La ciudad es la ciudad que recorremos y cómo la recorremos. Nada como pedalear entre las calles, disfrutando del aire, de historias y detalles. De Sopocachi a Miraflores; de San Pedro al centro; de Obrajes a Achumani; de Villa Salomé a Irpavi; de Achachicala a Villa Fátima.
Los paceños somos visuales, nos gusta mirar el horizonte. Nacimos entre ríos y montañas, nada más grato que trepar un cerro y deleitarse dejando que la vista se tope con colores, luces, nieve, puentes, cielo, nubes anaranjadas, luna, atardeceres. La bicicleta nos regala la opción de llegar ahí donde se abre la vista, donde luego de una curva nos espera una sorpresa.Pedaleando unos minutos en la dirección correcta, nos alejamos lo suficiente para verla mejor. Tenemos el privilegio de que la ciudad todavía no haya sido destrozada por una idea torcida de lo moderno.
La bicicleta nos regala la opción de llegar ahí donde se abre la vista, donde luego de una curva nos espera una sorpresa.
Pero la bici también es transporte cotidiano. Es una opción para ir al mercado, a la universidad, al trabajo, al café. Es un respiro para evitar el atolondrado transporte público, los minibuses, o la tormentosa obsesión por moverse en auto particular.
Se dice que la geografía de La Paz no ayuda a que la bicicleta sea un medio popular. En parte es cierto, sólo en parte. Algunas ciudades tuvieron que lidiar con muchos obstáculos para convertir la bici en un medio generalizado: Ámsterdam con el frío en invierno, Río de Janeiro con el calor, la Ciudad de México con la contaminación, etc. Y sin embargo, se puede. Es cuestión de converger voluntades.
Marc Augé sugiere que “el ciclismo le devuelve a la ciudad su carácter de tierra de aventura o, al menos, de travesía”, la viste de una dimensión utópica “en el que el placer de vivir sería la prioridad de cada persona y aseguraría el respeto de todos (…): El ciclismo es un humanismo”.
El ciclismo le devuelve a la ciudad su carácter de tierra de aventura o, al menos, de travesía.
“La bici –concluye el antropólogo– es una escritura, con frecuencia una escritura libre y hasta salvaje, una experiencia de escritura automática, de surrealismo en acto o, por el contrario, una meditación más construida, más elaborada y sistemática, casi experimental, a través de los lugares previamente seleccionados por el gusto refinado de los eruditos”.
Por mi parte, tengo la convicción de que el futuro de la ciudad o es ciclista o es el camino a una distopía. Por eso, a estas alturas, es la única bandera que levanto. Escribir, mirar, narrar y pedalear. Es parte de lo que nos da la experiencia en una bicicleta.