La tendencia fue, precisamente, seguir tendencias. Mucho eco, poca propuesta propia e, incluso, temor.
En febrero 2020, me invitaron a presentar una pequeña disertación en la Cueva de los Cuenta Cuentos sobre la presencia de los caricaturistas en los conflictos de octubre y noviembre de 2019. Para evitar el sesgo, pedí a la gente, a través de las redes sociales, que me dijeran qué trabajos de humor gráfico (no memes) les habían parecido representativos durante los conflictos. Junté cincuenta trabajos de diferentes artistas.
Estas 50 caricaturas se podían clasificar en siete temas: crítica al régimen saliente (21), crítica al régimen entrante (7), a favor de la libertad de expresión (7), alerta ante la polarización (6), a favor de la conciliación (5), crítica a actores como la policía y los choferes (4), glorificación del movimiento “Pitita” (3) e intención de informar acerca de los temas en cuestión (3).
Revisando los trabajos con los asistentes a la disertación llegamos a algunas tristes conclusiones:
Primero, la caricatura de opinión, en su mayoría, durante esos dos meses no fue propositiva. Generalmente hacía eco de las tendencias que circulaban con más fuerza en las redes sociales. Hay muy pocos ejemplos de caricaturas que dieron un giro a los temas, que ofrecían una nueva perspectiva o que alertaban de aspectos que las tendencias de opinión estaban ignorando.
Segundo, al inicio del proceso había más caricaturas, cuando se sentía muy notoriamente el clamor de que hubo fraude y se manifestaba con fuerza la decepción u odio al entonces presidente. A medida que se fueron desarrollando los acontecimientos, la cantidad de caricaturas bajó. No porque el problema se haya ido resolviendo, si no porque el miedo había comenzado a infectar el trabajo de los autores. Yo me incluyo: llegó un momento en el que la confusión y el miedo me bloquearon.
Tercero, es triste ver que la mayor parte de los artistas habían tomado una postura unilateral, casi propagandística. Por ejemplo, varios, después de haber criticado al régimen saliente, se mostraron incapaces de criticar los excesos del régimen entrante.
Hay un silencio en este momento y yo no puedo asegurar que sea porque el conflicto terminó. Lo que hay es miedo a las fuerzas que están peleando por el poder. El trabajo de un caricaturista político conlleva riesgo. En nuestro país tanto las instituciones como los individuos no han terminado de comprender el valor que tiene la caricatura como medio de expresión. Los caricaturistas tienen, o deberían tener, la capacidad y la licencia para decir aquello que nadie más se anima a decir.