Tacha fue una rescatista condecorada. Su labor en distintas tragedias sirvió para aliviar, en parte, el dolor de los familiares de las víctimas. Pero, más allá de sus logros ‘personales’, esta es la historia de una amistad maravillosa que se generó a partir de una vocación de ayuda al prójimo.
Finalista del Premio Nacional de Crónica Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela
Antes de ingresar al área del desastre, Emilio pidió permiso a la tierra. A través de la palma de la mano, hizo contacto con esa fuerza ancestral desbordada en un ritual que Tacha acompañó en silencio; ella nació para sumergirse en el lodo, caminar entre los escombros, explorar el terreno con postura de gran dama y atravesar el barro con su olfato.
La incursión en el derrumbe de la comunidad de Chullpa Khasa Chico, en el municipio de Morocha, distante a 70 kilómetros de la capital valluna, marcó la carrera de Tacha y de Emilio Alanoca. Por la intensidad de la lluvia, un cerro se había desprendido y una mazamorra sepultó viviendas. Unas cuantas familias lograron huir y refugiarse en la población vecina, pero hubo personas que quedaron atrapadas bajo 20 metros de tierra.
“No hay para veterinario, si se muere se muere. Vas a cuidar al perro o, si no, ahí mismo que muera. Tú igual, si caes, caes seco, porque no tenemos plata”, esa fue la advertencia que lanzó doña Cristina cuando se enteró de que su hijo Emilio estaba decidido a incluir a Tacha en el equipo de bomberos voluntarios.
Franz Rodríguez acogió a Tacha en su hogar durante sus primeros meses de vida, antes de entregarla a Emilio. “Cuando inicié con los rescates fui becado a México. Estuve en el ejército mexicano y llevé un perro ahí, un pastor alemán, y retornamos a Bolivia, entonces fue que apareció Tacha”. Ella nació en diciembre de 2004.
No hay para veterinario, si se muere se muere. Vas a cuidar al perro o, si no, ahí mismo que muera. Tú igual, si caes, caes seco, porque no tenemos plata.
Tacha no es diminutivo de Natacha ni de ningún otro nombre parecido que uno pueda imaginarse. Las hermanas de Franz se encargaron de asignar el nombre. Entre broma y broma, le pusieron “tacha”, como se refieren a una droga sintética en México. Los otros cachorros fueron bautizados como Crack y Hachís.
Contrario a eso, la especialidad de Tacha no sería la búsqueda de drogas, ella trabajaría en el rescate y fue entrenada para esa tarea hasta convertirse en un referente por su habilidad y destreza. El camino hacia la cima tuvo caídas, dudas y uno que otro dueño de casa que se sintió incómodo con la presencia de una perra que crecía como el árbol.
“Justo me quedé sin pega y estaba un poco complicado. Le decía que cuando trabaje íbamos a comer bien y cuando conseguí trabajo le daba comida balanceada: dos bolsas al mes de 60 kilos”, recuerda Emilio con una sonrisa que desborda su rostro. Además del alimento que todo perro come, la rescatista tenía antojos de zanahoria, plátano y milanesa.
La hiperactividad de la mascota tuvo un costo: 20 milanesas y piezas de pollo fueron engullidas cuando se escurrió de la vista de todos, y Emilio tuvo que reponerle esa comida a su mamá. Esos colmillos también hicieron presa a cuatro pares de calzado de cholita de propiedad de doña Cristina.
Con el entrenamiento llegó la disciplina, Tacha cumplía una rutina de lunes a viernes, y los fines de semana había más tiempo para hacer los ejercicios en una cancha de futsal a primera hora. Con el tiempo, esta labor potenció los instintos del animal.
“Todo el proceso consiste en jugar, el perro prácticamente está jugando y sabe que al final del proceso va a tener como recompensa el juguete, el atractor”, explica Emilio, cuyo proceso de capacitación abarcó la práctica reforzada con la teoría. Este juego del estímulo y respuesta estuvo acompañado con los ejercicios de manejo de escombros, direccionamiento que hace que el can pueda obedecer a su guía con solo señales o silbidos en un radio de cien metros.
En tono coloquial, Emilio cuenta que “el perro tiene que ser muy capísimo de entrar, bajar a distancia, subir gradas, caminar en andamios. La Tacha podía subir los resbalines de los parques. Esa habilidad se pide en un perro de rescate”. Hay una fotografía de ella atravesando un puente de ocho metros de largo sobre un río en el valle.
“La expectativa de vida puede ser, hablando de nosotros, de 12 a 15 años. Lo que más se recomendaría es hacer una actividad con ellos entre 7 y 8 años efectiva”, menciona Saúl Quisberth, médico veterinario y zootecnista.
Los pastores alemanes, pastores belgas, como los labradores, son razas con mucha carga, ocupan la primera línea para integrar los equipos de rescate. Sobresalen por tener patas altas, una columna vertebral resistente y pueden esquivar objetos, “lo que les hace viable poder tener ciertas características que los bomberos buscan, porque son aptos para el rescate, búsqueda de bombas o drogas”, agrega Quisberth.
El olfato es la herramienta principal de un animal en la tarea de rescate. Entre los perros, el Basset Hound o el Bloodhound tienen este sentido más desarrollado que los pastores alemanes, pero su condición física llega a ser limitante ante el terreno que debe encarar en una misión.
“La potencia del olfato la tienen todos los perros, solo es hacerle la asociación. Llega más allá: hay de 200 metros, es muy potente, pero el guía tiene que ver la estructura. Cuando una estructura está colapsada, el aroma ya no va de manera directa”, explica Emilio.
El olfato es la herramienta principal de un animal en la tarea de rescate. Entre los perros, el Basset Hound o el Bloodhound tienen este sentido más desarrollado que los pastores alemanes, pero su condición física llega a ser limitante ante el terreno que debe encarar en una misión.
Tacha era agresiva con otros perros, ese defecto requería de un trabajo con ejercicios de socialización. Pese a que pudo controlar su carácter, jamás permitió que los perros la “monten”.
Con el esfuerzo en conjunto, el binomio sobresalió en el curso de rescate y búsqueda de 2008. Era un paso más antes de ingresar en acción.
“Después de ver el perro de los españoles, me he desanimado un rato. Estoy a años luz de eso, porque eran unas máquinas esos perros. Ahí un cachito me he bajoneado. Mucho nivel era eso”. La duda se apoderaba de Emilio.
En 2012, con otro método de trabajo, Tacha revirtió los resultados. Ya contaba con la técnica y la seguridad. Sus desplazamientos los hacía sin correa, respondiendo a la orden de un movimiento de la mano.
“Me sentí orgulloso, porque era un trabajo de años y llegar a ese nivel es como hacer un doctorado”. La fusión de dos seres vivos se había completado. Con ese vigor, en junio de 2012, Tacha obtuvo la Certificación Internacional K9 (término inglés ´k-nine´ para referirse a los caninos).
Locos fanáticos
Franz Rodríguez y Fabián Abastoflor, amigos de infancia de Emilio, cada domingo peregrinaban desde El Alto hasta la cancha Zapata para ir a jugar, pero no a la pelota. Ellos hacían simulacros de rescate en el sector que ahora es ocupado por la Vía balcón.
“Un trío de locos. La gente nos miraba esconder, buscar y así comenzamos. Tampoco teníamos esta onda de beber, de ñatas, de nada. Nos juntamos los tres y así, poco a poco, pasaron los años”, recuerda Emilio con nostalgia esos años de transición a la adolescencia.
Los amigos compartieron aula desde kínder, en la escuelita Los Andes y en el colegio Gran Bretaña de la zona Los Andes en El Alto. Esa amistad atravesó el tiempo como una flecha hasta hoy, dentro del círculo que designa a cada uno un hermano de vida.
Este trío, fanático de los perros, ingresó al Grupo de Búsqueda, Salvamento y Rescate (SAR) de la Fuerza Aérea de Bolivia (FAB) en El Alto, donde los instructores y sus compañeros los veían con extrañeza por los ejercicios que hacían para desenvolverse en labores de rescate. Alimentaron su curiosidad con manuales y videos que encontraron en Internet.
La onda militar no encajaba con Emilio; sus compañeros también se salieron de esa institución. Sin embargo, siguieron entrenando por su cuenta hasta fundar la Brigada Canina de Rescate (Brican K-9) en 2001-2002, con un marbete que tiene un pastor alemán como distintivo.
Mientras tanto, el 10 de agosto de 2002, un grupo de voluntarios creó la Segunda Compañía de Bomberos Santa Bárbara, con la especialidad de búsqueda y rescate con perros, con Emilio y Franz como los fundadores. Este equipo comenzó sus operaciones en el retén de emergencias que está al frente del mercado Camacho, donde la Virgen de Santa Bárbara es la patrona. Tiempo después, fijaron su centro de operaciones al lado del Centro de Salud Municipal, entre las calles 15 y 16 de Achumani.
“El SAR-FAB de Santa Cruz cuenta con perros operativos –indica Franz– después de nosotros, ellos son los más operativos. La desconfianza de autoridades hace que no participen en emergencias con la libertad de nosotros. Hay harto que hacer, pero, como voluntarios, vamos a nuestro paso, que no sería igual si tuviéramos el apoyo de otras organizaciones”.
“Este perro está mamando, he escuchado decir, porque trabajaba full y no encontraba el cuerpo, pero después de mucho trabajo veían que el cuerpo estaba ahí”, recuerda Emilio y aflora el orgullo. A sus 38, se siente viejo, con sus mejores años entregados al voluntariado junto a su fiel amiga.
Este perro está mamando, he escuchado decir, porque trabajaba full y no encontraba el cuerpo, pero después de mucho trabajo veían que el cuerpo estaba ahí.
La magnífica Tacha
Eran las 21:45 y la pesadilla recién iba a iniciar. El rugido de la tragedia sobresaltó a los vecinos del edificio Málaga, sobre la calle Manuel Ignacio Salvatierra, entre Independencia y René Moreno, a unas cuadras de la plaza 24 de Septiembre de Santa Cruz.
Las columnas se partieron como si fueran huesos de pollo, sacando de su eje al edificio de diez pisos, que se derrumbó la noche del 24 de enero de 2011 con un resultado trágico: quedaron sepultados una veintena de obreros, además de ingenieros y arquitectos que minutos antes del desastre habían seguido trabajando, después de haber estado toda una jornada apuntalando las bases, con la muerte sobre sus cabezas.
“El edificio entero se había caído, estaba destrozado, la gente triste, aglomerada, el desorden, el calor…”. De esa manera, Emilio recuerda esta incursión. Era el examen en limpio de Tacha.
El binomio aterrizó en Santa Cruz al día siguiente de la catástrofe, junto al equipo de rescate que armó Defensa Civil. A nivel nacional, los bomberos rescatistas de La Paz contaban con experiencia para encarar esta contingencia.
Tacha mostró su personalidad, con la cabeza erguida y el pecho inflado, estaba lista para abrirse camino en medio del remolino formado por los restos esparcidos de una estructura de diez niveles, de dos bloques y de 40 metros de altura.
Por ese tiempo, Tacha todavía no tenía la certificación para buscar cadáveres y su labor era dar con los vivos. Con el procedimiento internacional aplicado al pie de la letra, ingresó al área con el resto del equipo, marcaba un sitio –señal de que una persona podía estar con signos vitales–, se hacía la limpieza de la zona, se esparcía el olor y el perro volvía a ingresar para hacer la señalización. El equipo prioriza esos puntos en la búsqueda.
“Bomberos de Chile y México han llegado con sus perros y han marcado los mismos lugares de la Tacha, y eso te alegra, porque estaba yendo por buen camino”, comenta Emilio, a tiempo de indicar que en esa incursión Tacha hizo cinco marcaciones y se pudo encontrar tres cuerpos. Ninguno con vida.
Bomberos de Chile y México han llegado con sus perros y han marcado los mismos lugares de la Tacha y eso te alegra, porque estaba yendo por buen camino.
Las Magníficas de Pablo Manzoni bajaron de la pasarela para ayudar. Cambiaron los tacones de alfiler por zapatillas deportivas, dejaron a un lado las lentejuelas por unos cómodos jeans y se encargaron de repartir agua, alimento y mover escombros.
Pero el apoyo principal era sostener a Maricruz Ribera (ahora Primera Dama del Municipio de La Paz). Su compañera en el modelaje luchaba desde afuera por la vida de su padre, Antonio Ribera, calculista de la obra, que estaba atrapado. Al final, todos los intentos fueron infructuosos.
La loza crujía como cristales bajo los pies del personal de rescate que ingresaba a buscar los cuerpos. Los gritos de “¡Hola, hola! ¡Hable más fuerte! ¿Hay alguien?” también quedaron atrapados entre el material de construcción. Transcurridas las primeras 48 horas, se temió lo peor para las personas atrapadas. Y este temor se confirmó tras diez días de labores de rescate: se registró el fallecimiento de 15 personas.
Tacha ingresaba en la zona por la noche y la mañana. Después de marcar los puntos, iba a descansar, a comer, a refrescarse la barriga con agua para soportar la temperatura. Durmió tranquila por las noches, encima de cartones al lado de su guía.
“Después de que la Tacha buscaba, la bañaba y me emocionaba. Me dedicaba a remover los escombros, trabajamos por horas”. Emilio participaba en el rescate en jornadas de ocho horas continuas por escuadras.
En su adolescencia, él jugaba a BREC (Búsqueda y Rescate en Estructuras de Riesgos), por lo que el escenario que pisaba no era diferente a lo que había enfrentado, y con la capacitación que tuvo en un curso en 2004, en Santa Cruz, era una cabra de monte.
Trueque
Con la ropa que tenían puesta, los pobladores de Chullpa Khasa Chico escaparon del alud la noche del 8 de febrero de 2014, sin mirar atrás, buscando amparo en la comunidad colindante. Amigos, vecinos y familiares que no reaccionaron con esa velocidad quedaron enterrados bajo lodo.
En épocas de lluvia, los desastres naturales se ensañan con la gente de escasos recursos. Eso sucedió con esta comunidad, cuyos habitantes se dedicaban al cultivo de papa y maíz. Sus ganancias estaban guardadas en sus rústicas casas, en el fondo de sus cajones.
Las lágrimas humedecieron la tierra al día siguiente. Esa masa enterró sueños. Catorce personas fallecieron, entre ellas una embarazada; también se lloró el deceso de cinco niños. Dieciséis familias terminaron evacuadas.
“Era un lodazal –describe Emilio–, seguía habiendo filtraciones que venían desde la montaña. Seguía existiendo movimiento de tierra hacia arriba, pequeños deslizamientos que hacían complicado trabajar”. Robusto, con una estatura de 1,55 centímetros, avanzó por la pradera opacada por la tierra en ese escenario nuevo para los dos.
Una lluvia menuda dio la bienvenida a los visitantes. El lodo comenzó a comer los pies y las patas, y manchó el traje anaranjado del guía. Con las manos en el pecho y la barriga de Tacha, Emilio la levantó para movilizarla por los lugares inestables.
A golpe de vista, los familiares dudaban de los resultados del trabajo de Tacha. El primer día quedó en el olvido para la rescatista, que estrenaba su certificación internacional. En la segunda jornada borró las dudas.
“A eso de las 14:00, el perro marcó, se encontró la primera víctima. Cuatro personas sacamos de ese punto. A partir de ahí cambió, se dieron cuenta que funcionaba y venían a buscar a la Tacha donde estaba alojada. La acariciaban, le hablaban”. Con esa alegría, Emilio evoca el hallazgo de ocho cuerpos y dos más en los puntos marcados con anterioridad.
“Mamita te vamos a llevar con tu mamá. Tranquila, tranquila”, habló el corazón de Emilio cuando vio el cuerpo de una niña que parecía tener signos vitales. “Ese momento le abrazamos a la Tacha, una emoción que no te imaginas cuando vez una persona después de horas de trabajo”, con su voz acaricia el recuerdo.
“Mamita te vamos a llevar con tu mamá. Tranquila, tranquila”, habló el corazón de Emilio cuando vio el cuerpo de una niña que parecía tener signos vitales.
Resignadas a su destino, tres mujeres se habían abrazado, con la niña resguardada en medio de ellas. Esa era el lienzo de la tragedia que encontró el equipo de rescate. Ese momento, la desesperación saltó entre la gente para arrancar a la niña de las manos de la muerte. Su pulso era como una vela en medio de un ventarrón. Encima había una carga de tierra que amenazaba con caer y ocultar los cuerpos. Los pobladores no querían saber de los protocolos de extracción.
“Parecía que la niña tenía pulso, pero no lo logramos. La señora y la abuela sí estaban ya, ya…, pero a la niña no pudimos desprensarla. Fallecidas nomás las hemos sacado”. El dolor carga con fuerza después de años. Emilio mira a los niños, las niñas y los adultos mayores como seres vulnerables.
Pasadas las 72 horas, se infiere que las personas han fallecido. El cansancio subió de las piernas a los hombros. En uno de esos jalones, un callo reventó en el hombro de Emilio, que anteriormente había sufrido una fractura.
El área del desastre todavía palpitaba peligro, la recomendación era dejar la zona, pero los pobladores se rehusaban. En la reunión de coordinación con el SAR Bolivia, se acordó extender los esfuerzos para ayudar por dos días más.
“Te compramos el perro, ¿cuánto cuesta? ¿No? ¿Cuánto cuesta? ¿Tres o cuatro mil? ¿Dólares? ¿Ganado más? Aquí le vamos a atender, le vamos a dar comida”… Los pobladores estaban dispuestos a entregar el patrimonio de su vida, lo último que les quedaba de posesión, para un intercambio por Tacha.
La oferta fue rechazada, era poco lo que se podía hacer para localizar más cuerpos. El equipo de rescate dejó el sitio, mientras la gente siguió removiendo tierra. Chullpa Khasa Chico fue declarado campo santo.
Nadie es pastor en su tierra
Emilio quitó el barro del pelaje de Tacha durante el fin de semana, le dio un baño para su cita el lunes en Quillacollo. El Gobierno Autónomo Municipal preparó una condecoración a la heroína canina.
Durante el segundo y tercer día de incursión, Emilio y Tacha actuaron sin correa. Dominaron el terreno y el encuentro del primer cuerpo quedó captado por un equipo de prensa desplazado en el lugar del desastre.
“Nos hemos lucido los dos. Justo ha ido, ha marcado: guau-guau, y han sacado un cuerpo. La chica de Unitel Cochabamba ha tenido la suerte de filmar en directo, no estaba tan profundo y ahí estaba el cuerpo”. Esa era la recompensa al trabajo de años.
El Alcalde de Quillacollo, Charles Becerra, tomó la palabra: “Es un grato honor tenerla entre nosotros para rendirle un homenaje, para seguir su ejemplo de valentía, coraje y decisión. En ti, Tacha, vemos el servicio voluntario como una necesidad”. Acto seguido una medalla envolvió el cuello de Tacha y delante apareció un certificado.
El Ministro de Gobierno, Carlos Romero, prometió hacer un reconocimiento; al final, esas palabras cayeron en la nada. Pero a Tacha no le faltaba cariño, los halagos y las cámaras eran para ella. Se sintió a gusto con los aplausos. Pasos atrás, Emilio miraba como ella disfrutaba los gestos de gratitud. Era el momento de brillar, de lucir la mancha negra que tenía en la espalda.
El Ministro de Gobierno, Carlos Romero, prometió hacer un reconocimiento; al final, esas palabras cayeron en la nada. Pero a Tacha no le faltaba cariño.
En las afueras, los fans portaban carteles: “Gracias, Tacha”, “Heroína”. Llegó el pollo para la mimada, recibió un tratamiento de limpieza, peluquería y un chequeo en una veterinaria. Las luces bajaron; era momento de regresar a casa.
La muerte impregnó su olor con la humedad de raíces de árboles arrancados que fueron empujados por la tierra hasta dejar intransitable el sector de Puente Armas, entre Yolosita y Caranavi. De nuevo, la lluvia hizo sentir su fuerza en los Yungas y el barro ahogó el grito de auxilio.
En un movimiento similar a quitarse polvo de encima, el monte barrió todo lo que estaba por delante, llevándose vidas y vehículos el sábado 2 de febrero de 2019. La voz de alerta llegó a las comunidades colindantes hasta tocar las oficinas de la Administradora Boliviana de Caminos (ABC), que ordenó el cierre de la vía y desplazó personal.
“Hicimos dos señalamientos. Ha sido muy exigente para la edad de la Tacha, porque el terreno era muy empinado. Hace años hubiera barrido sin problema, pero sí necesitaba una fuerza muy jodida”, relata Emilio, quien no recuerda si hubo extracción en esos puntos.
A paso lento, Tacha cubrió el sector, concentrando el esfuerzo en las patas traseras y en sus caderas. Pronto sintió el cambio de clima, sacó su lengua y su pecho se agitaba a ritmo inusual. Arrastró su cuerpo en el terreno mojado hasta que vomitó y Emilio tuvo que cargar a su compañera.
A partir de ahí, Tacha se apegó a Emilio, a sus rodillas, buscando abrigo. “Me dio pena, estaba cansada, ya no tenía la energía. Ella quería, pero su cuerpo no. Incluso hemos llamado para que nos saquen, porque era insulso”.
Entre cada intervención, un pastor alemán requiere de al menos una semana de recuperación con los debidos cuidados, dependiendo de la actividad. Sin embargo, en este caso, la rescatista había extendido su reposo desde la anterior misión.
Hacía tres años que la vida tranquila de Emilio había dado un giro, y formó parte de la movida nocturna: fiestas, salidas con amigos, trasnochadas los fines de semana. Reconoce que eso afectó en la rutina de entrenamiento de Tacha y de él. Los dos perdieron destreza.
Don Santiago, el papá de Emilio, se encargó de sacar a Tacha a su paseo matinal y nocturno. Ingresó en ese ritmo adormecido y en Puente Armas se sintió la falta de actividad.
La raza de los pastores alemanes tiene la maldición de ser víctima de la displasia de cadera. Es inevitable. Con el transcurso de los años, se hizo más evidente, pero siguió involucrada en los operativos.
Emilio prefiere quedarse con la imagen de su compañera dejando todo en los Yungas: “Su corazón siempre ha sido así. Eso es lo interesante del perro, que tiene ese instinto de hacer lo que sabe hacer a pesar de todo, aunque su cuerpo no le responda”.
La raza de los pastores alemanes tiene la maldición de ser víctima de la displasia de cadera. Es inevitable. Con el transcurso de los años, se hizo más evidente, pero siguió involucrada en los operativos.
La ira de la naturaleza dejó 18 fallecidos, 15 heridos y 12 desaparecidos, de acuerdo al reporte del comandante general de la Policía, Rómulo Delgado. Entre el 2 y 11 de febrero, se recuperaron 18 cuerpos, cerca del río, entre los fierros de motorizados o enterrados.
Inspectora
La lluvia del mediodía del 30 de abril de 2019 en La Paz provocó filtraciones, que derivaron en un megadeslizamiento de tierra, afectando el sector Inmaculada Concepción de Bajo Llojeta. La intensidad de la precipitación hundió casas, 66 viviendas colapsaron, se perdieron vehículos y un centenar de familias quedó sin hogar. El Instituto Geográfico Militar (IGM) calculó que 7,6 hectáreas fueron afectadas por este deslizamiento.
La tierra bajaba como una masa oscura, desprendiendo un sinfín de olores, una combinación que vino con basura compactada y animales muertos, lo cual impidió que Tacha hiciera una mejor discriminación. En esta misión no encontró nada.
El trabajo en estas circunstancias fue focalizado, porque “tenemos un perro nuevo, con él (Duke) hemos trabajado por la fuerza, energía. Él hacía el marcaje y la Tachita, con la experiencia, entraba al punto y confirmaba lo que el otro perro hacía”. Con lo sucedido en Caravani, era innecesario arriesgar su condición física, considerando que el retiro estaba cerca.
Para que otros puedan vivir
A los 15 años de vida, Tacha colgó la pechera. En mayo de 2019, recibió una medalla, un certificado y una placa conmemorativa, en un acto celebrado en la zona de Achumani, donde sus camaradas la llenaron de mimos.
La salud de ella empezó a deteriorarse, estaba en las altas y en las bajas, con problemas en los colmillos, con pérdida de apetito, y una noche vomitó sangre.
De emergencia, Laura, la hermana de Emilio, llevó a Tacha a un consultorio veterinario cerca de la zona, donde le detectaron un tumor en el estómago. El tratamiento médico apareció como un alivio, no así una solución, y por la edad era inevitable el dolor. “No estaba bien hacerle sufrir”, y la familia decidió hacerla dormir.
Las lágrimas de Hugo, hermano de Emilio, escondidas por su personalidad, envolvieron a Tacha, y con un abrazo de él y de su hermana, la despacharon el 9 de julio de 2019. “He llegado cuando ya, ya estaba… Estaba sufriendo mucho, no me podía esperar”, lamenta su compañero de vida.
Hasta la medianoche, en su casita, Emilio se quedó abrazándola, acariciándola. “Así se ha ido la Tacha”, el silencio cubre su voz.
“Esta es su casa y se tiene que quedar en su casa”, Doña Cristina intervino al escuchar que querían enterrar a Tacha en el cementerio de mascotas o en Achumani. A la mañana siguiente, un albañil llegó a Villa Ingenio para hacer un hueco donde depositaron el cuerpo, envuelto en su frazada.
“Tacha, descanse en paz. ¡Gracias por tus servicios para que otros puedan vivir! ¡Atención… Fir! ¡Presenten… Ar!”, la voz de mando dio el paso al aullido de las sirenas en el Departamento de Bomberos Antofagasta en la avenida Sucre, cumpliendo la tradición de despedir a un compañero, un acto que se repitió en otros departamentos.
“Cuando falleció no sentí tristeza, sentí que sí había cumplido la misión por la cual había nacido y bueno está ahí y es un ejemplo. Es una referencia a nivel del grupo e incluso a nivel internacional”, afirma Franz, uno de los instructores encargado de su preparación.
“Tacha, descanse en paz. ¡Gracias por tus servicios para que otros puedan vivir! ¡Atención… Fir! ¡Presenten… Ar!”, la voz de mando dio el paso al aullido de las sirenas en el Departamento de Bomberos Antofagasta.
Con pequeños detalles, Emilio llenó su vida, y de Tacha aprendió a leer el miedo en los demás, descifrar los gestos, a fortalecer la paciencia y reforzar su fe.
Cada 8 de agosto, en su cumpleaños, Emilio visita las montañas, su esencia, cumpliendo con las tradiciones y costumbres que le inculcaron desde niño para presentar su respeto a los ajayus, a los achachilas. Enterró manillas, collares, en el Huayna Potosí, Illimani y cerca del lago Titicaca. Tacha conoció esas montañas; de hecho en el Huayna está enterrado parte de su pelaje, que Emilio decidió conservar. También guardó en su casa una huella que tomó, como símbolo de su afecto.
“Cuando fallecen en un pueblo, los ajayus, los espíritus, se van a las montañas para que desde ahí puedan cuidar a la comunidad”, afirma Emilio, cuyas creencias marcaron su cotidiano y a las cuales consultará qué hacer ahora que ha quedado “desnudo y desarmado” sin la Tacha.