Si los teléfonos móviles y las redes sociales le han dado un giro copernicano al concepto mismo de imagen y fotografía, que ya no es documento ni memoria sino comunicación, flujo y movimiento a raudales, la fotocopiadora ambulante de doña Wendy Macuchapi Alvarado, ¿qué es?
En este mundo líquido y gaseoso en el que vivimos esta doble vida, una en carne y hueso, y la otra pegados a la pantalla del teléfono celular (donde nada queda, todo pasa veloz), una fotocopia en carne y hueso resulta obsoleta, claro. Pero una fotocopiadora portátil, una que se adapta a las necesidades de las multitudes en la fila de la vacuna del “Covin diecinueve”, es otra cosa. Es la gran metafísica del ingenio popular.
Ahí está doña Wendy, en Cochabamba, con su fotocopiadora portátil como si fuera un carrito de caramelos. Rueditas, sombrilla, una repisa para las hojas, lapiceros y menudencias de librería, siempre por si acaso, y, por supuesto, la máquina fotocopiadora. El aparato está conectado a una batería de automóvil, bien cubierta, de modo que aquello parece un oasis en medio de los afanes. Nunca más un despistado tendrá que sudar la gota gorda, a ver si alguien “se lo cuida” su lugar en la fila mientras va corriendo a buscar fotocopiadora.
Doña Wendy es una de las cinco trabajadoras de “la seño” dueña del negocio, una cochabambina mayorista de los carritos de fotocopias. Desde las 4 o 5 de la mañana, dependiendo de la demanda, reciben el carrito y lo devuelven a las 2 de la tarde cuando la hora de vacunación termina. Eso a Wendy le cae bien porque se adapta a todo en la vida. Vendió comida, zapatos, lentes. Y se adapta también al calor, por ejemplo. Porque nació en La Paz, se mudó a Cochabamba hace 13 años y al frío paceño sólo vuelve a darse una paseo en el Teleférico, no más. Eso sí, en su casa sólo cocina al modo paceño, fritanga, fricasé… y así. Si Wendy vendió de todo en las calles de la vida, cómo no va a hacer posible las paradojas de la vida moderna.