Carlos Calle y Ruth Ignacio, pasantes de la festividad patronal de Turco, en Oruro, no pudieron celebrar a San Pedro y San Pablo con baile, comida y bebida debido a la pandemia. En vez de eso pagaron la factura de luz de los habitantes de su comunidad. No es la primera vez que ser pasantes se frustra. ¿Podrá la familia Calle pasar la fiesta alguna vez?
Son tiempos difíciles de entender y sobrellevar; la incertidumbre, el dolor, las carencias y la muerte asolan y acechan desde la oscuridad y de pronto, en luminosidad sorpresiva, surgen voces solidarias que afirman de manera contundente: Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón, al mejor estilo de la emblemática canción. ¡Carlos y Ruth nos regalan un canto de esperanza y solidaridad!
Conversar con Carlos Calle, ingeniero, es recrear pasajes de su vida en la localidad de Turco “capital de los camélidos sudamericanos de Bolivia” donde nació el 4 de noviembre de 1960. Es recordar a sus padres, el profesor Mateo Calle y la Sra. Raymunda Mollo, que partieron físicamente en 2019 y 1982 respectivamente, y su tenacidad para que tanto Carlos como sus hermanos, Nicolás y Porfirio, sean hoy profesionales. Es pensar en un niño boliviano nacido en área rural y en su paso por la escuela central de Turco y el colegio Canadá, y en el adolescente que pasó por distintos establecimientos secundarios en Oruro, cuyos nombres recuerdan a importantes personalidades bolivianas: Antonio José de Sainz, Juan Misael Saracho y Marco Beltrán Ávila.
En su adolescencia vivió en casa de un buen amigo, lejos del hogar, por el estudio, asistió a la iglesia iniciando una gran amistad con sacerdotes y hermanos oblatos que reconocieron su capacidad y lo convirtieron en traductor del aymara al español. Claro que también alentaron el desarrollo de su fe e incluso lo invitaron ser sacerdote, pero sus padres no aceptaron, querían que sea profesional. “El crecimiento espiritual a temprana edad es fundamental”, asegura él. Con honestidad reconoce que tambaleaba un poco en sus calificaciones y se aplazó un par de veces cursando 1º Medio cuando trabajaba en un casino hasta las dos de la mañana. Allí se despertó su afición por lo lúdico a través del taco “un juego sano porque estimula el cerebro al ser un trabajo de precisión”, y posteriormente por el deporte: fútbol y ajedrez que juega con fichas de arcilla cocida.
Carlos Calle tiene una visión muy clara sobre la importancia de la educación. Coherente con ello, apoyó a su hermano Porfirio en sus estudios una vez egresado de ingeniero civil de la Facultad de la Universidad Técnica de Oruro. “Siempre he creído que la educación lleva al éxito”, dos diplomados, en saneamiento básico y gerencia de la construcción, y una maestría en ciencias de la construcción, son parte de su desarrollo.
Él y su esposa Ruth se conocieron hace 40 años en el camino a la universidad. “La familia de mi esposa tenía su limpieza de ropa Dupali, nos hicimos amigos, enamoramos dos años, nos juntamos otros dos y el 27 de diciembre de 1986 nos casamos. Nunca la he visto enojarse, ella es muy comprensiva, es una buena unión de ida y vuelta. Por eso, tenemos más de 20 ahijados de matrimonio, hay tres en fila”, cuenta. Y añade: “El matrimonio es muy lindo pero también hay que sacrificarse para que pueda crecer como una flor día a día”.
Ruth, de personalidad sensible, forma junto a él una familia conformada por su hija Andrea, su hijo Saúl Alejandro y Amilcar Santiago, el nieto querido. Y cuenta con el apoyo férreo de su esposo desde su largo peregrinar debido a una enfermedad congénita del corazón, que sin embargo no le impide estar cerca de su familia y de la comunidad de Turco.
Conversar con Carlos es reconocer que las historias se repiten de manera inexplicable. Las “cábalas de mi madre” las llama él, y relata que el 29 de junio de 1981, la señora Raymundo Mollo “recibe [la responsabilidad de hacerse cargo] como pasante de la fiesta de San Pedro y San Pablo”. Pasan los meses y un día de diciembre, estando en la ciudad de Oruro, escucha en la radio que están buscando a la familia Calle desde hace dos días. Carlos, entonces de 21 años, se entera de manera infausta que su madre ha fallecido. Al año siguiente, debido al duelo, su padre junto a sus tres hijos solo ofrecen una misa pero no pueden celebrar la fiesta patronal.
En 2014, Carlos y Ruth son los flamantes pasantes de la fiesta patronal de San Pablo y San Pedro para junio del año 2020. Carlos comenta con su esposa: “mi papá está delicado pero vamos a mantener la fe por los patronos”. Lamentablemente, en octubre de 2019, don Mateo Calle fallece. “Era algo que me intrigaba”, relata, “porque justo yo recibí y mi papá se muere”. De todos modos, ya estaba decidido pintar el frontis de la iglesia, aunque más adelante debido a la época de lluvias. “Sin embargo, jamás imaginé que en enero de 2020 aparecería la enfermedad del coronavirus y con un presentimiento en el corazón le dije a mi esposa: Se va a cumplir nomás que la familia Calle Mollo no va a pasar jamás la fiesta de San Pedro y San Pablo”.
Con responsabilidad, suspenden las contrataciones concernientes a la fiesta patronal y toman contacto con las autoridades originarias y el municipio pero no obtienen respuesta. “Luego pensamos de qué manera podíamos ayudar a nuestro pueblo. Inicialmente la idea era cooperar con alimentos secos (arroz, azúcar y harina) en una buena cantidad pero la logística se complica”. Ellos radican en la ciudad de Cochabamba y desde allí veían con preocupación que la pandemia avanzaba y se planificaban cuarentenas rígidas. Por lo tanto, para evitar aglomeraciones y riesgos de contagio asumen el pago de consumo de energía eléctrica de Turco por el mes de junio y proceden a la pintura exterior de la Iglesia administrada por la Congregación de los Padres Oblatos desde hace más de 50 años. “Eso ya se tenía que realizar por el compromiso familiar que habíamos decidido en su oportunidad”, señala Carlos. “El 29 de junio, luego de la misa central, se efectúa el acto de aniversario del pueblo y en ese momento procedo a la entrega del cheque inicial de un monto de Bs. 10.000 (diez mil) a las Autoridades Originarias. La diferencia será cancelada una vez emitida la factura”, agrega.
Con responsabilidad, suspenden las contrataciones concernientes a la fiesta patronal y toman contacto con las autoridades originarias y el municipio pero no obtienen respuesta. “Luego pensamos de qué manera podíamos ayudar a nuestro pueblo. Inicialmente la idea era cooperar con alimentos secos (arroz, azúcar y harina) en una buena cantidad pero la logística se complica”.
Carlos Calle Mollo y Ruth Ignacio transformaron una “cábala” de manera significativa. No pudieron celebrar la fiesta en honor a los apóstoles San Pedro y San Pablo pero enaltecieron su nombre y el de toda la familia. Además, visibilizaron a la comunidad de Turco, apoyaron la economía de todo un pueblo preservando su salud y su vida, repararon el frontis principal de su entrañable Iglesia, exaltaron la importancia de la educación y el crecimiento espiritual, honraron la unión de pareja y la unión familiar, y enorgullecieron a Oruro y a toda Bolivia con la determinación y dignidad de sus acciones. Desde aquí se escuchan los aplausos de San Pedro y San Pablo que sonríen emocionados. Amilcar Santiago ya tiene mucho que contar y de lo cual enorgullecerse. Al igual que mi amiga de la infancia Ana María Pacheco de Forno que se acercó a la pareja, motivada por la noticia sobre su generosidad. A partir de ello, se entretejen lazos y establecen aynis, de los cuales tengo el orgullo de ser parte, reforzando el espíritu solidario entre familias bolivianas desde diferentes perspectivas e historias de vida.
Carlos y Ruth también rompieron prejuicios y miradas equívocas sobre lo que significa ser pasante y bailar en fiestas patronales. ¡Que fundamentalmente es fe, devoción, compromiso y responsabilidad! ¡Lazos entrañables que ninguna pandemia podrá vencer jamás!