A partir de la experiencia del grupo “Amamos a Norma Merlo”, una nueva manera de organizar la memoria colectiva está surgiendo. ¿Será posible construir un archivo digital de nuestro arte y cultura?
Piénsese en un gran cerebro cuyo campo de la memoria aparece sumido en las penumbras. Cero actividad sináptica. Diagnóstico: muerte o al menos la imposibilidad de recordar.
Así luce el cerebro colectivo del organismo que es la sociedad boliviana cuando se trata de encontrarse con el pasado, sobre todo en el campo cultural. Terreno desafiante para los investigadores, ciertamente, pero también campo de sufrimiento para los artistas noveles que inician su camino a tientas, con el síndrome del eterno comienzo, condenados como Sísifo.
A veces, sin embargo, sólo es cuestión de encontrar el estímulo correcto para que, como acto de milagro, se reactiven las conexiones perdidas y se rearme un fascinante sistema, un tejido de sensaciones, emociones y todo un bagaje de información que adquiere sentido en la medida, justamente, de lo compartido, de lo común.
El ejemplo está a la vista en estos días a través de la plataforma Facebook, donde el grupo público “Amamos tanto a Norma Merlo”, un homenaje a la actriz de 86 años que atraviesa una enfermedad, articula a más de 400 personas. Algunas de ellas, entre actores, actrices, directores de teatro y cine, coreógrafos e incluso espectadores, van compartiendo fotografías o programas de algún espectáculo, o testimonios de trabajo junto a Norma Merlo.
A veces, sin embargo, sólo es cuestión de encontrar el estímulo correcto para que, como acto de milagro, se reactiven las conexiones perdidas y se rearme un fascinante sistema, un tejido de sensaciones, emociones y todo un bagaje de información que adquiere sentido en la medida, justamente, de lo compartido, de lo común.
El grupo es ahora una especie de archivo de la memoria de al menos ¡40 años! El eje conductor es Merlo, pero aparecen nombres también fundamentales para las artes escénicas en Bolivia, o al menos en La Paz, que siguen en la batalla o que hace tiempo colgaron las armas o partieron de este mundo. Andrés Canedo, María Cristina Bredow, Mabel Rivera, Malena Orías, Morayma Ibáñez, Juan Claudio Lechín, Daysi Revollo, Federico Prudencio, Luis Severich, Tota Arce, Nancy Tejada, Lilian Ibáñez, Isabel Navia, Gloria Mir, Betsabé Ugarte, Silvia Orías, José Bozo, Carlos Seoane, Mario Caba, Ramiro Ramírez y un largo etcétera se presentan como posibles “sujetos de estudio” apasionantes.
Lo que se hace latente, además, es que una memoria aislada no es útil. Guardar recuerdos en forma de fotos o incluso de evocaciones se valoriza cuando ese bagaje sale a la luz pública y despierta en otra persona esa “capacidad de registrar, conservar y evocar experiencias”, como se define la memoria. Memoria que es un derecho individual y también social.
En el repositorio del Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez —que vive sus 175 años— se conservan alrededor de 2.000 programas de mano de espectáculos que se representaron en este escenario y en otros de La Paz, entre los años 70 del siglo XX y el presente. Este material había sido archivado, importante previsión; pero así, encerrado en un mueble, poco podía decirle al público. Desde 2019, se ha comenzado a transcribir digitalmente la información contenida en dichos programas, con el objetivo de sistematizarla y ponerla en valor. La previsión de la Secretaría Municipal de Culturas de La Paz es liberar estos datos con fines de investigación para cualquier interesado.
Ese trabajo municipal sumado a lo que se ha destapado con el aporte generoso de la gente que ama no sólo a la Merlo, sino también los hechos culturales que se ha ocupado por preservar a la manera de recuerdos, señala un camino de esperanzadoras expectativas. Quizás la memoria de largo plazo, sobre los hechos artístico-culturales, no esté perdida. Dispersa, sí. El desafío es encontrar el camino para articular los recuerdos aislados y armar un gran archivador “de imágenes, situaciones, sensaciones o información que vivimos en el pasado” (definición neurológica de la memoria), pues está visto que los datos existen. Y que es nomás cierto eso de que recordar es vivir, sobre todo si se recuerda en grupo, en comunidad.