Una escena familiar 50 años después del golpe de Estado de 1971 bien puede repetirse en el seno de muchas familias. El periodista, la radio, el golpe, la persecución, la huída, el exilio, la memoria. En esta historia hay un avión carnicero y unos mellizos. ¿Qué pasó?

Como todos los fines de semana, están tomando su cóctel, picando unas aceitunas y quesos.
– No era el 21, era el 20, dice ella.
Él piensa y cierra los ojos para rememorar.
– Es difícil recordar tal cual, han pasado tantos años. Creo que debo darte la razón. Santa Cruz cayó el 19, Oruro el 20 y La Paz el 21. Pero el vuelo de Oruro a Cochabamba fue después, mucho después.
Están en la cocina, el lugar donde mora el alma de la familia, si alma se puede decir a los cientos de almuerzos y cenas con los tres hijos pequeños, luego con los hijos grandes, novios y novias, otros novios y otras novias. Cocina donde los nietos aprendieron a comer las salteñas de los abuelos o el pavo relleno de la navidad o los asados que recordaban una vida de familia caracterizada por viajes, muchos viajes, casi todos de huida.
– Era un avión de dos hélices al que subí por una escalera, no recuerdo si llevaba a los mellizos en brazos o me los pasaron luego.
– Y… ¿quién te esperó en Cochabamba?
– Nadie. Tomé un taxi y me fui a la casa de mi tía.
El recuerdo los devuelve a Oruro. Había sido allanado el departamento donde vivían ellos y sus tres hijos, en dos ocasiones.
Desde el 20 de agosto de 1971 buscaban al Director General de Radio Universidad que era él, el viejo que ahora intenta con su mujer reconstruir la historia.
Ella no supo más de él cuando las tropas del ejército tomaron las calles de Oruro después del mediodía del 20 de agosto, justo el momento en que él retornaba al trabajo a unas cuadras de su domicilio. Por esas casualidades de la vida se encontró con su concuñado que lo alertó:
– Los milicos están a una cuadra de la Universidad.
Corrieron para entrar en la radio, pero ya era tarde, los soldados esperaban la orden para arremeter contra la puerta principal de la calle Potosí. Se metieron en una tienda. La dueña lo conocía y le sugirió subir al segundo piso “por su seguridad pues; si lo agarran lo van a matar”.
Había una ventana desde donde pudo ver cómo los soldados entraron a la radio a apresar o liquidar al tipo que daba instrucciones al pueblo para defenderse del ataque militar. Lo que los uniformados no sabían era que se trataba de una grabación hecha horas antes, eran esas cintas sin fin que siempre vuelven al primer lugar si no hay alguien que las pare.
Se escucharon unos disparos, y la voz de la radio que la tendera escuchaba, calló. Entonces corrió la voz de que mataron al director de Radio Universidad.
– ¿Te acuerdas?
– Si, a pesar de que han pasado 50 años, siguen dando vueltas en mi cabeza esos hechos. Fuimos unos…
– No fuimos. Fuiste.
– Y ¿los despachos a Los Tiempos?
Había una ventana desde donde pudo ver cómo los soldados entraron a la radio a apresar o liquidar al tipo que daba instrucciones al pueblo para defenderse del ataque militar. Lo que los uniformados no sabían era que se trataba de una grabación hecha horas antes.
***
La jefatura de Radio Universidad alternaba con la corresponsalía del diario Los Tiempos de Cochabamba.
En esos tiempos, el corresponsal tenía registrada su firma en la oficina de telégrafos que estaba a la izquierda de la entrada al edificio de correos.
Habían pasado varios días. Ella con los tres hijos en el departamento allanado y él oculto en varios sitios. En esos trances pensó que había que seguir informando. Entonces nació la idea: escribir despachos para Los Tiempos que ella los iría a dejar en la oficina de telégrafos. La primera vez no pasó nada, el empleado que recibió el despacho firmado por el periodista y director de Radio Universidad quedó mirándola como preguntando “¿está vivo?”
La policía y los militares sabían que estaba vivo. Entonces decidieron seguir a la mujer, porque si ella llevaba los despachos a telégrafos era de suponer que él los escribía y estaba en algún sitio al que ella los llevaría queriendo o sin querer. El problema es que ella no sabía dónde estaba oculto, los despachos le llegaban a través de varias manos.
Esta operación abrió la posibilidad al autor de aquellas notas de la huida de Oruro en un tren de pasajeros con destino a Cochabamba, mientras seguían a la mujer en busca del periodista oculto en algún sitio.
(…) el empleado que recibió el despacho firmado por el periodista y director de Radio Universidad quedó mirándola como preguntando “¿está vivo?”
Cuando él y su hermano llegaron a Cochabamba luego de un día en Parotani, en casa de la abuela se enteró de que su mujer también tenía que huir de Oruro porque la policía y los militares decidieron la captura de ella “para que cante” dónde estaba oculto el peligroso periodista.
Los que se juegan por la vida de los otros son amigos eternos. Fue entonces que Norka, actriz del único grupo teatral de Oruro, contactó a la mujer del periodista y le dijo:
– Mañana viene un avión a dejar carne para las minas, el piloto es amigo y te puede llevar a Cochabamba. Nada de maletas, solo los mellizos; a la mayor las dejas donde tu hermana. No puedes quedarte, hay orden de captura contra ti.
La amiga tenía muy buenos contactos con los militares, de hecho uno de ellos era su cuñado y sabía muy bien las ganas que le tenían al periodista y, ahora, a su mujer.
Las instrucciones fueron precisas:
– Tomas un taxi con los dos chicos, te vas hasta esta dirección. Te bajas, haces tiempo unos quince minutos como si estuvieran paseando, tomas otro taxi y te vas a esta otra dirección, ahí te estaré esperando en una vagoneta para llevarte al aeropuerto. Cuando aterrice el avión, esperamos que bajen las gradas para acercarnos en la vagoneta y buena suerte.
***
Cuando les preguntan a los mellizos si recuerdan el viaje, ambos se quedan pensando. Él recuerda un avión “lleno de sangre” y ella agrega que “sí, había mucha sangre”. Entonces tenían apenas dos años.
– Hace 50 años que dejamos Bolivia.
– Hemos vivido más fuera del país.
– Y huyendo, casi siempre.
– Huimos de Chile en 1973.
– Fue terrible cuando detuvieron el convoy de refugiados en una tenencia de carabineros; estuvimos toda una tarde presos hasta que llegó el holandés de la ONU.
– Huimos de Argentina en 1976, burlando policías y federales de Salta, donde te residenciaron luego de la prisión. Lo hicimos en avión hasta Buenos Aires, cambiando hoteles y alojamientos hasta llegar a Suecia.
– Otra vez la ONU, ¿recuerdas a la encargada?
– Sí. Nos ayudó en Chile y luego en Argentina. Y a mí cuando dejé Argentina por Chile para poder juntarnos, ¿cómo se llama?
– Josefina.
– Recuerdo que cuando la encontré en su oficina en Buenos Aires me dijo: ¡No puedo creer! ¿Creo que es la tercera no? ¡Che pibe, no hagas ninguna revolución en Suecia!