La escena: un helicóptero convertido en una suerte de pequeña mosca metálica atrapada en una enorme tela de araña, tejida en el espacio que existía entre las dos torres del World Trade Center. Está de más decir que la imagen era espectacular. Fue suprimida.
–Pero no es tan raro como Filantropía (Cortázar) ¿no ve? –Evita mirarme mientras su dedo limpia una manchita inexistente sobre la mesa.
–No. No es como Filantropía… Es más, digamos, “normal”.
–No entiendo por qué te gustan esas cosas medio raras…
Procuro ignorar su comentario. Él lo comprende y aprovecha la pausa creada para encender un cigarrillo.
–Queremos tanto a Glenda también es de Cortázar, pero no es tan “raro”.
Bebe otro sorbo, antes de continuar:
–Y ese ¿de qué va?
–Pues, básicamente, de un grupo de fans que quiere corregir las películas en las que sale su actriz favorita para hacerlas perfectas.
–¿Editarlas, dices?
–Algo así… –Esta vez soy yo quien se lleva la copa a la boca. Comprende que no quiero seguir hablando de lo mismo y sonríe. En la leve humedad de sus ojos percibo un ligero rastro de embriaguez, comprendo que el calor en mis mejillas también es efecto del Jagger.
Editar una película para adecuarla a algo, para perfeccionarla, ya después de haber sido estrenada, vista y criticada. Y aunque me suena a una ficción innecesaria, la acción de fondo en Queremos tanto a Glenda no resulta tan descabellada. No ahora, por lo menos.
–¿Te acuerdas? –dice, y algo hay en su voz y en sus gestos que me hace pensar que estamos en sintonía.
Pone de pie dos cigarrillos, apoyados en el filtro, paralelos, y, con el medio cigarrillo que ha estado fumando, los derriba. No quiero reírme, no quiero porque entiendo lo complejo del asunto, la referencia al 11-S y a la caída de las Torres Gemelas, pero no puedo evitarlo, porque la escena también me recuerda al mismo gesto, hecho veinte años antes, cuando ambos, estudiantes aún en la universidad pública, no sabíamos bien cómo interpretar la noticia y la reducíamos a una discusión enérgica, en un bar de moda, con el aliciente de un par de jarras de alcohol.
–Qué opa eres…
Y por un segundo, solo un segundo, pienso en la imposible posibilidad de cambiar la historia, de editarla, ya vivida, como en el cuento. Porque no es tan descabellado, dentro de todo, no es tan raro que una película o el capítulo de una serie, se cambie después de haber sido estrenada. Pienso –a propósito de la referencia que él ha traído a colación– en la cantidad de películas cuyos estrenos fueron cancelados en 2001 a raíz del ataque a las Torres Gemelas y al Pentágono. Pienso en la cantidad de imágenes editadas por computadora para eliminarlas de productos audiovisuales ya distribuidos y vistos hasta el hartazgo (Mi pobre angelito 2, es un claro ejemplo). Pienso en la amada-odiada Friends y el diálogo de Chandler que fue eliminado pues aludía a una bomba en un vuelo.
Ejemplos hay por montones, y quizás dentro de esta misma línea, el más emblemático sea el de Spider-man de Reimi. Protagonizado por Tobey Maguire, el filme fue uno de los más esperados en su momento. En este sentido, el primer tráiler difundido fue visto con mucha expectativa. En dicho tráiler, un grupo de asaltantes atacaba un banco y huía en un helicóptero. En medio de la fuga, el helicóptero comenzaba a presentar ciertas fallas y, en determinado momento, se detenía completamente y el sonido del motor era silenciado. No caía, sin embargo, permanecía detenido, estático, en medio del aire. La cámara se alejaba entonces para mostrar al helicóptero convertido en una suerte de pequeña mosca metálica atrapada en una enorme tela de araña, tejida en el espacio que existía entre las dos torres del World Trade Center. Está de más decir que la imagen era espectacular.
El tráiler, estrenado a poco de suceder la tragedia del 11-S, fue retirado y la escena se eliminó de la película (aunque ahora se puede encontrar en YouTube). Los posters de la misma también tuvieron que ser editados ya que mostraban en primer plano la máscara de Spidey con la peculiaridad de que los ojos reflejaban, como parte del paisaje, a las dos torres luciendo paralelas y orgullosas.
Cuando la película se estrenó, casi un año después, no faltaron los fans que se ocuparon de rastrear en las escenas alguna huella que revelara una falla en la edición, en ese borrado de la imagen de los edificios. No fue raro, en ese contexto, que muchos discutiéramos cómo en tal o cual minuto, el reflejo en los ojos de la máscara del protagonista todavía mostraba las torres.
Esta suerte de reescritura, sin embargo y a diferencia de lo que sucede en el cuento de Cortázar, pasó porque así lo exigía el contexto. Mantener la imagen de las torres probablemente hubiera repercutido en la recaudación y la crítica de una película largamente esperada y que, valga decirlo, aún ahora –casi veinte años después– genera ciertas expectativas (sí, todos esperamos que la nueva película de Spider-Man reúna a los tres actores que han interpretado al arácnido en un encuentro multiversal, todos los fans soñamos con el momento en que Tobey, Andrew y Tom aparezcan juntos en una misma escena).
No fue raro, en ese contexto, que muchos discutiéramos cómo en tal o cual minuto, el reflejo en los ojos de la máscara del protagonista todavía mostraba las torres.
–Olvidaste tu reloj –Su voz me regresa a esta dimensión, a la mesa, al Jagger, a los cigarrillos, al presente.
–¿Qué?
–Esa noche… El 2001. Olvidaste tu reloj en mi casa y te lo tuve que llevar a la U.
No puedo responder. Ese simple recordatorio me lanza a la espalda veinte años de historia, veinte años de ausencia y tal vez de nostalgia.
–Alguna vez has pensado en qué hubiera pasado si nosotros…
No lo dejo continuar. Imposible permitir que siga sin abrazarlo, sin decirle que lo he pensado a diario, que he extrañado su presencia, su voz, su aroma a lo largo de estos casi veinte años. Prefiero no responder.
–¿Quieres escuchar otra cosa “rara”?
–¿A ver?
Sus labios dibujan la sonrisita traviesa que tan bien le conozco. El elefante deambula feliz por la sala mientras comprendo que no habrá Jagger que haga falta. Me río sin querer y me levanto a tomar el ejemplar del librero. Casi como una señal, el libro se abre en la página que buscaba.
–Escucha: “Apenas él le amalaba el noema…”