“Soy madre de una transexual y no lo supe hasta hoy, ¿por qué”, dijo Angélica aquellos días de 2016 en que supo del asesinato de José María, su hijo. Sólo entonces conoció que su verdadera identidad era Dayana Kenia: “qué linda era mi hija, cómo me hubiera gustado pasear de su brazo”.
En 2017, Angélica y la comunidad LGBTI lograron por primera vez en Bolivia llevar a juicio un caso como este, con 30 años de cárcel para el asesino.
José María Zárate nació en una ladera de La Paz, en la familia que formaron José Luis y Angélica, como el segundo de cinco hermanos. Y si alguna memoria copa los recuerdos de esta familia es la de un pequeño José María siempre alegre, siempre bailando, aun en épocas de penuria. Quería destacar siempre, recuerda su madre, quien apoyaba estas manifestaciones de su hijo, para quien el baile era su gran pasión. (1)
La bailarina y el militar
En una fotografía, José María Zárate está disfrazado con un traje folklórico del personaje del waphuri, quien hace no mucho tiempo estaba siendo rescatado por la Familia Galán, dotando de rasgos homosexuales al personaje guía de la kullawada, danza de los hilanderos y tejedores.
Posiblemente la relación de los cuerpos LGBT con la danza tiene que ver con la expresión de una feminidad, de una sensualidad que en el cotidiano, en la escuela, la casa, la calle o el trabajo no la pueden desplegar, sino a riesgo de ser estigmatizados. La mujer que habitaba en José María empezó también a expresarse a través de la danza con movimientos que le permitían manifestar su identidad.
Comparando, la libertad corporal de la danza tiene una relación inversa con el lenguaje corporal militar, que es el epítome del movimiento controlado, disciplinado y su ideal de autodisciplina, del movimiento jerarquizado, del movimiento del acatamiento, normado y calificado por la autoridad. Este tipo de movimiento también es el de la escuela, y en ambos casos, el otro discurso que se despliega, es el de la masculinidad. No es sorprendente, por tanto, que el servicio militar obligatorio, precisamente por el discurso de la masculinidad, forme parte de las respuestas violentas de los padres ante el descubrimiento de la identidad de género o de la orientación sexual de sus hijos.
José María también pasó por el servicio militar obligatorio a los 17 o 18 años en Pando. Y esa es una edad en que la definición de identidad de género puede provocar cierta inestabilidad debido a los discursos sociales, la violencia, marginación y estigmatización. Tanto así que algunos podrían “optar” por vivir dos vidas; por una parte, asistir al servicio militar u otros espacios eminentemente masculinos para confirmar socialmente su “hombría” y, por otra, desarrollar su identidad optada, en este caso, la femenina, en otros espacios de su vida.
Luego del servicio militar obligatorio y posiblemente para seguir confirmando esta máscara masculina ante la sociedad, José María se presentó ante la Policía Nacional para formarse profesionalmente, aunque fue rechazado.
Entonces ocurrió algo significativo. Néstor, su hermano, una vez descubierta la identidad de Dayana, le tomó un nuevo cariño. La acompañaba en estas nocturnas salidas de travesti, en los seis meses entre su regreso del Beni y su viaje a Santa Cruz, desarrollando una actitud de protección que acompañaría a Dayana hasta el fin de sus días.
Travestismo y afectos
José María regresó a su ciudad, El Alto, e inició el camino de miles de jóvenes que, aunque hayan cumplido los preceptos estatales de formación (son bachilleres, con el servicio militar obligatorio cumplido), no encuentran un lugar en el mercado laboral que, desde el adultocentrismo, el clasismo y el racismo, rechaza a esta fuerza juvenil de trabajo. Como esos miles, José María hizo lo que todos; es decir, trabajar en todo cuanto espacio laboral –siempre informal– se presentaba: mesero en una pastelería, ayudante en un centro de convenciones, etc.
Fueron seis meses de trabajos y trabajitos acompañados de una actividad central y significativa en su vida: el travestismo. En una sociedad que estigmatiza y rechaza violentamente la transexualidad, el travestismo es totalmente subterráneo, oculto para la familia y la sociedad. Por eso, generalmente se despliega en la noche y en espacios conocidos casi exclusivamente por la comunidad LGBT y que existen en todas las ciudades de nuestro país. Son bares, discotecas, etc., donde José María, ahora como Dayana Kenia se encontraba con sus pares.
Entonces ocurrió algo significativo. Néstor, su hermano, una vez descubierta la identidad de Dayana, le tomó un nuevo cariño. La acompañaba en estas nocturnas salidas de travesti, en los seis meses entre su regreso del Beni y su viaje a Santa Cruz, desarrollando una actitud de protección que acompañaría a Dayana hasta el fin de sus días.
También en esta época se operó la nariz en la clínica de un barrio popular de La Paz y posiblemente ahí comenzó la historia de su transformación sexual. Si bien su familia lo cuidó, no sabía que esa cirugía estética respondía a un deseo de transformación, un paso más cerca de Dayana y uno más lejos de José María.
Migración, emprendimiento y éxito económico
La migración es una estrategia casi natural de quienes son estructuralmente echados del mercado laboral. Dayana llegó en 2013 a Santa Cruz siguiendo el recorrido de los jóvenes migrantes alteños que en busca de una vida mejor ven a esta ciudad como el lugar donde pueden realizar sus sueños, ya que ésta les atrae por su dinamismo y crecimiento económico.
Parece que, sobrepuestos los primeros problemas, en Dayana sobresalieron sus habilidades de migrante occidental y se puso a trabajar en una rockola. Asumió la identidad de la emprendedora migrante occidental en Santa Cruz.
Tiempo después, usando su carnet de varón, obtuvo un préstamo bancario con el que alquiló un local para instalar una rockola, ubicada en la esquina de la avenida 16 de Julio y Libertadores de la Villa 1° de Mayo. La llamó Sensacional.
Inició una relación de amistad con varias vecinas de la villa, quienes la ayudaban y a quienes ella también colaboraba, haciéndose comadre de varias de ellas. Éstas recuerdan que Dayana era buena y sobre todo muy alegre, que cantaba las canciones de Yarita Lizeth, que le iba muy bien en su negocio. Varias conocían de su identidad y para todas ella era simplemente una mujer.
La madre, el padre y los hermanos y hermanas menores no la visitaron en Santa Cruz; sólo Néstor estuvo con ella durante seis meses cuando renunció a su trabajo. Él le prestó el dinero de su finiquito laboral y con eso pudo ayudarle a reponer una rockola que le habían robado. Por su parte, Dayana solía mandarles parte de sus ganancias, y viajó un par de veces para visitarlos, llevándoles sendos regalos. La última vez que Dayana abrazó a sus padres, hermanas y hermanos, fue en su despedida. Y antes de regresar a Santa Cruz, se hizo en La Paz una segunda operación, esta vez de construcción de senos.
Al día siguiente los vecinos encontraron el cadáver y llamaron a la madre diciéndole que Dayana, su hija, había muerto. La madre pensó que era una llamada equivocada; su hijo se llamaba José María y no conocía a ninguna Dayana. La llamada se repitió, le dijeron que José María había muerto.
Amor romántico y asesinato
Dayana había logrado construir una bonita vida en Santa Cruz. Había establecido un espacio afectivo femenino en la villa, tenía un negocio exitoso, vivía en un cuarto de alquiler en el Plan 3.000, enviaba dinero a su familia, y había reunido la suma que le permitiría la operación de vaginoplastía, la definitiva.
También tuvo algunas relaciones afectivas y algunos vecinos de la villa la cortejaban. El caso es que Álex Villca, migrante potosino, apareció en la vida de Dayana y se hicieron pareja en poco tiempo. Dayana, enamorada, lo llevó a vivir a su habitación y le dio un trabajo en la discoteca Sensacional. Las vecinas cuentan que éste era un tipo violento, pero su relación continuaba.
Un momento de felicidad para Dayana fue cuando el novio le presentó a su hermana, o sea, a su familia. Encantada por tener, al fin, una relación pública, Dayana incluyó a la hermana de su amado en su vida y en su trabajo. Los tres vivían en la habitación del Plan 3.000 y los tres trabajaban en la rockola.
Y un día cualquiera, los celos y las ansias irreprimibles de control de Álex se manifestaron, mostrando que, aquello que llaman amor romántico y que incluye placer, alcohol y baile, incluye también celos, gritos y golpes: tomar a Dayana de los cabellos, tirarla al suelo y amarrarla de pies y manos; agarrar una botella, romperla, y con ese pedazo de vidrio hacer un corte que casi la degolló; y hacerle varios cortes con un cuchillo. La escena continuó con ella tratando de defenderse, tratando de sacarse los cordeles de las manos, y él, impune, quemándole con un cigarrillo en varias partes del cuerpo. Esta tortura tuvo una testigo llamada Graciela, novia y no hermana de Álex. Graciela no sólo miró, sino que participó del asesinato. Entre ambos envolvieron con una frazada el cuerpo torturado y lo dejaron en el baño para que se desangrara. Trancaron la puerta con el refrigerador, robaron el dinero de la rockola; fueron al cuarto de Dayana, donde vivían los tres, siguieron robando y finalmente se marcharon a la terminal de buses.
Al día siguiente los vecinos encontraron el cadáver y llamaron a la madre diciéndole que Dayana, su hija, había muerto. La madre pensó que era una llamada equivocada; su hijo se llamaba José María y no conocía a ninguna Dayana. La llamada se repitió, le dijeron que José María había muerto.
La madre y la familia: del dolor al activismo
¿Qué se hace, cómo se reacciona ante una llamada telefónica en la que te comunican que tu hijo ha muerto? ¿Qué se hace cuando descubres, ante su inanimado cuerpo, que ya no estás frente a José María, sino ante Dayana Kenia?
Con serena expresión y aflicción contenida, Angélica, la madre de Dayana, aceptó el cariño con que los vecinos de la villa prepararon el velorio de Dayana, en plena calle. Poco a poco fue conociendo a esa amorosa comunidad que fue el soporte afectivo de Dayana en Santa Cruz.
Y el baile fue, nuevamente, quien tejió las historias. A una semana del asesinato, Ninón se presentó en el juicio como representante de la comunidad LGBT para impulsar el esclarecimiento del asesinato de Dayana. Ninón es el nombre artístico de Víctor Hugo Vidangos, peluquero y abogado, quien representa a cuanta víctima lesbiana, gay, bisexual, transexual o intersexual sufra extorsión, robo o asesinato en Santa Cruz. Además, Ninón es parte de la historia del movimiento LGBT, en general, y de la presencia travesti y gay en la fiesta popular, en particular. Su imagen como china de la morenada en la fiesta del Gran Poder de La Paz, junto a Barbarella, Ofelia, Chichina, María René y otras es icónica para el Colectivo TLGB de Bolivia. Ninón se adscribe al juicio como abogado, pero por detrás se dibuja la imagen de Ninón kewsa bailarina, defendiendo a su hermana bailarina, la transexual Dayana.”
El primer encuentro de Angélica, madre de Dayana con el mundo LGBT fue justamente Ninón. Seguramente Angélica se preguntaba qué era eso de LGBT y qué tenía que ver con su hijo. Pero el juicio ya se había iniciado y Angélica comenzó a palpar la injusticia y la impunidad. El asombro, el pasmo y la estupefacción que se arremolinan con su dolor y amenazan en tornarse en un sentimiento de soledad paralizante. Se precisaba, urgente, un cerco afectivo y efectivo, y se armó. A Ninón y al Colectivo LGBT Bolivia se unieron el Colectivo Igualdad y Vanina Lobos, representante de la Unión de Travestis y Transexuales de Santa Cruz (Uttsc). Luego se sumó Arleti Tordoya, de Mujeres Creando de Santa Cruz, y la Defensoría del Pueblo de Santa Cruz. Estos colectivos e instituciones, y principalmente todas estas personas, crearon un fuerte cerco de contención para Angélica y su familia, para que no cayeran, para que continuaran. Fue un cerco-recinto y al mismo tiempo una barrera contra el olvido, contra la discriminación, la corrupción, la negociación por debajo de la mesa, la chicana, la mentira.
En el edificio de la Corte Distrital de Justicia de Santa Cruz, Angélica se cruzó con varias mujeres que seguían otros juicios, muchas con bebés en los brazos, apuradas, fotocopiando, correteando; la mayoría solas. En comparación, el cerco afectivo y efectivo estaba siempre con ella. Tal vez éste también fue el origen para abrirse, para oír, para llegar de a poco a otro lugar desconocido para ella hasta entonces: “soy madre de una transexual y no lo supe hasta hoy, ¿por qué?”
Si bien al principio Angélica sólo testimoniaba sobre el asesinato de Dayana, gradualmente fue desarrollando un discurso propio asentado en la alerta, alentando a los jóvenes para hablar con sus padres sobre lo que son y cómo son. Esta declaración de autoconsciencia fue también de llamado a los padres y la sociedad en general a aceptar la orientación sexual e identidad de género de sus hijos e hijas. Este proceso le ayudó a crecer y fue curando su dolor: “qué linda era mi hija, cómo me hubiera gustado pasear de su brazo”, dice esta nueva Angélica.
La contundencia de las pruebas, pero sobre todo la tozudez de Angélica, su familia y los colectivos LGBT de Santa Cruz lograron que el 25 de noviembre de 2017 Álex Villca sea condenado a 30 años de reclusión por asesinato, convirtiéndose este caso en el primer crimen de odio castigado por la justicia en Bolivia. Graciela, la cómplice, sin embargo, fue declarada inocente.