Algún momento, todos seremos olvido, como dice Héctor Abad, escritor colombiano cuyas historias recatan memorias de los cajones. En toda familia hay cajones repletos de recuerdos, ¿qué puedes hallar en los de la tuya?
Colombia es uno de los países de mis amores. Desde la primera vez que pisé su suelo, de la mano de una amiga del alma, me tiene en un encantamiento que no termina. Colombia es un país infinitamente generoso y alegre, por eso nuestros amores perduran. ¡Hay tantas visiones y olores y sabores que me lo recuerdan siempre!: Cali, vegetación y gente exuberante, el azul del mar en Cartagena, el olor del primer café de la mañana (como dice la canción), una taza de espeso y caliente chocolate con almojábanas, los plátanos aborrajados, los deslumbrantes paisajes de sus ciudades interiores, mi refugio en las instalaciones del café Juan Valdés en los barrios de Bogotá…
Lamentablemente, los buenos recuerdos no salen en las noticias, que regularmente nos cuentan de enfrentamientos, desapariciones y pactos endebles trabajosamente logrados. Los últimos sacudones fueron en abril de este año con el Paro Nacional que trajo una serie de manifestaciones manifestaciones contra el proyecto de reforma tributaria propuesto por el gobierno de Iván Duque. Debajo de esa turbulencia, hay un mar de fondo que lleva ya muchas décadas.
Lamentablemente, los buenos recuerdos no salen en las noticias, que regularmente nos cuentan de enfrentamientos, desapariciones y pactos endebles trabajosamente logrados.
Una historia larga de cuyos comienzos en Medellín nos habla el escritor paisa Héctor Abad Faciolince en dos de sus libros: El olvido que seremos (2006) y La Oculta (2014). En ambos, Abad abre los cajones de su memoria para reconstruir con sus hallazgos los malos años del inicio de las violencias descontroladas que hicieron de su ciudad un lugar inhabitable. Y lo hace con un lenguaje que combina profundo amor, ternura, picardía y dosis leves de realismo mágico. Después de todo, ¡es Colombia!
Yo amaba a mi papá por sobre todas las cosas. Lo amaba más que a Dios. Un día tuve que escoger entre Dios y mi papá, y escogí a mi papá. Fue la primera discusión teológica de mi vida y la tuve con la hermanita Josefa, la monja que nos cuidaba a Sol y a mí, los hermanos menores. (…)
-Su papá se va a ir para el Infierno
– ¿Por qué?
-Porque no va a misa
– ¿Y yo?
-Usted no, porque reza todas las noches conmigo (…)
-No voy a volver a rezar. Ya no me quiero ir para el Cielo. Ya no me gusta el Cielo sin mi papá, prefiero irme a Infierno.
En El olvido que seremos, Abad cuenta el asesinato de su padre, Héctor Abad García, médico y docente universitario humanista y defensor de los derechos humanos que, como en una de tantas crónicas de muerte anunciada, ocurrió luego de múltiples amenazas. Pero, no es solo eso. En círculos concéntricos la novela narra parte de la historia familiar, sus relaciones y afanes, y los paisajes humanos de una ciudad que comenzaba a despertar de su modorra bucólica para enfrentar décadas de violencias (guerrilla, narcotráfico, paramilitarismo, ejército).
Incluso cuando dejé de ir varios años a la finca, podía repetir su paisaje de memoria, si cerraba los ojos. Y todavía sueño con él varias veces al año. Es el paisaje de mi infancia, cuando iba a temperar con los abuelos, que todavía vivían, el sitio de mi juventud, de los días más felices y los momentos más desgraciados de mi vida, donde mi cuerpo más ha gozado y sufrido, el paisaje de mi casa verdadera, el de la casa perdida y recuperada.
En El olvido que seremos, Abad cuenta el asesinato de su padre, Héctor Abad García, médico y docente universitario humanista y defensor de los derechos humanos que, como en una de tantas crónicas de muerte anunciada, ocurrió luego de múltiples amenazas.
En La Oculta, Abad nos muestra la desesperada lucha familiar por conservar la finca que los acogió por generaciones, el paraíso que no quieren perder. Es el mismo grupo humano acosado por las violencias, estallando al mismo tiempo en sus propios conflictos individuales y grupales, pero es otro el paisaje. Esta vez es el campo, su verdor y exuberancia en húmeda proliferación de follaje y de seres vivos de todo tamaño. Es el sitio del amor, la tradición y las amenazas. Es el escenario en que se rebelan espléndidamente los distintos y encontrados caracteres de los hermanos. Desde la que emprende contra todos los molinos de viento del mundo, el que huye para no sufrir o al menos sufrir de lejos, y el cronista de todos los desvelos…
Son libros desgarradores, que contienen una enorme ternura en páginas con las que se ríe y se llora al mismo tiempo. Están escritos con sinceridad brutal, con el espíritu de las historias familiares que casi siempre nos atrapan y que muchas veces reflejan nuestras propias vidas. Para escribirlos, Abad se sumergió primero en el escritorio de su padre, y después, en su propia memoria y en las de sus seres queridos; recurrió a lo que llama “abrir los cajones”, que “es como abrir rendijas en el cerebro del otro: qué era lo que más quería, a quién había visto (según las citas de su agenda o los apuntes de un cuaderno), qué había comido o comprado (recibos de almacenes, facturas y extractos de tarjetas de crédito), qué fotos o recuerdos atesoraba, qué documentos tenía expuestos y cuáles en secreto”.
Como en todas las historias familiares, hay páginas de luz y de sombra. Como todas, conlleva el final inevitable que a todos nos espera. Quizá por eso, al final de El olvido, Abad nos ofrece un regalo:
El soneto de Borges que mi papá llevaba en el bolsillo cuando lo mataron se llama Epitafio y dice así:
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán, y que es ahora,
todos los hombres, y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y el término. La caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los triunfos de la muerte, y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre.
Pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del Cielo
esta meditación es un consuelo.
Héctor Abad Faciolince, antioqueño, nació en Medellín, en 1958. Estudió Lengua y Literaturas Modernas en la Universidad de Turín, Italia. Ha escrito varias novelas, como Asuntos de un hidalgo disoluto (1994), Tratado de culinaria para mujeres tristes (1997), Fragmentos de amor furtivo (1998), Angosta (2003) y libros de narraciones y de poemas. Es columnista regular en periódicos de Colombia y España. Sus libros han sido traducidos a más de una docena de idiomas.