Un mensaje puede ser, hoy más que nunca, literalmente vital. Antes, un beso.
Ilustración de Regina Gómez
Su nombre, Marion Slitine. Era una parisina que llegó con una amiga para hacer trabajos de voluntariado, que es como comúnmente suelen llegar europeos a este lado del charco.
La conocí gracias a una amiga de colegio, quien las alojaría por tres meses y las llevaría a trabajar con ella: “Te quiero presentar a unas francesas que acaban de llegar, haremos una cena hoy, traete un vinito”. Pasé esos tres meses viéndolas casi cada día.
Eran dos: una era rubia de cabello liso, parecida a Court Cobain, flaca, de ojos azules, muy azules, demasiado azules, y Marion: ella tenía el cabello café oscuro, casi negro, los ojos cautivantemente verdes; su papá era marroquí, lo que le daba un encanto especial a la palidez de su lado materno francés. Mi amiga de colegio, que las alojaría, se reía de mí con su mirada aquella noche que conocí a Marion, seguramente por la cara de idiota que yo tenía puesta.
Así fueron transcurriendo los días y las semanas; salía de la universidad y corría a encontrarme con ellas; durante mis clases googleaba palabras francesas, lugares franceses y libros sobre París. Yo estudiaba economía hacía dos años, pero esos tres meses, la micro, la macro y la econometría, me valieron un “oeuf”.
Eran dos: una era rubia de cabello liso, parecida a Court Cobain, flaca, de ojos azules, muy azules, demasiado azules, y Marion: ella tenía el cabello café oscuro, casi negro, los ojos cautivantemente verdes; su papá era marroquí, lo que le daba un encanto especial a la palidez de su lado materno francés.
—Tu sembles cochala. Le dije en el peor francés nunca antes pronunciado, ya que hasta ese entonces me comunicaba con señas o mediante mi amiga, con quien salimos a cenar esa noche y que, al escucharme, escupió su café para no atorarse de la risa:
—¿Por qué le has dicho eso?
—Pero parece… No es choca como la Delph (la que se parecía a Court Cobain). Así son de bonitas las cochabambinas, le dije, y entonces empezaron las tres a hablar en francés fluido, que por supuesto yo no entendía absolutamente nada. Cochala? Qu’est ce que c’est? dijo Marion con sus labios franceses, y se reían y hablaban y me miraban y se reían nuevamente y me volvían a mirar y volvían hablar en sensual francés. Yo feliz, con mi cara pareciéndose cada vez más al mascarón de la Casa de la Moneda.
Quedaban poco más de dos semanas antes de que se fueran y, cada que podía, Marion me enseñaba lo más básico para poder entendernos, desde cómo hacer la boca para que se oiga bien (cosa que no lo lograba), y cosas tan simples como decir: Où se trouvent les toilettes?, que aquella vez que me lo enseñó me dijo susurrando al oído: est une phrase très importante. Entendí “importante”, “toilettes” pero sus labios casi tocando mi oreja me hicieron entender algo más.
Repito, quedaban poco más de dos semanas antes de que se fueran y aquella noche, alejándola de su amiga que se parecía a Court Cobain y de mi amiga de colegio que las estaba alojando tres meses, la llevé a la terraza y le hablé del amor, del que sentí antes de conocerla y del que sentí después de verla, de lo que quisiera tener con ella y así, un relato de ocho mil caracteres saliendo de mi boca y estrellándose contra los oídos de Marion, contra los ojos de Marion, contra el pecho de Marion: Y es todo lo que me alcanza el corazón para decirte hoy, le dije.
Obvio, no entendió nada pero lo supuso, así que me miró fijo con sus ojos cautivantemente verdes y cerrándolos mientras se acercaba a mí, me besó.
Tuvieron que irse antes. Las noticias de Italia y la avalancha de casos de Covid apuraron sus maletas. Hubiera querido que nuestra despedida fuese una velada única y romántica, como imagino que son las veladas únicas y románticas en París, pero no, no lo logramos; la prisa, las llamadas de sus padres y todo el ajetreo que seguramente conlleva trasladarse a las apuradas de un continente a otro impidió cualquier “adiós de película”.
Hoy vino al hospital mi amiga de colegio, aquella en cuya casa se alojaron Marion y su compañera parecida parece a Court Cobain. Por supuesto, no la pude ver, estoy entubado en la Unidad de Terapia Intensiva y mi cara circula por las redes sociales pidiendo donantes de plasma. La enfermera con quien hablo y me atiende me dijo que trajo algo para mí: era una fotografía de Marion, sentada en un café parisino con un sombrero jipijapa, con la boca tratando de decirme algo seguramente con su voz levemente grave y su francés delicioso. Volcando la foto me mostró que había algo escrito que no puedo leer bien por el plástico que me envuelve, pero que al final pude advertir: 39 Rue du Montparnasse, 75014 Paris, Francia… je t’attendrai.