Se grabó bailando pero la atención estuvo en las imágenes que se miraban por detrás. La comunidad Tiktokera dejó de reír para movilizarse y actuar. ¿Cuán “virtual” es la realidad?
El reloj marcaba la 1 de la madrugada del 21 de agosto de 2020, y TikTok frenaba ante la indignación. Los miles de usuarios conectados en esta plataforma sólo tendrían que ver 14 segundos de un video en el que una niña, que aún no cursaba la adolescencia, bailaba un trending. No fue el movimiento de su pequeño cuerpo lo que llamó la atención, ¡no!, sino lo que estaba detrás de ella justo a unos pasos del celular que la grababa, en la cama que compartía con su hermana de 11 años.
El video de la niña se viralizó inmediatamente, traspasando continentes y sorprendiendo a la comunidad TikToker. A las pocas horas, el vídeo resonaba en usuarios de Asia, Europa y Latinoamérica que, al unísono, exigían tomar medidas inmediatas.
La pausa en la comunidad era inminente después de ver el video, pues no sólo mostraba el baile casual de una niña que seguía el ritmo de una canción de moda, sino que era el llamado de auxilio hacia los usuarios invisibles, de un suceso inevitable: un abuso sexual.
Clara (nombre ficticio), con temor en el rostro y manos frías por el miedo, mientras bailaba, dirigía tímidamente la cámara de su celular a la cama donde se encontraba él; un hombre de 61 años que aparentemente abrazaba a su hermanita debajo de aquella manta de color blanco. Aquel hombre, al notar que el celular lo señalaba, le exigió a Clara que dejase de “tomarle fotos”.
No sólo mostraba el baile casual de una niña que seguía el ritmo de una canción de moda, sino que era el llamado de auxilio hacia los usuarios invisibles, de un suceso inevitable: un abuso sexual.
En cuestión de horas, TikTok pasó de ser una red social de entretenimiento a convertirse en un centro de investigación en el que activistas mujeres triangulaban la ubicación de la casa de las niñas, y, así, dar con el paradero del sujeto.
A las 4 de la madrugada, por el esfuerzo de la comunidad TikTokera, ya se sabía que el suceso había ocurrido en una comuna de Santiago, en Chile. Mientras la luna despejaba las nubes del cielo todavía oscuro y comenzaba a iluminar las calles que apuntaban a la puerta de la casa, el silencio de la madrugada se rompía con los gritos de un grupo de mujeres que aguardaban con ahínco a que saliera el abusador y respondiera ante la justicia. A su vez, otro grupo de mujeres hacía levantar de la cama a policías y servidores de la Defensoría de la Niñez.
Ya habían transcurrido seis horas desde que el video se hiciera viral. A son de reclamos y pedidos de justicia, los vecinos de Santiago guardaban vigilia; no hubo protector facial ni barbijo que pudiese esconder su indignación. A los pocos minutos, miembros de la policía se hacían espacio entre las protestas de la comuna para llegar a la vivienda del hombre de 61 años, el abuelo que decía proteger a sus nietas y, entonces, sacarlo esposado rumbo a la comisaría.
Aquel día muchos usuarios de TikTok, sin siquiera conocerse, crearon un vínculo de compromiso y justicia que los hizo mantenerse despiertos toda la madrugada, pasando del entretenimiento habitual en las redes a la indagación. Las risas se transformaron en acción para salvar la vida de dos niñas, desconocidas para muchos, pero cuyo caso, en adelante, marcaría un antes y un después en la comunidad TikTokera respecto del manejo mainstream de esta aplicación. Aquello desafiaba, así, el actuar convencional y burócrata de los gobiernos respecto del abuso sexual y sus intenciones de aplicar justicia. A partir de entonces, Clara y su hermana se convertirían para muchos en esperanza de unión y en mensaje de alerta a los videos que rondan en la plataforma. Se convertirían en nuestras hermanas.