De esas calles sin zona. De esas calles al borde de todo.
Pocos saben que se llama Oscar Soria, como el escritor que vivió en una de sus casas, entre la bajada a las gradas que dan a las cebras y la subida que lleva a la gloria (o pérdida) del cine. Tiene pérdidas de agua, canales hundidos y casas que sobresalen de la vereda, como espiando a ver si llega el camión huevero o el paco a engrampar a los autos que no duermen en ningún estacionamiento.
Tiene edificios nuevos, a medio construir, deformes cuartitos de ladrillos unos sobre otros, y pocas casas, raídas con el tiempo y las lluvias-granizadas, como la del escritor, una enana de adobe entre gigantes de concreto. Algunos muros no tienen casas detrás, sólo la inmensidad hacia la avenida del Poeta. Es una calle que no tiene zona. Puede ser zona Cancha Zapata, bajo Sopocachi o San Jorge. Y es que está al borde de todo.
Su buena época fue durante la apertura de la Cinemateca. Ahora todo es recuerdo, como las películas que ya nadie sabe si se proyectan. La calle se llena de universitarios que comen pipocas de carrito o compran sándwiches de una de las más de tres tiendas de barrio. Los fines de semana, las graditas que dan a las cebras se convierten en cantina, con peleas y redadas de pacos de por medio.
La calle descansa en la madrugada, pero los pocos pájaros de los eucaliptos de las casitas que aún tienen algo de verde trinan despertando a la veintena de perros, y éstos a sus dueños, y una vez más vuelve a la vida la calle con el nombre olvidado, como su Cinemateca.