Barroca, excesiva, como la literatura boliviana de donde ha salido su patrono, el Beatito Renecito, así es la fiesta de la carrera de Literatura, que por última vez se celebró en 2018 y que seguramente volverá un 1 de noviembre para seguir alimentando la memoria oral y abriendo espacios de reciprocidad.
—Creo que no quiere que lo encontremos…
—¿Tú crees? —Me mira con incredulidad.
No la culpo, hay una distancia grande entre aceptar las creencias con respeto y hasta con cariño, y compartirlas. Sentada en el saliente de una de las callecitas interiores del cementerio general, Albita respira con cierta dificultad. El asma la ha atacado con particular saña, pero pese a ello deja de ser, por un momento, la doctora Alba María Paz Soldán, docente titular de la carrera de Literatura, para transformarse en Albita, la pasante del preste.
—Sí, eso decían en mi casa, que cuando uno no encuentra una tumba que está buscando, es porque el difunto no quiere ser encontrado.
Es el 26 de octubre de 2018 y estamos en el recorrido organizado por la Carrera de Literatura de la UMSA como una de las actividades previas a la celebración de la fiesta. Ese año, las pasantes o prestes —todas mujeres: Albita como docente y Melissa Orozco, Melisa Balderrama y Kirca Yucra como estudiantes— habían propuesto una serie de actividades previas, como si algo les hubiera hecho intuir que aquel sería el último festejo que se llevaría a cabo (el último hasta ahora, por lo menos).
Una de las actividades consistía en recorrer el cementerio depositando ofrendas florales y rociando alcoholcito en las tumbas de autores, intelectuales y personajes famosos. Tumbas como las de Jaime Saenz, Víctor Hugo Viscarra, Oscar Cerruto, René Bascopé Aspiazu, Gustavo Adolfo Otero e incluso la del doctor Mariño (célebre forense paceño cuyas crónicas ameritaron la publicación de un grueso volumen que merece ser comentado en otro espacio) fueron fáciles de ubicar; hubo otras que, sin ser buscadas, aparecieron frente a los azorados ojos de la comitiva, como si los finaditos, emulando el inicio de El runrún de la calavera de Ramón Rocha Monroy, se manifestaran buscando ser recordados.
No sucedió así con Carlos Medinaceli.
—Es cierto, no se dejaba encontrar —recuerda Albita ahora, ya en pleno 2021—; teníamos el dato exacto, pero no logramos dar con la tumba.
Pese a las vueltas que dimos muchos en torno al mausoleo en donde se hallaba su tumba, pese a la buena voluntad y los presentes que llevábamos, tuvimos que retirarnos esa nublada tarde de octubre sin haber encontrado el lugar donde descansan los restos del autor de La Chaskañawi.
Un santo muy peculiar
—Yo sé poco del preste —me dice Lucy cuando la llamo. Y no me sorprende; desde que fuera mi docente del Taller de Cultura Popular en tercer año de Literatura (una cátedra que siempre estuvo un pasito por delante de su época), la modestia ha sido una de las peculiaridades de la MSc. Lucy Jemio, una de las personas que mejor conoce y entiende la lógica que está detrás de las celebraciones andinas y de la tradición oral—. Yo no solía estar mucho en La Paz en esas fechas. Deberías llamar al Asterix (Adolfo Cárdenas); en su taller han creado al beato…
La historia del beato Renecito es una de las primeras que se transmite cuando se ingresa a Literatura. Es parte de la memoria oral de la carrera. Nacido a partir de un personaje de la novela La tumba infecunda de René Bascopé Aspiazu, la pequeña efigie emula al feto abortado de una prostituta, que en la ficción cuenta con ciertos poderes sobrenaturales. Ya luego, hablando con el Dr. Cleverth Cárdenas, literato y especialista en Estudios Culturales, me entero de que él fue estudiante del curso de Escritura Creativa en 1997, año en que se creó el preste.
—Pensábamos hacer una parodia de su dimensión simbólica —afirma—. Cuando llegó la carta de la Comisión de Festejos de la Carrera, pidiendo que el taller se encargara de organizar la fiesta de gala, a Adolfo no le gustó para nada lo “de gala”.
La idea del preste de Literatura surgió en 1997, medio en broma, medio en serio, y ante la ausencia de un santo escritor, apareció el fetito de La tumba infecunda.
El curso, conformado en esa época por Roxana Mayta, Guiomar Arandia, Vania Díaz Romero, Esperanza Yujra, Remedios Loza y el propio Cleverth, sugirió diferentes actividades. De entre todas, medio en broma, medio en serio, surgió la idea de organizar un preste. El resto del proceso se fue dando por sí solo. Había que encontrar un patrono, pero ¿cuál? Ante la ausencia de un santo escritor, apareció el fetito de La tumba infecunda.
—Pero tampoco era santo, entonces… ¿qué está debajo de un santo? Un beato. Por eso le pusimos beatito Renecito. Y Adolfo hizo al muñeco con plastilina, simulando un feto pudriéndose, medio verdoso, sentado en una sillita de Alasitas y con dos piedritas rojas por ojos —describe Cleverth.
Si bien la historia del nacimiento del preste es esencial, la comprensión de lo que representa es lo que busco y que, como la tumba de Medinaceli en el 2018, se resiste a ser hallado.
—El beato ha permitido que se articulen dos espacios —me explica Ramiro Huanca, también docente de Literatura.
Por un lado, estaría un mundo totalmente festivo como es el preste y, por el otro, el espacio cristiano. Este preste se realiza el primero de noviembre, justo en la víspera de una de las festividades católicas más importantes como es Todos Santos, sólo que en honor de un santo ficticio.
Escucho con atención porque, según me ha contado Cleverth, han sido el destiempo y las prisas los que han operado para que el preste —aquella primera vez— no se realizara en octubre, como estaba pensado, sino el primero de noviembre.
Lo que pasa en el preste, se queda ¿en el preste?
Conocí a mi ex durante un preste; bailamos el Aserejé y luego nos peleamos. Ni siquiera sabía su nombre, todo lo que sabía es que era mi compañero en la materia de primero que dictaba Marcelo Villena. Aquella noche, mi ex atrapó mi mirada y no la soltó. Estábamos en extremos opuestos de la pista de baile, pero, aun así, la atravesó, se paró frente a mí y me preguntó si quería bailar… Así comenzó una aventura que habría de durar diecisiete años… o diecinueve, nunca voy a estar segura.
No fuimos ni de lejos la primera pareja que se conoció bajo la perturbadora mirada de Renecito. No fuimos, ni de lejos, lo más extraño que ha sucedido en las decenas de versiones de la celebración.
—La primera fue satánica — sostiene Cleverth—. Estaban todos los de la vida bohemia de La Paz: Humberto Quino, Mario Conde, Jorge Campero, Jaime Nisttahuz, amigos del Adolfo. Fue un encuentro casi mítico. Al punto de que yo no regresé a mi casa y mi mamá tuvo que llamar a las de mis amigos a las cinco de la mañana.
No le cuento, pero recuerdo con una semisonrisa que también en mi caso hubo un pequeño escándalo. Amanecí con mis amigas, bebiendo en casa de una de ellas y mis padres se enteraron a la mañana siguiente.
Hay versiones míticas de la fiesta y leyendas sobre pasantes que se salvaron de un gran problema o que lograron al fin defender la tesis de doctorado.
Pero las palabras de Cleverth no pueden ser más acertadas; desde su creación, el preste de Literatura ha tenido varias versiones míticas. Fiestas que trascienden la leyenda de que uno de los pasantes, luego de recibir la fiesta, se salvó de un problema muy fuerte; o aquella otra, también conocida, de que una pasante pudo finalmente defender su tesis doctoral después de haber festejado al beatito.
En lo pequeño, en el universo micro, muchas otras cosas han sucedido. Parejas que comienzan y terminan, carreras que se consolidan, personas que adquieren relevancia y quedan como figuras definitivamente vinculadas con el preste.
Siempre he estado orgullosa de una cosa. Luego de ir a un preste, el primer día hábil siguiente, iba a mis clases con la cabeza muy en alto. Y miraba a mis compañeros y docentes con cierto aire de superioridad. Porque era algo de conocimiento general que la mayoría, si no es que todos, tenían un pecado, un muerto en el armario, un desliz de algún tipo, besos ilegales, noches de extravío, peleas violentas, una agresión injustificable, amistades deshechas por un puñetazo bien o mal dado, corazones destrozados ante escenas triple equis sorprendidas en los baños. No es que yo quiera hacerme a la santa, es solo que mis escándalos siempre fueron pequeños: una caída en medio de la pista de baile (luego de beberme el traicionero tren de coctelitos), una escena de celos bastante leve que a veces me hacía mi ex y a veces le hacía yo, el pasarme vino de boca a boca con alguna de mis amigas… Nada serio en verdad. Y si bien era divertido mirar a la gente con expresión de “sé lo que hiciste el verano, perdón, el feriado pasado”, tampoco es que hubiera tenido alguna prueba para acusar al aludido.
Por ello, la primera vez que hubo un camarógrafo en el preste marcó un antes y un después. Especialmente porque en días siguientes se vendieron discos DVD con el registro de todo lo sucedido. Desde una mirada absolutamente dependiente de los celulares con cámara, esto no parece gran cosa (y sé bien que hay varios estudiantes que guardan imágenes de la “mala conducta” de sus docentes en los últimos prestes), pero en esa época fue todo un escándalo. Por primera vez había pruebas tangibles de conductas que antes se mantenían en secreto, como que Fulanito se había besuqueado con menganita mientras su esposa dormía en casa, o de que Perenganito, el cordero de segundo año, era un rayón que se alteraba al primer trago, o de que Zutanito amaba los besos triples con sus dos mejores amigos, o de que Periquita de los Palotes le metía la lengua en la garganta a Pedrita, mientras su novio las veía sosteniéndoles los tragos (yo no fui a ese preste y sigo agradecida con el de arriba). Por primera vez, el exceso de la fiesta se veía desnudado y expuesto ante unos ojos que quizás ni estaban listos ni querían ver lo que se les estaba restregando en la cara.
La unión de dos opuestos
Pero el preste no es solo exceso, en él se permiten ciertas “expresiones episódicas y su relación con la memoria oral”, en palabras de Ramiro.
—O sea, a veces es bien preste y a veces es bien fiesta jai —mi vocecita interior no puede abstenerse de comentar.
Pero hay algo de verdad en lo que dice. El primer preste al que fui, en el Red Camel, fue un jolgorio total, con alcohol en abundancia, con comida deliciosa en cantidades epicúreas, con chicos y chicas bailando a más no poder sobre un piso pegajoso, con dianas cada vez que entraba alguien portando una o más cajas de cerveza, con vasos rompiéndose en los alrededores, con coctelitos de colores, altamente traicioneros. Algo más que un emborracharse hasta perder el control, pero también un algo menos. La ambigüedad, lo grotesco, ese barroco que brota de nuestra literatura.
El último, el 2018, fue una mascarada. La mesa de Todos Santos estaba mejor decorada (estéticamente) que otros años. Había un cierto “buen gusto” en el decorado, una linda iluminación y una mesa agradable. Raimundo Quispe Flores, egresado de Literatura, escritor y panadero, volvió luego de algunos años de ausencia a aportar con el producto de su panadería a la mesa de difuntos. Hubo khantus y música bailable. Hubo tres ninfas bailando alrededor de un fauno (sin mucho escándalo, en verdad) y charlas amenas, sesudas, inteligentes en las mesas. Hubo tragos sin exceso y comida también sin exceso. Todo muy mesurado, bonito y hasta acogedor. La fiesta terminó a medianoche y todos (los que no acudimos previamente entonados, vale decir) nos retiramos absolutamente sobrios. Tan sobrios como la mesa, muy lejos de las extravagancias cholas que son tan propias de los prestes.
La generosidad implícita en la organización del preste es algo central. Y, por otro lado, la casi obligatoriedad.
—Es la fiesta de la comunidad en la que lo das todo —me dice Lucy—, das lo mejor a tu comunidad, y a veces el pasante no come por estar controlando que los demás coman, por atender bien a las personas. El año que yo he pasado ha sobrado harto trago, eso te puedo decir; todos ponían y ha sobrado. En un preste es importante que haya quien diga: “De quién su borracho soy yo”. Porque no se trata de emborracharse hasta perder el sentido, se trata de no perderlo, de estar borracho, pero consciente. Se trata también de luego devolver. Es que es nomás reciprocidad, ayni, fijarse quién da para devolverle cuando él o ella pase la fiesta.
La generosidad implícita en la organización del preste es algo central. Y, por otro lado, la casi obligatoriedad.
—Cuando me han nombrado, he aceptado, lo he asumido como algo rotativo, como los cargos que se rotan en las comunidades, como algo que hay que hacer —afirma Lucy, contundente.
No se lo digo, no tendría el valor de hacerlo, pero cuando dice esas palabras, recuerdo la vez que tuve la oportunidad de aceptar ser preste y casi hui, sin saber cómo responder.
Albita me cuenta: —Cuando se enteró de que yo nunca había pasado una fiesta, Lucy me dijo: “Qué barbaridad, cómo no has sido [pasante], tienes que ser”. Y yo no había pasado antes porque no tenía tiempo. Era Coordinadora de Cultura en la Católica y estaba con la Carrera, realmente no tenía tiempo.
Y entre todo, va asomando la comprensión misma de una fiesta que es fiesta, pero también es alguito más.
Nunca más una extranjera
—¿Que si creo que el preste va a continuar en el futuro? ¡Claro! Va a poder continuar, hay que coordinar las cosas con el René, porque luego de esta pandemia se pueden hacer muchas cosas, hay mucha fuerza todavía que vamos a necesitar —, declara Ramiro al despedirse.
Yo corto la llamada sintiendo cómo en los últimos días he comprendido mejor la dinámica de un evento al que asistí por años como una extranjera, como una foránea que mira sin atreverse a ser realmente parte. Sintiéndolo ajeno hasta cierto punto, evadiendo la parte fuerte, la parte dura. Y, por primera vez en mi vida, siento genuinas ganas de ser algún día pasante de la fiesta del beatito.
tienes que ser Preste el 2022, Lourdes, así garantizada una buena fiesta, jej