Viajaron al matrimonio de su hijo sin saber que precisamente allí el Covid 19 aparecería ante el mundo. Quedaron atrapados en un apartamento en Hubei junto a la flamante familia política. Este es un manual práctico para comprender la cultura china en dos semanas y diez días.
El 22 de enero de 2020 estuvimos en la estación de trenes Hankou de Wuhan, China, para ir a la ciudad de Xiaogan en el Norte, a 1 hora de viaje. Éramos cinco personas: mi esposa, nuestro hijo, su esposa Wen de nacionalidad china, nuestro nieto de siete años y yo. Era media mañana y estaba muy frío, acababa de empezar el invierno boreal, había muchísima concurrencia. Dentro de tres días sería el año nuevo lunar chino que explica el intenso movimiento de gente de la gran ciudad a ciudades menores del interior de la provincia Hubei. Es la fiesta más importante del país usualmente denominada “Festival de la Primavera”. Ese feriado la gente procura ir a su lugar de origen, reunirse con su familia y seguir las tradiciones. Precisamente es lo que estaba haciendo mi nuera.
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Ella y mi hijo nos habían invitado a la ceremonia de su boda que se realizó dos días antes aquí donde estoy ahora mismo, en la ciudad de Wuhan.
Mi esposa y yo salimos de Cochabamba rumbo a China el 31 de diciembre de 2019. Ese mismo día, autoridades de salud de China informaron al representante de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de este país de la aparición en la ciudad de Wuhan de una enfermedad provocada por un virus aún no identificado; qué agorera coincidencia, nuestro destino era precisamente esta ciudad a la que arribamos el 4 de enero después de estar un par de días en Pekín.
En un país con cerca de 1400 millones de habitantes, Wuhan, con casi 12 millones, está como 800 kms tierra adentro desde la costa del Mar de China, equidistante de las ciudades costeras de Shanghai al Este y Hong Kong al Sur; Beijing está al Norte a un poco más de 1.000 kms.
Mi esposa y yo salimos de Cochabamba rumbo a China el 31 de diciembre de 2020. Ese mismo día, autoridades de salud de China informaron al representante de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de este país de la aparición en la ciudad de Wuhan de una enfermedad provocada por un virus aún no identificado
Wuhan es gran productor de acero; en 2018 manufacturó 1,7 millones de automóviles de más de media docena de marcas entre nacionales y extranjeras por un valor de 400.000 millones de yuanes (57.000 millones de dólares). Ese año también produjo 17 millones de equipos de aire acondicionado que a la vez son calefactores; Otros rubros importantes son el farmacéutico, el óptico, el del transporte, pues por su céntrica ubicación geográfica, el aeropuerto, las autopistas y las vías ferroviarias tienen gran movimiento; el tren súper veloz que desarrolla una velocidad de 350 kph pasa por aquí en sus recorridos de norte a sur y de este a oeste; Wuhan tiene 35 universidades.
Sobre el Festival de la Primavera diré que el zodiaco chino forma un ciclo de 12 años, cada uno de los cuales está representado por un animal que este año es la Rata de Metal, el primero del ciclo. La sucesión de 12 animales en el ciclo se debe a su orden de llegada en una carrera que, según la mitología china, tuvo como ganadora a la rata seguida por los siguientes competidores: buey, tigre, conejo, dragón, serpiente, caballo, cabra, mono, gallo, perro, y en último lugar quedó el cerdo que por eso cierra el ciclo.
El año nuevo chino cae cada año en diferente fecha por ser lunar; se considera la segunda luna nueva después del solsticio de invierno (21 de diciembre) como día del año nuevo chino, y su festejo se prolonga hasta la siguiente luna llena. El 25 de diciembre y el 1 de enero no tienen ninguna relevancia en este país. El próximo año el Festival de la Primavera caerá el 8 de enero, día del Año Nuevo Lunar chino 2021.
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Llegamos a Xiaogan a medio día; nos esperaba mi consuegro Jinquiao con otros parientes que nos llevaron a un restaurante a comer; ellos con palitos y mi esposa, mi nieto y yo, con tenedor y cuchillo. Las mesas suelen ser circulares con una plataforma central giratoria de vidrio de menor diámetro donde se ponen las fuentes de comida; para servirse se hace girar la plataforma hasta alcanzar lo que se desea.
¿La comunicación?; aquí los extranjeros somos analfabetos, además de mudos y sordos; somos espectadores atenidos al refrán “donde estuvieres haz lo que vieres”. Wen y mi hijo se conocieron en Canadá donde él trabajaba ya varios años y ella era una becaria universitaria. Ellos se comunican en inglés, con Wen nos comunicamos a través de mi hijo, y para con los demás sólo disponemos de sonrisas. No se acostumbra dar la mano ni abrazos ni besos, salvo entre familiares.
Después de conocer a la familia de Wen y comer, nos llevaron a dos cuadras del restaurante, al departamento nuevo, amoblado y desocupado de Jinquiao quien trabaja en Pekín, y nos instalaron en él.
Esa noche, Ning, primo de Wen, nos llevó en su auto a Huayuan en el área rural, como a 15 kms al norte de Xiaogan, a la comunidad donde viven sus padres y donde también está alojado mi consuegro, su tío.
Allá nos esperaban con una cena familiar. Me ubicaron, por ser mayor que todos, en el lugar preferencial, el más próximo a un idolillo dorado muy sonriente de Buda, de unos 12 cms de altura, sentado en posición de loto en una mesa próxima donde además habían palillos de incienso. En la pared se veía la ilustración de un bello monumento arquitectónico de Wuhan, la Torre de la Grulla Amarilla, un edificio cilíndrico de cinco pisos de diseño tradicional; completaba el cuadro el río Yangtzé con uno de sus puentes; este río es el más grande de China y pasa por media ciudad de Wuhan. En la misma mesa del idolillo había un televisor que estaba pasando un canal de CCTV. En media habitación ardían brasas en una parrilla en el suelo a manera de calefactor rústico y el sobrinito de nuestro anfitrión estaba sentado al lado en una preciosa sillita artesanal mirando la TV.
Aquí los extranjeros somos analfabetos, además de mudos y sordos; somos espectadores atenidos al refrán “donde estuvieres haz lo que vieres”
Conocí a los papás de Ning, a su esposa y a su hermano y cuñada. Ning, a través de mis traductores, me dijo que ahora mi hijo, mi esposa y yo, somos parte de su familia. Otra expresión similar tuvo el suegro de Hui, hermana de Wen, cuando en Pekín les visitamos y me dijo que cuando algún día volvamos él nos recibirá en su casa.
Después de la cena pasamos a otra habitación a conversar y mis traductores me pasaron una pregunta de Ning que me vio observar el personaje de otra gran ilustración, ¿lo conoce?, cuando dije que era Mao Tse Tung hubo una exclamación de alegría.
Al día siguiente, 23 de enero, comenzó sin anestesia la operación “quédate en casa” en la provincia Hubei, donde estábamos, cuya capital es Wuhan. Nosotros habíamos salido de Wuhan por una o dos semanas, sin saber exactamente la magnitud de lo que se desataría en dicha ciudad a consecuencia del brote del coronavirus.
En el resto del país la vida siguió casi normalmente. Hui, hermana de Wen, había ido en auto desde Pekín, donde vive, a Wuhan al matrimonio de su hermana, con su esposo, hijito y suegros; y el día que llegamos a Xiaogan, después de la comida familiar, salieron ella y su familia a la escapada a Pequín, a tiempo para no quedar encerrados. Sin embargo, una vez allí, fueron recluidos en cuarentena por dos semanas antes de ir a su casa; todo, porque estuvieron en Wuhan, la ciudad del brote.
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Xiaogan tiene 4,8 millones de habitantes, quienes viven por regla general en edificios de departamentos, igual que en las otras ciudades chinas. No se ven casas de vivienda sueltas salvo en el área rural. La altura de los edificios de departamentos varía entre seis y cincuenta pisos e invariablemente en cada apartamento hay un equipo de aire acondicionado-calefactor, pues el año tiene, por lo menos en esta provincia, sólo dos estaciones: la muy fría y la muy calurosa. A lo largo del río Yangtzé, de oeste a este, hay tres ciudades consideradas “hornos” por sus veranos muy calurosos: Chongqing, Wuhan y Nankin o Nanjin, vecina esta última de Shanghai que ya está en la misma costa del Mar de China en la desembocadura del Yangtzé.
El Festival de la Primavera estaba fijado para el 25 de enero, día del Año Nuevo Lunar; fue sin embargo un Año Nuevo sin algarabía, petardos, comilonas ni danzas de dragones y leones gigantes; todo lo contrario, con el Año Nuevo empezamos los 58,16 millones de habitantes de esta provincia (noveno lugar en población) un ejercicio de supervivencia consistente en un confinamiento domiciliario que convirtió en ciudades fantasma los centros urbanos. Se activaron mecanismos de control y apoyo ejercido por miembros generalmente jóvenes de los comités de barrio, que se turnaban en las entradas de los condominios habitacionales y que al mismo tiempo que controlaban las salidas; hacían el trabajo de mandaderos que iban a comprar en almacenes autorizados, víveres y otros para los residentes; de esa manera no quedamos desabastecidos. Toda orden así como el respectivo pago estuvo a cargo de Wen vía teléfono; así nos proveíamos de verduras, pescado, pollo, fruta, etc. De vez en cuando nos traían a la puerta del departamento verduras o mandarinitas por cuenta del Estado.
En febrero y mediante una cédula pasada por debajo de la puerta, se fijó el 8 de marzo como fecha de desconfinamiento regulado. La víspera de esta fecha vino un funcionario de salud con su pistola de rayos láser para medirnos la temperatura; después de una semana vino otro con el mismo propósito; luego de estos controles le llegó al teléfono de Wen un código QR de constancia de sanidad, sin el cual no hubiéramos podido salir del condominio ni entrar a una tienda o supermercado, esto cuando ya estuvo vigente la libre circulación después del 8 de marzo.
En el departamento, aparte de las cinco personas que salimos de Wuhan, estuvieron tres jóvenes: dos primas solteras de Wen que ocuparon el tercer dormitorio y su hermano a quien le tocó dormir en el sofá de la sala con calefactor portátil. El departamento cuenta con calefón y cocina conectados a la red de gas domiciliario y lavadora de ropa, es decir que teníamos resuelto el asunto del lavado de ropa, del agua caliente y el de la comida. La “chef” por derecho propio era Wen; ¿cuál era el menú?: guisado de verduras con desmenuzado de pollo y/o pescado preparado al aceite en una honda sartén, aderezado invariablemente con salsa de soya; no podía faltar el arroz sin sal; cuando había carne de cerdo generalmente era en sopa; también comíamos hongos y carne de soya; el té verde se toma a cualquier hora. Es impensable sentarse a tomar café con pan, pues ni lo uno ni lo otro son comunes, tampoco lo son el queso de molde y la carne de res. Mi mujer, el niño y yo desayunábamos y cenábamos fruta, leche, té verde, galletas o “payasos” como le llama mi mujer a los fritos de harina con huevo. En Bolivia es infaltable el pan “de batalla” en las tiendas de barrio, aquí no; en el supermercado se encuentra variedades de pan de molde, que, como en nuestro país, es más caro. Los otros cocinaban comidas chinas como el fideo, el arroz sin sal, verduras, “carne” de soya y hongos, siempre con salsas, una de soya y otra picante; la carne (pollo o pescado) generalmente va desmenuzada.
Durante el encierro, los cinco jóvenes del departamento, los tres mencionados más los recién casados, mataban el tiempo en las tardes con un juego de mesa muy común en China, el Mahjong, que se juega entre cuatro en un tablero cuadrado de 80 cms de lado. Mi consuegro Jinquiao, ni bien llegamos al departamento, me llevó junto a la mesa cuadrada donde almorzábamos, le retiró el pesado tablero y vi que escondía otro tablero, el del Mahjong. Este juego tiene elementos del dominó y de los naipes, tiene 108 piezas que son como las del dominó pero el triple de gruesas; cada jugador retira 13 piezas y empieza el juego; el que tiene el turno toma una nueva pieza y deja en la mesa otra que no le sirva; se tiene que formar escaleras de 3 piezas y gana el que consiguió primero hacer que todas sus piezas formen escaleras.
Mahjong. Este juego tiene elementos del dominó y de los naipes, tiene 108 piezas que son como las del dominó pero el triple de gruesas.
Usando la terminología del juego de cartas, hay 2 “palos”: bambúes (barras) y anillos, que van del 1 al 9, habiendo 4 series de cada palo que hacen 72 piezas; las demás, con otros cromos, también permiten hacer figuras secuenciales de entre 2 y 4 piezas. Evidentemente parece un juego sencillo, pero tiene muchas reglas, y como siempre juegan por dinero, cada error se penaliza y hay que pagar. Aquí se jugaba sobre la base de 5 yuanes, donde el yuan está a la par de nuestra moneda, el boliviano.
A los no jugadores del Mahjong los teléfonos celulares conectados al internet nos salvaron del aburrimiento y la desesperación; a los del Mahjong también cuando no estaban apostando; como ya es sabido, en internet hay un profuso abanico de ofertas para distraerse.
Mi mujer y yo íbamos a las noticias de Bolivia y del mundo en periódicos digitales; los jóvenes del grupo acudían a los juegos que abundan, pero había que fijarse como distraer al niño y ahí estaba su papá para seleccionarle juegos para su teléfono y películas en la TV de la sala. Desde luego que las películas eran en chino, aunque había también en inglés, como las de Disney; las películas de cartel tenían un costo vía tarjeta de crédito; los canales en la TV se ven con internet y hay una variedad infinita.
Yo buscaba canales de noticias y resulta que CCTV, que es estatal, tiene más de una docena de canales en diferentes áreas; de noticias hay 3 o 4, de entretenimiento otros tantos; uno de vehículos militares (portaviones, carros blindados, etc.); también había 2 de deportes, en uno mostraban las actividades de la NBA; me conformaba con ver las imágenes, aunque en algunos casos había leyendas en inglés. Las noticias se enfocaban en el combate al Covid 19 y en los acontecimientos en el extranjero, principalmente EEUU y Europa; el rostro del señor Trump aparecía todo el tiempo; el del señor Xi Jinping mucho menos. Más bien, si de funcionarios importantes de China se trataba, el responsable nacional de la lucha contra el Covid 19 aparecía casi tanto como Trump.
De radios bolivianas, las que mejor señal tienen son la Fides, una de Rurrenabaque denominada Mega Amazonía y radio “Camargo”, de Camargo, que luego se perdió.
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Llegó la hora de abandonar Xiaogan y volver a Wuhan. Fue el 3 de abril cuando los cinco que salimos de Wuhan hacía casi dos meses y medio abordamos un taxi. Después de una hora nos detuvimos en un control hasta donde podía llegar el taxi y desde donde ya veíamos las torres de los edificios altos de Wuhan. Estaba oscureciendo, bajamos del auto y pasamos por la revisión obligatoria del QR de sanidad y el control de la temperatura, siempre con barbijos. Pasamos con nuestros bultos al otro lado de la barra de stop (tranca como la llamamos en nuestro país) y abordamos el auto de un amigo de Wen que nos estaba esperando. Recorrimos la ciudad ya de noche con muchos de sus altos edificios vestidos con luces de distintos colores y diseños creativos; cruzamos uno de los puentes sobre el río Yangtzé y ya cerca del departamento donde no sabíamos cuánto tiempo aún nos tocaría estar, volvimos a cruzar otro; al llegar al condominio donde ocupamos un sexto piso, fuimos registrados por nuestros nombres y se nos revisó la temperatura corporal por un par de señoritas del comité barrial.
La vida aquí ya recobró su normalidad aunque siguen los controles de sanidad como vimos al llegar de Xiaogan.
United Airlines, la línea aérea que nos trajo y en la que teníamos pasaje de vuelta para el 28 de marzo, al igual que casi todas las demás, canceló sus vuelos cuando la pandemia llegó a EEUU. Estábamos en la incertidumbre de no saber cuándo íbamos a poder salir de China.
Después de un mes de nuestra permanencia en Wuhan apareció aquí el caso de un grupo familiar con Covid19 y las autoridades iniciaron una revisión masiva en la provincia Hubei mediante brigadas que se desplazaron por los barrios. A nosotros nos tocó el 19 de mayo cuando nos extrajeron una muestra de sangre y otra de la mucosa de las vías respiratorias; el resultado nos llegó a cada teléfono con un código QR de sanidad; estábamos sanos y teníamos que mostrar ese código cuando queríamos entrar a un restaurante o a cualquier lugar; esto, además de la revisión de la temperatura y el uso obligatorio del barbijo mantuvo a salvo a la población.
Hace un mes mi hijo pudo ubicar por internet una aerolínea, Qatar Airlines, para salir de Beijing el 3 de agosto al doble precio de la venida. Las autoridades aquí nos renovaron 2 veces la visa de 3 meses con la que salimos de Bolivia.
Estamos a 17 de julio, con medio año de estadía en este exótico país de astronómica población, a pesar de lo cual hay cierta uniformidad en el sentido de similitud en las condiciones socioeconómicas que varían poco en un espectro que en Latinoamérica tiene de por medio un abismo entre sus extremos. La barrera del idioma me impidió profundizar en el pensamiento de la gente, pero pude percibir que se sienten autosuficientes y no es para menos porque todo lo que consumen se produce aquí. Hay excepciones, claro; por ejemplo, importan carne de res de Argentina y Bolivia, que no se la ve en todos los supermercados, en unos sí y en otros no.
Comparando la historia de China con la de cualquier país de Latinoamérica, hay un aspecto en el que difieren y es el de la colonización, pues el pueblo chino al único poder al que se ha visto sometido a través de los siglos es al de su emperador; evidentemente Inglaterra tuvo una temporal presencia militar en el siglo XIX, lo mismo que Japón en el XX, pero no se compara con los 3 siglos que España estuvo en América. China por consiguiente, no tiene esa abominable herencia colonial de Bolivia que se traduce en racismo, clasismo y machismo. ¿No se puede hablar de esos males sociales aquí? Esos males sociales son universales, pero algunas sociedades están más marcadas por ellos que otras por las características de su historia.
Pasó julio con la novedad de que Qatar Airlines canceló sus vuelos por la pandemia. El experto para navegar en internet en la búsqueda de lo que fuere necesario, mi hijo, nos dijo que la aerolínea KLM nos llevaba hasta San Pablo (Brasil) pasando por Amsterdam por el doble de lo que pedía Qatar Airlines. Al mal tiempo buena cara. En Bolivia, mi esposa y yo teníamos un ahorro obligatorio, el de nuestras rentas de jubilación de siete meses con las que ya allá amortizamos la deuda contraída en Wuhan.
El avión de KLM fue el gigante Boeing 777 que nos llevó a San Pablo como si la escasísima docena de pasajeros a bordo lo hubiéramos tomado “expreso”. En San Pablo debíamos cambiar a BOA con la que ya teníamos pagado el vuelo de regreso. Esta ciudad ocupaba el segundo lugar en contagios de Covid en el mundo y ahí pasamos una noche como huéspedes de dos esposos médicos bolivianos, compañeros de universidad de mi esposa, que viven y trabajan allá hace como 30 años. La agente de BOA en el aeropuerto no nos aceptó el certificado PCR de sanidad contra el covid, pues estaba con caracteres chinos; después de dos horas de tire y afloje y ante la aplicación de un traductor digital seguimos vuelo a Santa Cruz, que no era nuestra meta; el gobierno boliviano había decretado que los pasajeros entrantes guardemos una semana de cuarentena en un hotel después de la cual finalmente llegamos a Cochabamba el 23 de agosto, sanos y salvos.