Polvo somos y al polvo volveremos. Salvo que desafiemos la sentencia brindando nuestro cuerpo para la investigación —ya lo hacen los reos en Estados Unidos—, o, mejor, donando nuestros órganos aun en vida.
Es martes y es el día más normal de la semana. Estoy sentada frente a la computadora, corrigiendo el futuro texto de Histología. La lectura es divertidísima (nótese el sarcasmo). Mi cerebro quiere enviar la orden a mis párpados para que se cierren y todo mi cuerpo sucumba a la tentadora posibilidad de dormir. Hay una sutil brisita que es como la cereza que va a coronar mi siesta estival… pero suena el teléfono celular.
El tono de los Thundercats me saca abruptamente del limbo. Es mi jefe. Le contesto, mejor acabar con el tormento lo más rápido posible.
—Hola, te cuento que hemos terminado el evento con el doctor que llegó de Estados Unidos y los coordinadores de salud. Yo no iré al campus, estoy medio mal, y este doctor quiere conocer la universidad.
—Para eso están los coordinadores de salud—. Sí, lo sé, no soy nada diplomática para decir lo que pienso, menos con mi jefe.
—Los coordinadores son nuevos, no conocen.
—¿Entonces?
—Tú eres la más antigua y conoces todo el campus. Hay que llevarlo a los anfiteatros y a los laboratorios.
—(Suspiro) ¿Y a qué hora vienen?
—Acabamos de salir del hospital, ya deben estar llegando.
—¡La concha de tu hermana!… Perdón, bajo a recibirlos—. Exacto, tampoco soy muy dama que digamos cuando me comunico con mi jefe.
Bajo hasta la garita y sí, los tres médicos están llegando. Dos son compañeros míos y el otro es el invitado llegado del Norte.
Para una facultad de salud, un espacio clave son los anfiteatros; ahí los chicos del ciclo básico ponen a prueba, primero, su vocación. De un promedio de mil estudiantes de Medicina por año, por lo menos la mitad no aguanta las clases diseccionando cadáveres y decide cambiar de carrera. En segundo lugar, es donde entrenan su pulso de cirujanos. Finalmente, es donde se enteran de qué estamos hechos.
El médico invitado se sorprende al ver que en un país como Bolivia existan predios como los que estamos por visitar. No oculta su sorpresa cuando la primera parada que hacemos es un museo donde están los preparados anatómicos de los estudiantes. Las piezas son únicas a cada paso que damos: cráneos cortados perfectamente por la mitad y conservados en recipientes de vidrio para que se pueda apreciar cada parte; aparatos respiratorios, circulatorios y nerviosos atrapados en resina por la eternidad; fetos humanos en diferentes etapas de su desarrollo flotando en líquidos como peces de acuario. Seguimos avanzando y entramos a la osteoteca, donde hay esqueletos y piezas óseas completas, tanto de animales como de humanos.
Un nuevo médico, esta vez el “señor del calabozo”, nos da la bienvenida a uno de los anfiteatros y su correspondiente sarcófago. La expresión de todos cambia, de sonrisas autosuficientes se pasa a la impresión: en la mesa de cirugías hay un cadáver masculino.
En Bolivia, el Decreto Supremo N° 1115 y la Ley N°1716 regulan la donación de órganos, no sólo de donantes cadavéricos, sino también de donantes con muerte encefálica y donantes vivos. Lo que falta es información.
El nuevo médico nos indica que este espécimen tiene la piel amarillenta y rigidez en sus articulaciones porque es relativamente antiguo, son dos años desde su llegada, pero se ha conservado muy bien gracias a una técnica de conservación inventada en la universidad. Mis compañeros quedan encantados porque no hay olor a formol ni a descomposición. Esta nueva técnica se basa en carvacrol o timol, que son derivados del orégano y han revelado un importante potencial antioxidante.
No obstante, el cadáver que estamos viendo fue formolizado antes de aplicarle esta técnica y eso explica la rigidez de las articulaciones; sin embargo, esa rigidez justamente permite tener los órganos internos intactos, como piezas de rompecabezas. En un movimiento natural, nuestro anfitrión abre el tórax como si se tratase de una mochila, y saca los pulmones negros (después de ver eso, nadie querría fumar en su vida de nuevo) y nos los presenta como ofrenda.
La aventura no termina ahí: el profesor, que nos está mostrando su territorio con orgullo, se acerca a un sarcófago y lo abre. El cadáver que está adentro tiene los brazos hacia arriba -como si quisiera escapar de su jaula (¿por eso el candado?)-, está vendado y sumergido en una sustancia desconocida.
—Toquen con confianza, este cadáver no ha sido formolizado, por eso puede mover sus articulaciones.
Nos movemos a una sala parecida, pero esta vez, en lugar de una mesa de cirugías, está el famoso Anatomage que, en términos que todos podamos entender, es una Tablet gigante donde se proyectan imágenes de cortes y cadáveres. Este adminículo tecnológico permite tener visualizaciones 3D muy realistas e interactivas del cuerpo humano, a manera de una clase de disección con cadáver presente. El cuerpo en la pantalla está creado a partir de una combinación de gráficos y exploraciones reales del organismo humano.
Ahora bien, la parte interesante se da aquí: los cuerpos del Anatomage fueron donados por reos en Estados Unidos. Las familias reciben una indemnización por la donación, y éstos quedan en la posteridad, pagan su deuda con la sociedad contribuyendo a la ciencia. Esto da pie a que nos preguntemos qué pasa aquí y qué tan difícil es conseguir cadáveres para estos fines académicos.
En Bolivia, el Decreto Supremo N° 1115 y la Ley N°1716 regulan la donación de órganos, no sólo de donantes cadavéricos, sino también de donantes con muerte encefálica y donantes vivos. Es decir, se contemplan muchos escenarios para que nuestro envase biológico pueda ser útil una vez que nosotros hayamos dejado este plano. Lo que no hay es información y cultura al respecto.
La broma de uno de mis compañeros me dejó pensando y me ha acercado a una decisión que vengo considerando desde hace tiempo, difícil de tomar:
–¿Donarías tu cuerpo para los anfiteatros, para que tus tatuajes se conserven en resina?
No lo pienso mucho, al fin y al cabo, no me llevaré este envoltorio a donde sea que vayamos después de morir.
–Sí, contesto sin vacilar, y ahora me toca averiguar dónde puedo apuntarme para ser donante.