros a mi alrededor fueron transformándose en una sola masa disforme que me acosaba, girando vertiginosamente, mutando caprichosamente; y conocí de golpe la potencia abrumadora de lo siniestro corporizándose en ese monstruo imposible, imaginado…
El dolor en la muñeca me obligó a reaccionar y me topé con la mirada de mi acompañante con ese gesto mezcla entre “siempre arruinando las cosas” y “ya vas a empezar otra vez”. No le dije nada, me liberé de sus manos y salí casi huyendo, abriéndome paso entre los cuerpos curiosos que se asomaban ante las vitrinas y los frascos, ante las fotografías y los recortes pegados en las paredes.
A mediados del siglo XX, el doctor Mariño fue el gestor del Museo de Criminalística. En ese lugar resalta su presencia y su trabajo pasa incluso por el desarrollo de varias de las máscaras de yeso y de otras muestras que evidencian su labor como forense a lo largo de más de dos décadas. Es por ello que la presentación del volumen debía realizarse en dicho espacio. Sin embargo, debido al advenimiento de la pandemia, con todo lo que ha implicado, el evento fue retrasando paulatinamente.
El ejemplar, por su parte, salió a la venta sin demasiadas expectativas comerciales, sin gran pompa. Un día de abril de 2021, simplemente se vio acomodado en la mesita de novedades de Literatura en una feria callejera (de la que, de hecho, el stand fue desalojado por autoridades municipales luego de apenas unas horas).
El juego del relato policial
—El último año me he bancado un trabajo de edición solito —sigue Marcelo— porque así es el trabajo de escriba: de transcribir con cuidado, sin saltarse ni una comita. Yo creo que en la carrera no nos escapamos de ese mito del literato, del poeta, y cuesta que se asuma ese otro trabajo, más modesto que riguroso a mi modo de ver. Por eso la edición ha terminado recién durante la pandemia. No solamente el trabajo de selección (porque hay mucho material más), sino de revisión de los textos elegidos.
Pero entonces, ¿cómo decidirse por textos que en una investigación tradicional se acepten como “muestra representativa”? ¿Cómo tomar aquello que provoque en los lectores lo mismo que se siente en el Museo Policial?
Quiero preguntárselo así, quiero simplemente decirle: “Marcelo, ¿cómo has escogido las crónicas?” Pero entiendo que no puedo porque la respuesta no va a ser: “Ah, escogí tal y cual porque hashtag bonitas y ¡uh! Jodido pues un descuartizamiento”. Porque en este rubro tan apasionante, una cierta complejidad cuasi involuntaria lo envuelve todo. Y lo que podría enunciarse como un simple “escoger” pasa más bien por un “criterio de selección” que hay que traducir.
“Jugar un poco el juego del relato policial”, sería en síntesis el criterio que ha orientado la selección de crónicas que integran el volumen.
La publicación no tiene un afán totalizador, de enciclopedia. Hay mucho de selección, de ficción, tanto del editor, pero también de los estudiantes. El armar con el material algo que pueda leerse también como relato policial.
—Nos hemos orientado a elaborar una antología, una muestra, que sea significativa en tanto recopilación, pero también (la apuesta por lo menos es esa) a la exploración de una veta de nuestra tradición escritural, de la crónica policial en una época en que, por ejemplo, no había lo figureti, las crónicas no se firmaban. La exploración de otras zonas del campo literario que merecen ser consideradas. El carácter de experimental marca ya también una perspectiva singular, asumiendo desde el inicio que no íbamos a entrar en el jueguito positivista de totalidad, de archivo, que está de moda. Porque no se ha tratado de un afán totalizador, de enciclopedia, de publicar todo lo de Mariño. Este tipo de trabajo supone también una intervención. Hay mucho de selección, de ficción en ese sentido, tanto del editor, pero también de los estudiantes. El armar con el material algo que pueda leerse también como relato policial. Es decir, determinado caso equis; en los periódicos hay montón sobre ese caso, lo van siguiendo algunos hasta el final, otros se pierden. En ese sentido, el criterio ha sido también armar a partir de ese material un relatito policial, unas intrigas policiales de distinto orden.
—Te escucho —le digo— y pienso mucho en tus obsesiones, en Barthes y el gesto. El criterio me ha sonado a una puesta en escena de un gesto.
El silencio me parece eterno.
—Sí, ¿no? —ríe—. Me parece pertinente la observación y obviamente me hace sentir que no soy tan esquizofrénico. O sea, hay una continuidad. Normalmente, la investigación se toma a partir de una perspectiva positivista, de no intervenir, y me parece que ése es un mito positivista del siglo XIX y que está de moda otra vez. Y está esto que va por otro lado, algo más crítico, o por lo menos más honesto.
Honestidad y crónica policial. Dos ideas que se me quedan en la cabeza y permanecerán ahí por un buen tiempo, junto a un apunte final:
—Igual aparece aquí, obviamente no te voy a decir dónde para que lean el libro, pero aparece Sáenz ficcionalizado.
Nosotros, ¿los ficticios?
Llegué por accidente, sin el valor suficiente para regresar a las habitaciones de los frascos, pero tampoco para huir corriendo del Museo. Entré casi sin fijarme, esperando no volver a toparme con la hueca mirada de los cráneos, con esos dedos mutilados que imaginaba que me apuntaban, entré a la habitación casi vacía mientras esperaba que el resto de mi grupo (fascinado por los cuerpos en conserva, por ese morbo que despierta la muerte) me alcanzara. Era la habitación más pequeña y dentro tenía solamente álbumes de fotos, un retrato y una pintura con una imagen, impactante, sí, pero nada comparado con lo que habíamos visto ya.
Frente a mí, casi en total soledad, la chancha preñada de Arturo Borda devoraba golosa a la criatura que algo tenía de juguete, que en algo evocaba a las pesadillas alucinógenas de las noches de excesos; pero yo sabía que, además de representar la escena de un libro trascendental (El Loco), algo había en ella de historia real, de crónica roja, de crónica policial. Algo de eso visceral que atrae y repele por igual, que fascina y espanta, como el abismo al que te asomas y que termina por mirarte a ti. Algo quizás no tan diferente de lo que hizo que un hombre, Mariño, en pleno siglo XX, se desempeñara como Jefe del Gabinete Criminalístico a lo largo de más de 25 años “sin haber sido dado de baja en ninguna ocasión”.
Ahora sí nos vamos
Zarina toma uno de los ejemplares de Rastros del doctor Mariño cuando ya empezamos a recoger los libros. Entrega a Néstor el dinero para que lo guarde en la chuspita de las ventas y prepara su propio recibo. Algo hay en esa serie de movimientos normales, habituales, esperados, que sorprende, que llama la atención. ¿Es porque es ella? ¿Tiene que ver la letra con la que llena el recibo? ¿Qué tiene de diferente y llamativo un movimiento que ha sido repetido con diferentes actores muchas veces a lo largo de los últimos días?
Terminamos de guardar los libros y transportamos de a poquito las pesadas cajas hasta las oficinas de la carrera. No podemos ni siquiera imaginar que, unas semanas después, los dos frentes que habían pasado los últimos días en campaña en el atrio, se enfrentarían violentamente entre tomas y retomas del Monoblock. Metidos en nuestro trabajo de libreros ocasionales (un laburo “más modesto que riguroso”, diríamos emulando a Marcelo), de feriantes amateurs, no pensamos en que la vida política es y ha sido parte del cotidiano universitario, en que el ají de fideo, los carretillazos, las bombas de tinta y los enfrentamientos han estado ahí y han ido construyendo una historia que algo tiene de ficción, de historia novelesca, de relato de suspenso e intriga, y por un segundo, capaz nosotros mismos nos transformamos en ese héroe novelesco sumido en una búsqueda degradada en un mundo también degradado.
Algunas crónicas del libro sobre el Dr. Mariño
Macabro hallazgo de esqueletos
(Última Hora, 6 de octubre de 1943)
Al realizar excavaciones en la derruida escuela de Comunicaciones, situada en la calle Colón, se hizo el descubrimiento de numerosos esqueletos, cuyos cráneos fracturados hacen pensar en un “apaleamiento melgarejiano”.
El local que en la calle Colón ocupaba la Escuela de Comunicaciones sufrió, como nuestros lectores recordarán hace varios años, un voraz incendio que la dejó en paredes, usando la terminologÍa popular tan gráfica en este caso. Pues bien, durante años tal estado ha permanecido inalterable, hasta que hace poco el Gobierno resolvió remover esas ruinas para construir allí algo. A este fin se dispuso que en forma metódica se realizaran los trabajos de demolición, a objeto de preparar el área de nuevas edificaciones.
Tal labor había venido cumpliéndose desde hace días sin novedad alguna; hasta que en la mañana de hoy los albañiles que realizaban excavaciones en habitaciones interiores se encontraron con un respetable número de esqueletos de una relativa antigüedad. El hallazgo, como es natural, produjo la más espeluznante impresión y la noticia circuló por la ciudad con velocidad solo explicable por la facilidad con que el público deforma noticias de esta índole. En realidad, no se trata sino de un osario donde reposaron años más de una docena de esqueletos. Por el hecho de revelar huesos fracturados y cráneos con fisuras como producidas por golpes, hacen pensar en uno de esos asesinatos colectivos y clandestinos que constituían el arma política en las épocas bárbaras de nuestra historia, cuando la voluntad de hombres oscuros e ignorantes como Melgarejo disponía de vidas y haciendas.
Inclusive elementos técnicos del Gabinete de Identificaciones de la Policía tuvieron oportunidad de realizar las mismas observaciones que nuestros cronistas; y es en base de sus deducciones que nos ratificamos en la posibilidad de que este osario, aparecido en la mañana de hoy, sea uno de los cementerios secretos en donde desaparecían las víctimas de los bárbaros despóticos que, hace un tiempo ya superado por fortuna, gobernaban Bolivia como un feudo.
El macabro hallazgo de ayer (Última Hora, 7 octubre de 1943)
El presente gráfico enseña los restos humanos encontrados ayer en los trabajos de una casa de las calles Colón y Ballivián. Se atribuyen estos restos a las víctimas del “melgarejismo”. Hacen los estudios respectivos los detectives de la Policía de Seguridad, señores Alberto Mariño y Víctor del Castillo, los mismos que dentro de unos días evacuarán un informe detallando en forma científica el origen de estos.
[Rastros del doctor Mariño. Crónicas policiarias 1937-1959, pág. 223-224]
1941: NOTICIAS DEL GABINETE
Museo criminológico de la Policía se inaugurará en breve
(Crónica, 2 de septiembre de 1941)
Merced a la buena labor que lleva a cabo el jefe de Policía, mayor Gabriel Arze, funcionario enérgico, austero y trabajador, dentro de breves días más se llevará a cabo la inauguración del Museo Delictivo de la Policía, obra de tesón digno de todo aplauso del técnico señor A. Mariño y del profesor Del Castillo, profesionales ambos que se han delicado a su organización pacientemente, y sin contar con mayores estímulos, años y años de trabajo.
Hemos tenido el privilegio de visitar ya la casi construida organización, y estamos en el caso de manifestar que tal Museo constituirá uno de los medios científicos más modernos y completos de la nueva organización policiaria.
[Rastros del doctor Mariño. Crónicas policiarias 1937-1959, pág. 177]
Una mano misteriosa
Resultó ser un feto la pelota con la cual jugaban varios muchachos
(La República, 3 de junio de 1943)
Casualmente, un agente de la Policía urbana descubrió que en medio de trapos estaba el cuerpo de una criatura.
En la misma puerta del Templo de la Compañía de Jesús, ayer se ha producido una macabra escena en momentos en que varios chiquillos del barrio sostenían un partido de fútbol empleando una gran pelota de trapo que se habían encontrado extraviada en el lugar indicado. En las horas de la mañana de ayer, habíanse reunido los pilletes del barrio en sus habituales juegos y en vista de tener a la mano una pelota de trapo continuaron entreteniéndose con ella, lo que consiguientemente fastidió a los vecinos y transeúntes que pidieron la intervención de un agente municipal.
Un partido de fútbol
Así procedió el agente, pero antes tuvo que vérselas con las burlas, insultos y jugarretas de los pillastres que muy apenas aflojaron su pelota, mucho más si el partido en ese momento se encontraba empate: ambos lados tenían a ocho goles marcados. Por fin, el agente urbano tomó la pelota y restituyó el orden, luego expresó una reprimenda a los muchachos y, como ellos continuaran mofándose, la autoridad declaró que destrozaría la pelota de trapos en presencia de los malcriados.
Una pelota macabra
Para cumplir su amenaza, el agente comenzó a deshacer el envoltorio, destrozando trapo por trapo la pelota. Apenas quitó unas cuantas vueltas, dejó escapar un grito de horror y arrojó la pelota hacia los chiquillos que también huyeron despavoridos ante un inesperado suceso. Los trapos cubrían el cadáver de un feto de unos cuatro meses, raza blanca y de sexo masculino. El hallazgo ha sido puesto en conocimiento de la Policía. El Gabinete Criminológico en la actualidad estudia los pormenores que pudieran arrojar luz sobre una posible pista de la autora del infanticidio.
[Rastros del doctor Mariño. Crónicas policiarias 1937-1959, pág. 225-226]