El primer domingo de octubre de cada año se celebra el Día de la Cueca Boliviana, gracias al impulso de uno de los más grandes compositores e intérpretes del género: Willy Claure. Y a propósito de la celebración, la autora hace un anecdotario cuequístico, donde los pañuelos se agitan en un boliche legendario, como en un hospital psiquiátrico.
El pañuelo levanta vuelo delante del olvido, en las nostalgias que anidan dentro, en la mina profunda, en la plaza y en los nuevos destinos. Los aficionados acostumbramos a disparar las palmas para que nos escuchen hasta los muertos, ¡qué lindo es volver a la costumbre de pasar por este santo remedio!
Mi pañuelo, entonces, levanta vuelo y empiezo a cantarles algunas pequeñas historias de plaza y salón.
La cueca del psiquiátrico
Sábados de musicoterapia. El buen Ricardo, psicólogo y director de la actividad, se hacía cargo siempre de la guitarra; la lucha, casi a muerte, por los instrumentos de percusión era digna del hospital: el líder siempre se quedaba con el bombo y el resto iba con los palitos. Enfermeras y médicos debían bailar sí o sí con el resto de pacientes; los compañeros alcohólicos dejaban el anonimato al liderar con la galantería cuequera, y todos debíamos bailar aunque sea con una servilleta. Chacota general, griterío, alegría y pasitos maravillosos en la sala principal del psiquiátrico. Minutos de jolgorio.
Pero todos entrábamos en silencio perpetuo cuando doña Gilda, siempre de chompa y gorrito, se apropiaba de una cueca. Era una paciente que terminó en la Díaz Romero hace 20 años, supongo por algún mal de amores, diagnosticada con depresión en orgánica armonía con su tema favorito: La culpable, del tarijeño Luis Achá.
Int: Lam-Rem-SOLM-FaM-SI7-MIm (si7-Mim)(si7-Mim)… y cantaba ahí, parada con su pandereta y acompañada por el Ricardo:
LAm Rem
La culpa de mi locura
SOL7 DOM
la culpa tienes tú
FA SI7
(me trataste con dulzura
MIM LAm
con paciencia solo tú) BIS
La cueca de los tristes
Concierto de Wara, sábado por la noche en el Ojo de Agua. Lleno total, no quedaba ni una mesa libre. La cerveza, la morenada, la hoja de coca, el brindis de los changos, las coquetas de bota y jean a la cadera, los intelectuales de la U practicando la conquista, los placeres de la infidelidad; pero también las recaídas de la adolescencia.
De pronto, cueca y el encuentro con un eterno perseguidor que fundó leyendas de amor en mis memorias rucas, una biblioteca andante, hombre amante de Cortázar, yo su maga andina. Además de no saber bailar, tuvo nomás que acceder a mi invitación y sumarse a las convenciones que supone la danza de a dos, al debate del amor en silencio, a la construcción de guiños y miradas tristes. La cueca era perfecta para nosotros, dos perdedores: Mi pena, de Jaime del Río.
Éramos, pues, dos almas que nunca se habían dado la oportunidad, dos sujetos que llegaron a destiempo a un beso. De esos que uno se casa antes, y está prohibido de futuro. De esos que comenten nomás el pecado de morir en el intento. Lo besé en plena quimba, qué siempre, y me miró con odio, casi llorando, con los ojos rojos y diciendo: no sabes cuánto me ha costado enterrarte.
Me hice a la loca del pañuelo en ocho, nadie podía quitarme lo bailado y lo besado. Solo años después me quité yo lo bailado, en la radio, donde me enteré que el autor de esa cueca era gay, que era el compositor de cabecera de los que mueren también en los intentos, en los besos robados, lanzándose al abismo a pesar de todo. De esos que son valientes al mencionar su pena en cueca y quizás son asesinados por ser diferentes y desaparecen como si nada, como si fueran un compositor de cueca, de la cueca más triste.
Éramos, pues, dos almas que nunca se habían dado la oportunidad, dos sujetos que llegaron a destiempo a un beso. De esos que uno se casa antes, y está prohibido de futuro.
Las cuecas de la despedida
Muchas mujeres bolivianas cargan al padre benemérito en una canción. Así lo hizo la archivista orureña Elvira Cárdenas. Las cuecas también nacen por repetición, me contaba al explicar el nacimiento del tema Adiós Oruro del alma, de Jaime Medinacelli Ressini.
Los trenes y las bandas militares han sido los testigos de las frases frecuentes de las despedidas: Adiós Oruro del Alma, linda ciudad de mis sueños, ya no volveré a tus calles, ni pisaré tus arenas. Así cuentan el nacimiento de esta canción, a plan de repetes. Es la cueca que escucharon las viudas y los hijos al momento de armar las ollas comunes en las calles, es la cueca que seguramente escucharon las enfermeras y las monjas de la Cruz Roja, las secretarias, los sindicatos de mujeres obreras, las escritoras y las bibliotecarias.
En el periódico La Patria estarán más historias, aquellas anécdotas donde la falta de agua hizo que el orín fuera el único líquido para acompañar el pan de la guerra, aquellas anécdotas que narran el canto de una quimba con sabor a despedida. Por eso las mandolinas y las concertinas de una orquesta criolla nunca deben desaparecer, porque siempre necesitaremos contar que muchos niños tuvieron que ser hombres y que de allí, de Oruro y otros pueblos, salieron las cuecas más hermosas que hemos tenido en guerra.
La cueca de las petacas
Sabido era que los bailarines y directores del Ballet Folklórico de La Paz, Víctor Hugo Salinas y Ana Ariscurinaga, tenían que bailar cueca en su matrimonio. Clase magistral en plena boda nos han dado, y clase magistral para toda la vida arrastrando a sus estudiantes en todas sus coreografías. Asumir la cueca frente al espejo y en escenario lleno se ha convertido, durante estos años, en su máxima especialidad. En sus espectáculos han juntado a los cuecainómanos, a los cuequeros, a los cuecólogos, a los cuecamaníacos, a todos los aficionados por la danza y el canto. Todos unos cuenta cuecas, unos cueca cuetillos. Por eso, hemos invadido los teatros, porque su pedagogía se planteó en las butacas, en cada palma, en cada final de rodilla y sonrisa de chola orgullosa.
Han hecho llover en el Municipal magia por todo lado, magia como el rastro eterno de la maestra Chela, la maestra Yolanda, los maestros Manuel y Jaime. Del teatro nos quedamos también con la imagen de un lienzo, La Chola de la Petaca, quien sigue ahí como un fantasma, como el patrimonio más importante de todas las bailarinas que han sabido salir de un óleo potosino para dejarse pintar a pañuelo puro por su amado bailarín.
Willy Claure vive una cueca y vaya que él ha sabido componer, interpretar y estudiar todas las cuecas posibles, las que se bailan y las que son para no bailar.
La Plaza de la Cueca
Willy Claure está en la calle, sujetando su guitarra, recorriendo acordes nuevos y viejos. Pasea por Sacaba, afina otros instrumentos y nos abraza nuevamente con su gran pañuelo. No cualquiera vive una cueca y vaya que él ha sabido componer, interpretar y estudiar todas las cuecas posibles, las que se bailan y las que son para no bailar.
Músico de tiempo completo, es el principal impulsor de la cueca boliviana; ha logrado que en 2019 se la declare Patrimonio Cultural Inmaterial. Domina el género, lo explica, le da la vuelta, le coquetea en quimba, y se inventa todo lo posible para ejercer su derecho de cuidar esta herencia patrimonial.
Por eso, por el Día Nacional de la Cueca Boliviana, él y la fundación que preside inauguraron, en Sacaba, la Plaza de la Cueca. Un espacio singular en cuyas cuatro grandes plataformas los bailarines pueden zapatear a gusto.
De 2019 hay otra obra: el disco virtual de las mejores composiciones de ese año, que se puede descargar del sitio web de la Fundación Cultural Cueca Boliviana (http://fundacioncuecabolivianawc.org). Son quince canciones que cumplen en su mayoría con la estructura boliviana de cueca que se exigió. El mismo compositor cochabambino cuenta que esas cuecas fueron financiadas por otra cueca, ya que él decidió utilizar el premio que había obtenido en un concurso de cueca tarijeña para proyectos más grandes. Bastó recibir los Bs 10 mil del pueblo tarijeño para crear fundación y lanzar un concurso de pintura sobre este género, y ya después, el concurso de composición de cueca a nivel nacional. Allí aparecieron un montón de voces, guitarristas, pianistas, mandolineros y flautistas con sendas canciones de lujo.
A veces creemos que ya nadie compone cuecas. Mentira, el pañuelo se ha mantenido con nosotros y aparece el rato menos pensado. Renace cada vez que aparecen mariposas en el estómago, porque el mundo merece ser amado, porque compositores hay ocultos en sus casas y en el campo, por ahí algún maestro como don Calixto María Medrano, quien encerraba un gran enigma, siguen componiendo en nuestras memorias, tocando el piano, y cantando con voz de bajo alguna cueca, acaso esa que Willy siempre nombra y se niega rotundamente a colocarla en algún rincón del olvido.