Cobija olía a muerto, a ira y a venganza. El 12 de septiembre de 2008 el gobierno decretó Estado de Sitio en Cobija, Pando, luego del enfrentamiento, el 11, entre fuerzas oficialistas y opositoras cuando murieron 18 personas. Dos nombres reinaban, Leopoldo Fernández, gobernador, y Juan Ramón Quintana, exministro de la Presidencia. El ingreso de pe-rio-dis-tas estaba prohibido. Imagínese. Impertinente como es, uno de ellos se largó a averiguar qué había sucedido.
Pando parece un territorio ocupado por un ejército extranjero. Por la mala cara, digo, con la que uno se encuentra al pisar el lado pandino del río Beni, y por el tremendo rigor marcial con el que se controla a los bolivianos en los puntos de ingreso a ese territorio que hasta donde se sabe, aún es Bolivia.
Eso en el control de entrada al departamento, además de los mosquitos, el calor y unos rambitos. Pero su capital está peor.
Cobija yace aplastada bajo el peso vergonzante de un Estado de Sitio de tal magnitud, que el comandante de Policía, José Heredia, dice en la TV con claro orgullo de conquistador del universo que hasta para hacer un té piñata le tienen que pedir permiso.
Sí, lo notaste: Los derechos están suspendidos y las garantías constitucionales también. La única ley en ese ahora Paraíso Perdido es la de las armas del Ejército y eso por órdenes de un amo remoto que gobierna esta comarca verde del Amazonas desde su trono de granito allá en las frías alturas. ¿Stalin, estás ahí?
Cobija es tratada como una ciudad tomada por un ejército invasor, es una urbe prisionera de la que han escapado, sólo con lo que tenían puesto, unas cuatrocientas personas hacia la vecina Brasilea, en Brasil. ¿Su delito? Ser autonomistas, cívicos o estar acusadas de las muertes en Porvenir, dos días antes. Es una situación surreal, un milagro al revés.
Cobija es una urbe prisionera de la que han escapado, sólo con lo que tenían puesto, unas cuatrocientas personas hacia la vecina Brasilea, en Brasil. ¿Su delito? Ser autonomistas, cívicos o estar acusadas de las muertes en Porvenir.
Pero ¿quiénes hicieron posible el milagro de sacar a un gobernador democráticamente electo y ratificado por el voto popular (Leopoldo Fernández), para imponer a otro al amparo de las Fuerzas Armadas como si esto fuera una dictadura? ¿O es que lo es?
Debo saber, por eso pregunto en Riberalta (Beni) y en Cobija (Pando) cómo es la cosa, y en cada ocasión un nombre salta una y otra vez como una trampa de hierro oxidado que se cierra de golpe sobre las patas de un cachorro: Juan Ramón Quintana, ex Ministro de la Presidencia y al parecer, virrey de la zona.
Pando lleva ese nombre en honor a un expresidente paceño, José Manuel Pando, jefe del partido Liberal, excombatiente del Pacífico que inicia la guerra civil en 1898 bajo las banderas del federalismo, despoja a Sucre de su condición de sede de gobierno, traslada el centralismo de Chuquisaca a La Paz y luego pierde el territorio del Acre con Brasil en 1903 porque no podía ser de otra manera. Pando lleva ese nombre, pero el creador del departamento, fundado el 24 de septiembre de 1938, es el presidente oriental Germán Busch, héroe en la guerra del Chaco y un montón de cosas más.
Pese a llevar el nombre de un occidental y ser la obra de un oriental, entrar a Pando es como entrar a otro país. Sí, ya lo dije, es que lo siento así y es la primera vez que me pasa.
En el punto de control militar para ingresar a Pando, los pasajeros del bus en el que venimos desde Riberalta debemos bajar de la máquina, mostrar carita sonriente y carné de identidad antes de explicarle a los militares del modo más sumiso posible el por qué, para qué y el hasta cuándo te vas a quedar, como si estuvieras cruzando una frontera no sólo internacional sino también enemiga. Es casi como una película de mal gusto y bajo presupuesto, como muchos episodios de nuestra historia.
Es como si los que estamos haciendo fila en ese puesto de control en la mitad de la jungla a 40 grados en la sombra y hostigados por furiosos mosquitos con esteroides, fuéramos caídos en desgracia camino a un gulag verde e infernal por ser enemigos de la patria, espías de la CIA o algo así. En la fila hay jornaleros jóvenes que van a trabajar en la castaña, madres con sus niños que vuelven a casa o van a buscar parientes de los que no saben nada luego del Estado de Sitio, y ancianos taciturnos y desconfiados sobre los que tampoco se puede saber nada. Algunos en la fila nos interrogamos con la mirada ante lo teatral del control, otros están hartos, miran a un lado, escupen al suelo, agachan la cabeza y sólo quieren pasar.
La última vez que sentí algo así fue en el Chaco paraguayo hace unos años cuando un grupo antinarcóticos salió de la nada apuntando sus armas contra el carro en el que rodábamos sobre la carretera polvorienta rumbo a Asunción. El grupo se alineó sobre la ruta de lado a lado y con las armas arriba nos obligaron a parar y a bajar ahí en medio de la nada. Creo que la sacamos barata porque el jefe del grupo armado leía los periódicos y conocía el nombre del periodista con el que le dije me iba a encontrar en Asunción. Ok, fue un malentendido, no son narcos, a cualquiera le pasa. Chau.
Al menos ese leía los periódicos. Los de acá, en ese punto de control en medio de la jungla, quizá no. Y mejor así, porque los periodistas están prohibidos en Pando. Imagínese.
Antes de llegar al control militar, tras que uno baja del pontón hediondo a diésel con el que se cruza el gigantesco río Beni, ya se siente en el aire húmedo que las cosas no están bien, no sólo en Cobija, sino en cada metro del territorio pandino, el más pequeño, el más desolado, el menos denso de la república. Se siente que el Estado de Sitio no es solamente una restricción a las libertades, sino también un ataque directo al pensamiento libre y a la libertad de expresión. No se permite prensa, imagínese.
El heroico bus que hace los 500 kilómetros entre Riberalta y Cobija acaba de dejar el pontón metálico sobre el que cruzó el río, remolcado por una lancha a diésel. El magnífico cacharro cubierto de polvo rojo es revisado por militares que apuntan sus armas a los pasajeros quietos aún en los asientos. Soldados vestidos de miseria apuntan sus sucias armas en un bus destartalado a nueve personajes también en la miseria. Es una escena del teatro del absurdo, pienso en eso y casi me gana el reflejo de la risa sobradora, esa que ya antes me metió en problemas porque soy un imprudente. Por eso me hice periodista.
Nos hacen bajar, de frente mar, un dos, un dos, un, dos, tres cuatro, formarse en fila, ya… Preguntan por qué entras y hasta cuándo, y adónde vas a llegar, y qué es pues que justo ahora quieres entrar si antes nunca habías vendido… No ganaron nunca una guerra, pero cómo joden a la gente.
Miento descaradamente y no me siento culpable, hasta que por fin, todo acaba. Otro bus está bajando del pontón y deben repetir el numerito.
Para volver al destartalado y tetánico bus hay que mostrarle el carné a un militar con cara de haber hecho ese mismo trabajo por demasiado tiempo. Ese sí me aclarará mejor el panorama. Usa botas viejas y sucias, viste camuflado viejo y sucio, además de una muy tersa polera verde abultada por el monstruo de su panza marcial sobre la que se lee en letras amarillas, resquebrajadas por la lejía y el sol: “Sección de Marinería”. Mira la foto de mi carné, me mira a la cara, le sonrío como si posara, le da la vuelta a mi documento y cuando ve que vengo de Santa Cruz, le toca sonreír a él. Ay Dios.
-Aquí dice que es periodista.
-Sí.
-No pueden entrar periodistas.
-Sí, lo que pasa es que ahora vengo como persona.
-Cómo es eso.
-No vengo por trabajo.
– ¿A qué viene un periodista camba a Pando? ¿Acaso no sabe que todos los periodistas han sido expulsados de aquí desde que está el Estado de Sitio?
-Vengo a visitar a un amigo, no es por trabajo, ya le dije. Se llama esto y esto, y vive en tal y cual lugar, lo conozco desde chico y casi me casé con su hermana, y…
Miento, claro que miento… Voy a trabajar, a ejercer mi oficio, a contarle al país qué está pasando en ese lugar de donde han echado a la prensa. Eso nunca es por algo bueno.
– ¿Y por qué su amigo no lo visita a usted?
-Tiene familia qué cuidar en Cobija… Dice que las calles ya no son seguras.
-Pero si está el Ejército Nacional …
-…
Se enfada, sus ojos se vuelven más pequeños, la boca se le hace un arco con los extremos hacia abajo, le brilla la frente con marcadas líneas de expresión de un color chocolate agrio. Lo veo y me acuerdo de un tío que no podía hacer de cuerpo, uno que sufría mucho con su ser.
Los otros pasajeros ya están en el bus pegados a las ventanas de nuestro lado, sólo falto yo… Miran. El rotundo marinero me tutea, está en su territorio, la ley en ese momento de la historia le dice que puede hacer lo que le venga en gana. Yo no sé de estas cosas, yo crecí en democracia.
-¿Te haces el héroe?
Me esperaba y no me esperaba esa reacción. Pensé que no iba a entender, pero sí.
-No. Héroe no. Acá uno empieza así y después se vuelve villano.
-No entiendo.
-Claro.
La frente se le arruga más y me mira con odio, como si me conociera. Pese al Estado de Sitio no soy un conscripto suyo ni he cometido ningún delito real. Sus camaradas le hacen señas para que mueva este bus, porque ya ha llegado el otro. Él y yo sabemos que esta escenita ha durado demasiado.
-¿Cuánto tiempo se va a quedar? Pe-rio-dis-ta
(Divide marcadamente las sílabas de la palabra como si paladeara saberla rota).
-Lo menos posible… Como le dije, crecí en democracia. El último golpe militar lo dieron cuando yo tenía 4 años, o sea que ni me acuerdo, así que…
-Bueno, bueno, aquí no hay un golpe ni nada, no me cuentes tu vida y ándate…
Me mira con desprecio por última vez y se quita de la puerta del bus, diciendo algo en una lengua que no entiendo. Subo. Mi primer contacto con el Estado de Sitio pandino ha terminado.
El cacharro ruidoso y agonizante arranca, corre con la gracia de un perro viejo otra vez por la desierta carretera flanqueada a ratos por selva virgen y a ratos pampas negras desoladas por el fuego de terratenientes y colonizadores.
Aquí la piel se vuelve rosada por el calor, el cuerpo se va transformando en una costra de sudor y polvo del camino. Uno se siente casi un ídolo de barro. Cierro los ojos y pienso en las lluvias veraniegas de Santa Rosa, en el sonido de las gotas al caer sobre los techos de palmera seca. Pienso en el olor festivo del pasto mojado y el aroma tibio de la tierra caliente recién llovida; pienso en el brillo de los tamarindos gigantes cuando la lluvia terminaba de golpe y los restos anaranjados del sol se dejaban ver un ratito todavía en el horizonte antes de que nos tragara la noche.
El bus pisa una víbora muerta que se pudre sobre el camino al sol. El niño de adelante se lo acaba de decir a su madre. Tengo sed.
Abro los ojos porque el aparato se detiene en la ruta. Sube Don Pancho (así le dicen los demás pasajeros). Vende helados, es un personaje conocido, tiene 60 años y una panzota de hombre alegre que viaja en los buses de pueblo en pueblo ofreciendo su deliciosa mercancía.
Vende helados en una caja de plastoformo como todo el mundo, pero también lleva cartas de amor de un lado al otro, como el esforzado cupido reumático que es. “Como por acá no hay celulares ni internés, entonces yo soy como el imail con patas, y me pagan pues”, dice y aclara que antes del Estado de Sitio, en Pando el control militar era mínimo y todos eran felices “sin el estorbo del Estado“. Me sorprende con esa frase, tan digamos, liberal y minarquista.
Pero no es totalmente feliz en su papel de aliado amazónico del amor. Confiesa en voz baja que por su culpa les ha ido mal en la vida a muchos. “Ya sabe, cartita aquí, cartita acá, juramentos de amor eterno y después ¡chan! un embarazo, y al varón le quedan nomás dos caminos: huir para proteger su libertad o casarse bien casau, porque acá la única forma de lavar el honor es con matriqui o con sangre. Aquí somos bien criados”.
Ahora lleva dos cartas, pero no quiere hablar de ellas. Él sabe que el correo es sagrado… Se soba el lóbulo de la oreja derecha y dice que cuando se aburre mucho lee las cartas para entretenerse, pero eso sí, no se lo cuenta a nadie. “Soy puej un caballero”, dice.
Llegamos a otro pueblito cuyo nombre no puedo leer en el letrero oxidado junto al camino. Pancho se baja sin despedirse tan súbitamente como llegó, y se pierde para siempre en la nube de polvo que deja el colectivo al acelerar nuevamente sobre esa criatura viviente que es la selva.
El helado que he estado comiendo se derrite un poco sobre mi mentón y forma un senderito de mugre. Esto es Pando, la selva en toda la extensión de la palabra. Voy sacando fotos a los árboles altísimos y pelados que aparecen sobre llanos artificiales hechos para el pastoreo de ganado o la agricultura. Esto es Pando, una tierra cerrada al mundo a cal y canto.
Pasamos Porvenir y el cuerpo se me estremece. Aquí mismo, hace tres días la gente se mató en la calle y unos metros más allá, sobre el río Tahuamanu, se siguieron matando. Se respira a muerto, a ira y a venganza. El pueblo está vestido de un silencio sepulcral y si tuviera cara, la tendría larga y escondida detrás de un trágico mascarón azul. De alguna forma se debe llevar luto, aquí nadie hace ruido.
Un anciano yace sentado en la entrada de su casa de adobe, mientras ve al viento levantar torbellinos de polvo en ese paisaje de vehículos incendiados sobre calles pelonas donde nunca pasaba nada. No, no pasaba nada hasta hace tres días en que fue noticia nacional el enfrentamiento a tiros entre oficialistas que marchaban rumbo a Cobija y autonomistas que trataron de frenarlos allí, para que la violencia no castigue a la ciudad.
Marchar a Cobija tenía un precio
Antes de emprender este camino a Cobija, estuve en Riberalta y me dijeron: “A los campesinos de acá les mintieron que iban a Cobija para un ampliado que definiría qué hacer, ya que el INRA estaba tomado por los autonomistas y temían que éstos les quiten sus tierras. El que no iba, perdía sus tierras. Por eso es que también fueron mujeres y niños sin saber que los llevaban a la muerte. No sabían que en Filadelfia había gente armada que se les iba a sumar. Esos provocaron el tiroteo, porque los primeros muertos en Porvenir fueron autonomistas: Oshiro y Céspedes. Los militares no dejaron a los campesinos recoger a algunos difuntos y los quemaron para que la autopsia no revele que en el caos de la balacera se mataron entre masistas, los de Riberalta y los que venían de Filadelfia. En teoría los dos grupos debían juntarse en Porvenir para seguir a Cobija”, dice Salvador. Él es uno de los que tenía que ir a Porvenir desde Riberalta. No fue porque sabía que en Filadelfia había venezolanos con armas. También sabe que hay listas negras en contra de los que no fueron a Cobija, por eso esconde su nombre verdadero. Si bien los dos primeros muertos fueron autonomistas, los otros 16 eran afines a Evo Morales.
Felcín Fernández tampoco fue a Cobija. Eso le costó ser detenido por campesinos en Puerto Rico y confinado nadie sabe dónde. No está en la lista de los diez presos en el cuartel de Viacha (La Paz). Su esposa vio una lista negra de 27 personas que correrían la misma suerte. Ironías de la vida, afín al MAS, ella tuvo que huir de sus compañeras y compañeros y ahora comparte destino con los refugiados autonomistas en Brasilea. “La revolución debe ser violenta o no es”, dicen los fanáticos. “Para hacer tortillas, se deben romper huevos”, dicen los psicópatas.
En los hechos y en esta historia ronda el nombre de un personaje. Es un hombre que ya había anunciado la muerte política de Leopoldo Fernández, condenándolo en un discurso “al fondo de la tierra, a vivir con los gusanos”. Y así ocurrió, porque Fernández luego de estas muertes fue preso a La Paz, y sigue ahí (NdE. Fernández fue liberado el 9 de diciembre de 2019, luego de 11 años en prisión).
El nombre del entonces ministro de la Presidencia salta como una alarma cuando se pregunta en Riberalta cómo es que gente afín al MAS, proveniente de esa ciudad beniana, terminó muerta o desaparecida en la balacera de Porvenir, en pleno Pando.
Ante esa pregunta, el Secretario General del Comité Cívico de Riberalta, “Choco” Ibáñez, y el Secretario de Transportes (que tiene bajo su mando a 12.000 mototaxistas) Luis Peñaranda, coinciden: Quintana.
Se trata de un ex asesor del Ministerio de Defensa en los gobiernos de Hugo Banzer, Tuto Quiroga y Carlos Mesa, que se sumó al MAS a la hora de la victoria electoral y que se volvió el “consentido” de Morales, pese a que sus bases cuestionan el pasado de Quintana.
Peñaranda dice que Quintana en Riberalta se contactó con Ramiro Morón, de la Central Obrera Regional; con Héctor Cortez, de la Federación de Campesinos (que después del Estado de Sitio en Pando pidió uno igual para Riberalta), con gremialistas; con un grupo de mototaxistas manejados por Edwin Roca, y con otro grupo de dirigentes de la Federación de Zafreros de Castaña, Iver Maguado. También con Javier Peñaranda, hermano por parte de padre de Luis Peñaranda, el dirigente cívico de Riberalta. Ese lazo de sangre entre los Peñaranda, uno autonomista y otro masista, hizo que ambos sean vistos con recelo desde sus respectivos bandos.
En cada una de sus llegadas, usualmente clandestinas porque en el aeropuerto de Riberalta alguien avisaba al pueblo y entonces lo esperaban con mala cara; los sitios de reunión del entonces ministro de la Presidencia fueron la COR, el Cuartel o la Federación de campesinos. Allí se reunió también con gente de los municipios pandinos Gonzalo Moreno, Las Piedras, el Sena, Santos, Mercado, Loma Alta, San Pedro y otros de las provincias pandinas Madre de Dios, Abuná y Federico Román, cuyas alcaldías en 2008 están en manos de las agrupaciones PASO y MAR, afines al MAS. Se dice que entregó cheques venezolanos del programa “Bolivia Cambia, Evo Cumple”, y que así obtuvo el apoyo para marchar sobre Cobija y pedir la renuncia del gobernador Leopoldo Fernández. Al final no pidió ninguna renuncia, él lo “renunció” y lo condenó a vivir bajo tierra, con los gusanos, como lo había anunciado.
En una nota del diario La Razón, Quintana dice: “Visité la zona porque como ministro tengo la obligación de trabajar con los municipios (…) Estuve en Filadelfia antes del 11 de septiembre de 2008 (día de las muertes) porque tenemos compromisos incumplidos con ellos”. Así desvirtuó que haya estado allí para “garantizar” su apoyo a la marcha sobre Cobija, como lo denunció un campesino de Filadelfia, exiliado en Brasilea porque no quiso marchar.
Mario Aguilera agrega que faltando dos días para las muertes, llegaron a Riberalta, Cliver Rocha (Director Nacional de Tierras) y Juan Carlos Rojas (Director Nacional del INRA). ¿Para qué? No se sabe.
Lo que sí se sabe es que además de los muertos en Porvenir y el río Tahuamanu, hay (en octubre de 2008), 70 riberalteños desaparecidos.
Entretanto, el Comité Cívico de Riberalta está ‘fichado’. Dicen que tienen camionetas que filman sus casas, pero también tienen la seguridad de que los militares de Riberalta no quieren líos con los cívicos “porque todo el mundo sabe dónde vive el otro”.
Aún así, militares encapuchados detuvieron por la fuerza al periodista Jorge Melgar que tenía imágenes de campesinos acarreados para los choques en Pando, apenas unos días después de que Quintana denunciara corrupción en la prensa pandina y riberalteña.
Toqué las puertas de la COR en Riberalta, pero no había nadie. Entonces me subí a una moto hasta la Terminal de buses y abordé este cacharro polvoriento y tetánico que me trae a Pando.
Quintana. El nombre del entonces ministro de la Presidencia salta como una alarma cuando se pregunta en Riberalta cómo es que gente afín al MAS, proveniente de esa ciudad beniana, terminó muerta o desaparecida en la balacera de Porvenir, en pleno Pando.
Cobija
Por fin Cobija. Policías y soldados se desplazan en camionetas, custodian edificios públicos, la Prefectura y el aeropuerto, donde murió el soldado Ramiro Tiñini y el pastor evangélico Toni Rivero (que era de Riberalta) cuando los militares tomaban a tiros el aeropuerto al día siguiente de las muertes en Porvenir. Según la autopsia, Rivero recibió un segundo disparo horas después del primero, es decir, después de que la televisión lo mostró herido en la pista. Cuando la familia denunció ese hecho, acusó a los militares de haber ejecutado al Pastor. Pero quedó en nada. Como todo.
Entro al hotel y me encuentro de frente con seis policías. Por un segundo pienso: ¡ya carajo, los enojé en serio! La recepcionista me explica: “Hay tres alcaldes benianos masistas que han sido declarados personas no gratas en su tierra. Los custodian para evitar que los agredan”. El alma me vuelve al cuerpo. Si uno no está loco, hay miedo, claro, pero se lo disfraza haciendo creer que uno está loco.
En Cobija a las 11 de la noche ya no hay nadie en la calle. A la medianoche puedo ver a través de la ventana del hotelito a las camionetas llenas de soldados que circulan por la calles haciendo cumplir el Estado de Sitio con ametralladoras en las manos. No se los puede filmar, ni fotografiar. No debe haber periodistas aquí, pero yo estoy, porque yo crecí en democracia.
Aquí ser familiar de un cívico es un peligro. Por eso todos los días hay gente que cruza el río Acre para refugiarse en Brasil. Primero se exiliaron los dirigentes, después, poco a poco, sus familias. Por eso al día siguiente de mi llegada a Cobija tomo un taxi y le pido que me lleve hasta Brasileia. Quiero hablar con los exiliados en el país de al lado.
En Brasileia
A Franz Franco le pusieron un revólver calibre 38 en la cabeza y le gritaron a la cara con un aliento que apestaba a alcohol: “Empezá a rezar”. Vio los ojos del que lo encañonaba y supo que iba a morir ahí, en Tres Barracas, a las 9:30 de la mañana.
Horas antes, a las 3:00 de la madrugada de ese 11 de Septiembre de 2008, en su condición de Director Departamental Agropecuario de la Prefectura de Pando, Franco llegó hasta la zanja en Tres Barracas para pedir a los campesinos que venían de Riberalta que no marchen a Cobija, ni para tomar instituciones ni para pedir la renuncia del prefecto Leopoldo Fernández, como lo habían anunciado.
Tras reunirse con él, los campesinos volvieron por donde vinieron y Franco retornó a Porvenir. Un grupo de autonomistas siguió a los campesinos para ver si era cierto que se iban, pero los vieron entrar a la propiedad de Miguel Becerra (antes aliado de Leopoldo Fernández y ahora del MAS). De allí, los masistas salieron armados, retomaron el camino a Cobija y la emprendieron a tiros contra la avanzada prefectural que los había seguido. El resultado de ese choque de balas contra petardos fueron dos cobijeños heridos por arma de fuego: uno en la frente (Tito da Silva que luego pese a sus heridas, fue confinado a La Paz) y una mujer con un disparo en el brazo.
A las 8:40 Franco vio llegar a Porvenir a los primeros heridos de ese choque y a las 9:15 había vuelto a Tres Barracas (a cuatro kilómetros de Porvenir) para hablar nuevamente con los campesinos. Pero esta vez los encontró armados, disparando a todo el mundo, en lo que Franco denominó “un acto de cacería”. Mientras otros autonomistas huyeron al monte para que no los matasen, a él le cayeron a palos, le pusieron un revólver en la cabeza y le gritaron en la cara que empezara a rezar.
Pero Franz Franco es un hombre con suerte. Cuando estaba por rezar antes de que lo maten, lo reconocieron como un funcionario prefectural y lo subieron como rehén a un camión donde le vendaron la boca y las manos. Allí ya había otros rehenes. “Me ponían armas en la cabeza y decían que según caiga su gente iban a matar rehenes. Peleaban entre ellos, unos querían retirarse a Puerto Rico, otros a Filadelfia y otros decían que su meta era Cobija, porque había apoyo militar”.
A las 9:30, Carlos Durán junto a Pedro Oshiro huían en una camioneta de ese ataque de campesinos riberalteños, pero chocaron contra un vehículo atravesado por los masistas de Filadelfia para cerrar su escape. Oshiro, herido, fue ejecutado de un tiro en la cabeza y a Durán le cortaron dos dedos de un machetazo y lo dieron por muerto tras dos culatazos en la cara.
A las 10:00, Franco vio a los de Filadelfia que, tras matar a Oshiro y dar por muerto a Durán, llegaban armados a Tres Barracas para reunirse con los de Riberalta, antes de marchar sobre Porvenir y finalmente sobre Cobija. Tras saber de los heridos, de los rehenes tomados y de la muerte de Oshiro, que había nacido en Porvenir, ese pueblo se organizó para defenderse y pidió ayuda de Cobija.
“El camión en que yo estaba de rehén llegó a Porvenir como a las 11:20. Ahí escuché la voz de la suboficial de Policía, Mirtha Sosa, que preguntaba si había rehenes. Sosa logró que la mujer de Edgar Balcázar suba al camión a buscar a su marido y nos vio a los detenidos (Franco, Balcázar, Céspedes, Fernández y Tapia). La suboficial Sosa les dijo a esos señores que no se busquen problemas. Entonces empezaron a tirar bala los campesinos desde atrás del camión donde estábamos. La Policía se replegó con uno de sus hombres heridos (que murió después). Aprovechando el caos salté del camión y no sé cómo corrí. A Manuel Fernández lo hirieron de un tiro, pero igual escapó. A Alfredo Céspedes le pegaron un tiro en la nalga mientras huía y cuando se volteó para que no le disparen, lo mataron de un balazo en el pecho frente a la casa de su cuñado, el alcalde de Porvenir”, dice el sobreviviente.
Franco agrega que hasta ese momento ya eran dos autonomistas muertos y varios heridos, mientras que del lado campesino no había muerto nadie. Dice que los tiros que salieron de Porvenir y de la gente de Cobija fueron una reacción natural de defensa para preservar la vida. “En el caos ellos se mataron entre sí, porque el grueso de sus disparos venía desde atrás del camión donde yo estaba de rehén y había campesinos delante mío que yo veía caer”, dice Franco.
Después se le acabaron las balas a los masistas y fueron perseguidos a tiros por parte de los autonomistas de Cobija y Porvenir hasta Filadelfia. Tuvieron varios muertos en el camino y mientras cruzaban el río Tahuamanu. En total hubo 18 muertos. La locura estaba suelta. Los familiares de los campesinos muertos y desaparecidos dicen que fueron emboscados y masacrados por los autonomistas. Mucha muerte, pocas luces. ¿Quién dice la verdad? ¿Cuál es la verdad?
La suboficial de Policía que estuvo la tarde de la tragedia en Porvenir, Mirtha Sosa, después le dijo a Reuter TV que también encontró dinamita y municiones en las linternas de los campesinos que venían desde Riberalta en una marcha para concentrarse en Cobija.
Tres días después de los hechos y las declaraciones, Sosa fue detenida por los militares que la golpearon hasta hacerla orinar sangre, según sus propias palabras. “Cuando nos llevaban a La Paz, decían que nos iban a lanzar del avión, cargaban sus armas en nuestras cabezas y amenazaban con violarme. Yo era la única mujer entre los 11 confinados”, dice Sosa. Wilson Zelaya, su esposo y consejero departamental de Pando, está refugiado en Brasil. Cuando Silvio Magarzo declaró sobre este caso, este comandante de la Policía de Pando que estuvo en la balacera y que luego fue destituido, dijo que Sosa cumplió con su deber.
A Franco una ambulancia lo llevó a Cobija, donde lo atendió un médico que le pidió que se vaya a su casa para que no lo capturen los militares en el hospital Roberto Galindo. Cuando supo que había llegado un avión de la Fuerza Aérea, que los militares habían tomado el aeropuerto a balazos hiriendo a un periodista y matando a un pastor evangélico que pedía paz… Cuando se enteró del atentado explosivo en la casa de la presidenta cívica Ana Melena, vestido apenas con un short y una polera pasó de noche y a nado el río Acre y se asiló en Brasilea. “Gracias Brasil, porque cuando cruzaba nadando no sabía qué me esperaba, sin plata, golpeado, sin ropa. Brasil nos dio dónde dormir, alimento y salud. Entre los refugiados algunos están con sus familias, otros las hemos dejado en Cobija y no sabemos cómo están ellas o nuestro patrimonio. No usamos celulares para hablar con familiares porque están pinchados por los venezolanos que apoyan a Evo Morales. No vamos a volver a Bolivia mientras siga la dictadura de Evo. Perdimos todo en Bolivia y sólo queda iniciar una nueva vida acá”, concluye Franco, sentado en una plaza frente a otros refugiados con la cabeza y los miembros enyesados. No quiere fotos para evitar que se difunda su rostro y que el lugar donde se encuentra sea identificado por el gobierno boliviano.
Jodido tema. Necesito la voz oficial del gobierno boliviano en este pueblo brasileño. Hago algunas preguntas y doy con el consulado plurinacional. José Luis Méndez, cónsul de Bolivia en Brasilea dice que no sabe en qué condición están los cobijeños que han huido a Brasil. “No sé si han venido a esconderse, porque no existe un registro oficial. No conozco si ha habido una persecución en Bolivia. Acá no se permite el ingreso de uniformados bolivianos. Dicen ellos (los refugiados) que no los quiero ayudar, nunca han venido, pero han roto las ventanas del consulado y hubo amenazas por teléfono”, dice Méndez. No cree que cobijeños escondidos en Brasilea sean perseguidos políticos, ya que, dice, se ve a esos ciudadanos en el día en Cobija y en la noche en Brasilea. “Tienen más de un carné y cruzan la frontera cuando quieren”, concluye.
En Porvenir la gente teme que los campesinos vuelvan para vengarse de este pueblo a 30 kilómetros de Cobija. “Aquí hay gente que no sabe de política, pero sabe defenderse”, afirma un comerciante que no da su nombre. En Filadelfia también hay miedo. Saben que lo que ocurrió no se quedará así y cuando se “ablande” la presencia militar, habrá represalias.
Acabo mi trabajo, dejo Brasilea y quiero salir de Cobija. Me asfixia, me da náuseas lo que pasó cerca de aquí. De mala gana voy a la Policía a pedir un ‘salvoconducto’ para dejar la ciudad. Entre chiste y chiste le digo al uniformado que la última vez que oí la palabra “salvoconducto” fue en una película sobre nazis.
Hastiado por la rutina levanta la cara que tenía clavada en el escritorio de su oficina de Conciliación Familiar policial y dice: “Parece que quiere quedarse en Pando”. Le digo que es un lindo sitio pero debo irme. Vuelve a clavar la mirada en el formulario que está llenando (¿o es un crucigrama?) Me ordena que vuelva en cuatro horas, porque deben cruzar datos, mis datos. “Uno no sabe qué maleante quiere salir de aquí”, dice sin mirarme y le doy toda la razón, porque claro, deben hacer su trabajo. Me repite que vuelva en cuatro horas, pero soy jodido y vuelvo en tres. Me estira el papel sin mirarme y me largo del comando policial silbando una de The Doors.
Antes de ingresar al aeropuerto Jorge Arab, cada vehículo es controlado. Reconozco en la terminal imágenes que días antes vi en la TV y reveo en la memoria a la periodista herida en el pie, botada cerca de la pista; al soldadito muerto, al pastor agonizante que fue rematado algunas horas después según la autopsia… En preembarque muestro el “salvoconducto” a un militar, otro me esculca como en un filme de mafiosos y cuando por fin abordo el avión comiendo un estupendo brigadeiro que me endulza la amargura, entonces respiro aliviado, porque siento que desde ese momento el acto de pensar distinto ya no es un delito.
Me voy de Pando con más preguntas que respuestas y no quiero volver nunca más.
Pero soy un imprudente, ya lo dije, y un año después estoy de vuelta…
Un año después
“Vos sos de Santa Cruz, ¿no? Ehm, sip, pues decile a la Media Luna que desde Pando le mandamos una hilachita (hebra) de coraje, porque siendo 50 mil habitantes nos enfrentamos a los militares, aunque después nos superaron, mientras que allá ustedes son más de un millón y los avasallan todos los días y no hacen nada. Decile a los prefectos y cívicos de la Media Luna que le mandamos una “hilachita” del pantalón de Leopoldo Fernández y de la blusa de Ana Melena, que solos se enfrentaron al gobierno. Si alguno de los otros prefectos hubiera ido preso en vez de él, Leopoldo hubiera movido a medio mundo para liberarlos”… Pues sí, así nomás volví a Pando y así me recibió el intenso Pequenho Alpire en Brasilea.
Pequenho Alpire habla con firmeza del hombre herido, pero mantiene la cortesía innata del oriental. Es un pandino triste y buena gente que está exiliado en Brasilea hace un año sin ver ni hablar con su mujer ni sus hijos. Está con Franz Franco y con su hermano Akito, mientras esperamos a Ana Melena para una entrevista en esta casa de tablas construida sobre pilotes de madera para evitar las inundaciones de la amazonía brasileña. Estamos en algún lugar de Brasileia, separados de Cobija apenas por un puente, tan lejos y tan cerca de la tierra con la que ellos sueñan todas las noches.
Llego por segunda vez a Pando (esta vez por aire) y encuentro una ciudad que parece respirar más tranquila que la última vez que vine por tierra en pleno Estado de Sitio de Septiembre de 2008.
Pando parece estar en paz, aunque el 15 de febrero de 2009 otra vez volvieron los secuestros gubernamentales. Por la noche y por la fuerza se llevaron a siete pandinos a La Paz, de los cuales tres fueron a parar a la cárcel de San Pedro, siguiendo esa práctica habitual del gobierno de aterrorizar a quienes piensan diferente.
En las calles de Cobija se ven Policías controlando el tráfico y hay aún grandes grupos de militares en los surtidores de combustible. Cobija parece en paz, aunque quienes no lo están son los pandinos exiliados en Brasil. Desde el aeropuerto de Cobija llamo al número de contacto.
-Ya llegué.
-Pasate a Brasilea y de acá llamás de nuevo.
Tomo un taxi, cruzo el puente internacional y a diferencia de la vez anterior, ahora ya no hay militares brasileños controlando el paso ni pidiendo el carné. Entro a Brasil, llamo y digo que estoy en Brasilea. La voz del otro lado de la línea me dice que vaya hasta el hospital de la ciudad. Es como en las películas, el investigador debe llegar a su fuente dando un paso a la vez, venciendo filtros, ganándose la confianza de los otros. Llego al hospital de Brasilea, me paro en la puerta y llamo de nuevo.
-Ya estoy en el hospital ¿y ahora qué?
-¿Sos vos el que está parado en la calle? (Miran para ver si vengo solo)
-No, estoy en la puerta del hospital.
-¿Estás en un auto blanco?
-Llegué en un auto blanco, pero ya se fue. Ahora estoy saliendo hacia la calle.
-Levantá el brazo como saludando… Ah, ya te veo, venite dos cuadras de frente, pero a pie, sin traer auto. Venite hasta donde están parados esos dos hombres junto a la calle, bajo el árbol.
Voy. Encuentro a Franz Franco con Pequenho Alpire y dentro de la casita de madera levantada sobre pilotes hallo a Akito Franco mirando TV, arreando al viento con un periódico para que el calor no lo deje sin aire.
En la TV ven los canales bolivianos en busca de noticias que les den un poquito de esperanza. Entonces Pequenho Alpire me da un vaso con agua para aplacar los 38 grados a la sombra y ahí es cuando me pide llevar las hilachitas de coraje para la Media Luna, a sus prefectos y a sus cívicos. Ok, cómo no. Luego hace un par de llamadas.
-Sí, sí, el periodista ya está aquí, puede venir, está solo. Llegó solo al aeropuerto. Cruzó solo el puente y sí, no viene nadie más.
Ahí caigo en cuenta que hubo todo un servicio de inteligencia para asegurar que soy quien digo ser y que vine a hacer lo que dije que venía a hacer.
A los 15 minutos aparece Ana Melena. Es la primera vez que la veo en persona. Es menudita, teñida de rubia, rasgos duros, mujer de corazón fuerte. Nos sentamos en el sofá rojo de la casa de madera y sin mucho tiempo que perder, hago lo que vine a hacer:
¿Se arrepiente de algo?
Absolutamente de nada.
¿Si lo tuviera al frente al presidente Morales, qué le diría?
Que él no es ningún inocente, que es responsable de todo lo malo que está pasando. Nadie tiene la culpa de que su niñez no fue como todos quisiéramos. Yo también vengo de un hogar campesino pobre, pero no soy resentida. No me molesta quien tiene más que yo, quisiera que todo el mundo tenga. Le pediría que sea más persona; le diría que piense en las familias que está destruyendo. Le diría que en Bolivia no hay morenos ni blancos. Hay bolivianos y él es el presidente de todos.
¿Qué ha perdido en la persecución?
Lo material queda chico, lo más grande es la pérdida de libertad. No solo los exiliados hemos perdido, Bolivia también lo ha hecho. Ya nadie puede pensar diferente, porque si lo hace es perseguido.
Continúo firme, pienso lo mismo, eso me acarrea pérdidas familiares y emocionales. A mis hijos también, porque ellos dejaron a sus amigos, su colegio y su casa sin saber por qué y acá cayeron en una fuerte depresión. En lo material, en mi casa pusieron una bomba, ingresaron violentamente. Mi casa en Cobija continúa como la dejaron los militares, con huecos de balas adentro, con todo deshecho. Eso es una pérdida material que fue fruto del trabajo de toda mi vida.
¿En su casa de Cobija vive alguien?
Nadie. Ahí vivía mi suegra. No se respetó ni a niños ni a ancianos cuando entraron en una operación comando rompiéndolo todo. No podemos volver, la casa está abandonada y siempre hay vehículos de inteligencia que se paran a mirar si alguien entra o sale de ahí, por eso nuestros parientes y amigos han preferido mantener un perfil bajo, hasta casi olvidarnos.
¿Retornará a la misma casa?
Claro, es mi casa, mi pueblo, mi país.
¿Y su esposo y sus hijos?
Mis tres hijos y mi esposo están conmigo desde que salí de Cobija cuando los militares tomaban el aeropuerto (el 12/11/08, tras las muertes en Filadelfia y Porvenir).
¿Y los bienes de los exiliados?
Fueron saqueados y los quieren expropiar.
¿Qué piden para volver a Cobija?
A las comisiones que vinieron les dijimos que exigimos una investigación justa. Sabemos que Pando fue militarizado, se aisló, se cerró a la prensa para borrar información y manipular pruebas. Somos los más interesados en que esos hechos se investiguen, porque el oficialismo nos hace ver como criminales y para definir eso tiene que haber investigación y pruebas. El Gobierno dijo que el informe de UNASUR era el documento base para un proceso, pero eso ya se cayó porque hubo gente dada por muerta en ese informe que después aparecieron vivos. El gobierno manipula a la justicia y somos víctimas del totalitarismo en Bolivia. Tenemos esperanzas. Derechos Humanos ya se ha manifestado.
El gobierno dice que ustedes no quieren volver al país para que no se los juzgue.
¿Cómo volver a Bolivia por justicia si te van a golpear a vos y a tu familia? Pedimos garantías para volver y apoyar las investigaciones.
¿Qué efecto cree que puede tener a corto plazo la situación actual de Bolivia?
El pueblo boliviano aún no ha calculado las consecuencias negativas que va a traer para el país ese poder totalitario. Quienes van a pagar el pato van a ser los bolivianos con su bolsillo, porque cuando no haya qué comer y este gobierno tenga que irse ¿Cuántos años va a costar sacar al país del hueco donde lo ha metido el MAS? Bolivia debe reflexionar, no nos pueden apresar ni exiliar a todos.
¿En qué entidades ustedes confiarían para que se investiguen los hechos de Pando?
Bolivia tiene una constitución que regula la justicia nacional. Muy poco podría incidir una organización internacional, a no ser que Derechos Humanos intervenga. Y si el gobierno no tiene esa voluntad, entonces los bolivianos debemos darnos cuenta de que se trata de un gobierno cívico-militar y que estaremos vulnerables a cualquier atropello.
Hablamos de otras cosas más hasta que apago la grabadora. Me despido. El maldito calor lo llena todo y estoy harto de nuevo. Soy camba, pero el calor, oh Dios, cómo odio el calor…
Akito Franco estuvo en silencio durante la entrevista a Ana Melena. Hay una admiración hacia ella, todos la tienen, se nota.
Akito Franco, de chinelas, sin polera por el gusano del maldito calor, dice que él también quiere hablar. “Apartando lo personal en el exilio, más me preocupa mi familia en Pando. Como hombre uno se las busca para pasar el día ya sea limpiando lotes o descargando camiones, o hasta viviendo entre varios tipos en un cuartito alquilado, pagando como se pueda. Pero es difícil cuando uno piensa en la familia que se quedó allá. Hasta las ganas de comer se te pasan porque no sabes qué está comiendo tu familia”, dice.
Después de un silencio breve sigue: “tengo un hijo de meses que solo conozco por fotos, porque nació allá cuando nosotros ya estábamos exiliados acá. Mi esposa fue operada y ellos están sufriendo las consecuencias de todo esto. Después de lo de Porvenir (11 de septiembre de 2008), me fui donde mi suegra. Por suerte no dormí ahí, porque al otro día a las 8 de la mañana los militares le deshicieron la casa. Mi mujer estaba embarazada, la empujaron y le dieron un manazo delante de mis hijos de 9, 7 y 4 años”.
Luego Akito Franco, acusado por el exministro de la Presidencia Juan Ramón Quintana de dirigir los supuestos sicarios del 11 de septiembre de 2008 en Porvenir, agrega: “A mí me acusan de sicario, pero los militares no sé qué son. Ellos han hecho las matanzas más grandes en la historia de Bolivia y nadie les ha dicho nada. ¿Cuál ha sido el gobierno donde ellos no han matado? Nos acusan de cosas, pero no nos comprueban nada y vivimos como fugitivos cuando los culpables de las muertes en Porvenir siguen paseándose por Cobija y Filadelfia. Han destruido a mi familia, han denigrado mi nombre, me han tildado de sicario pero no me han probado nada. Estoy dispuesto a un juicio para establecer de lo que me acusan, pero que nos den las condiciones para volver. Si ni desde aquí puedo mantener a mi familia, ¿la podré mantener si me llevan a La Paz? “.
Franz Franco cree que el interés de Quintana sobre Pando tiene que ver con usar el departamento para convertirse en un caudillo político. “En el referéndum revocatorio quiso tumbarlo a Leopoldo Fernández y como no pudo democráticamente, le dio un golpe ese 11 de septiembre. Entró con estrategias que acabaron con vidas humanas y puso a un interventor en la Prefectura”, dice.
Al abrirse a los motivos de las detenciones de febrero de 2009 en Pando, cree que todo es parte de la venganza contra la región. “Es el mal cálculo de Quintana al decir: ‘Ganó el No en el Revocatorio en Pando, pero todavía mandamos aquí por más que no haya Estado de Sitio’. Eso es dictatorial. También está el desviar la atención de la corrupción de este gobierno que tanto se jactó de decir que era un gobierno puro. Sí, puro, pero puro corrupción. El país está mal conducido y por eso buscan chivos expiatorios violando los Derechos Humanos”, concluye.
Acabo las entrevistas y el retorno a Cobija es menos complicado. Después, cuando el avión está por despegar del aeropuerto de Trinidad en el Beni (donde hemos hecho escala) cuatro benianos que han subido en este vuelo proveniente de Cobija y que tiene como destino final Santa Cruz, pasan mirándole la cara a los 12 soldados de la Fuerza Naval que han abordado la misma nave que yo en el aeropuerto Aníbal Arab, en capital pandina.
En Cobija nadie les dijo nada, ni los miró, porque los uniformados del Estado de Sitio eran terribles y durante tres meses el uniforme que jamás ganó una guerra internacional, fue palabra santa en Pando. Pero en el avión, aún en la faja de aterrizaje del aeropuerto beniano Jorge Henrich, escucho que uno de los pasajeros que acababan de abordar les dice a los uniformados desde atrás de la nave. ¿Qué ciudad nueva van a ocupar? ¿Van a militarizar Santa Cruz? Y los soldaditos medio adolescentes (uno le ha dicho por celular a su papá que no se preocupe, que lo quiere mucho, que los aviones no se caen todos los días, y luego se ha sacado fotos con el celular junto a sus camaradas) no dicen nada. Tampoco dice nada el oficial que va con ellos. Mejor así, mejor estar en paz, aunque sea lo que dure este viaje en el que vuelvo a casa.
Trato de dormir un poco y ya en el aire me acuerdo otra vez de Santa Rosa, de los ruidos del monte a la tardecita, de la lluvia imprevista sobre sus secos techos de palma y sobre su dulce tierra caliente; de los tamarindos milenarios de chicharras silenciadas, cuyas hojas recién mojadas reflejaban los trocitos naranjas de ese sol agonizante, apenas minutos antes de que nos tragara la noche con su pesada incertidumbre y su tiniebla.