UNA DE TANTAS FOTOGRAFÍAS circula de tiempo en tiempo en internet. Es una en blanco y negro que muestra un barco inmenso repleto de gente, que desde lejos parece muchos racimos de uvas, una colonia de hormigas, miles de puntitos donde no cabe un alfiler. Son inmigrantes italianos en su arribo a los Estados Unidos luego de la Segunda Guerra Mundial (1939–1945). Entonces los inmigrantes eran mano de obra bienvenida, constructores de naciones. Pero a fines de los años 60, en plena guerra de Vietnam, ya no, como tampoco lo son ahora, medio siglo después.
Pero en 1969 sucedió algo: una revolución social desde muchos frentes que se había ido calentando como el magma de un volcán: el reclamo por los derechos civiles de los afroameri- canos brutalmente segregados, la revuelta de la población gay que había decidido por primera vez responder ante el abuso de que era objeto y convertirse en sujeto político con derechos (Stonewall, junio, 1969), igual que luego lo harían las mujeres en demanda de su lugar político. Las demandas de los jóvenes por un pensamiento libre ante los postulados belicistas que, de hecho, los involucraban directamente pues eran ellos los candidatos a partir a Vietnam. Una guerra atroz que rechazaban profundamente porque allí estaban muriendo unos y otros sin ningún sentido más que la angurria geopolítica de un mundo que había perdido la chaveta.
Ese volcán social estalló de la manera menos esperada. En tiempos de guerra estalló la paz hecha música como gesto de profunda libertad que buscó así una verdadera transformación política. Y lo logró. Eso fue el festival de Woodstock que sucedió entre el 15 y el 18 de agosto de 1969, en Bethel, al sur de Nueva York, en los Estados Unidos, cuyas repercusiones se siguen repasando.
50 años han pasado y miles de inmigrantes en el mundo acaban tragados por el mar de la indolencia. Allí mismo, las guerras se han hecho cotidianas.
¿Es posible parar una guerra con solo voluntad? Parece imposible. Woodstock no paró una guerra, pero fue el escenario que cambió la conciencia para hacerlo.