CHICAS MALAS
Sofía, que así le llamaremos, no teme a la ilegalidad del aborto, es más, cada día lucha contra ella. Aunque en el anonimato, su sueño es libre, seguro y gratuito.
“Es ilegal y así lo sientes”, dice Sofía, cuando le pregunto por la experiencia de comprar pastillas abortivas. Le llamaremos Sofía, porque aunque es su sueño que algún día mujeres de todos los estratos sociales y rincones del país puedan acceder al aborto legal, seguro y gratuito, por el momento lo que hace es considerado ilegal.
Ella misma ha experimentado un aborto. “Tenía 16 años y mi pareja era muy irresponsable. Yo misma no estaba preparada y era la mejor decisión”, recuerda ahora, muchos años después. Juzgarla sería fácil si es que aceptáramos que ha tenido acceso a todas las posibilidades de educación sexual, pero seamos sinceros ¿existe educación sexual en nuestro país? ¿Cómo podemos exigirle a un joven de 16 años que sepa de educación sexual si son pocos los colegios que hablan de sexo? Y eso es mucho decir. No solo hablar de sexo es tabú en los colegios, sino incluso hablar de los cambios sexuales naturales de la humanidad. Es un tema que da para largo.
Pero hablamos de Sofía. La conocí en un colectivo feminista, Ñañas. Son cochabambinas, aunque habemos ñañitas en todas partes de Bolivia. Inmediatamente Sofía captó mi atención, es una de nuestras “líderes” aunque en realidad tampoco ellas se consideran así. Es, digamos, una de las que organiza el movimiento.
Una no se imagina a Sofía en una plaza, comprando Cytotec, la pastilla abortiva más común del mercado. Es una chica dulce, de sonrisa casi infantil y de esas amigas que se quedan a tu lado. Así lo hizo, más allá de cualquier prejuicio, cuando acompañó no a una, sino a varias amigas y extrañas que pidieron su ayuda para comprar las pastillas. “Lo difícil no es comprar las pastillas”, dice, “lo difícil es el proceso previo y posterior”. En Facebook, tal como lo han demostrado muchos reportajes, hay un centenar de personas ofreciendo las pastillas, pero nadie ofrece apoyo psicológico y nadie explica cómo funciona la compra. “Es ilegal y así lo sientes,” repite. Le pregunto por qué. “Depositas una parte del dinero y luego te citan en una plaza, usualmente concurrida. Te dan un lugar exacto y esconden las pastillas en un sobrecito debajo de una piedra, o detrás de una planta o donde se pueda. Ahí mismo vos dejas la otra parte del dinero y de algún lado te están observando para recogerlo e irse”; parece un intercambio de espías, pero es el cómplice secreto de quien lucra con una decisión personal y quien acude a estas personas para poder decidir.
“Depositas una parte del dinero y luego te citan en una plaza, usualmente concurrida. Te dan un lugar exacto y esconden las pastillas en un sobrecito debajo de una piedra, o detrás de una planta o donde se pueda. Ahí mismo vos dejas la otra parte del dinero y de algún lado te están observando para recogerlo e irse”
Sofía es inquieta cuando habla del aborto. Reconoce que ha tenido una posición relativamente privilegiada porque ha podido asistir a consultas con psicólogos y contar con apoyo profesional, porque a pesar de todo ha podido decidir sobre su cuerpo, pero sabe que no para todas es así. La situación del aborto en Bolivia es aún compleja. Legal o no, se practican cientos de abortos en la clandestinidad, pero al mismo tiempo, en clínicas y centros precarios que todos conocemos bien. Es hacerse a los tontos pretender que desconocemos que más de la mitad de las “clínicas ginecológicas” de zonas como la Garita o la calle Tumusla en La Paz no son sino fachadas para centros de abortos ilegales donde operan, en su mayoría, estudiantes de medicina (en el mejor de los casos) o incluso simples negociantes que lucran con la salud y la vida de quienes no pueden pagar algo mejor y necesitan decidir.
La lucha de Sofía no es por sus amigas, aunque ha ayudado a varias, sino por aquellas mujeres que no tienen sus mismas posibilidades, por aquellas que no tienen ni siquiera el acceso a la mínima educación sexual y menos aún a algún método anticonceptivo. Porque así es y así será, las mujeres seguirán abortando sea legalmente o no, mientras no exista educación sexual para estar informadas e informados y una apertura a la decisión sobre los cuerpos. .
Es hacerse a los tontos pretender que desconocemos que más de la mitad de las “clínicas ginecológicas” de zonas como la Garita o la calle Tumusla en La Paz no son sino fachadas para centros de abortos ilegales donde operan, en su mayoría, estudiantes de medicina (en el mejor de los casos) o incluso simples negociantes que lucran con la salud y la vida de quienes no pueden pagar algo mejor y necesitan decidir.
Junto al Colectivo Ñañas, Sofía y las demás compañeras han elaborado manuales sobre aborto seguro en casa, comparten grupos de apoyo y acompañamiento para abortar, debaten sobre el tema constantemente, han puesto en marcha toda una comisión jurídica para ayudar a mujeres en temas de violencia y otros relativos a los derechos de la mujer. Tienen comisiones culturales, académicas y grupos de lectura que cuestionan, reflexionan y producen material para hablar de feminismo los 365 días del año. Cada vez con una meta diferente. En este primer año, el sueño de Sofía es que Bolivia siga los pasos de Argentina y otros países, aprobando el aborto legal, seguro y gratuito. Pero aunque no sea así, Sofía seguirá recogiendo pastillas ocultas debajo de piedras o haciendo lo que sea necesario para que las mujeres no dejen nunca de decidir sobre sus cuerpos.