¿Cómo se repone un hombre grande? Marcial Fabricano, el líder indígena de Tierras Bajas, enfermó gravemente el año pasado, a causa del COVID 19. La periodista Mercedes Fernández lo acompañó aquellos días difíciles. A sus 64 años, repuesto luego de larga batalla, ahora marcha una vez más junto a sus compañeros, en primera fila, esta vez rumbo a Santa Cruz. A su demanda histórica por gestionar sus propios territorios, se suman los reclamos por el avasallamiento y tráfico de tierras. Recordamos con este texto los días de su convalecencia.
¡Pucha caray, Tata Fabricano!
Encapsulado, aislado y dependiendo por horas de un respirador artificial, está el tata Marcial Fabricano. Recluido junto a su hijo Alcides Ronald en el Centro Centinela de Trinidad para afectados por el Coronavirus, el líder indígena no espera resignado, sino que lucha diariamente para vencer la batalla.
Cuando su hija Ruth dice “le cuesta respirar a mi papá, tiene fuertes dolores de cabeza, pero es fuerte, vencerá este mal…” siento ganas de hacer un ramito de hierbas del Tipnis para dejarle en la orilla de la cama, que ahora será pues como su canoa sobre el río Sécure.
Ruth es su tercera hija y en 1990, que fue cuando su papá marchó hacia La Paz, tenía 3 años y caminó por trechos y a caballito en los hombros de su padre. Hoy ella es la portavoz de su familia y es quien comparte el estado del tata Marcial.
Él rema por su vida, pero como siempre repitió a las nuevas generaciones, “son nuestros ríos los caminos, y la vida en sus orillas somos nosotros, y por eso siempre hay que volver al río…”.
(…) son nuestros ríos los caminos, y la vida en sus orillas somos nosotros, y por eso siempre hay que volver al río…”.
Estas últimas noches, no me fui a dormir sin saber de él, tratando de que, en las redes, no pase de mano en mano algún necrológico que ya lo diera por muerto. Gran cosa las redes, pero qué gran necesidad de que el periodismo no suelte el presente, aunque la cuarentena quiera recluir, hasta el compromiso.
Siento que mi corazón se acelera cuando escucho a Ruth en la distancia. Ella es mis ojos. La siento paciente y confiada sin ganas de ocultar sentimientos de admiración por su tata y lo que la familia vive.
Al saber que el virus rondaba a don Marcial, busqué su nombre en la libreta confidente que me acompaña y donde se agrupan, a puño y letra, todos los contactos en el TIPNIS, esos que alguna vez conocí en la Casa Comunal de Trinidad, gente que me gustaría cruzarme más de una vez en la vida.
Por supuesto que el teléfono de don Marcial está apagado. Pero no el de Yousy Fabricano Román, su sobrino, formado como líder junto a otros 25 jóvenes de las comunidades después de la primera marcha y que también conocí en el TIPNIS. Llegué entonces recomendada hasta la hija de don Marcial, Ruth Maday, que es la tercera de cuatro hermanos, Alcides Ronald, Tiffani y Abdiel.
Desde entonces la llamo por teléfono, le escribo e intercambiamos audios al menos tres veces al día. Por la noche es el reporte final de la jornada, como si quisiera yo saber la temperatura de don Marcial.
La radio es magia y radio Santa Cruz, que es donde trabajo, llega a la selva del TIPNIS. Los indígenas son el centro de nuestro trabajo, por eso reporto con especial esmero.
Ruth me cuenta cómo su familia se aisló voluntariamente a causa del virus y no solo porque son un pueblo encapsulado, sino porque que no quiere que vuelva otra ambulancia a su casa. Ya una se llevó primero al hermano y luego al padre.
Tata Fabricano
En Trinidad el tata Marcial es muy respetado y no es por nada. El 15 de agosto de 1990 fue parte de una hazaña: encabezó la Primera Marcha Indígena por el Territorio y la Dignidad. Más de 300 hombres y mujeres indígenas partieron oleados y santiguados del atrio de la iglesia La Santísima Trinidad. Su destino era la sede de gobierno, en La Paz, a 640 kilómetros hacia arriba, en las montañas.
El 15 de agosto de 1990 fue parte de una hazaña: encabezó la Primera Marcha Indígena por el Territorio y la Dignidad. Más de 300 hombres y mujeres indígenas marcharon hacia la sede de gobierno, en La Paz, a 640 kilómetros hacia arriba, en las montañas.
Ahí estaba ese hombre, nacido en Puerto San Lorenzo del Río Sécure, junto a un puñado de líderes indígenas, marchando en una larga caminata, por caminos desconocidos de la Bolivia que tampoco los conocía y reconocía, por ser indígenas de la selva.
Ese día las campanas tocaron a los cuatro vientos y un cura les dio la bendición. Sería una marcha histórica que llegaría a la sede de gobierno, después de 34 días de desafiar todo presagio. Marcharían por el reconocimiento a su territorio y dignidad.
Luego serían ocho marchas más, y en cada una, un logro. Excepto la de 2011, cuando en medio camino fueron brutalmente reprimidos por el gobierno del Movimiento al Socialismo del que precisamente Marcial había sido, años antes, viceministro. Su paso por la política partidaria no fue muy afortunado. En 1997 fue candidato a la vicepresidencia de la República junto a Miguel Urioste por el Movimiento Bolivia Libre y, años después, instalado el gobierno de Evo Morales, como Viceministro de Asuntos Étnicos Originarios fue acusado de caer en la trampa del MAS que se dice buscaba así debilitar al movimiento indígena. En la marcha de 2011 que buscaba evitar la construcción de una carretera por el corazón mismo del bosque, Marcial ya no estuvo pero apoyó.
Actualmente, Marcial Fabricano es Coordinador Nacional de los Sectores Sociales, un cargo público dependiente del Ministerio de la Presidencia en el que debe atender las problemáticas que puedan afectar la convivencia con el área rural, urbana e indígena. No es un papel que les gusta a algunos indígenas del TIPNIS, pero reconocen que hubo una lucha que nada ni nadie puede manchar.
Al río echas redes y a la tierra semillas
¿Cómo están en su casa? ¿Su mamá? pregunté, y supe que la compañera de Marcial, Ruth (igual que la hija), también está afectada y que son los mismos síntomas que fueron debilitando a don Marcial los que la atacan.
El tata, que se encuentra recluido en el Centro Centinela COVID-19, recién el 5 de mayo fue requerido para una prueba de laboratorio. Sea positivo o negativo el resultado, lo cierto es que el líder indígena está guerreando sin armadura ahí adentro.
Si no estaba infectado, lo más seguro es que ya esté por lógica simple y porque depender de un respirador no es gustar de una bocanada de aire solo por exquisito, en tiempos de Coronavirus.
Hace años, don Marcial dejó su comunidad. Actualmente vive en Trinidad y desde ahí sigue pendiente de la palabra que no debe perderse y de la lucha no violenta, que fueran dos principios ejemplares en la marcha de 1990.
Impulsor de la paz, defensor de la naturaleza, el hombre vive impregnado de su liderazgo natural que lo hace reconocer como una fuente de consulta para las nuevas generaciones de las que se preocupó.
Después de la marcha de 1990, el tata Marcial auspició el Primer Seminario de Desarrollo y Protección del Territorio y Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis). Luego de la marcha se habían logrado cuatro decretos que finalmente reconocían que el territorio les pertenecía a ellos y no a los depredadores, que la famosa Reforma Agraria de 1952 sin ellos estaba inconclusa.
Entonces, 25 jóvenes, uno por comunidad, fueron capacitados y se formó el equipo técnico, de investigación y gestión del TIPNIS así como el de protección y planificación. Esos jóvenes, que testimonian que la defensa del territorio es un compromiso para toda su vida y hasta el último suspiro, fueron encaminados por el Tata con la humildad del que ama la patria. Simplemente gestó y asistió al parto de nuevos paradigmas junto a otros grandes líderes.
****
El barrio donde vive es dignamente humilde, pero a pesar de ello su familia sufre ese reflejo en el espejo de una sociedad todavía con una alforja de tareas que enseñen a ser solidarios, empáticos. “Al saber que mi hermano y mi padre están aislados por el virus, nos miran como si la enfermedad se seleccionara o uno la buscara”, dice su hija Ruth.
A finales de abril, se llevaron al hijo en la misma ambulancia que volvió en mayo, a llevarlo a Marcial que, débil y sin fuerzas, fue cargado en una camilla.
La familia está afectada emocional y físicamente. No han tenido ni una visita del SEDES del Beni y están todavía con el Jesús en la boca. Son creyentes y es que el primer libro, como nos contó Lizi Tejada, amiga del tata Marcial, fue la Biblia y se lo regaló un religioso de su comunidad, y esas páginas despertaron una búsqueda que se refleja en su vida y que ha transmitido a sus hijos.
Marcial tiene 8 hermanos. Son 3 varones y 5 son mujeres. Su padre José y su madre Celestina son moxeños trinitarios. Una familia de Tierras Bajas donde no había ni siquiera un registro civil para anotar cuando nacían los hijos.
Yuracarés, chimanes y moxeños completan la geografía de esos pueblos que desarrollan una agricultura en pequeña escala y donde se produce lo que se necesita y sin demasía.
La tierra y el territorio es la casa que cobija y provee, por ello esa economía extractivista no es para los pueblos indígenas. Ya sabemos que las consultas inconsultas que inventaron los políticos, los llevaron a otras marchas en su historia.
Se reconocieron derechos después de la marcha de 1990, pero después se hicieron otras marchas, porque los indígenas no resignan los derechos naturales que tiene la Madre Tierra y así siempre lo entendió Marcial Fabricano.
Cuando estuvo el Tribunal Internacional de la Madre Tierra en Trinadicito, corazón del TIPNIS, viendo in situ el caso de violaciones al territorio, los representantes del cabildo indígena contaron con intensidad lo que estaban viviendo, hablaron de sus luchas, de las marchas, de sus derechos, de los abusos, las mentiras, el chantaje y ahí estaba don Marcial con su testimonio, con su palabra.
Él hablaba y todos escuchábamos
Unas pocas casitas, un área central en la comunidad, la casa comunal, las gentes y alrededor la selva, fue el marco inolvidable de aquellos días en que como periodista asistí a aquel evento, pero sobre todo aprendí a estirar la mano, no para la limosna sino para tomar de los árboles una fruta que saciaba la sed.
Una banca rústica hecha de un árbol. Allí nos sentamos. El tata Marcial, hombre grande, de espalda ancha, moreno y de cabello ya plateado, me hacía imaginar que en cada pelo había una historia. Fabricano es de esos que hay que mirar de frente. Vale la pena. Más allá, una tamborita (música típica del lugar en base al toque de un pequeño tambor) alegraba la tarde, mientras las mujeres hacían pan para convidar a los que llegamos.
Para los despachos a la radio, las citas eran a las 5 de la mañana, casi oscuro todavía, en la lomita donde la señal llegaba mejor. Ahí, los capitanes del cabildo amorosamente se entregaban a las preguntas. Momento importante y honroso. “La radio escuchamos en las comunidades, por eso los mensajes deben decir la verdad”, recomendaban.
Organizados, disciplinados, claros cuando tomaban la palabra, y yo, nacida en la urbe, pensaba cuánto bien sería tener a más de uno en el Parlamento.
Lo más impresionante fue ver a hombres y mujeres que aparecían desde la selva. Eran los habitantes del TIPNIS, compañeros de Marcial, que habían viajado en sus canoas durante horas y horas para llegar a aquella audiencia del tribunal, en el corazón del TIPNIS. Habían navegado por los majestuosos ríos; la corriente y ellos se entendían.
Ese mismo camino emprendieron en el retorno, pero con el entendimiento de que la lucha sigue por esa otra Bolivia que Marcial Fabricano nos mostró en 1990.
¡Pucha caray, tata Marcial!