Luzmila, like a rolling stone
En una de las tantas escenas memorables de ese réquiem por el rock que es la película de Cameron Crowe, Almost famous (2000), los miembros de la banda imaginaria Stillwater comienzan a cantar la canción de Dr. Hook, The cover of the Rolling Stone, para graficar la cúspide de los sueños de todo grupo que quiera llegar a la verdadera fama: ver su foto en la portada de la legendaria revista.
Pues bien, sabemos que Luzmila Carpio es el símbolo de muchas cosas para mucha gente. Entre ellas la defensa de la madre tierra, la resistencia milenaria de las culturas originarias, además de la defensora del gran valor de la lengua materna y de las cosas elementales, sencillas del mundo y de la vida en comunidad. Pero para otros, que nos hemos criado en el corazón de la cultura popular del siglo XX, es la única boliviana (si equivocado no estoy) que ha estado, sin ser rockera, en las listas de privilegio de la publicación que elevó al olimpo de los dioses a gente como Bob Dylan y a bandas como Led Zeppelin.
Reconocido su trabajo, Yuyay Jap’ina Tapes, como uno de los 10 mejores discos del 2015, en ese entonces a Luzmila le tocó compartir privilegios con las talentosas Julieta Venegas y Natalia Lafourcade, y hasta con el malencarado Pitbull, que se ha debido preguntar quién era esta boliviana indígena que no tenía ningún hit en cartelera pero que merecía tal reconocimiento.
Como todos sabemos, para llegar no sólo allí, sino a los más grandes escenarios del world/music, y haber compartido cartel con artistas de la talla de Miriam Makeba, Cesaria Evora, Mercedes Sosa, Susana Baca, Gilberto Gil, Lila Downs entre otros, Luzmila Carpio, siguiendo la clave Dyliana, tuvo que salir de la Bolivia más relegada y auténtica, con sólo su charango y su prodigiosa voz a rodar por el mundo, como una rolling stone, sin saber hasta dónde podía llegar.
Ahora, y hace tiempo, el planeta sabe que además de una Joan Báez (por ejemplo), hay una Luzmila Carpio. Una mujer capaz de convertirse en río, en montaña, en flor, en pájaro. Una mujer con el poder de convertirse en gaviota, y pedir frente a más de 200 mil personas –como ocurrió el 2006 en La Moneda de Chile– un mar para Bolivia desde la hermandad.
En un tiempo en el que prevalece el cinismo político, los nacionalismos y las más burdas razones de Estado, es tan bueno recordar y saber que fue una mujer precisamente indígena, una mujer precisamente enclaustrada en la memoria de su pueblo y su paisaje, la que tuvo este gesto con el pueblo chileno.
Quizás haya pasado mucho tiempo. Muchas cosas se habrán perdido en el camino. La niña que miraba enamorada los linderos de la comarca oral de su ayllu Panakachi, ahora es una enorme artista que vive en Francia desde hace mucho tiempo y que fue embajadora.
Pero lo que no se pierde es lo expresado, lo recorrido, el espacio sensible que Luzmila abrió para todos nosotros, para acercarnos con su voz a las múltiples y profundas dimensiones del alma boliviana.