Si la sexualidad tiene tantas formas de practicarse como personas hay en el planeta, y si ésta es un potente motor en las relaciones sociales, el aporte de las personas con discapacidad para ver el sexo más allá de la postura clásica podría ser más que valioso. Con o sin discapacidad, sepa usted que todos cogemos.
A Luis Pérez le plantaron dos tiros que lo dejaron paralítico. Sobrevivió a los disparos, pero la parálisis le obligaría a renunciar a muchas cosas: a su independencia, a cazar, a pescar y al sexo.
El sexo fue importante durante su juventud. Aunque durante los primeros momentos de su hospitalización no pensó en ello, poco a poco fue dándose cuenta de que debería decirle adiós a su deseo sexual, así como a otras cosas debido a su nueva condición de persona con discapacidad.
Sin embargo, un día en el que una enfermera se le aproximó para ponerle una sonda que le permitiera orinar, y mientras él miraba la televisión para no prestarle atención al hastío de que le sondaran, Luis experimentó su epifanía:
“Doctor, su pene está erecto”, le dijo la enfermera. Él reaccionó con sorpresa y miró hacia ese músculo olvidado que había permanecido flaco y flácido desde que le hospitalizaron, y que ahora estaba erguido. “Mire, ¡qué bien se ve! ¿Por qué no me la chupa y le doy un bono?”, replicó a la enfermera. Se lo dijo jugando –aclara- porque para referirse al sexo él es liso, craso; aunque omite contar la reacción de la enfermera.
Y se lo dijo así porque además era consciente de que la erección de ese órgano, tan significativo para el imaginario masculino, no se debía al deseo sexual, sino que era una reacción a la sonda. Ese día se dio cuenta de que quizás el sexo no era una opción descartable.
Educado por su padrastro en la disciplina marxista, Luis desarrolló una voluntad poderosa, tan necesaria para forjar al hombre nuevo. Gracias a ella fue una persona autónoma que se cocinaba, se lavaba y se costuraba la ropa; tenía herramientas para enfrentar la discapacidad. “Pero cuando uno tiene una discapacidad no es fácil porque lo primero que tienes que aprender es lo que puedes y lo que no puedes hacer. Es difícil porque no te dan buena información y los primeros que desinforman son los médicos. Los doctores no te explican cómo debes gestionar tu salud a partir de tu nueva condición. No te hablan sobre cómo debes hacer frente a tus dolores, ni de cómo evitar que te salgan escaras, ni de qué puedes hacer cuando salgas del hospital. Se limitan a anunciarte que eres parapléjico y a administrarte medicamentos. Son unos tarados que no saben nada sobre discapacidad. Nada sobre autonomía personal, nada sobre si puedes sondarte tú mismo, ni sobre si puedes ejercitarte y desarrollar nuevas destrezas para sentirte mejor y, por supuesto, nada sobre sexo”, relata Luis.
La ausencia de programas sobre educación sexual para personas con discapacidad en Santa Cruz, que menciona Luis, se repite en todo el país. Así lo confirman Feliza Alí y Marcelo Vázquez, pareja que se mueve entre Chuquisaca y La Paz. Ambos se desplazan en silla de ruedas y se les conoce por su papel como dirigentes durante la marcha que movilizó hace dos años a las personas con discapacidad que salieron en caravana desde Cochabamba hasta La Paz.
De esa marcha, que sirvió para hacer visible lo invisible, se habló mucho. Camarógrafos y periodistas llegaron armados de grabadoras y de micrófonos para preguntar cómo era posible que personas tan vulnerables tomaran una decisión tan extrema: marchar más de 300 kilómetros soportando el calor inclemente y el frío lacerante y durmiendo en muchas ocasiones a la intemperie.
Unos presentaron a la caravana como una fuerza utilizada por la oposición para desestabilizar el país.
Otros la presentaron como un movimiento de personas heroicas quienes, a pesar de su vulnerabilidad, eran capaces de movilizarse para afear la conducta de un gobierno insensible, falto de corazón, inmisericorde con esos pobres que arrastran sus cuerpos por las carreteras y los caminos del altiplano. Pero en esa marcha, además de penalidades, gritos y represión, hubo debates sobre la situación del país, hubo convivencia plurinacional –a veces compleja- y hubo momentos para la intimidad. O sea, que esos pobres y vulnerables que gritaban “¡los discas en silla, nunca de rodillas!”, también cogían.
¿Qué tal la noche?, le pregunté a uno de los voluntarios que se prestaron como asistentes para impulsar a las personas que se desplazaban en sillas de ruedas durante los tramos más duros en la carretera. “Mal porque no pude dormir”, me dijo. Y es que al pobre voluntario le despertaron unos gemidos que no eran de llanto por el frío sino de placer, y ya no pudo conciliar el sueño. Nos echamos a reír mientras buscábamos los primeros rayos del sol para entrar en calor antes de proseguir la marcha.
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Como consecuencia del eco de los gritos de esa marcha, que todavía hoy retumban desde el altiplano cochabambino hasta la hoyada paceña, el gobierno aprobó el año pasado la Ley Nº 977 de Inserción laboral y de ayuda económica para personas con discapacidad. A partir de ésta, se implementó una renta mensual para las personas con discapacidad grave y muy grave, y se prometió trabajo para las personas con discapacidad leve y moderada. También surgió el Comité de Resistencia y de Lucha de Personas con Discapacidad (Conalur), integrado por exmarchistas. Sin embargo, Feliza y Marcelo tomaron distancia y ahora se dedican a su labor menos conocida: la promoción del movimiento de Vida Independiente.
Este movimiento de personas con etiqueta de discapacidad surgió en Estados Unidos en los años 70 y tiene como referente las luchas por los derechos civiles de las personas negras. Bajo el lema “nada sin nosotros”, un grupo de personas con discapacidad salió a las calles para decir que también eran sometidas a condiciones de segregación tan intolerables como las de las personas negras.
Vida independiente es un movimiento político que, además de reivindicar la inclusión de las personas con discapacidad en el espacio público, tiene una filosofía que implica asumir plenamente que se puede ser feliz, con independencia de la discapacidad que uno tenga, siempre que la sociedad esté adaptada para ello, explica Feliza. Para ello, la sociedad tendría que asumir que la discapacidad no es una enfermedad, sino una cuestión social.
“En Japón me lavaron el cerebro. Allí conocí a personas que no podían mover las piernas, ni los brazos, ni la boca y que, sin embargo, tenían poder sobre sus vidas: vivían de forma independiente, tenían casa propia e incluso eran capaces de formar sus propias familias”, relata Feliza. La vida independiente se sustenta en cuatro pilares: el apoyo entre pares, la asistencia personal, la capacitación en destrezas y habilidades y el empoderamiento de la persona.
La asistencia personal quiere decir que para garantizar la autodeterminación de las personas con discapacidad, el movimiento propone que a la persona se le proporcione un asistente personal que se convierta en sus manos o en sus piernas. Estos asistentes no pueden ser confundidos con empleados, explican Feliza y Marcelo, pues ellos hacen lo que la persona les pide: tienden su cama, lavan sus platos, le acompañan al mercado, médico o bares. Pero no es un empleado porque todo lo que el asistente hace es seguir al pie de la letra lo que le pide el usuario. Se hace así para garantizar la autonomía plena de la persona con discapacidad.
“Tienes que entender que en Bolivia la mayoría de las personas con discapacidad viven anuladas.
Esto empieza en las familias, quienes, bien por sobreprotección o por rechazo, tienden a aislar a sus miembros con discapacidad. La mayoría no decide ni siquiera cómo les gustaría peinarse, vestirse o manejar su propio dinero, ni salen de la casa solos”, explica Marcelo.
Feliza me pide que imagine que en una casa en la que habite un usuario de vida independiente, de repente la cama esté sin tender, los platos sin lavar y la casa desordenada. Por mucho que la persona asistente vea eso y le parezca mal, si el usuario no le pide que ordene, lave, o tienda, la persona que asiste debe dejar las cosas tal y como están. Precisamente porque el asistente no es la cabeza del usuario, recalca ella.
Los grupos de apoyo entre pares funcionan a modo de grupos de autoterapia -sin psicólogos- para que los compañeros y las compañeras suelten su carga emocional y sus antiguos dolores motivados por la concepción que la sociedad tiene para con la discapacidad. Lo más importante es el empoderamiento, coinciden Feliza y Marcelo. Consiste en la formación sobre los derechos que amparan a las personas con discapacidad.
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Marcelo y Feliza reconocen que en los grupos de apoyo entre pares no se habla de sexo. Alegan que se debe a que vivimos en una sociedad conservadora y tremendamente machista y, por ende, ni los compañeros ni las compañeras se atreven a abordar el tema en grupo. Ahora bien, que no se hable en grupo no quiere decir que el tema de las relaciones sexuales no se aborde de manera informal. La sexualidad forma parte pues de la naturaleza del ser humano con independencia de si se experimenta o no una discapacidad.
Lo que ocurre es que para las personas con discapacidad es más complicado abordarlo, ya que tradicionalmente han vivido en un mundo aparte. El erotismo no está contemplado en los programas de rehabilitación de personas con discapacidad. Tampoco es un tema de investigación para los organismos que abordan la temática en Bolivia. Éstos se limitan a aspectos de la reproducción y maternidad.
Para muchas mujeres, la desinformación y el acoso sexual son el pan nuestro de cada día. Cuenta Feliza que algunas chicas le preguntan si un hombre puede engendrarle un hijo tocándole la mano.
“Para los hombres con paraplejia, el hecho de que no se les pare el pito es bien complicado porque no pueden practicar la penetración. Por tanto, se consideran a sí mismos como seres incompletos, menos machos”, comenta Marcelo.
Y su versión es corroborada por Luis, el del principio de esta crónica. Antes del incidente que le causó la paraplejia, él pensaba que el orgasmo estaba en los genitales. Ahora comprende que no es así, ya que el impulso sexual no comienza en los genitales, sino en el cerebro. “Si vos quieres, el sexo está en el alma”, sentencia Luis. Por tanto, dice que a él ya le trae sin cuidado que su pene no sienta nada, pues él alcanza el orgasmo a través del orgasmo de ella.
“Podría penetrar si me tomara una pildorita que hiciera que se me parara el pito. Pero, ¿para qué si mi pene no siente nada?”, se interroga Luis en voz alta. Y me explica que él, a estas alturas, ni siquiera se excita a través de la mirada. Se excita cuando toca o cuando le tocan.
—Te pasa como a nosotros los ciegos: nuestra sexualidad es como leer en braille, le digo.
—Viejo, de verdad te digo que puedo ver 100 películas porno y no me excito. Sólo me excito cuando toco y cuando me tocan, dice.
Luis dice que la discapacidad ha provocado un cambio radical en su vida en lo que a la sexualidad se refiere, ya que antes, cuando practicaba el sexo, lo vivía desde lo puramente carnal o físico, mientras que ahora sus relaciones se basan en la ternura y en el afecto.
“Además, no importa que uno no pueda penetrar –dice-, tenemos la lengua y los dedos”.
“Tuve una relación seria pero desistí porque no quiero cargarla con este infierno. Sólo quienes vivimos la discapacidad sabemos lo que es. Pero no me va mal. A veces, mi curichi está seco y no hay ninguna rana. Otras veces, el señor me las manda de a diez. No busco el servicio de prostitutas.
Ahora, yo no sé si alguna de las chicas que se me acerca lo es”, relata Luis.
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Marcelo cuenta que a un compañero de la asociación lo abandonó su pareja alegando que no cumplía en la cama. Por cumplir se entiende que este hombre no puede practicar la penetración durante el acto sexual, lo cual, dice Marcelo, le hizo refugiarse en los tragos. Y cuando puede, busca los servicios de alguna trabajadora del sexo aunque nunca se siente satisfecho. Tiene el anhelo de buscar pareja, pero ha interiorizado la idea de que jamás la va a encontrar porque más tarde o más temprano ésta le va a pedir que le cumpla. Esto confirma que la creencia de que si no penetras no eres hombre, está profundamente arraigada en el imaginario social, tanto para quienes se consideran como personas con discapacidad como para quienes se autodenominan como personas normales.
“Hay otro compañero al que le gustan las cholitas, pero que no sabía cómo relacionarse con una dama. Preguntó a los asistentes cómo podía hacer. Así que un día ellos se lo llevaron a bolichear para que rompiera el hielo”, explica Marcelo.
Feliza hace hincapié en que un problema serio para la sociedad boliviana es la creencia bien arraigada de que las personas con discapacidad son seres incompletos a los que hay que proteger o aislar. Tradicionalmente, en muchas casas se ha optado por el encierro en el llamado tercer patio: un rincón del patio de la casa en el que se deja a la persona para que permanezca fuera de la vista de vecinos, amigos y parientes. Así, es lógico que un manto de silencio cubra el asunto de si las personas con discapacidad pueden gozar del sexo.
Podría decirse que para las personas con discapacidad el sexo está tan terminantemente prohibido que si lo hicieran público podría hablarse de que salieron del cuarto patio. Pues la sociedad tiende a negarles el sexo, bien porque supone que son asexuadas o que el sexo es un peligro potencial del cual se les debe proteger.
“Cuando experimentas una discapacidad, lo normal es que te traten como a una guagua. En el caso de las mujeres con discapacidad, la situación es más grave porque sufren doble discriminación: la que experimentan como mujeres y la que experimentan como personas con discapacidad. Como eres una guagua no puedes salir, ni relacionarte con otra gente al margen de la familia, menos pensar en tener pareja o en vivir de forma independiente”, sostiene Feliza.
De hecho, la práctica de esterilización de personas con discapacidad sin su consentimiento libre e informado y total poder de decisión de sus tutores fue criticado a Bolivia por el Comité de la ONU sobre los derechos de las Personas con Discapacidad, en septiembre de 2016.
Ellas, además, están expuestas a los chismes morbosos, sencillamente porque son mujeres con discapacidad. A Feliza le preguntó un taxista de profesión y chismoso aficionado, al mismo tiempo que acosador, que si ella tenía pareja teniendo en cuenta que estaba así, impedida, y al responderle ella que sí, que tenía pareja, el tipo se apresuró a tocarle la rodilla a la par que le preguntaba si sentía su mano.
Con otras manos se expresan algunos activistas del movimiento de vida independiente en Argentina, Japón, Estados Unidos, Suiza, Suecia, Dinamarca y España. Ellas y ellos reivindican que ante la falta de oportunidades para el acceso al sexo de las personas con discapacidad, el Estado debería garantizarlo como un derecho a través de la figura del asistente sexual.
Así como en Bolivia la Asociación Nueva Esperanza, de la que son parte Feliza y Marcelo, proporciona a sus usuarios asistencia para sus labores cotidianas, el Estado debería facilitar asistentes encargados de proporcionar a las mujeres y hombres con discapacidad su derecho a disfrutar del sexo. No se trataría de una simple búsqueda de trabajadores del sexo, se trataría de personas formadas en el trato hacia las personas con discapacidad.
La temática es abordada sin tabúes en el documental Yes, We Fuck! (Sí, cogemos), producido por un grupo de activistas de vida independiente. Pretenden mostrar que la sexualidad podría ser el motor más potente de crecimiento personal, desarrollo de la propia personalidad y de las relaciones sociales.
Por eso sostienen que debería ser un tema central en los apoyos que se proporcionan a las personas con discapacidad. Estos activistas afirman que si la sociedad aceptara plenamente que la sexualidad tiene tantas formas de practicarse como personas hay en el planeta, las personas con discapacidad podrían aportar a que la sociedad concibiera que el goce del erotismo va mucho más allá de la postura clásica del misionero con el pene y la vagina juntos.
Ya hace algunos milenios, Vatsyayana nos explicó con el Ka-masutra que es una ridiculez pensar que sólo hay una forma de practicar sexo.