Dos hermanos, Carlos y Juan Alberto “Abi”, fundaron, uno el club Bolívar, y el otro el club 16 de Julio que, además de noviazgos, matrimonios, bautizos y también rupturas, muertes y dolores, tuvieron en común un apellido: Terán. La pasión y los sándwiches de los sábados van de yapa.
En ocasiones, Carlos Alberto Terán se pregunta qué diría su abuelo si estuviera vivo, pues no admite ni la más remota posibilidad de que nos espere algo después de la muerte.
–Me he descuidado mucho del Club –espeta cabizbajo, para luego evocar esos fines de semana en que su abuelo lo llevaba, junto a su primo Juan Alberto, a los partidos del 16 de Julio, el club al que hace referencia.
–Tienes razón –sonríe–, no me había dado cuenta de que los nombres se repiten.
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La familia Terán es un laberinto de nombres parecidos que legitiman la existencia de una casta de varones que, de uno u otro modo, han hecho del balón su sentido de vida.
El primero fue el tío Carlos Terán, fundador y jugador del club Bolívar, quien figura también como su primer presidente. Este suceso marcaría, en adelante, la afición de los miembros de esta familia, todos fervientes hinchas de dicho equipo.
Cada domingo, la familia salía por la mañana rumbo al estadio, a ver al equipo de sus amores. Las mujeres llevaban enormes ollas con comida. Se hablaba de fútbol, se escuchaba música y los niños corrían tras la pelota de trapo en los fríos pasillos miraflorinos hasta que llegara la hora del encuentro deportivo.
Cuando el tío Carlos fundó el Bolívar, no se imaginó que llegaría a ser lo que es hoy. Era solo un grupo de amigos, amantes del deporte que, con un limitado capital, iniciarían la historia de uno de los más grandes exponentes del fútbol boliviano a nivel internacional.
En esos tiempos, este deporte no era practicado profesionalmente. Los jugadores tenían otros trabajos y no recibían pago por su actividad en las canchas. Jugaban por gusto, por pasión.
Cuando el tío Carlos fundó el Bolívar, no se imaginó que llegaría a ser lo que es hoy. Era solo un grupo de amigos, amantes del deporte que, con un limitado capital, iniciarían la historia de uno de los más grandes exponentes del fútbol boliviano.
En ese contexto, Juan Alberto Terán Miranda, conocido como Albi por sus allegados, hermano menor del tío Carlos y abuelo de Carlos Alberto, fundó el Club 16 de Julio en 1940.
Al principio, Albi y sus amigos cofundadores eran jugadores, pero con el paso del tiempo él desempeñaría los roles de presidente, entrenador y asistente logístico, todo a la vez.
Una pasión, dos historias diferentes. Un club Bolívar en la Liga de Fútbol Profesional Boliviano, que participa de importantes torneos internacionales. Un Club 16 de Julio casi desconocido, que no ha dado grandes nombres al fútbol paceño y, mucho menos, al nacional.
No todos los jugadores tenían recursos. Incluso, algunos de ellos no tenían familia. A veces les faltaba dinero para comer o para comprar un par de cachos. Albi y el equipo estaban ahí para ellos.
–Creo que mi papá se inspiró mucho en su hermano para fundar el 16 de Julio –apunta Juan Carlos. –Pero también fue determinante su encuentro con Eduardo Sáenz García.
Albi trabajó durante muchos años en una conocida fábrica de vidrio perteneciente a la familia Sáenz. Fue ahí donde conoció a Eduardo y se inició una era de trabajo conjunto por el deporte de sus amores.
Eduardo Sáenz García fue presidente de la Asociación de Fútbol de La Paz (AFLP) durante diez años y Albi trabajó a su lado como dirigente de segundo nivel, siempre relacionado al Club Bolívar. Sin advertirlo, ambos contribuyeron a la conquista de la Copa Sudamericana de 1963 con su trabajo dirigencial y comenzaron a brindar soporte en la Federación Boliviana de Fútbol (FBF).
Carlos Alberto recuerda a un abuelo jubilado, que sobrevivía de su salario y de un monto simbólico que le pagaban unos parientes extranjeros por realizar trámites. Los fines de semana vivía para el 16 de Julio y, de lunes a viernes, se la pasaba en la AFLP o la FBF.
Sus aportes fueron reconocidos en diversas ocasiones. En el año 2000, recibió un galardón de la AFLP por sesenta años de trabajo en beneficio del fútbol paceño, entre otros reconocimientos, y diplomas que aún pueblan las paredes de la casa de su hija, junto a diferentes anécdotas de la vida futbolera.
Un domingo, recibió una llamada de Erwin “Platini” Sánchez, entonces Director Técnico de la selección nacional, quien le pidió acudir temprano al Hernando Siles, antes de un partido internacional. La mítica selección que asistió a Estados Unidos 94 lo esperaba entre los asistentes. Le entregaron una plaqueta de agradecimiento por su apoyo y amistad. La prensa no estuvo presente en el íntimo agasajo, pero ese recuerdo acompañó a Albi hasta los últimos días de su vida.
Otra historia que le gustaba contar sucedió en el Mundial del 94, antes del partido inaugural protagonizado por la selección boliviana frente a Alemania. Nunca se supo exactamente cómo, pero se dio modos para burlar la seguridad policial e ingresar a los camerinos para desearle suerte a su amada selección.
Mientras vivía todas esas aventuras, el 16 de Julio continuaba con sus prácticas semanales en la categoría aficionados.
–A mi abuelo no le gustaba gastar dinero –apunta Carlos Alberto, entre los recuerdos que pueblan su memoria–, pero cuando se trataba del Club, era diferente.
Los viernes, al finalizar la tarde, comenzaba su ritual para el fin de semana. Hervía varios litros de agua en dos enormes ollas, mientras preparaba sándwiches de mortadela con cebolla, tomate, mayonesa y ketchup. Vaciaba el agua fría en bidones y los mezclaba con Yupi. A la mañana siguiente, cargaba su camioneta Volkswagen de color celeste con todo lo que había preparado día antes y, tras recoger a todos los jugadores de diversas paradas distribuidas en diferentes puntos de la ciudad, se dirigía a ejecutar su trabajo favorito.
Juan Carlos, papá de Carlos Alberto, recuerda que, durante su niñez, muchas actividades familiares eran suspendidas por eventos del Club. No recuerda quejas ni reproches por parte de su madre.
El 16 de Julio no era solo entrenar, era también compartir dentro y fuera de la cancha. A lo largo de sus 80 años hubo noviazgos, matrimonios, bautizos y también rupturas, muertes y dolores. Sábado tras sábado, se convirtió en un modo de vivir.
Cuando el equipo enfrentaba a sus rivales en la cancha de Tembladerani, Juan Carlos recuerda a tres jugadores de origen alemán: Lampka, Johansson y Bauer, quienes causaban sensación entre los niños de la zona, que corrían tras ellos tratando de alcanzar el balón en medio de sus largas piernas. Otros equipos trataron de ficharlos, pero ellos siempre daban la misma respuesta: “En Bolivia, yo solo juego para el 16 de Julio”.
El 16 de Julio no era solo entrenar, era también compartir dentro y fuera de la cancha. A lo largo de sus 80 años hubo noviazgos, matrimonios, bautizos y también rupturas, muertes y dolores.
Albi nunca quiso que el Club ascendiera, pues implicaba una inversión difícil de costear. Pero el año 2003, su hijo Alberto Nicolás y su nieto Carlos Alberto, quienes se encontraban en la presidencia y la dirección futbolística respectivamente, llevarían al 16 de Julio a Primera B. Se requería practicar más tiempo, en mejores canchas, con mejores entrenadores. Parecían metas imposibles de cumplir para un equipo que apenas se sostenía económicamente con el aporte de sus miembros. Pero la familia Terán y los amigos Jaime Daza, Nicolás Bauer y Hernán Valverde, a pesar de sus otras obligaciones familiares y personales, se esforzaron por aumentar sus contribuciones y mantener con vida al Club. Sin embargo, el paso del tiempo y de los partidos, tornaba la situación cada vez más apremiante.
Al cabo de unos años, resolvieron el dilema recurriendo a su hermano mayor, el Club Bolívar. Firmaron un convenio que les permitió conseguir canchas, entrenadores, jugadores, y se hizo habitual su participación en campeonatos oficiales de la Asociación. Durante este periodo, fue fundamental el apoyo de Renato Arellano Terán, hijo de la hermana de Albi, quien fue delegado del 16 de Julio en la AFLP tras varios años de haber ejercido como presidente del Comité Técnico de dicha asociación. Es así que el 16 de Julio sigue funcionando en la actualidad, a pesar de que descendieron de categoría en el año 2013.
El equipo se ha convertido en uno de tantos de las ligas menores del Club Bolívar, y los jóvenes practican y se forman ahora con la esperanza de, algún día, jugar en el mencionado equipo u otro club importante. Así lo hacían hasta que iniciaron las medidas de aislamiento social, producto de la pandemia por COVID 19.
–Mi abuelo no supo del descenso –refiere Carlos Alberto, con las verdes pupilas agrandadas y vidriosas.
Y tampoco supo que, ocho años después de su muerte, llegaría una pandemia capaz de modificar esos trajines en los que él mismo y otros tantos niños se vieron inmiscuidos desde sus primeros años de vida, cuando el fútbol fue conocido y convertido en una pasión mundial en los albores del siglo XX.
Juan Alberto Terán Miranda falleció el 9 de octubre de 2012. Su nieto Carlos Alberto echó sobre su ataúd la camiseta del Club 16 de Julio, esa con la que ascendieron a la Primera B, con la promesa silenciosa de seguir adelante con el Club, promesa que ha cumplido hasta el día de hoy, a pesar de las circunstancias y de que a él le cueste reconocerlo.
Los gusanos jamás serán conscientes del festín que se dieron esa tarde.
Este texto es resultado del módulo Crónica dictado por Cecilia Lanza Lobo, en el Diplomado en Escritura Creativa del Departamento de Artes de la Universidad Católica Boliviana San Pablo.