A propósito de 98 segundos sin sombra
Una frase dicha por el personaje de Geraldine Chaplin en la película de Juan Pablo Richter ha impactado a la espectadora. El porqué, lo explican el asma… y la propia lujuria.
Un puf primero, aspiro profundamente dejando que el medicamento ingrese en mi sistema y espero unos segundos, agitando el frasquito, antes de aplicar el segundo. Va a ser una noche larga. El asma y el dolor me obligan a mantener una posición extraña en la cama, a reacomodar las almohadas y a controlar el ritmo de mi respiración para no desesperarme. En el último año he aprendido una serie de trucos y ejercicios que me ayudan a mantener la calma y a conseguir que el oxígeno necesario entre a mi cuerpo.
“La asfixia es el castigo a la lujuria”, sonrío recordando la frase. Es, quizás, una de las que más me ha impactado de la película 98 segundos sin sombra, dirigida por Juan Pablo Richter y basada en la novela homónima escrita por Giovanna Rivero.
En la película, la frase es pronunciada por la abuela Clara Luz, un personaje magistralmente interpretado por Geraldine Chaplin; un personaje que en pocas apariciones ayuda a configurar completamente un aspecto esencial en la construcción de Genoveva, la adolescente protagonista.
“La asfixia es el castigo a la lujuria”, me repito, relacionando los movimientos de la abuela –el llevarse la mascarilla a la cara para aspirar lentamente, con ese ritmo que tan bien conocemos los asmáticos, el oxígeno que provee el tanque– con ese otro evento sucedido apenas hace unas horas.
—¿Estás en tu casa? ¿Puedo ir a recoger las facturas? —El mensaje ilumina la pantallita de mi celular. En medio del bullicio de la plaza de comidas del Multicine, en medio de la emoción que me ha dejado haber asistido a la premier de esa película que me sorprendió gratamente, en medio de las perspectivas que se dibujan en el horizonte, el mensaje aparece y me golpea en el vientre, provocándome esa sensación de náusea que no termina de desaparecer.
Tardo unos minutos en responderle y aunque no tengo ningún interés en encontrarme con mi ex, una rápida mirada a mi vestuario me convence de que no sería mala idea. Vestidito negro, abrigo, medias de red y zapatitos digamos que femeninos. Me he delineado los ojos y me he recogido el cabello. Nadie lo sabe, pero tengo los labios pintados de un hermoso tono nude y sé que me quitaré el barbijo apenas abra la puerta. Le digo que sí, que puede ir a mi casa.
Fantaseo con salir del cine y que me cuente él su shock ante el desnudo parcial e impactante de cierto personaje, que me haga precisiones históricas acerca de los atuendos de los hombres en la imaginación de Genoveva.
Me gustan las escenas de la película en que Genoveva interactúa con otros personajes, especialmente las adolescentes. Inés ha sido retratada de una forma alucinante y agradezco en el alma al guionista-director haberse alejado lo suficiente del libro para construir una Lorena Vacaflor entrañable, atractiva, con una personalidad interesante, en suma, por haberle devuelto una dignidad que su madre —en el libro— le había arrebatado. Me gusta la naturalidad con la que se introducen esos temas que se asumen como femeninos, el maquillaje, el spray para el cabello, la elección misma de un atuendo, y que son parte importante en el desarrollo de los personajes centrales. Me agrada que se haya dejado de lado la fuerte carga política que impregna a ciertos personajes del libro y que podamos encontrar a un padre casi querible en la interpretación que hace de él el actor Fernando Arze.
Estoy haciendo lo que había prometido que no haría, comparar la película con el libro. Estuve haciendo lo que juré que no haría, volver a ver a mi ex. Abrirle las puertas de mi casa y darle, de nuevo, una mano para la solución de sus problemas.
“La asfixia es el castigo a la lujuria”, parece sentenciar la abuela Clara Luz. Y algo de razón tiene, pero la lujuria no se aplica ya a ese hombre de 41 años, que me mira con expresión de perrito, que no puede evitar recorrerme con los ojos, deteniéndose en mis piernas, en mi escote, sin saber cómo provocar un acercamiento, entendiendo también que ni loca dejaré que vuelva a tocarme.
No, la lujuria no va por ahí. Va más por el momento que sorprendí sin querer, en el pasado Enjambre de Libros, en ese chico delgado empapado por la lluvia, en ese gesto de echarse atrás el cabello con un movimiento casi calculado, de ojos cerrados y labios entreabiertos, para luego peinarlo con sus dedos alargados, como en una típica escena erótica de película (¿clase B?). Va más por la escena de 98 segundos sin sombra en que Geno ve por primera vez al maestro Hernán y, sin saber cómo reaccionar, sale corriendo.
Fantaseo, me es inevitable. Mientras vuelvo a aplicarme dos pufs del medicamento, voy imaginando que vuelvo a ver la película en compañía del chico. Quiero contarle mi shock ante la representación de esa muerte sangrienta que no voy a detallar, quiero hablarle del bebé y de las imágenes lindas de sus diminutos movimientos. Quiero también protestar con él acerca de ciertas cosillas que me han dejado un saborcito agridulce, esas escenas iniciales en las que el lenguaje todavía no sonaba tan natural, en que la relación entre las chicas se percibía incómoda, esos momentos en que encontré (quien busca encuentra) los mismos problemillas que había encontrado en El río (2018), un largometraje anterior de Richter.
Y me sorprendo deseando también escucharlo, imaginando que su voz grave y ese tono tan particular que lo caracteriza toma la forma de una serie de palabras acerca de la madre, de las Madonas, las chicas populares del colegio de Genoveva que buscan emular a las abejitas reina de las secundarias extranjeras. Fantaseo con salir del cine y que me cuente él su shock ante el desnudo parcial e impactante de cierto personaje, que me haga precisiones históricas acerca de los atuendos de los hombres en la imaginación de Genoveva, que me explique el proceso de formación de las ciudades en el oriente boliviano.
En un impulso casi suicida, tomo el teléfono, con ganas de llamarlo y de decirle:
—Hey, hay una peli alucinante en cartelera, ¿te animas a ir este finde?
Planeo incluso cualquier respuesta posible, argumentar que es un estreno reciente (se estrenó el jueves 25 de noviembre), que no sabemos cuánto tiempo estará en cartelera, que quizás sólo podamos ir este fin de semana, que el libro es interesante, que…
La respiración se me corta, ¡carajo! Es Inés esta vez la que acude a mi memoria, Inés, la beffa de cuerpo frágil, la chica extraña, la cómplice de Genoveva. Y mientras suelto el celular para buscar el aerosol —que ha desaparecido de pronto en medio del desorden de mi cama—, escucho de nuevo la sentencia de la abuela Clara Luz:
“La asfixia es el castigo a la lujuria”.
