Adalia Roca Valverde parió trece hijos, “la docena del fraile”, como decía ella. Solo seis llegaron a la edad adulta. La hija de Ramón y Dolores se casó con un paceño, que después de su servicio militar en Trinidad se enamoró del Beni y de “la bella modista camba” y se quedó para siempre. Corría un tiempo duro en la Amazonia boliviana, pocos medios de transporte, asistencia médica precaria, inundaciones implacables, abandono estatal. Mientras, la época estaba marcada por la aparición de inmensas fortunas que llegaron con el auge del caucho en un ferrocarril improbable, con gente extraña, corrupción, bonanza, epidemias, trabajo esclavo, migraciones forzadas y migrantes esperanzados. Como suele ocurrir, así como apareció, se fue pronto, dejando amarguras y fantasmas en Cobija y Cachuela Esperanza, y entre tantos otros, se llevó consigo a tres de los hijos de Adalia, dos de ellos muertos en un mismo día.
David y Adalia fundaron así la familia Monje Roca que después de buscar vida en Cobija y otros rincones del norte boliviano, volvió a Trinidad a batallar. David creó uno de los primeros periódicos de la región, trabajó en la administración pública de ciertos gobiernos, fue preso por oponerse a ciertos regímenes, contribuyó con la entrega de su única casa para el primer mercado público y junto a su familia fue protagonista memorable de la vida del pueblo.
Al estallar la guerra del Chaco, los hijos mayores cumplieron su deber enrolándose: Osvaldo y el profesor Raúl en Trinidad, el casi ingeniero David en Oruro, y Ronant de 16 años en el Colegio Militar, destacamento “Tres pasos al frente”. David padre quiso reeditar su presencia en el Acre y se alistó soldado voluntario de casi 50 años. Adalia dio a la guerra sus cinco hombres, quedándose a educar y mantener a sus dos niños menores, Velia y José, y a apoyar a dos jóvenes nueras y sus niños.
Los años de guerra para Adalia no solo fueron la intensa espera de noticias, cartas o fotografías, ni tampoco solo la incertidumbre y el miedo de perder a alguien. Ella hizo su propia campaña y tuvo sus propias batallas: fue promotora de las “Madrinas de guerra”, recolectó fondos y vituallas para asistir a soldados y oficiales benianos. Con esta misión y dos hijos a cuestas, recorrió de nuevo pampas, selvas y pueblos del Beni, en carretón, en canoa o a caballo.
La guerra se agotó y Adalia fue una boliviana mimada, ya que contra toda probabilidad y cual divina recompensa, todos sus hombres retornaron enteros al hogar. En ese tiempo ya era abuela de seis nietos que más tarde habrían de ser 29; más de 100 bisnietos y siga contando, siga batallando, la combatiente abuela.
Batallas finales: vio morir a su hijo mayor, cuidándolo hasta el fin, para después ser amorosamente atendida en sus días finales por su amoroso colla David.