El abuelo Jozef Orság (con acento) llegó hasta Apolo, en el norte de La Paz, desde Checoslovaquia. Desde entonces, hijos y nietos imaginan el día del abrazo entre miles de parientes de mirada terrible, en ese país lejano hoy llamado Chequia.
Ilustración de José Alejandro Zapata Padilla
¿Qué me espera al cruzar el charco? Es la pregunta mía y de toda la familia que todavía no llegó a Europa.
Allí imagino a tres mil parientes, entre ellos primos, tías, tíos, sobrinas, sobrinos y mi hermano; todos sonrosados esperándonos, vestidos con esos trajes bordados típicos de los checos. Las mujeres, una a una saltando de una matrioska mayor hasta llegar a las niñas, y los hombres, como esas marionetas con mejillas muy rojas y ojos enormes (como los heredamos los primos latinos) abriéndolos en sincronía total y barroca.
Todos colocados en una planicie gigante, similar a la de las fotos del abuelo, con cercas y sembradíos perdidos en medio de la región Bohemia, en un tiempo incierto y extraño para nosotros.
Pero parece ser que esperaremos un año más para este encuentro con el que soñamos desde hace una generación.
Así se dibuja el recibimiento: todo animado al estilo de Jan Švankmajer, donde en un stop motion nos abrazamos todos los Orsags, como en medio de Alicia, su obra maestra. De pronto, alguno de nosotros vomita aserrín por la emoción; pero eso es solo parte del imaginario obligatorio para respetar la estética de este maestro.
A partir de acá, por favor leer con ese tono de animación que mencionamos en el anterior párrafo, así este relato se va nutriendo de nuestra familia de acá y de allá.
Entonces, el patriarca de la familia Orság vino escapando del hambre, como todos los europeos antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, con la esperanza de que la fortuna le sonriera y fuese millonario. Con ese fin, junto a un amigo se dispuso a crear una fábrica de vidrio en cada ciudad por la que pasaban en su camino. Pero siempre fallaban.
Aquí un mapa se extiende y vemos al abuelo recorriendo diferentes sitios. Recordemos que viajó desde la República Checa hasta España para tomar un barco cargado de gentes que llegarían a Buenos Aires. Desembarcamos en un puerto colorido bañado de canciones de tango, para proseguir el camino por el campo y otras ciudades de Latinoamérica (usted puede elegirlas de acuerdo a supuestos recorridos que incluyan una ruta hacia Bolivia).
Allí imagino a tres mil parientes, las mujeres, una a una saltando de una matrioska mayor hasta llegar a las niñas, y los hombres, como esas marionetas con mejillas muy rojas y ojos enormes
De pronto, en su peregrinaje, cuando ya habían decidido ir hacia el Perú, se toparon con el maravilloso poblado de Apolo, en Bolivia (aquí la ciudad se transforma en selva, plegándose casas y edificios, surgiendo árboles inmensos). El abuelo, al ser extranjero y saber leer, (una mano de Fátima se abre al lado del Orság que hayamos construido al leer este texto) se pintó como candidato perfecto a los ojos del señor Céspedes, quien casó a su hija Lidia con él. Cabe destacar que el amigo del señor Orság llegó a Lima, donde finalmente instaló la fábrica de vidrio que lo transformaría en uno de los hombres más acaudalados de esa ciudad.
Jozef Orság se quedó en Bolivia, llevó a su familia a la ciudad de Cochabamba donde estudiaron mi padre y sus hermanas. Mi abuelo Jozef no volvió al Viejo Mundo nunca más, ni de visita. Quiero creer que como añoró tanto su tierra, cuando se fue volando de este mundo se desplegaron sus alas, pasó por aquellos paisajes del campo, vio a todos sus hermanos y sobrinos trabajando la tierra con mi padre y subió feliz a su propio infinito en algún sitio.
Entran en escena los Orsag sin acento (escritura modificada por algún escriba que no tenía idea del checo en este lado del mundo)
No somos particulares —los Orsag sin acento—, pero tenemos esas miradas heredadas, según los pueblos eslavos. Sí, tenemos el don o la maldición de petrificar a quien yace bajo nuestros ojos; es una especie de gracia transmitida, bastante fantasiosa, pero si te topas con uno de nosotros lo entenderás, seguro.
Mi abuelo Jozef no volvió al Viejo Mundo nunca más, ni de visita. Quiero creer que como añoró tanto su tierra, cuando se fue volando de este mundo se desplegaron sus alas, pasó por aquellos paisajes del campo, vio a todos sus hermanos y sobrinos trabajando la tierra con mi padre y subió feliz a su propio infinito en algún sitio.
Entre humanos y mascotas pertenecientes a nuestra familia, se siente lo checo; hemos repetido nombres en Bolivia y en Chequia como parte de un código, somos muchas Zdenkas, incontables Joses y recientemente también se duplicó la cantidad de Irinas.
No se crean que todo lo relacionado con nosotros está lleno de guiños europeos, no, para nada; tenemos raíces muy diversas, de diferentes sitios, de diferentes lares. Somos migrantes de muchos pueblos y países lejanos o cercanos. Somos una mixtura. Y, como tales, la comida por ejemplo está llena de excentricidades e ingredientes inesperados; tenemos particularidades y similitudes. También tenemos una frase que nos recuerda Vladimir (el único nombre no repetido en nuestra familia): “Todos los checos son músicos”, dice. Y, bueno, la mayoría de los primos y sobrinos lo tomamos muy a pecho porque cantamos y tocamos distintos instrumentos musicales.
Tan fríos como nuestros paisanos europeos y tan cálidos, a la vez, como nuestra herencia latina. Somos parte de ese sincretismo que nos enseñó a ser bolivianos como a sentir esa curiosidad por el origen y por los legados, por esas similitudes genéticas que no son más que construcciones sociales de nuestro clan.
Todos soñamos con encontrarnos con aquellos parientes que por Facebook nos hablan en esa lengua extraña y, al mismo tiempo, familiar para los allegados al entorno de los Orsag sin acento.
Soñamos con abrazarnos en aquella ronda imaginaria y bailar polka, tomar cerveza acompañada de chucrut con embutidos procesados en vinagre y disfrutar de las “bolas” (nombre bolivianizado por nosotros para llamar el “knedlíky”, pequeñas bolitas de masa hervidas que se sirven con puré de manzana).