El día que sus padres, temerosos de un parto alejado del hospital, se reunieron con la partera, sucedió una revelación: su papá también había nacido en su casa, de la mano de una partera. ¿Está la sociedad preparada para volver al origen y confiar en su instinto más que en las máquinas para bienvenir a lxs niñxs con amor antes que con tecnología?
El parto es un doble nacimiento. El del Ser que llega al mundo pero también es el renacimiento de una mujer, el nacimiento de una madre. La maternidad fue y sigue siendo para mí un portal trascendental en mi crecimiento como Ser Humana, el duelo de mi ego e individualidad para pasar a convertirme en la Pachamama de mi wawa. Todo eso es tan complejo y profundo que necesitaba atravesarlo de la mano de mujeres que han vivido esa experiencia y que conciben al parto como el acto sagrado que es.
La maternidad es, ahora lo vivo, un servicio profundo, porque pone al servicio del hijo, hija e hije, su cuerpo, su energía vital, su nutrición, su configuración toda. Su propio destino. Aquí se deja la vieja identidad individual para convertirse en algo nuevo y desconocido.
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Desde que supe que sería madre -meses antes de embarazarme- me dejé guiar por una fuerza superior que me llevó a conocer diferentes situaciones, mujeres, niños, familias que vivían desde una forma de cuidado y respeto a la vida que en el entorno social en el que crecí, Tarija, no conocía. En poco tiempo acompañé a familias que vivían desde la crianza con apego, practicaban porteo, colecho, lactancia a demanda. Conocí sobre las doulas [acompañantes de partos] y el parto respetado. Me rodeé de niños cuyas opiniones y procesos eran tomados en cuenta por los adultos, espacios donde los padres y las madres no temen a la experimentación de sus hijos y les permiten crecer desarrollando su curiosidad hacia la naturaleza. Esas vivencias fueron esenciales para estar segura de cómo quería gestar, dar a luz y criar a mi cachorro.
Cuando le conté a mi familia que había quedado embarazada y que tendría un parto natural en casa con partera y sin asistencia médica (doctores y fármacos) les dio un soponcio, como diría mi abuela. Reconozco que soy de las que vino a abrir el sistema familiar a algo nuevo. La bruja exploradora, la rebelde con causa, la cuestionadora de dogmas. Y mis padres acompañaron valiente y amorosamente tantas aventuras locas, por el respeto que tenían a mis decisiones, que en ésta se sumaron con todos sus miedos y sus ganas de vencerlos. Contaba con el amor de mis padres pero realmente no con su confianza en un nacimiento como el que yo estaba soñando. Mi madre había dado a luz por cesárea todas las veces que fue madre, así como mis primas y amigas. Por ello mi referente esencial, mi socia imprescindible en esta aventura, fue nuestra partera.
Un parto natural y en casa era sinónimo de pobreza, salvajismo e ignorancia. Las mujeres de la sociedad parían en hospitales, mediante cesárea y alimentaban a sus hijos con leche fortificada de paquete.
El nacimiento de esta nueva familia sería un acontecimiento único, una locura completa. No sólo sería un parto en casa sino también un nacimiento Lotus, es decir que no cortaríamos el cordón umbilical de Cosmos Luan, dejaríamos que naturalmente y a su tiempo deje la alimentación de la placenta para acompañar su paso a esta vida de la forma más orgánica y respetuosa. O sea, estaría conectado a su placenta hasta que su naturaleza realizara ese desprendimiento. Yo me sentía haciendo de este nacimiento un acto sagrado pero mis padres pensaban que estaba muy loca y a pesar de confiar en mí, temían por las condiciones del nacimiento. He ahí que su encuentro con la partera y su confianza con ella tomó un rol importantísimo para que poco a poco pudieran ponerse de mi lado.

No sólo sería un parto en casa sino también un nacimiento Lotus, es decir que no cortaríamos el cordón umbilical de Cosmos Luan, dejaríamos que naturalmente y a su tiempo deje la alimentación de la placenta para acompañar su paso a esta vida de la forma más orgánica y respetuosa.
En Tarija, la ciudad donde crecí, no había conocido a nadie que hubiera parido en su casa y con partera. Un parto natural y en casa era sinónimo de pobreza, salvajismo e ignorancia. Las mujeres de la sociedad parían en hospitales, mediante cesárea y alimentaban a sus hijos con leche fortificada de paquete. Los doctores ilustraban a las mujeres y sobre todo a las primerizas de todos los riesgos posibles en un parto natural y así el desarrollo del instinto natural mamífero de las mujeres era sutilmente bloqueado; ellas no decidían sino sus médicos. Para qué sufrir, dicen los médicos, si puedes tener un hijo de la forma más controlada posible, sin saber que atravesar ese dolor es lo que nos da la fuerza para sostenernos como madres el resto de nuestras vidas.
En el proceso de afinación con mi instinto conocí a MaM, la partera punky. Ella era exactamente la mujer fuerte, experimentadora y segura que yo necesitaba para traer al mundo a mi pequeño Cosmos Luan. La encontré en una proyección de películas sobre parto respetado en Uruguay, país donde acababa de llegar a vivir y no tenía familia. Al día siguiente me la encontré en la terminal de buses. Lo que más me gustó es que no me tocaba la panza ni me hacía caricias infantiloides como suele suceder. Me hablaba claro mirando a los ojos y ahí supe que era ella con quien debíamos hacer el proceso. Apenas llevaba tres meses de embarazo, pero ya quería desarrollar el vínculo con la partera.
MaM acababa de cerrar un ciclo con un hermoso proyecto de parteras pioneras en Uruguay en acompañar partos de manera integral, no sólo en casa. En este país la partería se estudia en la universidad y son las parteras quienes hacen el control de los embarazos y las que acompañan los nacimientos. Los ginecólogos intervienen cuando hay alguna complicación previa del útero de la madre o cuando el nacimiento vendrá por cesárea. Es decir, la partería es un oficio que se practica mayormente en hospitales.
En Uruguay, la partería se estudia en la universidad y son las parteras quienes hacen el control de los embarazos y las que acompañan los nacimientos.
MaM había parido mellizos en su casa, eso la convertía en una heroína del parto, pero por sobre todo lo que hacía de ella la indicada para acompañar nuestro proceso era que es una mujer muy centrada y sabe ver la vida con profundidad. Yo me encontraba un poco rota. La noticia del embarazo fue una gran sorpresa; si bien deseaba profundamente ser madre no imaginaba que llegaría de esa manera. Con el padre de Cosmos Luan nos habíamos conocido la noche que lo concebimos. Era una completa locura convertirnos en padres, pero a la vez era una invitación para evolucionar precipitadamente. Con MaM de nuestro lado, el parto se vivió como un proceso de la madre y el padre.
Porque los padres también dan a luz y MaM lo sabía. Por ello los encuentros siempre eran de a 3 (o cuatro diré, tomando en cuenta al Ser que se gestaba). En los encuentros nos conocíamos, nos reconocíamos, nos espejábamos. Podía yo salir de mi embrollo mental y escuchar desde el corazón al otre (el padre de mi hijo, con quien yo tenía mucho enojo que manifestaba dolor). Eran espacios para hacer la paz. MaM nos instruía en la escucha interna, ¿cómo sería posible escuchar y conectar al niño que viene si no hay primero una escucha con une misme? Todo el trabajo antes del parto se centró en la escucha interior, en el reconocimiento de las emociones.
Para parir hay que estar en contacto con todas las emociones. Cada una va saliendo por el canal de parto, por las lágrimas, el sudor, los gritos. Hay emociones nuevas y otras bien viejitas heredadas de otras mujeres y hombres cuya experiencia de mapaternidad quedó bloqueada. Parir es abrir, dar paso a que se manifieste aquello que no vemos pero está dentro. Es confianza absoluta. Para parir, como en todo acto creativo, hay que dejar de querer controlar todo, he ahí la enseñanza que trajo en mí mi amado Maestro, mi hijo.

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Mi madre me tuvo por cesárea a las 42 semanas de gestación. Dicen que yo no quería nacer (tal vez tenía otros tiempos distintos a los del médico) mi madre no tuvo nunca una contracción, entonces la llevaron al quirófano y así vine yo, de la panza de mi mamá. Luego nacieron mis hermanos, de la misma manera.
En mis ceremonias de búsqueda de la sanación de mi entero Ser, llegué a recrearme un nacimiento por decisión. Sentía que eso me faltaba. Nacer de manera natural a nuestro tiempo y ritmo es esencial para la vida. Esa sensación de andar siempre apurada, de sentir que no pertenezco a ningún lugar, creo que tiene que ver con la forma en que nací. Por ello, cuando tuve la oportunidad de volver a nacer del vientre de la Pachamama, atravesando el canal de parto simbolizado por cerros de arcilla, fue realmente un momento necesario donde mi alma al fin entendió que había elegido nacer y pude empezar a enfocarme y a poner todos mis dones y fuerza en una dirección.
Podemos estar en la vida sin estar comprometidos con nuestra existencia; como terapeuta lo veo constantemente. La forma de nacer determina nuestra relación con la vida, la voluntad, la claridad, la unidad cuerpo-mente-espíritu.
Hablar de esto con mis padres era algo abstracto, a ellos les preocupaba mi salud y sobre todo que mi hijo no se muera. Y es que el mito sobre el parto natural es que el niño se muera por no estar cerca de las máquinas que podrían salvarle la vida, como si en los hospitales los niños no murieran. Como sociedad se normaliza que la forma de cuidado de los padres sea la preocupación, así como que el nacimiento sea una batalla ganada a la muerte. Será porque no hemos hecho los suficientes duelos, porque no nos crían para sabernos seres naturales y cíclicos. Será porque hay tanta expectativa sobre qué tipo de ser humano ser según el género, clase y raza con que nacimos, que ni nuestros propios padres pueden mirarnos en nuestra única esencia y ayudarnos a desarrollarla así eso signifique tener que dejar caer nuestras propias creencias.
Y es que el mito sobre el parto natural es que el niño se muera por no estar cerca de las máquinas que podrían salvarle la vida, como si en los hospitales los niños no murieran.
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Mi parto significó para mi familia y para parte de la sociedad que me circunda, un aprendizaje sobre la naturaleza y la fuerza de la locura. Por eso mi hijo no podía nacer en Tarija, a pesar del amor que me esperaba allá. Las creencias del entorno de la madre y el padre determinan la confianza que pueden tener ellos para dar a luz a sus hijos.
Entre mis primas de Tarija, mi madre era la tía más esperada luego de dar a luz. Ella les enseñaba cómo curarse tras la cesárea, cómo alimentar a los bebés con mamadera, les hacía su primer baño, también era una traductora de llantos. Mi madre era muy amada por ser portadora de esos conocimientos innecesarios para mí según la forma en que yo elegí dar a luz. Mi madre estaba ante una total nueva forma de ser abuela y no sabía cómo podría ayudarme a mí si no había atravesado lo que yo había elegido atravesar.
Yo pariría de una forma que había sido olvidada y a la que se temía. Cuando mis padres acudieron a la cita con la partera, mientras ella les daba muchos datos, les demostraba “científicamente” que parir en casa era mucho más saludable que en un hospital lleno de enfermos y enfermedades, algo mágico sucedió que me conectó con una fuerza ancestral a la que necesitaba conectarme. Mi padre recordó que él había nacido en casa con partera y que inclusive había sido testigo de otros partos de su madre mirando por el cerrojo de la puerta. ¡Waw!, mi abuela Rosa había parido en casa, con partera, entre mujeres… Entonces yo podría hacerlo también.
Cuando empezaron mis contracciones llamamos a MaM, la partera. Ella vivía a 80 km de distancia, el padre de mi hijo había encargado a sus amigos recogerla para traerla hacia nuestra casa pues vivíamos en el campo. Lo que tiene un parto natural es que no sabes cuándo va a suceder, por lo que ese llamado sucedió más o menos a las 2 de la mañana y a las 4 ya estaban partera y conductor designados. MaM estaba muy serena, me decía que esto recién empezaba y que podría durar bastante, es decir días, incluso hasta 36 horas de contracciones podrían llegar a tenerse antes de que venga la criatura.
Hacía varios días que habíamos tenido otros episodios de preparto donde probamos técnicas de masaje, aromaterapia y otras artes para acompañar y aliviar el dolor. Me acompañaba el padre de mi hijo y mi madre que en su infinito amor había aprendido a usar el rebozo, una técnica de las mujeres mexicanas, para aliviar mis dolores. Cuando empezaron las contracciones, sabía que esto no era una prueba, era ya el nacimiento que se venía. Ninguna técnica probada anteriormente era suficiente. Me encontraba ante algo totalmente nuevo y a pesar de que me sentía lista, en ese momento atravesé todos los miedos y el temor de ir al hospital. Al pasar de las horas el dolor se hacía más agudo y yo fantaseaba con ir al hospital, que me dieran una inyección gigante que acabara con ese dolor infernal. Escuchaba las voces de los médicos de Tarija diciendo para qué elegir un parto doloroso si podría ser todo controlado en un hospital. Ahora sí sus palabras tenían sentido.
Mi madre, por instrucciones de la partera, se fue a la casa vecina. Ella no podía acercarse a mí porque eso me debilitaría. Yo necesitaba convertirme en mujer para poder parir y mi madre estaba tan temerosa que me veía como a una niña y eso me restaba fuerzas. Mis contracciones eran muy dolorosas, mi madre las escuchaba desde lejos, no puedo imaginar lo que sentía. Ella no sabía que el dolor y esos gritos eran parte del ritual de iniciación más poderoso que estaba atravesando.

Mi padre recordó que él había nacido en casa con partera y que inclusive había sido testigo de otros partos de su madre mirando por el cerrojo de la puerta. ¡Waw!, mi abuela Rosa había parido en casa, con partera, entre mujeres… Entonces yo podría hacerlo también.
Cada contracción era para mí una Constelación, un portal donde viejas experiencias venían a mí para dejarlas morir, para soltar todo aquello que alguna vez definió quien era yo y compostarse en la nutrición de la nueva Fernanda que estaba naciendo. Cada contracción traía la posibilidad de la limpieza del pasado, no sólo el mío sino también del dolor atravesado por mis ancestras. Luego de limpiar todo ello se hizo lugar para que Cosmos Luan y yo iniciáramos la aventura de parir.
Parir es un encuentro con nuestra fuerza salvaje femenina, la loba, la leona, la felina mamífera se despierta con todo su potencial y para ello necesita intimidad. No en vano las hembras paren en la total intimidad y oscuridad. Mi partera creía en mí, más que mi madre o mi familia. Ella me miraba y sentía una complicidad oculta, ella no le temía a mis gritos, ella me traía constantemente al presente luego de cada contracción que despertaba memorias infinitas de mi inconsciente femenino. ¿Cómo habrán vivido sus partos las mujeres que me antecedieron?, ¿habrán sido madres por amor?, ¿habrán sido madres por decisión?, ¿habrán disfrutado placenteramente del proceso?, ¿habrán amado a sus parejas? Esas memorias guardan nuestro útero y vagina, y durante el parto hablan.
Parir es un encuentro con nuestra fuerza salvaje femenina, la loba, la leona, la felina mamífera se despierta con todo su potencial y para ello necesita intimidad. No en vano las hembras paren en la total intimidad y oscuridad.
Un parto no puede apurarse, MaM tenía todo el tiempo para mí, no tenía ningún apuro. Ella era la guardiana de la paz a mi alrededor y todo lo hacía desde un centramiento inigualable, una fuerza superior la tomaba, una serenidad que yo no había visto nunca antes en otro ser humano. La imaginaba como la anciana sabia de la tribu que en silencio interpretaba las señales cósmicas en las llamas del fuego central que sostenía. A veces se convertía en una gran roca serena, silenciosa, paciente, que me transmitía la posibilidad de sentirme también en esa sintonía.
Ese fue el mágico momento que me permitió la partera: tomar fuerza del dolor y transformarlo. MaM me miró a los ojos, confió en mí y pude. “Ya no eres una niña, eres una mujer” dijo MaM y en ese momento el ritual se transformó. Me di cuenta que estaba viviendo el parto como víctima y entonces me puse en modo recibir a mi hijo. Era el momento más importante para el cual me había preparado tanto. Decidí que atravesaría el dolor y empecé a centrarme en ese maravilloso momento. Yo tenía la gran oportunidad de parir, lo estaba haciendo por todas aquellas a quienes les robaron su parto, su fuerza, su elección.
Llamé al padre de mi hijo al cuarto y ahí, entre los tres, recibimos a Cosmos Luan luego de 24 horas de proceso. El dolor se convirtió en la liviandad más gozosa. La habitación estaba en oscuridad, sólo una pequeña luz cuidaba la más maravillosa intimidad. MaM recibió a mi niño y luego lo tomé yo, reptó hasta mi pecho e hizo su segundo acto de voluntad, tomó de mi pecho, se alimentó conscientemente por primera vez. Ahí se abrió la puerta y entraron mi madre, las guardianas de la placenta y la doula que cuidó amorosamente de mí todo el tiempo.
MaM recibió a mi niño y luego lo tomé yo, reptó hasta mi pecho e hizo su segundo acto de voluntad, tomó de mi pecho, se alimentó conscientemente por primera vez.
No había fotos para el Facebook, había un silencio ceremonial, un recibimiento respetuoso a Comos Luan. Todos hablábamos en voz baja, había risas también, asombro, felicidad. Todo era perfecto, se había acomodado en su lugar. Y así nació Cosmos Luan, nací yo como madre y su padre también nació esa noche. Siempre estaré agradecida a MaM por ser la partera que yo necesitaba, por enseñarme a encontrar mi fuerza y empezar la etapa más compleja de mi vida en esta tierra.