Le decían atrevida, peleadora, comunista y más. La abuela Julia siempre rompía esquemas. Un día de esos desafió a su nieto a hablar de Freud.
Siempre rompía esquemas. Por eso le decían atrevida, peleadora, comunista, y más. Es cierto, claro, que escribía y hablaba muy bien; por eso le temían ya que había desafiado a diversos gobiernos. También es cierto que había cargado con su hijo moribundo –herido en el pulmón por una bala explosiva en la Guerra del Chaco, en la que ella fue enfermera voluntaria– y que después de hacer lo posible en Bolivia, lo había llevado a Argentina, donde en varios hospitales había logrado que diversas cirugías le devolvieran en parte la salud. Es cierto, asimismo, que había fundado revistas, que había impulsado la creación de la Escuela de Bellas Artes en La Paz. Es cierto, igualmente, que después de los setenta años había sido invitada a conocer China donde aprendió a amar ese país y a su gente. Es cierto, de igual manera, que como era sobrina de Ladislao Cabrera Vargas, estaba siempre invitada al palco oficial, a participar de los actos del Día del Mar, donde yo, alguna vez, tímido pero orgulloso, la acompañé.
Es cierto, además, que ella conservaba el revólver de Ladislao Cabrera y que, ya anciana, se lo mostró a un señor que se ofreció hacer limpiar el arma y que ella ingenuamente se la dio, y que dicho individuo intentó cruzar la frontera para vender aquella reliquia en Chile. Es cierto que era nieta de Félix Reyes Ortiz y que, cuando yo la visitaba, me enseñaba aquel poema: “Vosotros que pisáis la planta altivos…” que después descubrí grabado a la entrada del Cementerio de La Paz.
Es verdad que empeñó su pasión y su coraje para tratar de liberar a algunos de sus hijos prisioneros por cuestiones políticas. Es verdad, también, que en uno de los viajes en que yo venía de la Argentina, encontré a la abuela Julia muy enferma y que a ella, a pesar de su agotamiento, le gustaba conversar conmigo. Y que hablamos con prudencia sobre sexo y que entonces, inesperadamente me desafió y me dijo: “¿Quieres que hablemos sobre Freud?”, y que yo, estudiante de medicina, sabiendo muy poco sobre el tema, le escapé al desafío.
Cierto es también que el olvido nos arrasa y que la mayoría de las veces la muerte nos borra para siempre, excepto en la memoria de aquellos que nos amaron. Son muy lejanos los días de aquel momento en el palco de la Plaza Abaroa, donde entre sonidos de bronces y redobles de tambor, se me aparece la figura de mi abuela, Julia Reyes Ortiz, siempre dulce, su prestancia y su sonrisa tranquilizadoras, diciéndome palabras tiernas e inteligentes. El tiempo está hecho de arena escurridiza. Yo trato de retenerlo en estas letras.